Lost City. Mi Nueva Vida.

By RachelBarker07

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Después de la derrota de Voldemort la tranquilidad vuelve poco a poco. Hogwarts a quedado destruida y todos h... More

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Invitaciónes

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By RachelBarker07

Capitulo 16. Pax

No quería regresar al departamento, pero debía hacerlo, no había otro lugar al que ir.

En la entrada vió a un sujeto del ministerio listo para llevarlos a su mansión, el alcohol en su cuerpo se desvaneció.

—¿Ha sido tan rápido? —burló, tomando un pedazo de tarta y leche del refrigerador, pero antes de que pudiera llevar un bocado a sus labios, la mano de Narcissa se estampó en su mejilla.

—¡Tu padre te amaba!— grito, llorosa y enrojecida.  —vas a ir conmigo y nos ayudarás a enterrarlo.

—Como órdenes.— contestó secamente. Su madre ya estaba sufriendo lo suficiente. Debía guardar silencio y aligerar su carga.

Llegaron rápido. Un traslador estaba listo para transportarlos. Solo podrían estar 4 horas, pasado ese tiempo serían expulsados hasta nuevo aviso.

En cuánto pisaron los enormes terrenos de la mansión Malfoy ,ambos se sintieron abrumados por la nostalgia.

Los jardines estaban descuidados y secos, nada preparados para el invierno, mientras la mansión mostraba la mayoría de las ventanas rotas y un muro con hoyos, muy seguramente hecho por varios de los mortífagos que Voldemort les ordenó asilar. En la caída del señor oscuro, habían huido con desesperación haciendo destrozos a su paso.

—Adelante.— El autor que los vigilaba tenía cara de estar siendo obligado a la peor de las torturas.

En el centro de la enorme sala, ya estaba el féretro del Lucius Malfoy y cuatro hombres más, vestidos de pies a cabeza con trajes de luto. Empleados que el ministerio contrataba para agilizar el entierro.

—Mi señora— dos elfos doméstico se acercaron a Narcissa, pidiéndole su abrigo.

La rubia pareció sorprendida de que las criaturas aún siguieran en la mansión.

—En cuanto terminen, el ministro los espera en la oficina. —indicó el Auror.

Prácticamente no hubo funeral. No había palabras de despedida cálidas para el mortífago.

Entre los hombres del ministerio y Draco, cargaron el féretro al jardín. En una pequeña sección estaba el panteón familiar. 36 tumbas dónde yacían todos los jefes, esposas e hijos Malfoy.

Entre todos, incluyendo a Narcissa, cavaron el hoyo y depositaron para su descanso eterno a el gran señor, Lucius Abrazas Malfoy.

Narcissa, volvió a llorar desconsolada, enterrando las uñas en la tierra una vez que el féretro estuvo cubierto.

—Te amo, Lucius.— suspiró por última vez.

Draco miraba todo desde atrás, se decía internamente que nunca volvería a pararse frente a ese lugar hasta el día en que a él mismo le tocara su turno de ocupar un espacio. No lloró ni una lágrima.

Cuando entraron de nuevo, Kingsley Shacklebolt los esperaba con un pergamino en mano.

—Lamento su pérdida. — el moreno lo dijo más como requisito, ya que en realidad no llevaba una buena relación con Lucius.

—Gracias— respondió tranquilamente Narcissa.

—El señor Malfoy dejó un testamento que me dispongo a leer ahora que están presentes sus herederos... "Yo, Lucius Abraxas Malfoy, en uso de mis facultades mentales, dejo a mi amada esposa, Narcissa Malfoy... la bóveda número 0963587 en Grintgots, espero que eso la ayude en mi falta y le pido resignación. Ella mejor que nadie, sabe que todo lo hice fue por nuestro bien y que apresar de todo, la ame más que a nada en el mundo. Para mi hijo, Draco Lucius Malfoy, queda en sus manos la Mansión Malfoy y las bóvedas de Grintgots 00384711 y 0876729, así cómo la casa de campo en Francia; y le pido que pese a nuestras enormes diferencias, proteja a su madre siempre, le de el amor y compañía que yo ya no podré darle y espero que con el paso del tiempo sepa perdonar todos mis errores... Es todo. — Kingsley enrollo nuevamente el pergamino e hizo entrega a ambos de las llaves y escrituras de la mansión Malfoy y la casa en Francia. —De momento los accesos a las bóvedas de Grintgots no están disponibles.

—Dinero, que más podía dejar.— renegó Malfoy, entregando todo en manos de su madre.

—Por favor, Draco.— pidió la señora.

—Aun así...— continúo el ministro —les tengo que pedir que sigan en el lugar que les dimos por su seguridad. Hemos llevado acabó varias redadas y esperamos poco a poco purificar todo para que puedan volver a su vida normal, pero de momento estar aqui no es seguro para ustedes.

—Lo entendemos.

—Si gustan tomar algo de sus pertenencias, ahora es el momento. ¡Rosier!— llamó

Abriendose la puerta de la oficina, Adam Rosier entró.

—Si ministro— el chico agachó la cabeza con respeto.

—Consideren a Adam como una conexión con el mundo mágico. Les ayudará a reconstruir su mansión y arreglar lo que necesiten sin tener que volver aquí.

Narcissa y Draco solo asintieron. Esperando hasta que el ministro saliera para hablar.

—¿Eres Auror?— pregunto Draco, molesto.

—Si, lo soy, pero aún así tengan por seguro que todo lo que me confíen será secreto, solo entre nosotros.

—¡Imbécil!— Draco se levantó, dándole un empujón y saliendo de un portazo.

Narcissa se quedó mirando el impoluto escritorio de su esposo y acariciando la silla de piel donde el señor solía sentarse a leer.

El rubio caminó por los fríos pasillos de altos techos, llegando a la conclusión de que no sé sentía en casa. Deseaba volver lo antes posible al pequeño departamento de cartón y recostarse en su cama para dormir por horas o tal vez días.

Inconscientemente sus pies lo encaminaron a su dormitorio. Antes de darse cuenta, ya estaba parado frente a los enormes espejos del fondo de la habitación.

Se miró un par de minutos. Perdido en su horrible reflejo.

Iba formal, pero las manchas de lodo en sus mangas delataban el laborioso trabajo de haber enterrado a su progenitor. Se acercó más a los espejos viendo su rostro con detenimiento, su cabello rubio se veía terrible, no quedaba nada de la sedosidad de antaño. Su rostro comenzaba a verse recio y las ojeras adquiridas cuando se convirtió en mortífago estaban firmemente tatuadas en él.

—Pobre diablo.— susurró para si mismo, odiandose, asqueado de verse tan devastado, y tentado a romper a puños cada maldito espejo que le recordara quien era él.

Estuvo a punto, hasta que un olor desagradable lo hizo mirar a los lados en busca del origen. Un maullido lastimero bajo su cama lo guió. Se inclinó y levanto la cobija de seda, el olor a muerte le dió de golpe en la nariz. Ahí estaba uno de sus gatos, la pequeña gata blanca, Rin, había muerto de hambre esperando a su amo.

Lleno de rabia, Malfoy bajó la cobija y todo ese llanto que había estado resistiendo comenzó a brotar de su interior. Sentado en el suelo permitió que al fin saliera todo el dolor que sentía, con desesperación se jalo el cabello, seco y sucio, que ahora lucía un tono grisáceo.

—¡Eres un asco!— gritó, golpeándose repetidamente la cabeza,
hasta que el maullido nuevamente se escuchó. A su lado y con pocas fuerzas un gato de pelaje negro, se acercó a él, acurrucándose entre las piernas de su dueño.

