Gefängnis (ls)

By tellmealiest

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Autor: Isabel Jahee. Adaptación: Si, todos los créditos a la autora. Genero: Drama/ Angustia/ Romance/ Traged... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13

Capítulo 12

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By tellmealiest

Oscuras. Ojeras tan oscuras que el color se tornaba púrpura y contrastaba tremendamente con su pálida piel. Sus ojos se movían por toda la habitación, incapaces de permanecer quietos ni aún estando cerrados, mientras que conciliar el sueño se había convertido en una lucha que no sería ganada sin la ayuda de la valeriana; danzando con Morfeo al menos encontraba un poco de paz en el que parecía, su mayor declive.

Terminó de vestirse con su clásico pantalón de mezclilla deslavado de tanta agua, jabón y aromatizante, una playera oscura sin grabados ó detalles y con el largo cabello amarrado en una coleta baja. Tomó su maletín y bajó precipitadamente las escaleras.

Antes de llegar al comedor pudo escuchar con claridad el enorme revuelo de sus hermanas y madre. Las casas por aquella colonia eran bastante reducidas y sus paredes parecían de cartón; Perrie había llegado a escuchar, en varias ocasiones, los ruidos impudentes de los matrimonios vecinos cuando estaban intimando. La ojiazul caminó hacia el comedor llevándose una sorpresa cuando vio que la familia aún se encontraba desayunando amenamente y todavía en pijama; inmediatamente todas callaron al percatarse de su arribo.

Perrie conocía a la perfección esos silencios, que lejos de ser incómodos sonaban a una advertencia, de ser cierto el mito, sus oídos no habrían parado de zumbar. Su madre, una mujer cuyo rostro estaba igual o más desgastado que el tinte rubio que llevaba meses sin retocar alzó sus casi inexistentes cejas, visiblemente molesta.

— ¿A dónde vas?— Le preguntó con su voz chillona; Perrie ni siquiera se molestó en ocultar su antipatía.

—A la escuela— Respondió y una carajada unísona y sumamente burlesca resonó por toda la estancia.

—Es sábado, estúpida – Dijo Eleanor, su madre. Perrie formó una mueca incrédula y se acercó al calendario de la cocina sólo para cerciorarse, resopló cansina; Eleanor decía la verdad.

—Oye Eleanor, creo que Perrie comienza a drogarse como Herbert — Comentó una de sus dos hermanas mientras le sacaba el aire a un bebé de meses y la familia volvía a prorrumpir en carcajadas.

Perrie cerró los ojos inhalando suficiente aire para los pulmones, tratando de tranquilizarse; no quería caer en el mismo juego, sólo deseaba salir de ese asfixiante lugar en el que sólo dormía y si alguna vez sobraba alimento, también comía.

—Como si te importara Eleanor... —Respondió hastiada, sin siquiera mirarla y salió sin despedirse.

..................


No tuvo que caminar demasiado para llegar al acostumbrado parque que solía visitar en sus ratos libres. Se sentó bajo la sombra de un hermoso y anciano árbol, recordando su miserable vida y los acontecimientos recientes que le impedían estar en paz. Ya era suficientemente desgastante convivir con una 'familia' tan atípica y desgraciada como la suya, para ahora, tener que soportar llevar más cargas.

Sí, su madre, que salía con más hombres de los que podía contar sólo le faltaba poner una tarifa oficial a su cuerpo para que fuese una completa prostituta. Había parido a cuatro niños, tres mujeres, entre las que se contaba Perrie y un hombre, que la ojiazul tenía mas de un mes sin ver. Los cuatro hermanos nacidos de distintos papás con el apellido de Eleanor, que los hacia parecer sólo hermanos de ella.

Nerviosa y desesperada sacó su cajetilla de cigarros, tomó uno y lo encendió. La primera calada fue profunda, tranquilizando sus exasperados nervios qué si bien, nunca fueron de acero.

¡Cómo se empeñaba la vida en meterla en más problemas!

Dos días. Sólo dos días habían pasado desde que estuvo en el bar, desde que vio el maldito reloj y su conciencia no paraba de joder.

No respetaba ni momentos o espacios, le recordaba una y otra vez...


Es inocente, debes ayudarle

¡No! ¡No! ¿Por qué debería ayudarle precisamente a él?, ¡¿Cuándo le tendieron una mano a ella?! ¡Nunca le ayudaban, ni siquiera, su propia familia!

Todo el mundo la ignoraba, en ocasiones, hasta deseaba ser físicamente horrible, al menos así le pondrían un poco de atención y no pasaría tan dolorosamente inadvertida...

Cerró los ojos e imaginó el bello rostro de Harry; sus enormes ojos de ese extraño color verde esmeralda que parecía hipnotizar a cualquiera llenos de lágrimas, su boca, esos afortunados labios que seguramente besaron cientos de veces a los de su mayor anhelo comprimidos en un gesto de dolor.

Asintió y abrió los ojos, completamente decidida, la decisión estaba tomada. El sol comenzaba asomarse en el horizonte, y Perrie con ojos vacíos y firmes se puso de pie sonriendo ligeramente.

— ¿Sientes el dolor Styles?— Preguntó a la nada— ¿Sientes la frustración de saber qué por más esfuerzo que hagas no podrás alcanzar lo que tu corazón desea?— Un par de personas que pasaban por el parque la miraron como si se tratase de una alienígena, pero Perrie no se percató; tampoco le interesaba, sólo seguía mirando el horizonte.

>> Yo nunca pude alcanzar el amor de Zayn por que sus iris sólo tu imagen captaban, por qué sus oídos sólo escuchaban tu estúpida voz, por qué... por qué hasta yo podía escuchar su corazón bombeando con mayor fuerza sólo con tu presencia— Dio la última calada a su cigarro y lo arrojó de forma elegante— La vida es cruel. A veces estás abajo, y otras veces, arriba. Eleanor tenía razón; ella dice que disfrutes mientras te encuentres en la cima por qué cuando caigas nadie se apiadará de ti y al menos te quedara la satisfacción y los gratos recuerdos de lo que hiciste estando arriba— Suspiró.

>> ¿Sí tú no me diste su amor, por qué habría yo, de concederte la libertad? No, es tiempo de que sientas un poco de dolor— Concluyó, sonriendo altiva. Hasta ese momento pudo respirar tranquila y miró el reloj. Éste le advirtió la proximidad con el horario de su trabajo y se marchó rápidamente— Felices treinta años— Susurró burlesca mientras corría.


***

Algo frío recorrió todo su cuerpo despertándole de golpe. Abrió los ojos confundido y tardó en ubicar el lugar donde se encontraba. Lo frío que le recorría el cuerpo sólo era simple agua estaba dentro de una bañera—la de la enfermería— desnudo, frente a Varek. Al observar sus ojos recordó lo acontecido recientemente y volteó la mirada.

¿Avergonzado? ¿Horrorizado?

No, era una amalgama de sentimientos que no era capaz de deshilar. Las palabras no parecían explicar correctamente lo que sentía, sólo deseaba estar lejos de ese hombre, no volverlo a ver jamás en su vida, sin embargo sabía era imposible. Se movió y por un momento, aterrorizado, pensó que tal vez la tortura no había finalizado y qué todavía tendría atadas las manos, pero su expresión de terror se aclimató cuando sus extremidades pudieron moverse libremente.

Casi al segundo, Harry se puso de lado para evitar que Varek le siguiera viendo desnudo.

—Vete— dijo el rizado con voz quebrada y el médico asintió

—Sólo por esta vez, pero mañana te quiero aquí.

Harry le miró confuso, pero no pudo sostenerle la mirada por más de dos segundos, la vergüenza era infinita. Cerró los puños por debajo del agua.

—Tendrás que mandar un guardia, por que yo nunca volvería aquí por gusto— susurró. Varek le sonrió de una manera que Harry encontró de lo más repulsiva.

—Entonces así será— Sentenció antes de marcharse.

Inmediatamente, el rizado se lavó; no deseaba demorarse más tiempo del necesario. Sólo soñaba con alejarse de ese lugar que ya le parecía terrorífico.

Sin darse cuenta, mientras se lavaba, las lágrimas se mezclaron con el agua, dándole rienda suelta a su dolor. Se secó y cambió con el uniforme de la prisión que estaba pulcramente doblado sobre una repisa y salió a prisa sintiendo la mirada de Varek sobre él hasta que su alcance visual lo permitió.


***


Debía pasar del medio día. No podía preguntar la hora ya que casi nadie portaba reloj; en una prisión, el tiempo era relativo por qué, o tenía bastante importancia, o simplemente carecía de ella. No había término medio, para algunos, cuando la sentencia era corta contaban hasta cada minuto que pasaba, sin embargo, para otros menos afortunados, preferían olvidar ó simplemente ignorar que hora o día era.

Entraron a la sala de entretenimiento. Era bastante espaciosa, casi como el comedor; alfombrada y exactamente por eso, sucia y empolvada. Con varias mesas y salitas donde los reos jugaban cartas, dominó o cualquier otro tipo de juego de mesa. También poseía una televisión de mega pantalla con varias sillas de plástico frente a ella y dónde varios prisioneros discutían ferozmente sobre el canal a observar y donde obviamente, sólo uno obtenía la supremacía.

Se sentaron lo más alejado posible, como de costumbre, ante las nerviosas miradas de los demás y comenzaron a dialogar quedamente.

—Realmente no te entiendo, ¿para que quieres una puta ambulancia?—— Refutó Kim en voz bajísima. William le arrojó todo el humo de su tabaco en plena cara.

—Es parte del plan.

—Bueno, pues suéltalo. Creo que ya te he dado muchas muestras de qué jamás te traicionaría; te estoy ayudando con la huída, ¿no?—Protestó el japonés. William rió cauteloso.

—Eres un idiota, ¿aún no atas cabos?... mira que un hidrocefálico te hace competencia— Kim le observó sin un ápice de carisma —Si no lo entiendes por tu propia cuenta, te lo explicaré cuando todo lo que te pedí esté resuelto— Concluyó y cuando Kim parecía volver a discutir, William lo silenció con una dura mirada; un guardia se acercaba hasta ellos.

Este guardia se trataba de Josh. Se paró a un costado de William, con el rostro visiblemente molesto.

—Tienes una llamada, Tomlinson— William arrugó el entrecejo, y sin observarlo le respondió.

—No es hora, mucho menos día de llamadas – La respiración de Josh se hizo pesada.

— ¡Como si no lo supiera! —Gruñó— No creas que me hace gracia andar de recadero. Supongo que debe ser algo sumamente importante— Kim y el moreno compartieron una mirada, nunca antes William había recibido tan siquiera una sola llamada, menos en días que no correspondieran. Éstas se daban raramente entre los reos y casi nunca por buenas noticias; solían ser auspiciadas por sus respectivos abogados o cuando algún familiar había fallecido. Sin embargo William no tenía ni abogado, ni familia.

— ¿Y qué esperas, qué te dé las gracias?— Arremetió burlón al observar que el guardia no se marchaba. Éste pareció ofendido, infló las ventanas nasales y regresó sobre sus pasos.

Josh sabía que podría haber sacado su macana y asestarle un golpe donde deseara, pero no se atrevió. Había algo en ese hombre tan maligno que no estaba seguro si podría salir inmune después de soltar el primer golpe; si algo le habían advertido era que nunca se metiera con prisioneros cuya sentencia fuera perpetua, pues estos, literalmente, podrían hasta vender su alma al diablo sin inmutarse.

— ¿Tienes algún familiar enfermo?—— Preguntó Kim preocupado.

—No— Respondió tajante— Te veo después.

Se despidió, y Kim se pasó las manos por el rostro, harto. Sí, ya estaba cansado de las escuetas respuestas de su amigo y compañero de celda.

............

