El camino a casa

By MTeresaLTI

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"¿Te imaginas abrir los ojos y descubrir que ya nada es como antes, que estás perdido en tu propio cuerpo, qu... More

1. La voz que me llama
2. Oscuridad
3. La losa
4. Desbocado
5. La decisión
6. El contrato
8. Otro pentagrama
9. El primer paso
10. Prometido
11. Rescate suicida
12. A mi lado
13. Una nueva ilusión
14. La llave
15. Tu nombre en el teclado
16. En mil pedazos
17. Todas las que vengan
18. Si no estás tú
19. Por los dos
20. Luminosos y felices
21. Lo que supone nuestro mundo
22. Nunca pasará
24. Un pequeño regalo
25. Mejor que antes
26. La cadena resquebrajada
27. Cuando se habla de amor
28. Unidades de medida
29. ¿Estás preparada para el mundo?
30. Más consciente que nunca
31. Te estaba esperando
32. Estrellas fugaces
33. Declaración de intenciones
34. A través del cristal
35. La palabra más bonita
36. ¿Acaso importa?
37. Lo que necesito para mi cumpleaños
38. Nupcias musicales
39. De todas las formas posibles
40. Muchos años soñándolo
41. Casa
42. Ahora es realidad
43. Gracias
44. El final de este camino
Agradecimientos

7. El reflejo de los míos

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By MTeresaLTI

Día 2 sin Amaia. Bueno, o noche 2.

Ahora que mi cuerpo se ve más libre de los sedantes, ahora que las tinieblas se alejan, mis músculos han decidido empezar a moverse por sí solos. No me quieren contar el secreto para dominarlos. Se mueven sin mí.

Yo intento controlarlos. Quisiera controlarlos, pero mi ser sigue cayendo como un peso muerto. Excepto cuando cobra vida propia. ¿Por qué? Quisiera recorrer los recovecos de mi mente. A veces siento que estoy ante puertas, miles de ellas, pero todas cerradas. No me quieren dar acceso a mi propio cuerpo.

Quizás por eso esta noche, o esta mañana, sueño con puertas. Un corredor oscuro, sin fin, del que no puedo salir, porque ninguna puerta se quiere abrir para mí. Estoy atrapado... Pero eso también lo sabía.

Ahora el tiempo pasa lentamente. Lo siento todo. Cada minuto, cada segundo, cada tic de la aguja. Me queda por delante una eternidad.

Por eso me sorprendo del silencio cuando recupero la conciencia. No es pronto, lo sé. Mis últimos momentos conscientes rayaban el amanecer. Pero no oigo la charla de mis padres, ni el pasar de las páginas del periódico, ni del libro que suele estar leyendo mamá. ¿Me han dejado solo?

Me concentro y siento una respiración diferente a la mía, muy cerca. Abro los ojos, pero no veo a nadie. No me quiero mover, aunque de vez en cuando mi cuerpo pretende hacerlo por mí. Mi cabeza, de alguna forma, decide secundar mis pensamientos y se mueve en todas direcciones, de forma descontrolada.

Sigo sin ver a nadie, pero ahora estoy seguro de que está aquí. Mi corazón se estremece. ¿Es ella?

Y entonces sus ojos entran en contacto directo con los míos, sin palabras, pero con una intensidad que me derrumba por completo. Quiero beber de ellos... Necesito beber de ellos una última vez. Solo unos segundos más.

Pero el tiempo se acaba, y decido activar el mecanismo por el cual sé que me descontrolo. Tiene que irse: Alejandro ha venido a por ella.

Entonces compruebo cómo Amaia no se aparta ante mis movimientos, sino que me coge la cara y me obliga a seguir mirándola. Trato de parar. No quiero golpearla más. No sé si sería capaz de perdonármelo.

-Se um dia alguém perguntar por mim, diz que vivi para te amar. Antes de ti, só existi cansado e sem nada para dar.

Me quedo sin respiración. ¿Qué hace? Siento cómo la emoción me embarga. Un rayo tímido, de esperanza, quizás, empieza a luchar por abrirse hueco en mi corazón... Igual que la primera vez en mi vida que escuché esa canción.

-Meu bem, ouve as minhas preces, peço que regresses, que me voltes a querer. Eu sei que não se ama sozinho. Talvez, devagarinho, possas voltar a aprender.

Su voz temblorosa me estremece, me remueve, me emociona y me inunda. Siempre había sido yo el que le había susurrado esa canción al oído. Tantas veces...

Pero, por la emoción, he dejado de controlar mi cuerpo, y sin darme cuenta se me va un manotazo, con el que le golpeo en la pierna. Amaia deja de cantar por el golpe. Y me quedo congelado en el sitio. No puedo dejar de hacerle daño. Y siento la pesada losa aplastándome de nuevo.

No. Amar por los dos quizás no sea suficiente esta vez.

No puedes quedarte a mi lado, cucu.

Intento decírselo de nuevo con mi cuerpo descontrolado, y sé que se lleva más golpes. ¿Pero por qué no se aparta?

-No me voy a mover, Alfred –me dice, con decisión. Y la firmeza de su voz me deja clavado en el sitio.

Me encuentro con sus ojos. Y la siento respirar hondo, como si cogiera aire por los dos.

Mi Amaix, tú siempre tan cabezota.

Pero también siento una punzada de dolor cuando la veo frotarse el brazo en el que ha recibido uno de mis golpes. No me deja lamentarme. Vuelve a hablar, y soy incapaz de perderme nada que salga de sus labios. Nada.

-¿Recuerdas..., cuántos "golpes" me daba contra las mesas? –se ríe, con voz suave.

Mi memoria se va esta vez a aquella época llena de luz y de amor, a ese "juego" que nos traíamos, en el que, inocentes, pensábamos que nadie sospecharía...

Éramos unos niños, querría decirle.

Pero no hace falta. En su mirada veo que ella está pensando lo mismo. El corazón empieza a latirme con fuerza: con ella siempre es así. Solo una mirada basta para entendernos. Pero, perdido en sus ojos, descubro la lágrima indiscreta que resbala por su mejilla. Y se me rompe el corazón una vez más.

No. No llores. Te lo suplico.

Pero, en lugar de palabras, me sale un gruñido. Brusco, feo, inconcreto. Que no me representa. Pero mi mente está aprendiendo ese camino demasiado bien. Mucho mejor de lo que me gustaría. Y querría moverme, pero no me atrevo. No quiero volver a hacerle daño, como en el brazo. No quiero hacerle más daño.

Pero ella aprovecha mi indecisión para echarse sobre mí, con su boca muy cerca de mi oído. Siento su pelo haciéndome cosquillas en el cuello y cierro los ojos con fuerza, disfrutando de la sensación.

Y su olor... Me recreo en él. Me empapo de él. ¿Cuánto tiempo hacía que no la tenía así de cerca? ¿Meses? ¿Años? ¿Cómo he sobrevivido todo este tiempo sin ella?... ¿Y cómo pienso sobrevivir el resto de mi vida?

Pero debo volver a centrarme. No quiero hacerle daño, pero se tiene que ir.

¿Qué haces, Amaia? Ya basta. Aléjate.

- Meu bem, ouve as minhas preces, peço que regresses, que me voltes a querer. Eu sei que não se ama sozinho. Talvez, devagarinho, possas voltar a aprender.

La melodía se abre paso desde sus labios hasta mi oído. Me desarma. No hay nada que pueda hacer contra esa canción. No hay nada que pueda hacer contra Amaia. Por más que intente apartarla de mi lado, ella sigue peleando. Y ha encontrado su arma.

Las lágrimas de emoción luchan por abrirse paso en mis ojos. Mi mente está descubriendo el camino. Y, por una vez, noto que se va sola, y encuentra la puerta abierta. Mi cuerpo empieza a realizar espasmos, pero esta vez los dejo, permitiendo que me embargue el sentimiento. Quizás así aprenda a reaccionar... Y yo con él.

Es la canción. Y ella lo sabe.

Me emocionó cantarla en la Academia, y me sigue emocionando cada vez que la escucho. Me penetra en lo más profundo de mi ser, como en aquella clase con Guille Milkyway. Hace ya tantos años... Pero aun a día de hoy, es como si nada hubiera cambiado.

Y ella lo sabe.

Siento los ojos acuosos. Los espasmos siguen recorriendo mi cuerpo. Es un sueño escuchar la canción en la voz de Amaia.

- Se o teu coração não quiser ceder, não sentir paixão, não quiser sofrer. Sem fazer planos do que virá depois, o meu coração... pode amar... pelos... dois.

Se le rompe la voz al final y siento como si un escalofrío recorriera mi cuerpo. Ya no hay nada que pueda hacer.

Amaia, ¿me la has dedicado..., a mí?

El corazón me late con fuerza, y entonces me doy cuenta de que tengo su mano sobre mi pecho.

Me estremezco con ella cuando respira hondo, y al poco se separa, para mirarme con ojos brillantes. Ha estado llorando. Y no quiere que yo lo vea. Quiere hacerse la fuerte.

No hace falta. Sé que lo eres.

Siento los ojos acuosos de nuevo. Nunca he podido verla llorar. Y menos, por mí.

-Alfred...

Me encojo al oír una vez más mi nombre en sus labios. Lo pronuncia como si fuera la palabra más bonita del mundo. Como solo ella sabe. Y pensé que nunca volvería a hacerlo. Pensé que yo había ganado la partida. Pero Amaia ha sabido jugar mejor sus cartas...

¿Acaso debería sorprenderme? Sus ojos decididos me dicen que no.

-Alfred, hay muchas cosas que yo no sé. Ya sabes... -Noto cómo le tiembla la voz. Quizás de la emoción, quizás de los nervios. Pero, como siempre, tiene toda mi atención.

Y me doy cuenta de que no me habría importado soportar la losa toda mi vida, si hubiera podido pasármela contemplándola a ella como ahora. Solo Amaia. Riendo, hablando, durmiendo... Y cantando; sobre todo, cantando.

-... Que yo no soy muy rápida enterándome de las cosas. Pero sí sé que estás ahí. Lo supe desde el primer momento en que abriste los ojos y me miraste.

¿Quieres saber la verdad, Amaia? Tú, solo tú me trajiste de vuelta.

Pero, a pesar de mis deseos, de mis esfuerzos, mi boca permanece muda, ninguna puerta se abre. Y maldigo todo lo que no me permite decírselo, y gritarlo a los cuatro vientos, a los mares, a los cielos. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Amaia, ajena a la tormenta que ella misma ha desatado en mi interior, coge una de mis manos y la aprieta con fuerza. Y, por un instante, me centro solo en eso: sostiene mi mano entre las suyas.

¿Me vas a sostener, Amaia? ¿Vas a soportar la losa? ¿No vas a dejar que me asfixie su peso?

Se la lleva a los labios y la besa. Y veo cómo cierra los ojos, para no echarse a llorar. Me recreo en lo que ven los míos, en lo que siente mi mano. En su presencia a mi lado. Es lo único que me queda.

¿De verdad...? ¿De verdad vas a amar por los dos?

-Y quiero que entiendas que nada de lo que hagas, óyeme bien, NADA, me va a apartar de ti esta vez. –Noto cómo aumenta la intensidad de mi respiración, de forma involuntaria, mientras ella baja la cabeza, quizás para que no vea cómo las lágrimas ruedan finalmente por sus mejillas-. Lo supe desde que cogí ese tren de camino a Barcelona para verte. Si hubieras muerto, mi vida también habría perdido el sentido.

Sus palabras me golpean como una maza. Me dejan hecho polvo. Me destruyen aún más que la losa que lleva asfixiándome silenciosamente desde que recuperé la conciencia. Cogió el tren, dejando todo atrás, TODO, para no separarse de mí.

Y, por primera vez, soy capaz de ponerme en el lugar de Amaia. No es fácil, porque lo único que me queda es este rinconcito en mi mente. Pero ella lo ha apostado todo, sin reservarse nada. ¿Y si le hubiera pasado a ella? ¿Cómo habría reaccionado yo?

¿Acaso no sé la respuesta? ¿Acaso hace falta preguntar siquiera?

Se me llenan los ojos de lágrimas, que ruedan por mis sienes, esta vez sin remedio. Son demasiados sentimientos contradictorios los que bullen en mi interior. Y, maldita sea, no tengo manera de expresarlos.

Pero no, Amaia. No puedes.

Me agarro a esa idea como un clavo ardiendo. Los pensamientos desfilan frenéticos por mi mente. Hay un pero, o muchos. Siempre tiene que haberlos. Y yo he encontrado el que debo darle a Amaia, aunque nunca vaya a escucharlo de mis labios. Pero necesito tenerlo; necesito la excusa.

¿Qué te espera a mi lado? Vuelve con Alejandro. Él ha venido a por ti.

Su rostro me responde que aún no ha acabado.

-Y quería decirte que Alejandro ya no es un problema. Nunca lo fue, pero tú de eso sí te habías dado cuenta...