—¡Pax!— lo cargo entre sus brazos. El pequeño felino estaba casi moribundo. Si no hacía algo pronto, también fallecería.

Con sumo cuidado, lo dejó sobre la cama y de uno de sus enormes closets, sacó un par de maletas que comenzó a llenar de ropa, varios anillos, un par de libros y galeones que tenía escondidos. Nuevamente tomó al gato entre sus brazos y corrió en busca de su madre.

—¡Estoy listo, vámonos!

—Solo un poco mas... — Narcissa se encontraba en la recámara principal, acariciando los trajes de su marido, quitándoles el polvo acumulado durante los meses que habían estado ausentes.

—¡Toma lo que necesites y vámonos ya!— gritó desesperado el rubio.

La señora dió un largo suspiro y caminó a una de las recamaras secundarias. De debajo de la cama, sacó un viejo álbum de fotos.

—Vamonos.

—¿Y tu ropa?

—Estoy bien con lo que tengo.

En la entrada el tipo que los había llevado y Adam, los esperaban.

—Estamos listos.

—Señora Malfoy, en un par de días y con su permiso podré cambiar unos cuantos galeones de sus bóvedas por libras, para que estén más cómodos en la ciudad. — comentó Adam.

—Gracias.

Mirando con dagas a los elfos que aún servían en la mansión, Draco tomo a uno de ellos por las solapas.

—Sera mejor que comiencen a limpiar toda la mansión, entierren a Rin en el jardín y quiten los malditos espejos de mi habitación o juro que cuánto regrese, los haré sufrir cómo nunca antes en toda su maldita existencia. — sintiendo las miradas inquietas de los Aurores, Draco soltó al elfo a regañadientes.

—¡Perdon, mil, mil perdones, lo sentimos amo Malfoy! —dijo con nervios el otro elfo. —Todo estará cuidado cuando vuelvan.

En un parpadeo, Draco y su madre aparecieron frente al edificio muggle en Inglaterra.

—Draco.— Adam lo detuvo antes de que subiera al departamento. Sabía que estaba molesto con él y debía arreglarlo cuanto antes o perdería su confianza.

—Si pudiera, demolería toda la mansión. —Musitó

—Lo se.

—Haz los cambios que puedas, quiero que se vea diferente... agradable. Tómate las libertades que creas convenientes.

—Serás informado de cada movimiento. Lo prometo. Cuando vuelvas te sentirás tranquilo, en casa.

—Solo me interesa no cometer más errores, todo lo demás es desechable.

Malfoy tenía fe, en qué algún día cercano pudiera volver a sentirse cómodo allí, y porqué no, cambiar la dinámica ancestral que impedía el acceso a los hijos de muggles.

La primera en darle un visto bueno a los cambios, sería Hermione Granger.

—Lo siento tanto, Harry.

Hermione lloraba sin poder parar, los brazos de Harry la sostenían con fuerza, de no ser por eso habría caído al suelo en cuánto tocaron tierra firme.

—Esta bien, no pasa nada.

—Le estoy haciendo daño a Ron— chilló

—Va a estar bien.— Harry le acariciaba el cabello. La gente al rededor los miraban con ternura o curiosidad, por un momento Harry se sintió extraño, como si la hubiera raptado para si mismo y no por Malfoy. Fue un pensamiento extraño.

Tal vez el hurón tenía razón, a veces se tomaba demasiadas libertades. Ellos no eran padre e hija o hermano y hermana, eran amigos, los mejores amigos.

—Te llevaré a casa.

—¿No regresaremos a Grimmauld Place?

—Deberías volver a casa... intentaré quedarme un tiempo en Grimmauld, pero necesita unos arreglos, así que posiblemente termine consiguiendo algún lugar de este lado. A veces también extraño el contacto con las otras personas. No mágicas, si es posible, aún no me acostumbro a las felicitaciones .— sonrió — Me comunicaré más tarde con Ginny y veremos qué tal salen las cosas ¿ok?

—Si— Hermione no podía evitar ver a Harry como su salvador, bueno, en realidad era el más fuerte de los tres.  Ella podía ser la lista, pero Harry era valiente y nunca perdía la compostura, aunque le pasaran cosas terribles se volvía a poner en pie y continuaba. Envidiaba su fortaleza.

Caminaron un gran rato, poniéndose al día en todo lo que habían hecho los meses que estuvieron lejos de Hogwarts. Harry no quería que Hermione siguiera llorando.

—Siempre me fue difícil adaptarme aquí, pero después de todo lo que paso, la normalidad me caería bien. Lo único que extrañaré es a Ginny, y la sabrosa comida que prepara la señora Weasley.— confesó.

—¿Quieres ir a mi casa? Mis padres siempre preguntan por ti y mi madre también cocina rico— propuso la chica, causando ternura en Harry.

—Por supuesto.

—¿Has comido ya?— cuestionó Narcisa a su hijo.

Draco se había adueñado de la sala, cuidando de su moribunda mascota.  Ni él, ni su madre, lograron hacer nada para ayudarlo, sin varita o elementos para crear alguna poción, se quedaron sin opciones.

—No, lo único que he ingerido es agua. Un delicioso vaso de agua con Potter.

—¿Viste a Harry Potter?

—Solo fue una perdida de tiempo, nada importante.

Narcissa sintió un escalofrío al pensar en el niño de la profecía, no quería saber más de él, ni de todo lo que había pasado por haberlo salvado del señor tenebroso.

—¿Fue al ministerio?— preguntó molesta, pensando que posiblemente, el elegido querría burlarse de la muerte de Lucius.

—No, me busco por Granger, quiere que me aleje de ella.

—¿Cómo? ¿Y él quien se cree que es para pedirte eso?

Draco ignoro el pisotón que dió su madre, asomándose por la ventana logró ver bajo los faroles de la calle a Harry y Hermione. Iban del brazo como dos enamorados más.
Narcissa tras de él, también los vio.

—Ah, veo. Le gusta.

—¿Que? ¿De que hablas?

—No lo ves, cómo la mira.

—Madre, no creo que... Espera, espera ¡ellos tienen varita!— gritó el rubio asustando a su madre. Sin explicar nada salió corriendo a la entrada del edificio.

—¡Ayúdame!— suplicó en cuanto se los encontró en el primer piso.

—¿Draco?— ambos se sobre saltaron al verlo, llevaba su siempre ropa formal, llena de tierra.

—¿Que te pasó?— preguntó Hermione alarmada.

—¡Se está muriendo, necesito tu ayuda!— sin decir mas, subió de nuevo las escaleras.

—oh no, ¿que fue lo que hizo?— Harry y Hermione corrieron tras de el.

Al entrar en el departamento esperaron una escena terrorífica, digna de un maníaco, pero solo encontraron a Narcissa Malfoy en el suelo, acariciando a un gato negro, que parecía más muerto que vivo.

—Estoy seguro que sabes algún encantamiento o tienes alguna poción que lo ayude. — Draco tomó entre sus brazos al gato, extendiéndoselo a Hermione.  —Ayúdame, por favor.

La chica  lo miraba atónita.

—Pobrecito—La castaña lo cogió con pena, Hermione era amante de cualquier felino y ver a uno sufrir, le apretaba el corazón. —¿que le ocurrió?

—No pude sacarlo cuando todo acabo y no hubo quien lo alimentara, los estúpidos elfos se olvidaron de él.

—¿Es tuyo?— Harry parecía confuso, no se esperaba que a Draco le gustáran los animales.

—Si.— gruño en respuesta.

—Ven, en casa tengo algo que le ayudará. — Hermione y Draco salieron, mientras Harry se quedó clavado al suelo viendo a Narcissa Malfoy,ella igual que Draco, tenía la ropa llena de tierra.