William caminó hasta las cabinas telefónicas. Uno de los tantos guardias lo guió hasta un teléfono y abrió comunicación, después se marchó unos cuantos metros, para otorgar algo de privacidad.

— ¿Quién eres?—— Preguntó inmediatamente. La risita que escuchó al otro lado del auricular respondió a su cuestión.

— ¡Pues quién más, si yo soy el único que se interesa en ti, si soy lo único que tienes!— Irrumpió una voz gruesa, rasposa y fría. William no pudo evitar que una cruel carcajada se extendiera por todo el pasillo provocando que el cuello del guardia se girara con sus ojos muy abiertos.

—Debí imaginármelo, tu estupidez no tiene límite, ¿Qué quieres pedazo de mierda? Dímelo para que termine de cagarme de risa— Liam no respondió enseguida y William amplió su sonrisa. Le conocía tan bien qué podría adivinar las expresiones que adornaban su rostro en ese mismo momento.

—Así es. Éste estúpido que disfruta de las mieles de la vida mientras te veo refundido. ¿Sabes? ni siquiera cogerme a la puta de Veronika me da tanto placer que verte en esa asquerosa cárcel— dijo saboreando cada una de sus palabras.

Wiliam apretó la mandíbula conteniendo la rabia. Si todavía había algo que le encolerizara era recordar su estúpido error, ese que le costó que ahora mismo estuviese hablando con Liam desde una prisión.

— ¿Por qué tan callado? ¿Te sorprende que me coja a tu puta favorita?

—No me sorprende, Liam. Siempre te has conformado con ser plato de segunda mesa— Contraatacó mordazmente, abriéndole viejas heridas.

— ¡Hijo de puta! ¡Como me gustaría hacerte mierda con mis propias manos!— Vociferó y la risa de William le encabritó en mayor grado. Siempre había sido así, le hacía perder la razón en pocos minutos y después se burlaba de él, por ello y más, le repudiaba y gozaba tremendamente verlo encerrado, privado del que sabía era su punto débil: la libertad.

—Qué bajo estás cayendo. Sí sólo me hablaste para tratar de hacerme encabronar con argumentos tan pobres cómo las putas a las que les metes la verga donde yo la he metido antes, voy a colgarte.

—Bien sabes para qué te hablé— Bufó Liam. William rodó los ojos.

—La respuesta sigue y seguirá siendo la misma. Deja de joderme; no vengas y no me llames ¿queda claro, bastardo?

—En un tronido de dedos puedo sacarte, mañana mismo puedes obtener la libertad— insistió.

—Púdrete.

—Piensa un poco, William, tú eres el único que se va a podrir en ese lugar. Has a un lado tu avaricia, además es lo más justo. Tú nunca tuviste nada, sólo un puñado de suerte. Cédeme tu parte, la que siempre fue mía y que tú me robaste y yo te regreso la libertad que te robé— Declaró seriamente.

—No seas ridículo. ¡Tu, hablando de avaricia! ¿Ya se te olvidó que mataste a tu propio padre sólo para obtener la herencia y el mando del distrito?

—No te des baño de pureza. Yo se que tu hiciste lo mismo, y hasta mucho peor, maldito perro. Yo se tu puto secreto.

Confesó Liam parsimonioso, en un tono de voz tan tranquilo que lo hacía más peligroso y hasta un tanto macabro. La sonrisa triunfante de William se fue apagando lentamente y aunque no tuviese a Liam frente a él y por ello su rostro podría estar más relajado, aún así, permaneció ausente, inescrutable.

— ¿De que mierda hablas?— Preguntó sabiendo la respuesta. Liam pareció tomar aire, fascinado de llevarle la ventaja.

— ¡Oh a mi no me engañas! Hace siete años escuché la conversación entre tú y mi padre. Yo sé que le volaste los sesos a tu madre, a tu padre y a tus hermanos. Los mataste ¡a tu propia familia!... y mi padre, te ayudó.

Un largo silencio se extendió, silencio que Liam disfrutó, pues lograr callarle no era cosa de todos los días; No cuando se trataba de un hombre que parecía tener respuestas para todo.

William se rascó la barba descuidada, memorando aquél suceso de siete años atrás, y ante tales evocaciones, no pudo menos que sonreír; todavía le producía un placer bestial.

—Siempre metiéndote en lo que no te importa. Entre tanta basura que dices, hay mucha verdad— Habló al fin sabiendo que era imposible seguir negándolo y además, tampoco era cosa que le quitase el sueño o apetito.

—Somos iguales— Dijo en un sereno susurro provocando que el moreno torciera los labios, desestimando la comparación.

—No tienes tanta suerte. Lo único que hay de igual entre nosotros, es el apellido— Finalizó colgando el auricular.

Liam escuchó el sonido del teléfono que evidenciaba cuando la comunicación había sido cortada e iracundo golpeó la superficie de madera de su elegante escritorio con fuerza brutal.

Creyó que unos cuantos meses serían suficientes para que William se rindiera, pero estaba resultando más difícil de lo que creía. El hijo de puta era un hueso duro de roer. Dio vueltas en su despacho como león enjaulado y terminó por tomar una finísima copa de cristal cortado para servirse un poco de coñac. En pocos segundos se tranquilizó pues sabía que tarde o temprano, caería. Hasta los mismos imperios lo hacían.

—Terminarás cediendo, querido hermano— Soltó sarcástico y en tono demencial.

***

William estaba furioso, como siempre se encontraba cuando terminaba de "charlar" con Liam; ese imbécil que ante la ley, sólo ante la ley, era su hermano, por qué nada los unía, no tenían vínculo alguno, ni siquiera, el sanguíneo.

Tiempos atrás le era totalmente indiferente, a pesar de estar en constante convivencia. Nunca cruzaron más palabras de las necesarias y se veían y trataban respetuosamente, pero William siempre sospechó que bajo el sereno y serio rostro de Liam, se escondían bastantes secretos; sin embargo no le tomó importancia. Liam era el hijo de Armand Tomlinson, la persona que le había ayudado a consumar su venganza, un supuesto aliado y persona de alta confianza.

El moreno suspiró perezoso. ¡Sí tan sólo alguien le hubiese avisado ocho meses atrás que Liam era el mismo asesino de Armand, él no estuviera en esa puta prisión y hasta se hubiera dado el lujo de bañarse en la sangre de su "hermano" como venganza!

Su mirada celeste, perdida entre los recuerdos, no tardó demasiado en reconocer unos cabellos rizados que atravesaban lentamente un pasillo próximo. Aceleró el paso, desfrunciendo el ceño y dejando caer los anchos hombros, aliviado.

En un par de metros le alcanzó y tomándole por sorpresa le ciñó de la cintura por la espalda, metiendo su rostro en el espacio entre hombro y cuello. Sonrió ligeramente cuando Harry pegó tremendo brinco, asustado y tembloroso.

— ¿Qué hace perdido una criatura como tú por estos lugares tan peligrosos y solitarios?

Le preguntó en el oído, aspirando fuertemente el olor fresco que Harry desprendía, olor a flores, a hierba mojada por la brisa. Cerró los ojos, volviendo a llenar sus pulmones de ese olor tan natural que jamás podría compararlo con los aromas dulzones, empalagosos y molestos que estaba acostumbrado a inhalar por parte de las cientos de mujeres con las que llegó a fornicar.

Harry, automáticamente, al escuchar la voz de la persona que amaba se relajó, sin embargo, recordó lo recién y su cuerpo se tensó otra vez. ¡Lo descubriría!, alertó su mente, y con ojos aterrados sólo rogó por que William no pudiera leer a través de ellos; algo casi imposible.

—No deberías sorprenderme así, un día caeré desmayado del susto.

Trató de bromear, pero el sentido del humor no era una de las virtudes del mayor. Harry ni pestañeó, estaba tan nervioso que pensaba, al hacerlo, se delataría. William lo volteó y el rizado sintió su corazón latir hasta casi salirse de su pecho.

