MAGNATE © ¡A la venta en Amaz...

Itssamleon

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MAGNATE
ADVERTENCIA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
EPÍLOGO
EXTRA
Agradecimientos
¡Sigue leyendo!...
¡NOTICIA IMPORTANTE!
¡Audiolibro de Magnate!

Capítulo 32

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Itssamleon




Decir que estoy nerviosa hasta la mierda, es poco en comparación al estado de histeria que estoy rozando con la punta de los dedos. Decir que las náuseas provocadas por los nervios me han perturbado las últimas horas, no se compara a lo cerca que he estado de vomitarme encima en el transcurso del día.

Esta mañana, luego de recibir una llamada de Gael confirmándome su asistencia a la comida familiar que está llevándose acabo aquí, en casa de mi hermana, la tortura comenzó.

He pasado todo el día agobiada. Angustiada ante la idea de imaginarme a Gael Avallone aquí, en convivencia con mi familia en convivencia con Fabián.

No he tenido el valor de recordarle a Gael acerca de la relación fraternal que existe Fabián con Isaac. Ya le había dicho antes acerca del lazo de sangre que hay entre ellos, pero las cosas han cambiado mucho desde entonces. En ese momento, tener algo con Gael, era algo meramente platónico. Algo que nunca imaginé que sería tan tangible como lo es ahora. En ese momento, ni siquiera me pasaba por la cabeza la posibilidad de estar con él del modo en el que lo hacemos. Ahora, sin embargo, no deja de aterrorizarme la idea de recordarle a Gael sobre este hecho, y hacerlo sentir incómodo con la idea de mí, en convivencia constante con mi pasado. Con quien fue mi primer amor...


—¿A qué hora llegará tu novio? —la voz de Natalia me llena los oídos y espabilo un poco en ese momento.

Tanto ella como mi madre han pasado la última hora cocinando y, a pesar de que me he acomedido a poner la mesa y a preparar variadas salsas, no puedo evitar sentirme como una holgazana en esta cocina. Sobre todo porque, entre las dos, han cocinado alrededor de cinco cazuelas pequeñas de guisados varios.

—Por favor, no vayas a llamarle así cuando esté aquí —digo, con genuino horror pintándome la voz.

—¿Por qué no? ¿No es tu novio, acaso?

—Solo estamos saliendo.

Mi madre me dedica una mirada reprobatoria desde su lugar junto a la estufa.

—Espero que ese «solo estamos saliendo» no quiera decir que es tu amigo con derecho —la amenaza en su tono es tan palpable y me hace tanta gracia, que una sonrisa boba —y aterrorizada— se desliza en mis labios en ese momento—. ¡Y no te rías! Hablo muy en serio, Tamara.

—¡No me estoy riendo! —me quejo, pero no he dejado de sonreír como imbécil.

—¡Claro que lo estás haciendo! —mi mamá exclama—, y no le veo la gracia.

Ruedo los ojos al cielo.

—Lo que trato de decir —digo, con todo el tacto que puedo imprimir en la voz—, es que llevamos muy poco tiempo, ya sabes..., juntos. Es por eso que llamarlo mi novio se siente como... demasiado. Al menos por ahora.

—¿Pero es tu novio? —Natalia pregunta, pero suena más como una afirmación que como un cuestionamiento.

Yo asiento e inmediatamente, la expresión de mi madre se relaja.

Lo cierto es que no sé qué nombre ponerle a lo que tengo con Gael. Nunca hemos hablado de etiquetas. De nombres o títulos.

Sé que hay algo entre nosotros. Sé que lo que siento por él sobrepasa mi entendimiento y que, por cobardía o por lo que sea que sea esto que me impide hacerlo, no he sido capaz de llamarlo de alguna manera.

Sé que lo echo de menos cuando no está a mi alrededor, que le pienso todo el tiempo y que me hace feliz estar en su compañía. Sé que él me procura, ve por mí y hace todas esas cosas que hacen los novios y, a pesar de eso, no me atrevo a llamarlo de esa forma. No me atrevo a ponerle esa etiqueta que lo reclama como mío, porque se siente incorrecto hacerlo. Porque, por mucho que desee que lo sea, jamás voy a atreverme a referirme a él como «mi novio», si él no lo hace primero. Si no lo escucho de su boca primero...


—¿A qué hora dices que llega, entonces? —Natalia insiste, al cabo de unos instantes y, en respuesta, me encojo de hombros.

—Iba a desocuparse luego de las tres y media. Supongo que me llamará cuando venga de camino para acá —digo, en tono despreocupado; pero tan pronto como termino de pronunciar las palabras, miro el reloj de mi teléfono por décima vez en los últimos quince minutos.

Son las tres de la tarde ya y, la resolución de este hecho, solo consigue que mi estómago caiga en picada.

—¿Y Fabián? ¿A qué hora llegará él? —la pregunta de mi mamá desvía el foco de atención que se había puesto en Gael y lo agradezco internamente; sin embargo, en el instante en el que escucho el nombre de mi cuñado, una punzada de coraje me atraviesa de lado a lado.

Pensar en Fabián, me hace recordar lo que David Avallone me dijo respecto a él. Me hace recordar el hecho de que, según el padre del magnate, engaña a mi hermana...

Natalia se encoge de hombros, pero clava la mirada en la carne con chile que está preparando.

—Está en casa de sus papás —masculla, y no me pasa desapercibida la renuencia que hay en su tono—. Dijo que estaría aquí a las tres junto con ellos, así que ya no deben tardar.

