Cantos de Luna.

Da Angie_Eli_Carmona

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En Erydas existen dos reinos, el reino Sol y el reino Luna. Estos reinos se formaron después de que, en la g... Altro

Introducción.
Capítulo I. «Viejos encuentros»
Capítulo II. «Descubrimiento»
Capítulo III. «Licántropos»
Capítulo IV. «Propuesta real»
Capítulo V. «Sé fuerte»
Capítulo VI. «Pescador»
Capítulo VII. «Últimos en llegar»
Capítulo VIII. «Compromiso»
Capítulo IX. «El baile de la amada»
Capítulo X. «Cambios inesperados»
Capítulo XI. «Opiniones»
Capítulo XII. «Poder»
Capítulo XIII. «Banda»
Capítulo XIV. «Erys»
Capítulo XV. «Ventaja»
Capítulo XVI. «Nathan»
Capítulo XVII. «Tenebris»
Capítulo XVIII. «El comienzo del fin»
Capítulo XIX. «Inframundo»
Capítulo XX. «Fortaleza oculta»
Capítulo XXI. «Conocido»
Capítulo XXII. «Ganadoras»
Capítulo XXIII. «Sacrificio de sangre»
Capítulo 24. «Decisión definitiva»
Capítulo 25. «Susurro mortal»
Capítulo 26. «Falsedad»
Capítulo 27. «Espíritu»
Capítulo 28. «Trato»
Capítulo 29. «Nuevos Dioses»
Capítulo 30. «Magia de manos»
Capítulo 31. «Renacimiento»
Capítulo 32. "Última batalla"
Capítulo 33. «Matrimonio arreglado»
Capítulo 34. «Sueños»
Capítulo 35. «Daño»
Capítulo 36. «Orías»
Capítulo 37. «Confrontación»
Capítulo 38. «Compasión»
Capítulo 39. «Disfruten...»
Capítulo 40. «Parecido»
Capítulo 42. «Un largo camino para un gran destino»
Capítulo 43. «Injusticia»
Capítulo 44. «Punto de quiebre»
Epílogo.
Agradecimientos, nota final, ¿Siguiente libro?
Segundo libro ya publicado.
NO TE DETENGAS DE LEER.
AVISO. ¡LEE ESTO POR FAVOR!
Aviso.

Capítulo 41. «Lo sabías»

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Da Angie_Eli_Carmona

—¿Sabes dónde exactamente está el cetro? —Zedric preguntó, escéptico—. ¿Es seguro? ¿Cómo es? ¿Tenemos que hacer algo?

Vadhur se llevó la mano a la barbilla, pensando.

—Sí, más o menos, es un lugar bastante raro, y sí, hay ciertas condiciones que se tienen que cumplir una vez que estén ahí.

—Puedes explicarte, ¿Por favor?—rogó Connor con diversión—. Tus respuestas son muy vagas.

—Bueno, hace mucho tiempo que viajo en el desierto —explicó él— Y este no es un lugar normal. Como saben, debajo de toda esta arena hay un gran palacio, una gran ciudad, vestigios de antiguas civilizaciones que han muerto en el medio de la nada. Fue así como, en mi búsqueda de autodescubrimiento, llegué al centro de todo —sus ojos brillaban, movía las manos al ritmo de sus palabras— Literalmente se trata del centro del desierto, y donde mi amigo... —señaló a su mascota alada, que se incó cual perro para dejar que Vadhur lo acariciara mientras buscaba la definición a lo siguiente que diría— Bueno, donde él y su familia vivían.

—¿Y nos llevarás ahí? —Zedric parecía emocionado, tanto que sus ojos llameaban por la emoción— ¿Puedes?

Vadhur sonrió, divertido.

—Lo estoy considerando... —dijo, la mano en su barbilla—Bueno, sí. Los llevaré ahí, pero será mañana. Dejemos que hoy oscurezca, que duerman, y que se recompongan para el día de mañana.

—Yo elegiré el camastro más lejano que hay —dijo Amaris, visiblemente agotada—. Preferiría que nadie hable conmigo hasta que estemos en camino.

Piperina fue y la siguió, visiblemente preocupada. Hablaron varios minutos, se abrazaron y se dieron aliento ante lo que venía.

Una vez Amaris se hubo dormido en sus brazos, Piperina se dejó caer en el camastro a su lado, cansada.

Estaban durmiendo bajo el cielo estrellado. El clima estaba volviéndose más frío, Vadhur había creado de la arena varias mantas a conciencia, un hecho que demostraba lo familiarizado que estaba con el desierto y sus secretos.