Allí estaba el rostro tan anhelado por toda la mañana. De pronto, al observar sus irises azules, una nueva pregunta se le vino a la cabeza, como el veneno más mortífero. ¿Le dejaría? ¿Lo botaría como un juguete cuando deja de ser divertido? Si William se enteraba de lo que Varek le había hecho, lo más probable fuera que sí. Definitivamente todo acabaría.

—No contestaste mi pregunta.

Alegó William roncamente, observando el par de ojos esmeraldas que tenía en frente; los que siempre estaban vivarachos y aún en sus tristezas no dejaban de desprender brillo. William ladeó la cabeza hacia su izquierda, un tic que tenía cuando sabía que algo andaba mal. Ahora los orbes verdes estaban apagados, angustiosos y desesperados. Sus sospechas se incrementaron cuando Harry alejó rápidamente la mirada, divisando algún punto indefinido a sus espaldas.

—Iba... iba al comedor— Respondió inseguro, tallando un pedazo de la camisa contra sus dedos, gesto nervioso que tampoco pasó desapercibido por el moreno.

Se acercó, casi pegándose a su cuerpo pequeño y delgado. Harry apenas le llegaba al pecho y por ello tuvo que tomarlo por el mentón para así ya no pudiera huir de su penetrante mirada.

—Me temo que sigues sin contestar a mi pregunta. No te cuestioné a donde ibas, si no qué estabas haciendo aquí.

Simplemente se le entumió la lengua, como si hubiese sido anestesiada por xilocaína. Harry sintió la lengua adormecida y sólo se le ocurrió toser para ganar unos pocos segundos. ¡William cruzaba un par de palabras con él y le dejaba fuera de combate! Se puso más nervioso pues sabía que él —William— había descubierto que algo no estaba bien.

— ¡Nada, sólo pasaba por aquí!... vengo del almacén— Confesó esperando su tono de voz no lo delatase. William asintió sin estar convencido.

— ¿Algo que tengas para decirme?— Preguntó de pronto. Harry negó sintiendo un nudo en la garganta.

Igual a un eco, la pregunta recalcó en su subconsciente. "¿Algo que tengas por decirme?" Retumbó la voz grave de William en su interior adquiriendo un nuevo significado.

Sí. Sus ojos parecieron volver a encontrar su brillo. Por un momento la angustia y la tristeza se marchó, dejando de empañar la belleza de éstos. Y justo cuando William, bastante molesto, iba a dar media vuelta para marcharse, Harry le sujetó del antebrazo.

—Sí— Susurró, pero el moreno pudo escucharle claramente. Alzó sus cejas oscuras, invitándole a que continuase. Las mejillas del rizado se tornaron escarlatas mientras se mordía el labio inferior con insistencia.

— ¿Y bien?— Soltó William exasperado. Sorpresivamente, Harry se puso de puntitas pasando los brazos sobre el cuello obligándole a que se agachara y rojo como una deliciosa cereza le habló agitado.

—Primero, Bésame... por favor.

Rogó y el cálido aliento provocó un agradable cosquilleo en los depredadores labios de Tomlinson. Su acción fue la respuesta e inmediatamente se apoderó de la siempre deseable boca. Atrapó los suaves y carnosos labios entre sus dientes, mancillándolos levemente al tiempo que lo elevaba algunos centímetros del piso para restregarlo en la pared.

Harry suspiró. Un reconfortante hormigueo le recorrió desde las plantas de los pies hasta el vientre, entregándose con furor y sonriendo al mismo tiempo mientras sentía la barba descuidada de William raspar su rostro. Hubiese querido que durase más, pero William estaba demasiado impaciente para seguir soportando la duda; él lo empezó y él lo terminó. Harry supo que era tiempo de hablar, ignoraba lo que vendría después, pero lo más importante era deshacerse de esa carga.

Todavía a un palmo de distancia, con la respiración irregular, los labios hinchados y las mejillas sonrojadas le miró atentamente para que a través de sus ojos detectara la sinceridad en las palabras que a continuación diría.

—Ich liebe dich— Confesó nervioso, pero emocionado.



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