Y entonces, al ver el rostro reprochante de la señora lo supo, habían enterrado ya a Lucius Malfoy.

—Lo lamento. — le susurró

La señora se levantó, ignorando las palabras del pelinegro. Con una cara de orgullo y soberbia, pasó junto a él como si no existiera, encerrandose en su cuarto.

—¡Harry! ¡Qué gusto nos da verte!— el padre de Hermione no podía evitar su emoción cuando lo vio llegar.

—¡Mírate nada más como has crecido, siéntate, siéntate!— los ojos de la señora Granger resplandecieron como si a su casa hubiera entrado una celebridad.

No era un secreto el porque reaccionaban así, desde que su hija fue seleccionada en Hogwarts conocieron la historia del "niño que vivió", y saber que su hija era su mejor amiga, los regocijaba. Ahora ya siendo unos jóvenes, tenían fe en que su querida niña quedará en manos de el héroe Harry Potter o en su defecto de Ron Weasley.

No había mejores opciónes.

—¿Tienes hambre?

—Si, la verdad si, un poco.

—¡Perfecto!, estábamos a punto de hacer algo de cenar. Te prepararé algo sustancioso.

—Se lo agradezco señora Granger.

Para Harry, no era extraño ser tratado así. Todas las personas que visitaba reaccionaban exageradamente alegres. Eso en ocasiones lo incomodaba, no se sentía un héroe, no se sentía una leyenda, solo había sido un chico que luchó por su vida y la de sus seres queridos, algo que cualquiera podía haber hecho en su lugar. Pero en ese momento, olvidó su desinterés en la victoria y se permitió sentirse en familia, igual que con los Weasley.

—Ire a ver cómo va Hermione. — dijo de forma automática. Los señores Granger siguieron caravaneandolo hasta que desapareció de su campo de visión.

Hermione y Draco se encontraban en la habitación de la castaña. Con gran destreza, Hermione le daba en una jeringa sustancias verdes y moradas al pobre gato flamelíco.

—¿Se recuperará?— preguntó, pero ni el hurón, ni su amiga hicieron un intento por responder, demasiado concentrados en que el gato consumiera todo lo que se le daba.

Después de un gran banquete, y de que Hermione y Draco esperaran una reacción positiva en el felino, Harry volvió a hablar.

—No sabía que fueras fan de los animales, Malfoy.

—Sorpresas de la vida, Potter.

—Esta bien. — Hermione se levantó del suelo, secándose el sudor con el antebrazo. —Aceptó todo lo que le di, mañana estará dando guerra, ya lo veras. — la chica se veía satisfecha con su trabajo.

—Te lo agradezco.— Malfoy se levantó, parándose frente a ella. Se veía más tenso que de costumbre.

—Dejalo aquí esta noche, entre Harry, Crookshanks y yo lo cuidaremos muy bien. — Harry miró al gordo gato naranja, observando todo desde arriba de una cómoda.

—¿Potter va a quedarse?— la pregunta salió como mantequilla de los labios de Draco.

—Si, es nuestro invitado. —secundo la señora Granger, con una sonrisa de mil galeones.

Harry se vió desconcertado por un momento, no había acordado nada de eso, aunque después de la cena, se sentía tan pesado que dudaba pudiera aparecerse en cualquier otro lugar. Por otra parte, Malfoy parecía apunto de lanzarse por una ventana, y eso le gustaba un poco.

—Con permiso.— Draco agachó la cabeza y sin mirar a nadie salió.

No podía permanecer más ahí, el olor de la comida que le habían preparado a Potter pronto le haría resonar las tripas, y si le ofrecían algo por lástima, se sentiría aún más miserable. 

Al llegar a su departamento, se dió cuenta que no había podido hablar bien con Hermione, pero al menos se consolaba con haber estado cerca de ella un par de horas. En lo futuro se encargaría de evitar que se fuera por tanto tiempo.

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