Piperina comenzó a pensar en su visión, en lo dolorosa que había sido y en lo afortunada que era de que estuviera bien. Había salido de eso y todo estaba bien.

Fue entonces cuando escuchó los sollozos. Dió media vuelta y miró que, a varios metros de distancia, Alannah lloraba.

Pequeños gemidos salían de sus labios, se cubría el rostro para que nadie la escuchara, pero, al parecer, no sirvió de mucho.

—¿Estás bien? —Skrain se acercó a ella, preocupado.

Alannah se derrumbó, en sus brazos, visiblemente afectada.

—Yo... —gimió, luego confesó con voz entrecortada—: No quiero perder a Amaris. Puedo ver que día con día su situación empeora, pero no puedo hacer nada. Soy una mala hermana.

Skrain soltó un resoplido. Acarició su cabello, un gesto amoroso que hizo que a Piperina le doliera el corazón, y luego, con voz cálida, susurró:

—Eres una muy buena hermana, estás aquí, estás apoyándola. No tienes porque culparte si estás dando lo mejor de tí.

Alannah sonó bastante real.

Skrain sonó bastante real, también.

Se estaban apoyando, dando inicio a una relación completamente sincera y de apoyo a la que Piperina no podía ponerle peros. A ella le gustó que, aun cuando fuera algo doloroso para sus propios sentimientos, aquella búsqueda diera fruto a buenos sentimientos, amistades, amores.

Luego, después de haberse sentido bien por unos segundos, vinieron los sentimientos de dolor. Piperina tragó fuerte, sabiendo que aquel beso en el barco no había significado para él lo suficiente como para olvidarse de que Alannah le interesaba.

El silencio llenó el ambiente. Alannah y Skrain permanecieron abrazados por mucho tiempo, él acariciando su cabello de forma amorosa. Piperina no supo cuando se separaron, estaba tan cansada que quedó dormida antes que la agonía de verlos juntos terminara.

🌙🌙🌙

Zedric apenas si pudo dormir. Se sentía observado, todo el peso de la misión y sus resultados llevaba semanas haciéndole presión, estresándolo hasta el punto más alto.

Justo antes de que amaneciera, despertó. Se removió en su camastro, incómodo, y abrió a los ojos para ver al largo y oscuro cabello de Amaris hondeando por el viento salvaje del desierto.

Ella estaba sentada en una gran roca, mirando hacia la nada con anhelo desde la gran altura en que se encontraba. Esa roca los separaba del desierto, era la barrera entre la nada y la extraña fortaleza improvisada que Vadhur había creado.


Zedric, como por impulso, caminó hacia ella. Una vez la hubo alcanzado, se sentó a su lado.

Amaris no se movió, ni siquiera pareció haber notado su presencia. Sus ojos brillaban con la luz de la Luna, que aun se veía en el cielo. Era uno de esos momentos mágicos, cuando el Sol y la Luna podían verse en el cielo al mismo tiempo.

—Cada vez estás más perdida —dijo él para llamar su atención, al mismo tiempo tratando de parecer seguro cuando estaba muy nervioso por ella y todo lo que venía—. Me preocupas.

—Ranik me dijo algo parecido el otro día —respondió ella—, pero estoy bien, no te preocupes.

—Yo...

—Lo siento —se disculpó Amaris, el dolor llenaba su tono de voz—. Lo siento mucho. Estoy tratando de mantenerme tranquila, pero, por el momento, no creo que la compañía me ayude. Quiero estar sola.

Zedric sintió su respiración cortarse. Amaris sonaba distinta, más seria de lo que la había oído en mucho tiempo.

—¿Es por el cetro? —preguntó, sin nada más en su mente que pudiera justificar el que ella tuviera el ánimo tan bajo—. Nadie te está forzando a portarlo, aun cuando la Luna lo haya mandado.

—Es precisamente por eso por lo que estoy confundida —Amaris miró a Zedric, que bajó la mirada a la pequeñas y diminutas pecas que, iluminadas por la luz del sol al amanecer, la hacían destacar y ver aun más hermosa— Es la Luna. Es la diosa que yo, mi familia, el ente que todos hemos seguido por generaciones. No puedo sólo decir que no, pero, a la vez, siento que es lo mejor. Creo que es lo correcto.

—Yo siempre he seguido al Sol —dijo Zedric, recordando toda su niñez, los rituales, las bodas, las ceremonias, fiestas y reuniones— ¿Crees que no es difícil para mí lo que estos dioses parecen ser? No son lo que pensábamos, y si estás segura de que no quieres ese cetro, entonces...

—Entonces sólo debo hacer lo que quiera —completó Amaris—. Lo sé.

Zedric mantuvo su vista fija en Amaris. Podía leer la aflicción en su rostro, leer la forma en que sus sentimientos fluían de forma inestable, sin que ella pudiera controlarlos.

Amaris se levantó. Bajó de la muralla que los protegía del desierto, dejando sus pies desnudos caer en la arena.

Veía muchas cosas, entre ellas a bellos y alados animales volar por encima en el cielo.

—Este lugar fue una vez un centro de reuniones para mascotas como las de Vadhur —dijo, debajo de ella podía ver a los fantasmas de una antigua ciudad, vistos en algo parecido a una visión transparente, sin ser real, pero muy cerca de serlo—. Sus dueños, esas criaturas, venían y jugaban, disfrutaban en una gran y basta ciudad...

—Amaris... —Zedric la alcanzó, tomándola de la muñeca y haciéndola girar para mirarla a la cara— ¿Por qué hacerlo? ¿Por qué renunciar al amor? ¿Y si lo nuestro...? ¿Y si yo era...?

—¿Mi verdadero amor? ¿El amor de mi vida? —bufó, dejando de mirar el desierto para mirarlo a él, a la forma en el que el desierto y la sequedad parecían colindar con él, con su luz, con la forma en que el fuego fluía en sus venas— Entre tú y yo no hay futuro. Sabes quienes somos. Sabes que nuestros reinos han sido opuestos por siglos. Estás comprometido con alguien como tú, y en algún punto de mi vida yo estaré comprometida a alguien como yo, aun cuando algo... —se detuvo, él la miraba con tal ahínco que la hizo contener la respiración— Algo haya sucedido entre nosotros anteriormente.

Zedric se inclinó y cortó el espacio entre ambos.

Fue un beso lleno de deseo, anhelo y melancolía. Él llevó las manos a su cintura, acercándolos aun más, mientras que ella revolvió su cabello, dejándose llevar a pesar de las circunstancias.

Zedric podía embriagarla de tal forma que era imposible resistirse, sus manos, su toque, su calor, la mantuvieron hipnotizada por varios segundos que, en retrospectiva, parecerían eternos.

Zedric terminó el beso separándose de ella y dejando su mano en la barbilla de Amaris mientras la observaba con melancolía.

—Me gustaría que todo fuera distinto —dijo, anhelante—. Lo lamento.

Amaris bajó la mirada. Zedric, dolido porque ella no lo estaba deteniendo, se levantó y fue de nuevo con sus amigos.

Las imágenes que ella podía ver eran impactantes. Le costaba dejar de mirar, olvidar, concentrarse en algo más que lo maravilloso de la escena, además de en su dolor.

La ciudad había sido enorme. Las murallas, los caminos, las edificaciones, todo estaba hecho de arena que, brillante, parecía reflejar distintos colores con la luz del Sol.

Había miles de mascotas idénticas a la de Vadhur, volando, transportando como si se tratara de caballos, así de comunes.

La ciudad estaba llena de torres. Eran altas, talladas con muchísimos detalles, con títulos y grabados que decían el nombre de su dueño, cánticos, alabanzas, o pinturas de sus dioses. Parecían tener muchísima profundidad, llegar hasta las partes más recónditas por debajo del suelo.

—Me siento bastante sorprendida —la voz de Adaliah, tan cortante como siempre, la sacó de su aturdimiento—. Alannah retosó toda la noche con Skrain, tú compartes saliva con Zedric, Piperina con Nathan. Se suponía que era yo la que iba a casarme, ¿No es así?

—Adaliah, no estoy de humor...

—Es curioso. Tú y Zedric son compatibles de muchas formas, se adoran, pero nunca podrán estar juntos —se detuvo, Amaris notó ciertos celos en su voz— Y yo, en cambio, estoy obligada a pasar el resto de mi vida con alguien que nunca me querrá.

—Lo lamento.

—Sé que lo haces —Adaliah pasó a sentarse, un gesto de cercanía que era bastante inusual para Amaris— Eres muy buena, te preocupas por todos.

—No juegues con el sarcasmo conmigo —dijo Amaris.

—Lo eres, es por eso que me irritas tanto —aclaró— Pero, bueno... —Adaliah soltó un suspiro— No es de eso de lo que quería hablar contigo. Creo que he recordado algo.

Por primera vez en todas las veces que ambas habían hablado, Adaliah sonó asustada. Había miedo en su voz.

Amaris la miró. Trató de encontrar el miedo que había escuchado en el tono de voz de su hermana mayor, la más dura de todas. El rostro de Adaliah era firme, pero no tan firme como lo era siempre.

—¿Recordado algo? ¿Qué? —preguntó, frunciendo el ceño por lo raro que sonaba. Adaliah se removió en su lugar, incómoda, pero explicó:

—Recordé lo que dijo Zara la última vez que nos reunimos. Ella... —Adaliah carraspeó, la vista puesta en el horizonte— Mencionó algo.

—No entiendo porque te uniste a ella en primer lugar —respondió Amaris, estaba empezando a acostumbrarse a usar un tono de voz serio cuando era necesario y abandonar su suceptibilidad—. No te iba a dar el cetro. Podía asesinarte en cualquier momento, traicionarte...

—Sabes que el hechizo que nuestra madre puso sobre nosotras revelaría que ella había sido mi asesina —explicó Adaliah—. Ella no quería que se supiera tan pronto que el plan era de ella, no quería ganarse problemas tan pronto.

—Parece que la conociste muy bien.

—Planeamos juntas. Ella, Calum, y yo, juntos. Habíamos hecho una alianza que parecía bastante sólida. Es por eso que recordé lo que me dijo una noche.

—¿Y qué te dijo?

—Ella dijo...

Antes de que Amaris pudiera notarlo, una extraña sensación la envolvió y la sacó de su cordura.

Al despertar, si es que lo había hecho, ya no estaba en el desierto, sino en una cabaña en el medio de la nada. Podía oír fuera a los grillos, animales salvajes y sus gruñidos, a la naturaleza en pleno apogeo.

No había luz que alumbrara el lugar. Apenas si podía ver bien a través de las sombras, que eran difíciles de distinguir como algo con forma o sentido.

Alguien se removió, Amaris notó que se trataba de Adaliah, que dormía plácidamente en un pequeño camastro.

—Esto es maravilloso —fue lo que rompió el silencio y sacó a Adaliah de sus sueños— Princesita, princesita...

Zara se acercó y quitó las mantas que cubrían a Adaliah. Esta soltó un gruñido, y dijo:

—¿Qué pasó? ¿Qué cosa importante tienes para contarme?

—He averiguado algo más sobre nuestra búsqueda gracias a la puta del burdel —respondió Zara, orgullosa— Sabe más de lo que parece y, después de varias horas de tortura propiciada por nuestro gran aliado Calum, habló.

—¿Y? ¿Qué te dijo? —insistió de nuevo Adaliah.

—Sacrificios. El lugar al que iremos es bastante más complicado de lo que imaginé, pero también tendremos que pasar por una especie de sacrificio al final.

Adaliah entrecerró los ojos, y gruñó:

—Más vale que lleves a alguien si lo que se requiere es un sacrificio humano —dijo Adaliah—. Ya es suficiente con tener que enfrentar monstruos marinos, y las pruebas que ni sabemos como serán, y ahora...

—Sólo sé que uno nunca verá lo que fue el gran reino del desierto, y no sé si sea vivo, o muerto, pero no me importa.

—¿Y si se tiene que sacrificar al que más lo desea? ¿Crees que seas tú? —insinuó Adaliah, la sonrisa de Zara se extendió, con diversión brillando en su rostro, sus ojos grandes brillando loro la ironía—. ¿Te sacrificarías para que los demás lo tengamos?

—No me sacrificaré —respondió Zara—. El destino está decidido, y no importa lo que pienses, o si intentan detenerme, nunca lo harán.

Al volver de su visión Amaris notó, para su propia satisfacción, que no habían pasado ni dos segundos desde que se había perdido, que fue lo suficiente como para que Adaliah la mantuviera derecha y sin caerse, unos pocos segundos.

—Un sacrificio —dijo con firmeza—. Es eso a lo que le temes.

—Yo...

—Tú siempre lo supiste —le recriminó Amaris enseguida, dolida—. El monstruo, por eso estabas preparada con tus dos espadas extras.

—Yo...

—¡Varios marineros murieron por tú culpa! ¿Crees que esto es sólo un juego, qué podemos ser iguales a Zara y no valorar la vida de los demás?

—No te hagas la inocente —habló Adaliah, su tono idéntico al de una serpiente, rasgando en el interior de Amaris por su crueldad—. Sabías lo de los miedos y no nos lo dijiste. Nunca has podido...

—¡Basta! —Piperina, que llevaba pocos segundos oyendo la conversación y que había sido despertada, como ya todos en el campamento, por los gritos de ambas, gritó— Es hora de comer, porque nos espera una gran odisea. ¡Vamos!

Ambas comenzaron a avanzar. Piperina miró fijamente a Adaliah, que una vez que se hubo marchado se detuvo, y susurró:

—Nadie puede confiar en nadie, y lo sabes. ¿Dejarás que Alannah te quite al único chico que te ha interesado alguna vez?

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