—¿Sigue sin poder resolver el asunto de las redes sociales? —mi mamá pregunta, con genuino pesar pintándole la voz.

Natalia niega con la cabeza.

—Las ventas han bajado muchísimo —dice con preocupación, y una punzada de angustia me atraviesa el pecho—. Si las cosas siguen así, la situación va a ponerse difícil. Tenemos algo de dinero ahorrado en el banco, pero no durará para siempre; así que, esperamos que todo se arregle pronto.

Aprieto la mandíbula y mi estómago se revuelve casi al instante.

—Verás que así será —mi mamá suena tranquilizadora y optimista, y eso hace que mi hermana esboce una pequeña sonrisa. En mí, por otro lado, solo provoca que una oleada de angustia me recorra entera.

—Eso espero... —musita Natalia y, entonces posa su vista en mí—. Pero no hablemos de cosas desagradables —me guiña un ojo—. Ni creas, por un segundo, que me he olvidado que tu novio estará aquí. ¿No estás tan emocionada como yo?

Ruedo los ojos al cielo.

—No vas a superarlo nunca, ¿no es así? —mascullo, con fingido pesar.

Su sonrisa se ensancha.

—Nunca —dice—. No, luego de que has pasado tantísimo tiempo sola. Jamás creí que llegaría el día en el que alguien te haría salir de esa cueva en la que te escondías.

—Ni se te ocurra hacer esa clase de comentarios delante de Fabián y su familia —le advierto, con genuino horror pintándome la voz.

Natalia, a pesar de mi advertencia, rueda los ojos al cielo.

—Por supuesto que no lo haré —dice, medio fastidiada, medio divertida por mi comentario—. De cualquier modo, ya hablé con Fabián al respecto. Le dije que estás saliendo con alguien que vendrá hoy y que tenía que comportarse.

¡¿Qué?! —chillo, al tiempo que una punzada de nerviosismo me recorre entera—. Me lleva la...

—Tamara... —mi mamá interrumpe mi maldición justo a la mitad del camino y me dedica una mirada reprobatoria—. Ese lenguaje.

Una oleada de frustración se apodera de mí, pero me las arreglo para mantener las palabrotas a raya, al tiempo que le dedico una mirada hostil a Natalia.

—No había necesidad alguna de poner a tu marido sobre aviso —siseo en su dirección.

—¿Qué se supone que tenía qué hacer entonces? —ella se defiende—, ¿dejar que le cayera como balde de agua helada y se comportara como un imbécil con tu invitado? —niega con la cabeza—. Lo siento, pero esta tarde no quiero lidiar con ese tipo de situaciones. Necesito que sea perfecto.

En ese momento, cierro los ojos con fuerza y presiono el puente de mi nariz con mis dedos índice y pulgar.

—Esto va a ser un desastre —mascullo, pero lo hago más para mí misma, que para mi hermana.

—No lo será —Natalia asegura—. Ya te lo dije: Fabián se comportará. Lo prometo.

—Eso espero —digo, en voz baja, al tiempo que le dedico una mirada incierta—. Realmente, eso espero.



~*~



Gael está a punto de llegar. Hace alrededor de veinticinco minutos que me llamó para avisarme que su reunión acababa de terminar y que venía de camino a casa de mi hermana. A partir de ese momento, la ansiedad y el nerviosismo han incrementado de manera exponencial. Se han encargado de hacer tanta mella en mí, que no he parado de mirar mi reflejo en el espejo del polvo compacto que traje conmigo. Tampoco he dejado de acomodar la falda del sencillo vestido negro que llevo puesto y, por ridículo que suene, no he dejado de alisarme el cabello con las manos.

que Gael me ha visto en mis peores fachas. que me ha visto en mis peores momentos y, a pesar de eso, no puedo evitar querer lucir bien para verlo.

Todo este tiempo, también, lo he pasado tratando de evitar cualquier clase de confrontación con Fabián. He tratado, en medida de lo posible, de llevar la fiesta en paz, aunque en estos momentos sea difícil.

El día de hoy se encuentra de un humor particularmente detestable; pero, por mucho que he deseado gritarle que quite esa cara de fastidio que lleva grabada en el gesto, he optado por mantenerme prudente y civilizada. El día de hoy, lo que menos quiero es tener una discusión innecesaria con él. El día de hoy, lo que menos quiero es herirle; porque, por muy mala relación que tenga con él, no deja de ser alguien que forma parte de mi entorno diario. No deja de ser el hermano de alguien que lo significó todo para mí...


—¿Tu novio ya casi llega? —mi hermana pregunta, en voz baja, mientras se acerca a mí con el pretexto de ofrecerme un vaso lleno de refresco de cola—. Estoy muriendo de hambre.

—Dijo que estaría aquí en media hora —hago una mueca de disculpa—. Eso fue hace casi veinticinco minutos. Ya no debe tardar.

Natalia asiente, satisfecha por mi respuesta y, justo cuando está a punto de hacer otro comentario, siento cómo mi teléfono vibra en mi mano.

En ese momento, pego un salto de la impresión y reprimo el impulso que tengo de soltar una palabrota; sin embargo, cuando leo el nombre de Gael en la pantalla, todo el mundo vuelve a su lugar. Todo el mundo se centra de nuevo porque es en ese preciso instante, cuando la realización de lo que está a punto de ocurrir, me golpea de lleno.

Está aquí. Gael está aquí.

«Oh, mierda...»

Me tiemblan las manos cuando deslizo mi dedo por la pantalla para responder, pero no dejo que eso me impida llevarme el aparato al oído para decir:

—¿Diga?

—Estoy aquí afuera —la voz de Gael me inunda los oídos en ese momento y toda la sangre del cuerpo se me agolpa en los pies.

«Me lleva el infierno...»

—Ya salgo a encontrarte —digo, y me las arreglo para sonar relajada y serena; un claro contraste con la sensación vertiginosa e inestable que se ha apoderado de mi sistema.

Una mirada en dirección a mi hermana, le hace saber que Gael está aquí y, en el instante en el que la sonrisa entusiasmada se desliza en sus labios, me arrepiento de todo esto. Me arrepiento de estar aquí, de haber invitado a Gael y de no tener el valor de salir corriendo de aquí y llevarme conmigo al hombre que está allá afuera.

Me pongo de pie.

Nadie está poniéndome especial atención, ya que todo el mundo está distraído o charlando; pero, a pesar de eso, no puedo evitar excusarme antes de encaminarme en dirección a la entrada de la casa.

El sonido de la música baja que Natalia ha puesto y el de las conversaciones que todos mantienen, me hacen saber que nadie va a notar demasiado mi ausencia ahora mismo, pero, de todos modos, me siento con la imperiosa necesidad de avisarle a la nada que voy a ausentarme unos minutos.


Me tomo unos cuantos segundos en la entrada de la casa, solo porque necesito tomar un par de inspiraciones profundas antes de abrirla; sin embargo, hacerlo no aminora mi ansiedad. Tampoco ralentiza el latir desbocado de mi corazón, o la forma en la que mis pulmones están quedándose sin aire.

Así pues, sin sentirme del todo segura, abro la puerta y salgo a la pequeña cochera de la entrada. Entonces, abro el cancel y me asomo a la calle.

No me toma demasiado encontrar el coche de Gael —es el más ostentoso aparcado junto a la acera.

A él tampoco le toma demasiado darse cuenta de mi presencia, ya que, justo cuando estoy acercándome al auto, sale de él y me dedica una sonrisa arrebatadora.

Quiero borrarle esa sonrisa del rostro. Quiero golpearlo justo al centro de la cara, solo porque no puedo soportar que esté así de confiado ahora mismo. Solo porque no puedo soportar que no luzca nervioso en lo absoluto.


—Si me dices que te has puesto así guapa solo porque he venido a conocer a tu familia, te juro por Dios que no me molestaría en lo absoluto fingir que quiero casarme contigo —dice, con ese acento suyo que tanto me gusta y una sonrisa irritada se desliza en mis labios muy a mi pesar.

—¿Insinúas que no soy guapa todo el tiempo? —digo, mirándolo con los ojos entornados, mientras él acorta la distancia que nos separa.

Acto seguido, con el dedo índice le levanta el rostro y con el pulgar me sostiene por la barbilla para plantar un beso casto en mis labios.

Entonces, se separa un poco.

—No pongas palabras en mi boca. Hoy no —susurra, contra mis labios—. Hoy solo acepta el cumplido.

En respuesta, suelto un golpe juguetón en su dirección y él suelta una risotada en el proceso.

—Salvaje —masculla, antes de besarme una vez más.

—Delicado —digo, de vuelta y su sonrisa se ensancha.

—¿Estás lista para presentar a tu flamante novio con tu familia? —dice, al tiempo que se aparta y da un paso hacia atrás para darme una vista de su vestimenta.

Lleva puesto un traje negro en su totalidad, una camisa blanca y una corbata en color vino. Todo esto, acompañado de una mandíbula recién afeitada y un cabello perfectamente estilizado.

Luce tan atractivo e impresionante como siempre. Tan fuera de mi alcance como todos los días; y la sonrisa arrogante que lleva en el rostro, me hace darme cuenta de que él sabe cuán bien luce hoy.

Arqueo una ceja.

—¿Se supone que debo comerte con la mirada o algo así? —sueno socarrona y aburrida, y eso solo pinta una mueca irritada en sus facciones.

—¿Por qué no puedes hacerme un cumplido por una vez en la vida? —se queja, al tiempo que se acomoda las mangas del saco, de modo que estas cubren a la perfección cualquier vestigio de tinta en su piel—. ¿Qué no ves que me he vestido para la ocasión?

Sus palabras traen una oleada de calor a mi cuerpo, pero me las arreglo para rodar los ojos al cielo con fastidio cuando le escucho hablar.

—¿Qué debo decirte, entonces? ¿Que estás guapísimo? ¿Que eres el hombre más atractivo que he visto en mi vida? —sueno aburrida, pero en realidad estoy diciéndole todo lo que pienso de él en estos momentos—. ¿Que eres tan imponente, que no soy capaz de pensar con claridad cuando estás cerca?

Gael entorna los ojos en mi dirección.

—Eres insufrible cuando te pones en plan sarcástico —dice, y me muerdo la punta de la lengua para no decirle que todo lo que he dicho ha sido en serio. Me muerdo la parte interna de las mejillas, para no hablar de más y decirle que realmente pienso que es un hombre impresionante en todos los sentidos.

—¿Vamos adentro? —digo, en su lugar, a pesar de que no quiero que entre a la casa de mi hermana; y él, luego de hacer un mohín que se me antoja infantil, asiente y me sigue cuando me abro paso hasta el cancel de la casa.


La puerta principal de la vivienda está emparejada, justo como la dejé antes de salir, así que no me toma más de dos segundos empujarla para dejar a la vista la pequeña estancia de la entrada.

Así, pues, y sin perder el tiempo, nos encaminamos a la sala.

Llegados a este punto, mi corazón ha reanudado su marcha antinatural y el dolor en mi estómago ha incrementado considerablemente.

Un estremecimiento de pura anticipación me recorre de pies a cabeza en el instante en el que Gael posa una mano en mi espalda baja para guiar mi camino a su lado, pero no es hasta que me detengo delante del montón de gente que nos observa, que siento la imperiosa necesidad de volver sobre mis pasos.


El silencio en el que se ha sumido la estancia, es solo interrumpido por la música a volumen bajo que se reproduce desde el estéreo de mi hermana y yo, presa de la incomodidad, la vergüenza y el bochorno, hago un gesto rígido en dirección a Gael.

No digo nada. No me atrevo a hacerlo. Ni siquiera estoy segura de que pudiera hablar si así lo deseara.

—Buenas tardes —Gael es el primero en romper el extraño silencio que nos invade y yo, a pesar de que sé que él es perfectamente capaz de presentarse a sí mismo, decido tomarme esa atribución. Decido tratar de romper el hielo y quitarle algo de tensión al momento.

—Familia, él es Gael —digo, al tiempo que lo señalo en un gesto rígido y antinatural. Trato de sonar casual y ligera, pero estoy segura de que no lo he logrado en lo absoluto.

Mi papá es el primero en salir de su estupor, ya que se pone de pie de un salto y estira una mano para estrecharla con la de Gael. Acto seguido, es mi madre la que se acerca a él y lo saluda con calidez.

Natalia es un poco más efusiva con su saludo; tanto, que lo envuelve en un abrazo apretado durante el cual, mientras Gael no puede verla, articula en mi dirección algo parecido a un:

«¡Por Dios! ¡Es Guapísimo!»

Fabián, sin embargo, no reacciona del mismo modo que el resto de mi familia. A pesar de que he sido lo suficientemente prudente como para no presentarlo como mi novio, no se levanta para estrechar su mano; al contrario, se limita a quedarse en su lugar y dedicarle un gesto de cabeza a manera de saludo.

Los padres de mi cuñado, sin embargo, si se levantan a saludarlo; cosa que me sorprende en demasía, pero que trato de dejar pasar porque no es algo por lo que deba preocuparme ahora mismo.

Mi papá le ofrece algo de beber a Gael y este acepta. Es entonces, cuando ambos desaparecen en la cocina, para volver a los pocos minutos cada uno con una cerveza en la mano.

Acto seguido, mi madre y Natalia se excusan y se encaminan a la cocina; sin embargo, no es hasta que pasan unos minutos, que nos mandan llamar para sentarnos en la mesa.


La comida pasa tranquila y sin muchos percances. La atención que ha sido puesta sobre Gael, es tan intensa, que me siento abrumada y mortificada hasta la mierda.

Las preguntas respecto a su lugar de nacimiento no se ha hecho esperar. El acento cadencioso de su hablar, ha delatado su nacionalidad extranjera, así que la plática respecto a su lugar de origen, ha monopolizado casi toda la conversación.

Llegados a este punto, la angustia y el nerviosismo han mermado lo suficiente como para empezar a sentirme un poco más segura de mí misma. Más tranquila...

Natalia, eventualmente, le pregunta a Gael dónde me ha conocido y casi me pongo a gritar de la felicidad cuando él le responde que nos conocimos trabajando juntos; sin embargo, ese momentáneo instante de gozo, desaparece tan pronto cuando mi mamá le pregunta qué es lo que hace en la editorial exactamente.

Es en ese preciso instante, que toda la mortificación previa, regresa y me golpea con brutalidad.

La mirada inquisitiva que me lanza Gael —quien está instalado en el asiento junto a mí— en ese momento, me hace querer enterrar la cara en un agujero para no salir de ahí jamás; pero me limito a meterme un bocado de comida a la boca para no tener qué ayudarle a responder.

—En realidad, no trabajo para editorial Edén —dice, luego de unos minutos de silencio, con tacto.

Inmediatamente, siento cómo la mirada de Natalia se posa en mí de manera fugaz.

El silencio que le sigue a sus palabras, es tan tenso e incómodo, que no me atrevo a levantar la vista de mi plato. Que no me atrevo a hacer otra cosa más que llenarme la boca de comida, para así no tener qué hablar.

—Oh, pero creí que habías dicho que se conocían debido al trabajo... —mi mamá suena afable, pero hay un filo tenso en su tono.

Por el rabillo de mi ojo, soy capaz de ver como Gael asiente con lentitud y cautela; inseguro de qué decir a continuación.

Jamás lo había visto así de incierto. Jamás lo había visto así de... ¿nervioso?

La mirada de todo el mundo está, ahora, puesta en él.

—Pasa que Editorial Edén está trabajando para mí —Gael pronuncia, finalmente, y suena despreocupado mientras lo hace; sin embargo, eso solo provoca que la tensión en el ambiente incremente otro poco.

—¿Editorial Edén está trabajando para ti? —mi hermana pronuncia y mis ganas de fundirme en el asiento incrementan.

El magnate asiente.

—Así es.

¿Para ti? —Fabián habla por primera vez desde que Gael puso un pie en su casa, y no me pasa desapercibido el recalco en las palabras de Natalia.

Es en ese momento, que siento todas las miradas fijas en mí y, por instinto, alzo la vista para encararlos a todos.

La confusión es palpable en el rostro de todo el mundo y eso solo hace que el nudo de ansiedad y nerviosismo que he tenido en el estómago todo este tiempo, se apriete otro poco.

A pesar de eso, me obligo a esbozar una sonrisa boba.

Sé que todos están esperando una explicación. Sé que mis padres, específicamente, quieren que sea yo quien la dé; pero no puedo hacerlo. No, cuando estoy así de mortificada. No, cuando sé que no les va a gustar para nada el hecho de que Gael sea la persona para la que, técnicamente, estoy trabajando.

«Solo... cuéntaselos.» Me insta la vocecilla de mi cabeza y aprieto la mandíbula.

Me aclaro la garganta.

Mi boca se abre para hablar, pero, tan pronto como me doy cuenta de que no podré pronunciar palabra alguna, la cierro de golpe y, al cabo de unos instantes, vuelvo a intentarlo.

—¿Recuerdan que hace mucho les comenté que iba a escribir la biografía de un tipo que era dueño de un emporio impresionante? —trato de sonar despreocupada y fresca, pero apenas he podido arrancar las palabras de mis labios—. Bueno..., pues están delante de él.

El silencio que le sigue a mis palabras es tan largo y tenso, que lo único que quiero hacer, es ponerme de pie y largarme de aquí. Es tomar a Gael de la mano y salir de este lugar, porque todo esto ha sido un error. Porque todo esto ha sido una completa locura que no debí permitir que sucediera en primer lugar.


La expresión horrorizada de mi madre, no se compara en lo absoluto con la estupefacta de Natalia, o la maliciosa de Fabián. La expresión asombrada de mi papá, no se compara en lo absoluto, con la incómoda que han esbozado los padres de mi cuñado.

Oh... —mi cuñado es el primero en romper el momento de tensión que se ha instalado entre nosotros—. ¿Quién lo diría? Después de todo, eres más astuta de lo que pensé —dice en mi dirección, al tiempo que suelta una risa burlona y amarga—. Bien por ti, Tamara.

Las palabras de Fabián caen como baldazo de agua helada sobre mi cabeza porque que es lo que está insinuando. Porque que es lo que trata de implicar...

—Fabián... —Natalia interviene en ese momento y mi vista viaja hacia ella.

Está mirando a su marido con advertencia y hostilidad. Como quien trata de hablar con la mirada y no lo está consiguiendo del todo.

Inmediatamente, mis ojos se deslizan por toda la estancia hasta detenerse en mi padre, quien también mira a Fabián como si pudiese estrangularlo con el poder de su mente; sin embargo, no es hasta que mis ojos se posan en Gael, que el verdadero horror se asienta en mis huesos.

Desde el lugar donde me encuentro, no soy capaz de verle el rostro en su totalidad, pero no hace falta que lo haga. El enojo que irradia es tan intenso, que puede percibirse a leguas de distancia. No hace falta, incluso, que lo mire de frente para darme cuenta de que está furioso por el comentario que Fabián acaba de hacer.

—Concuerdo contigo —Gael pronuncia con tacto, pero su tono es tan frío y despectivo, que un escalofrío de puro horror me recorre entera en el instante en el que habla—. Tamara es inteligente, lo que le sigue. Astuta como solo ella puede.

Los ojos de Fabián se posan en Gael y una sonrisa condescendiente se desliza en sus labios.

—¡Y que lo digas! —mi cuñado refuta—. Mira que encontrar la forma de engatusar a uno de los hombres más ricos del país no debe ser fácil.

—Fabián, ya basta —mi padre suena más allá de lo enojado, pero se nota a leguas que trata de ser prudente.

—Creo que más bien fui yo el que tuvo que hacer méritos por aquí. Tu cuñada es una chica difícil —Gael dice, en tono ligero, pero hostil.

Un bufido escapa de los labios de mi cuñado.

—A mi hermano no le tomó mucho enamorarla —dice y un destello de coraje se filtra en mi sistema casi al instante—. Estaba loca por él. ¿No es así, Tamara?

—Fabián, por favor... —pido, con un hilo de voz.

Un músculo salta en la mandíbula de Gael en ese momento, pero no hay absolutamente nada en su lenguaje corporal que delate su nivel de enojo... Eso me aterra.

—Siempre he pensado que, conforme pasan los años; conforme vives, evolucionas y creces, tu manera de interactuar con el mundo cambia también —Gael suena sereno, pero hay un filo hostil en su tono—. Es imposible enamorarse de la misma forma de dos personas diferentes; porque cada relación es única. Cada persona es irrepetible en este mundo y nosotros estamos siempre en constante evolución —la mirada de todos está fija en él ahora—. Me gusta pensar que, conforme pasa el tiempo, nuestra manera de enamorarnos también cambia. Que nuestra manera de amar se ve afectada por nuestras experiencias y que es por eso que nos enamoramos más sabiamente con el paso del tiempo. Aprendemos de cada instante del pasado y nos volvemos sapientes. Distintos a lo que fuimos... —el magnate no aparta la vista de Fabián, quien lo mira como si quisiera echársele encima—. Así que entiendo tu punto —una sonrisa fácil se desliza en los labios de Gael, pero esta no toca sus ojos—: Es posible enamorarse de alguien tan pronto como un suspiro termina. Yo también llegué a enamorarme de alguien de esa manera.

—La belleza del amor radica, realmente, en la capacidad que desarrollamos los seres humanos de aprender a enamorarnos de la misma persona una y otra vez —es mi padre quien interviene ahora y la atención de todos se posa en él. En respuesta, esboza una sonrisa sesgada que se me antoja ligera y enigmática.

Gael asiente, en acuerdo y no me pasa desapercibida la mueca agradecida que se le dibuja en el rostro.

—Si ese es un intento tuyo por conseguir que te sirva doble ración de postre —mi mamá bromea, al cabo de un largo momento de silencio, aligerando el ambiente de manera considerable—, déjame decirte que no vas a conseguirlo, Enrique.

Mi papá chasquea la lengua en respuesta y sacude la cabeza en una negativa, mientras se encoge de hombros.

—Bueno... —bromea, luego de un suspiro cansado y largo—. No pueden decir que no lo intenté.

Una carcajada escapa de los labios de mi madre y, así, tan fácil como suena, la tensión del ambiente se aligera. La charla es direccionada hacia oro lugar. Uno más seguro y amigable.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que, luego de comer, nos pasemos a la sala de estar, donde los cuestionamientos para Gael, se vuelven más personales.

Mi madre le pregunta acerca de su familia, de los motivos por los cuales decidió venir a residir en México y de lo fascinante que encuentra que su madre no se hubiese puesto como loca al saber que iba a mudarse.

Mi padre, por otro lado, no deja de preguntarle cosas un poco más ligeras y fáciles de responder —cómo se ha sentido en el país, cómo lo ha tratado la gente, qué comidas típicas ha probado... —, cosa que Gael parece agradecer.

En cuanto a Fabián se refiere, este no ha dejado de mirar la pantalla de su teléfono desde que dejamos la mesa. De vez en cuando, le dedica una mirada recelosa a mi acompañante, pero no hace nada particularmente alarmante. Nada, al menos, que indique que volverá a abrir la boca pronto.


Luego de una hora de charlas a volumen bajo y música de fondo ligera, mi hermana decide encaminarse a la cocina para traer el postre; no sin antes tener una pequeña discusión a susurros con su marido. Una de la que todo el mundo ha podido darse cuenta, así mi hermana trate de aparentar que nada ocurre.

Mi mamá, a pesar de estar cómodamente instalada en uno de los sillones, se levanta a ayudarle.


—¿Te doy un consejo? —dice mi cuñado —de la nada— en dirección a Gael, justo cuando Natalia y mi mamá se marchan, y mi padre se pone de pie para servirse otro poco de alcohol.

El magnate lo mira con cautela, pero no responde.

—Nunca te cases —Fabián suelta y, a pesar de que sé que su comentario ha sido un intento de broma, no puedo dejar de sentir una punzada de coraje en el pecho, ya que es de mi hermana de la que está hablando.

Gael esboza una sonrisa tensa y yo hago como que no he oído bien lo que mi cuñado ha dicho, a pesar de que lo he hecho a la perfección.

—No debe ser tan malo —Gael habla.

Fabián abre los ojos, en un gesto que denota fingido horror.

—Lo es, créeme. Y más si te casas con alguna de ellas —el sonido de su voz es arrastrado y lento y es lo único que necesito para saber que está pasado de copas ya. Acto seguido a sus palabras, hace un esto de cabeza en mi dirección y aprieto los puños con violencia—. Son un dolor en el culo —Fabián sacude la cabeza en una negativa y le da otro trago a la cerveza que tiene entre los dedos—. En fin... Si por algún motivo te dan ganas de casarte con ella —continúa y hace otro gesto en mi dirección—, te aconsejo hacerle firmar un acuerdo prenupcial. Uno nunca sabe con qué clase de cazafortunas puede uno llegar a meterse.

Los hombros de Gael se tensan en ese instante.

—Agradezco las buenas intenciones —el magnate pronuncia —en voz baja para que solo él pueda escucharlo—, con tacto y hostilidad al mismo tiempo—, pero puedes ahorrarte cualquier clase de comentario respecto a mi relación con Tamara.

Las cejas de Fabián se disparan al cielo en ese momento.

—No te lo estoy diciendo con malas intenciones —se defiende.

—Sea como sea, no necesito que vengas aquí a querer cuidar de mi persona, porque sé cuidar de mí mismo a la perfección.

—¿Los hombres ricos como tú siempre son así de imbéciles? —Fabián masculla, y esta vez no me molesto en ocultar que lo he escuchado todo. Esta vez, no me privo del placer de disparar una mirada furibunda en dirección a mi cuñado.

—Fabián... —suelto, con advertencia, pero este no despega la vista del magnate.

—No voy a ponerme a discutir contigo... —Gael deja la oración al aire, al tiempo que entorna los ojos en dirección a Fabián y esboza un gesto que indica que no es capaz de recordar algo. Que no es capaz de recordar su nombre.

—Fabián —mi cuñado espeta, con altanería.

Fabián... —Gael asiente, como quien trata de memorizar algo que en realidad no tiene mucha relevancia—. Es una lástima que no tengas un poco de sentido común y no entiendas que este no es el lugar ni el momento de hacer esa clase de comentarios —el magnate continúa y el gesto de Fabián empieza a contorsionarse un poco más debido al coraje—. Ahórratelos, deja de hacer el ridículo, agradece la comida que han puesto en tu boca y limítate a disfrutar de la compañía de tu familia.

—¿Quién crees que eres tú para venir a mi casa a hablarme de esta manera? —mi cuñado escupe, genuinamente molesto ahora, y la atención de sus padres, quienes estaban absortos en una acalorada plática, se fija en nosotros.

Justo en ese momento, mi padre, Natalia y mi madre, salen de la cocina y se congelan al escuchar las palabras de Fabián.

—¿Quién crees que eres tú para hablar del modo en el que lo haces de mi novia? —Gael refuta, en un tono más acompasado y tranquilo que el de mi cuñado, pero igual de molesto.

¡Tu novia! —Fabián bufa—. ¿Qué no se supone que tú eres el tipo ese que anunció su compromiso hace poco? ¡Acabo de verlo en internet! ¿A quién quieres verle la cara de idiota? No vengas a darme lecciones de moral cuando, hasta donde todo el mundo sabe, eres un hombre a punto de casarse.

—Fabián, por el amor de Dios... —mi mamá interviene, pero no es capaz de terminar la oración, porque Gael ya está listo para refutar.

—¿Alguna vez has escuchado hablar de la prensa amarillista? —dice. Aún suena tranquilo, pero su lenguaje corporal irradia ira y frustración—. Yo no estoy comprometido. Nunca lo he estado. Mi relación con la mujer con la que han crecido esos rumores, es meramente profesional.

—¡Profesional y una mierda! —la voz de Fabián truena en toda la estancia y me encojo sobre mí misma ante la impresión que me causa.

¡Fabián! —Natalia chilla, horrorizada.

— ¿Crees que alguien aquí se compra el cuento de que te fijaste en Tamara solo por ser ella? —mi cuñado ignora por completo a mi hermana y las ganas que tengo de gritarle que se calle, incrementan considerablemente—. Aquí no hay más que dos opciones: o Tamara está utilizándote a ti, o tú la estás utilizando a ella.

La mirada de Gael —iracunda, fría y salvaje— se posa en él, al tiempo que mi padre espeta algo respecto a su carencia de sentido común y decencia.

—Vuelve a hablar así de ella, o de mí, o de cualquier cosa que nos competa a los dos, y te juro que no respondo —el magnate sisea en respuesta—. Te juro, por lo más sagrado que existe, que vas a tener un maldito problema conmigo.

—¡¿Estás amenazándome en mi propia casa?!

Una carcajada corta e incrédula brota de la garganta de Gael.

—No me puedo creer la clase de imbécil que eres —dice y noto como el gesto de Fabián se contorsiona en una mueca iracunda—. ¿Te das cuenta que has sido tú quien lo ha iniciado todo?

—¡Vete de mi casa! ¡Lárgate de aquí! —Fabián espeta, claramente sin argumento alguno para refutar el de Gael—. ¡Vete de aquí o voy a sacarte la mierda a golpes!

El magnate suelta otra carcajada carente de humor.

—No voy a hacer esto —dice él, al tiempo que se pone de pie del sillón en el que se encuentra—. No voy a ponerme a discutir con un gilipollas como tú —le dedica una mirada a mis padres en ese momento—. Lamento mucho todo esto. Créanme que no vine aquí con la intención de armar esta clase de escena. Mucho menos quise provocar este tipo de rencillas —posa su atención en mí de manera fugaz—. Creo que lo mejor que puedo hacer es retirarme.

¡No! —Natalia suena genuinamente angustiada ahora—. Por favor, no te vayas. Esta también es mi casa y...

—¡Natalia, cierra la puta boca! —Fabián estalla.

—¡No te atrevas a volver a hablarle así a mi hija! —mi papá estalla de regreso y, de pronto, la tensión en todo el ambiente incrementa hasta ser insoportable.

—¡Por el amor de Dios! ¡Deténganse! —la madre de Fabián interviene y una punzada de vergüenza se apodera de mi cuerpo porque no puedo creer lo que está pasando. Porque no me cabe en la cabeza que Fabián sea capaz de convertir una comida medianamente decente, en algo tan horroroso como esto.

Llegados a este punto, los ojos de mi hermana están abnegados en lágrimas y lo único que yo quiero, es que me trague la tierra. Es desaparecer de una vez por todas...

Nadie dice nada. Nadie se mueve de donde está durante un largo momento. Durante unos instantes que se sienten eternos; sin embargo, no es hasta que Fabián suelta una palabrota y se encamina hacia la salida de la casa, que todo vuelve a movilizarse. Que Natalia, a pesar del modo en el que su marido le ha hablado, sale despedida detrás de él.

Inmediatamente después de eso, Gael empieza a disculparse y a despedirse de todo el mundo.

Frustración, coraje, enojo... todo se arremolina dentro de mi cuerpo y quiero gritar. Quiero estrellar el rostro contra la pared una y otra vez hasta quedar inconsciente.


—¡Te dije que me dejes en paz, maldita sea! —la voz de Fabián llega a mis oídos en la distancia y la atención de todos se posa en dirección al lugar de donde proviene.

Ni mi cuñado ni mi hermana están cerca, así que no somos capaces de verlos; sin embargo, sí podemos escucharlos.

—¡¿Por qué siempre tienes que hacer esto?! —Natalia chilla—, ¡lo único que yo quería era una comida tranquila con mi familia! ¡Era poder darles la sorpresa a todos juntos! ¡¿Es que acaso es mucho pedir que te comportes?!

