Algo me está llamando. Tira de mí, y en el fondo de mi ser sé que solo puede tratarse de una cosa: la música. Nada más tiene ese poder en mí, excepto quizás...
Pero me siento perdido, en algún lugar de mi subconsciente. ¿Qué me pasa? Me quiero mover, pero no encuentro la forma. Todo está negro. Y estoy atrapado... ¿Pero dónde?
No tengo consciencia de mi cuerpo... Y eso me agobiaría, si no fuera porque esa voz tira poderosamente de mí. Más y más. Si me concentro en ella, todo lo demás pierde sentido. Y esa voz...
Recuerdos difusos se abren paso lentamente en mi memoria. Ayer... ¿O quizás hace tiempo? ¿O hace un rato? No lo sé. Pero sí reconozco que no es la primera vez que la escucho. Y ayer reaccioné. Sentí la presencia a mi lado, y respondí. Aún no sé cómo. ¿Quizás con mi mano? No estoy seguro... No sé qué me pasa. ¿Sigo en mi cuerpo?
Pero de nuevo tira de mí. Y por fin reconozco la voz. Aunque quizás, en el fondo, desde el principio lo había sabido.
Las notas de mi pentagrama.
¿Cómo podría ser de otra manera? Me está llamando.
Algo se me encoge en lo más profundo de mi ser. Quiero reaccionar. Quiero gritar, llorar, reír y cantar. Cantar con ella. Pero sobre todo quiero abrir los ojos, y quiero verla. ¿Pero cómo?
Inconscientemente, descubro de nuevo la presencia. Y aprieto, me agarro a ella como a un clavo ardiendo. ¿Qué tengo que hacer para verla? Y parece que, poco a poco, mi cabeza va recordando cómo. Lentamente, con esfuerzo. Recorro el camino que tantas veces he andado, aun de forma instintiva. El camino de vuelta a ella.
Y abro los ojos. Los párpados se sienten pesados, como nunca. Pero no me importa, porque al otro lado... Allí están. Esos ojos castaños que conozco de memoria, que jamás podría olvidar. Me miran emocionados, sorprendidos, exaltados y tranquilos. Todo a la vez. Pero están aquí, conmigo.
No sé lo que me pasa, pero durante el instante que me refugio en ellos, tampoco me importa. Me siento aliviado. Estoy en casa.