Hace una nueva pausa y veo cómo se enjuga las lágrimas con la mano que le queda libre. Ojalá pudiera limpiárselas. Ojalá pudiera, al menos, devolverle el apretón con la misma fuerza con la que todavía me coge la mano.

Pero lleva razón. Alejandro nunca ha sido un problema. Él siempre ha sido la solución, y se ha dado cuenta cuando yo ni siquiera lo había hecho.

Y, finalmente, lloro con ella. Lloro de rabia, de impotencia, de frustración. Pero también de amor. Las lágrimas que salen de mis ojos me purifican. Los jirones de mi corazón empiezan a recomponerse, a cicatrizar, y el rayo de esperanza que llegó con la presencia de Amaia... Se convierte en un maravilloso haz de luz.

-He... He descubierto muchas cosas estos días, de lo que ha pasado en los últimos años. Y... Ay, Dios mío... Seguro que eres capaz de imaginar cuánto te he echado de menos.

¿Muchas cosas, Amaia? ¿Qué cosas? ¿Qué te han contado? ¿Cómo te dejé marchar, para que tuvieras una oportunidad? Ay, infeliz de ti. Siempre fuiste muy cabezota. ¿Sabes lo que estás haciendo, titi?

Pero, a pesar de mis reticencias, mi corazón se llena de amor, rebosa de amor. Y eso me ayuda a encontrar la puerta abierta que buscaba. Muevo mi mano entre las suyas. Y, por primera vez, mi mano hace caso a mi mente y trae las suyas hasta mi pecho.

Amaia levanta entonces la cabeza, sorprendida, para encontrarse con mis ojos llenos de lágrimas, que ruedan por mis sienes y empapan la almohada. Y se echa sobre mí, con cuidado, apoyando la cabeza sobre mi pecho.

Yo... Me siento desbordado.

¿Por qué haces esto, Amaia? ¿Qué he hecho yo para merecerlo? ¿Para merecerte?

Me recreo en su presencia. En su cabeza sobre mi pecho. En mi mano apretada contra el suyo. Y descubro que nuestros corazones laten al unísono. Como quizás nunca han dejado de hacerlo.

-No me apartes de tu lado, por favor.

Y su voz es una súplica que me llega al alma y la traspasa. Y yo, que estaba tratando de destrozar la puerta, para que Amaia no pudiera entrar, descubro que ella ha sido más lista. Siempre lo es. Y ha volado la ventana, para colarse por ella. Para quedarse conmigo. Y, con ella, ha traído la luz, esa luz de esperanza que entra a raudales. No hay más tinieblas. No hay más oscuridad.

Ella amaría por los dos. No podía negarme a esa súplica de su corazón.

Vale.

Emito un gruñido, con esfuerzo. Y el esfuerzo viene porque me cuesta aceptar que vaya a cargar con mi losa, aunque lo haya elegido ella. Aunque su amor me compense todo.

¿Tendrás paciencia conmigo?

La intensidad de los ojos de Amaia me responde. Me aprieta con más fuerza todavía la mano que aún me tiene cogida. Y, con la otra, recoge mis lágrimas. Con delicadeza, con amor.

-Si hay algo de lo que yo sé, Alfred, es de finales. Y puede que este no sea el final feliz que tú habrías imaginado, pero para mí lo será de todas maneras, porque yo el único final que quiero es a tu lado.

Siento como si se parase el tiempo. Y contengo la respiración mientras veo caer todas mis murallas, hasta los cimientos. Se hacen polvo, sin que yo pueda, ni quiera, evitarlo. A fin de cuentas, he perdido la partida, y ya lo sabía.

Y el corredor se llena de luz. De la luz de Amaia. Y, aunque aún cerradas, veo claras todas las puertas. Ahora ya no estoy perdido.

Y, de alguna manera sorprendente que no llego a entender, mi mente encuentra el camino hacia mi mano, y esta aprieta con fuerza la suya.

Sí, Amaia. Solo quiero mi final a tu lado.

Y el amor que siento en mi pecho, que intento que se transluzca en mis ojos, casi encuentra el camino hacia mi sonrisa.

La miro, bajo la luz nueva que me embarga. Y descubro algo que me conmueve infinitamente, a pesar de que siempre ha estado ahí. Pero ahora lo veo como si fuera la primera vez. Quizás en cierto modo lo sea.

¿Y ese amor en tus ojos, Amaia? ¿Es un reflejo de los míos?

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