—¡Ya me tienes hasta la coronilla con tus mismos reclamos de siempre! ¡Con tus malditas cursilerías y sorpresitas de mierda! ¡Nada de esto habría ocurrido si no se te hubiera metido en la cabeza la idiotez de querer reunirnos a todos para darnos tu condenada sorpresa! ¡Esa maldita sorpresa que, seguramente, no es la puta gran cosa!

—¡Es que sí es la gran cosa! ¡Por supuesto que es la gran cosa! —Natalia chilla, con la voz entrecortada por las emociones—. ¡Estoy embarazada, Fabián!

La noticia cae sobre mí como baldazo de agua helada y es en ese preciso instante, que las palabras de David Avallone retumban en mi cerebro. Es en ese momento, que las dudas y la angustia se abren paso en mi sistema...

«¿Y si Fabián de verdad la engaña?...»

Mis ojos se cierran con fuerza en ese momento, y reprimo una maldición. Reprimo una retahíla entera de palabrotas direccionadas a Fabián. A David Avallone. A mi falta de juicio al traer aquí a Gael...


Fabián dice algo, pero las palabras salen de su boca de una manera tan arrebatada, siseada y violenta, que no logro entender una mierda de lo que dice. Tampoco estoy segura de querer hacerlo. No, cuando suena así de molesto. No, cuando sé que, seguramente, está insultando a mi hermana.

El sonido de la puerta principal siendo azotada, lo invade todo luego de eso, y es entonces, cuando se hace el silencio.

Es hasta ese momento, que mi madre emprende camino en dirección a la entrada, en busca de Natalia. Es hasta ese instante, que los padres de Fabián se disculpan mil y un veces por lo ocurrido y se abren paso hasta la puerta principal.

Gael no se mueve de donde está. Se queda aquí, quieto en su lugar, hasta que, luego de lo que se siente como una eternidad, decide despedirse de nuevo de mi papá; para luego dedicarme una mirada cargada de disculpa.

Mi padre también se disculpa con Gael y, muy avergonzado, le pide la oportunidad de redimir a la familia ante sus ojos. El magnate no deja de decirle que no ha sido nada. Que fue él quien no debió venir a armar tanto revuelo y que espera que podamos perdonarle.

Es hasta ese momento, cuando ambos aceptan las disculpas correspondientes, que Gael se encamina hasta la entrada. Yo lo sigo a los pocos segundos, pero no lo alcanzo hasta que se encuentra en la cochera de la casa.

—¡Gael! —le llamo, a voz de mando, pero la vergüenza y la angustia que siento son tan intensas, que apenas me atrevo a mirarlo. Que apenas me atrevo a confrontarlo de este modo.

Él, a pesar de que una parte de mí cree que no va a hacerlo, se detiene y se gira para encararme.

No luce molesto. Luce más bien... ¿avergonzado?

Y es justo en ese momento, que un nudo se forma en mi garganta y un puñado de lágrimas de impotencia empieza a acumularse en mi mirada.

Mi cabeza se sacude en una negativa frenética, al tiempo que trato de ordenar la maraña de ideas que no me deja tranquila.

—L-Lo siento —es lo primero que puedo arrancarle a mi boca y sueno tan inestable y agobiada, que tengo que tragar varias veces para deshacer el nudo de mi garganta y poder continuar—: Lo siento mucho, Gael, yo...

Él ahueca mi rostro entre sus manos.

—Tú no tienes la culpa de nada, Tam —murmura, al tiempo que une su frente a la mía—. He sido yo el que ha caído en las provocaciones de tu cuñado. He sido yo el que se lo ha tomado todo muy a pecho y es por eso que ha ocurrido todo esto.

Niego una vez más y balbuceo otra disculpa ininteligible.

—Tam, no pasa nada —Gael insiste—. Tú y yo estamos bien, ¿vale? Solo... Solo no quiero quedarme y seguir causando problemas. Lo prometo.

Un beso casto es depositado en mis labios, pero sigo sintiéndome desolada. Culpable. Horrorizada...

—N-No quiero que pienses que soy una...

—No te atrevas, siquiera, a pronunciarlo —Gael me interrumpe—. Sé que no estás conmigo por eso. Me lo demuestras a diario. Me lo has demostrado todos los días desde el primer momento, así que deja de angustiarte —otro beso suave me llena la boca—. Lo que ese gilipollas diga, no afecta para nada lo que siento por ti. Tú y yo estamos bien. Confía en mí, ¿vale?

Trago duro, aún insegura de sus palabras.

—¿D-De verdad estamos bien? —digo, casi sin aliento.

—Dímelo tú, Tam —Gael suena dulce y tranquilizador—. ¿Estamos bien?

Un par de lágrimas traicioneras me abandonan en ese momento, pero las limpio tan rápido como puedo y asiento con avidez.

—Estamos bien —digo, a pesar de que no sueno muy convencida de mí misma.

Otro beso es arrancado de mis labios y, esta vez, es más largo que los anteriores. Más profundo. Más significativo.

—Te llamo más tarde, ¿de acuerdo? —dice y yo asiento, aún sin estar del todo tranquila. Él, en respuesta, y sin parecer percatarse de que aún no estoy del todo conforme con nuestro estado emocional, esboza una sonrisa suave y añade—: Despídeme de tu madre y de tu hermana.

Asiento una vez más y, esta vez, es mi turno de robarle un beso. Es mi turno de acallar mis propios miedos a través de sus labios.

—Ve con cuidado —pido, aún sin apartarme de él.

—Siempre —asegura y me besa una última vez antes de dejarme ir.

Entonces, sin decir nada más, se encamina en dirección a la calle.

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