Capítulo 12

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Oscuras. Ojeras tan oscuras que el color se tornaba púrpura y contrastaba tremendamente con su pálida piel. Sus ojos se movían por toda la habitación, incapaces de permanecer quietos ni aún estando cerrados, mientras que conciliar el sueño se había convertido en una lucha que no sería ganada sin la ayuda de la valeriana; danzando con Morfeo al menos encontraba un poco de paz en el que parecía, su mayor declive.

Terminó de vestirse con su clásico pantalón de mezclilla deslavado de tanta agua, jabón y aromatizante, una playera oscura sin grabados ó detalles y con el largo cabello amarrado en una coleta baja. Tomó su maletín y bajó precipitadamente las escaleras.

Antes de llegar al comedor pudo escuchar con claridad el enorme revuelo de sus hermanas y madre. Las casas por aquella colonia eran bastante reducidas y sus paredes parecían de cartón; Perrie había llegado a escuchar, en varias ocasiones, los ruidos impudentes de los matrimonios vecinos cuando estaban intimando. La ojiazul caminó hacia el comedor llevándose una sorpresa cuando vio que la familia aún se encontraba desayunando amenamente y todavía en pijama; inmediatamente todas callaron al percatarse de su arribo.

Perrie conocía a la perfección esos silencios, que lejos de ser incómodos sonaban a una advertencia, de ser cierto el mito, sus oídos no habrían parado de zumbar. Su madre, una mujer cuyo rostro estaba igual o más desgastado que el tinte rubio que llevaba meses sin retocar alzó sus casi inexistentes cejas, visiblemente molesta.

— ¿A dónde vas?— Le preguntó con su voz chillona; Perrie ni siquiera se molestó en ocultar su antipatía.

—A la escuela— Respondió y una carajada unísona y sumamente burlesca resonó por toda la estancia.

—Es sábado, estúpida – Dijo Eleanor, su madre. Perrie formó una mueca incrédula y se acercó al calendario de la cocina sólo para cerciorarse, resopló cansina; Eleanor decía la verdad.

—Oye Eleanor, creo que Perrie comienza a drogarse como Herbert — Comentó una de sus dos hermanas mientras le sacaba el aire a un bebé de meses y la familia volvía a prorrumpir en carcajadas.

Perrie cerró los ojos inhalando suficiente aire para los pulmones, tratando de tranquilizarse; no quería caer en el mismo juego, sólo deseaba salir de ese asfixiante lugar en el que sólo dormía y si alguna vez sobraba alimento, también comía.

—Como si te importara Eleanor... —Respondió hastiada, sin siquiera mirarla y salió sin despedirse.

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No tuvo que caminar demasiado para llegar al acostumbrado parque que solía visitar en sus ratos libres. Se sentó bajo la sombra de un hermoso y anciano árbol, recordando su miserable vida y los acontecimientos recientes que le impedían estar en paz. Ya era suficientemente desgastante convivir con una 'familia' tan atípica y desgraciada como la suya, para ahora, tener que soportar llevar más cargas.

Sí, su madre, que salía con más hombres de los que podía contar sólo le faltaba poner una tarifa oficial a su cuerpo para que fuese una completa prostituta. Había parido a cuatro niños, tres mujeres, entre las que se contaba Perrie y un hombre, que la ojiazul tenía mas de un mes sin ver. Los cuatro hermanos nacidos de distintos papás con el apellido de Eleanor, que los hacia parecer sólo hermanos de ella.

Nerviosa y desesperada sacó su cajetilla de cigarros, tomó uno y lo encendió. La primera calada fue profunda, tranquilizando sus exasperados nervios qué si bien, nunca fueron de acero.

¡Cómo se empeñaba la vida en meterla en más problemas!

Dos días. Sólo dos días habían pasado desde que estuvo en el bar, desde que vio el maldito reloj y su conciencia no paraba de joder.

Gefängnis (ls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora