Corpóreo y mundano

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Cuando naces en la cúspide de la pirámide social, no tienes nada de que preocuparte. Elemiah Lumiett, hijo de... More

Prefacio
I.
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
Por favor, necesitamos sus votos
XII
XIII
XIV
XV
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
Epilogo

XVI

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—¿Estás preocupada por Elemiah? No te culpo. ¡Ay ese hombre es tan hermoso!

No esperaba su aparición, aunque pareciera que la mala racha me persigue. Clara es su nombre y es la secretaria del Capitán de la delegación. Cruzamos palabras de vez en cuando y siempre en tono cordial. Quizá porque somos las únicas mujeres en este precinto, se siente cómoda hablándome. En este preciso momento, no tengo muchos ánimos de conversar.

—En realidad sí, un poco.

Sin embargo, algo de compañía me haría bien. Además, no tengo porque mentirle. Está en boca de todo el cuartel un supuesto romance frustrado, rechazo y quien sabe que más se ha inventado hasta ahora de mi relación con Lummiet. Aunque la realidad sea otra, sí me preocupa mi compañero. Pero porque De Falco está involucrado en el asunto.

—Pensé que tú sabrías porque está así todo maltrecho. ¿Qué le pasó, ah? Se veía muy enfermo, pobrecito.

Clara acomoda los documentos que trae entre manos y me mira de reojo. Quiere que sacie su curiosidad y la voy a decepcionar, porque no tengo información al respecto.

—Quien sabe —fue mi respuesta casual. —lo que hace Lummiet en su vida privada.

—Pero Anna, dime la verdad. Aquí entre nos... ¿no están juntos?

Clara no se va a rendir. De eso puedo estar segura.

—La verdad es que, si estuviéramos juntos, no me trataría como lo hizo delante de todo el cuartel. —le respondí intentando no enfadarme por el tonito de su voz—No permito que mi pareja me falte el respeto de ese modo.

Por lo cual ya hablaría con Lummiet cuando lo tuviera cerca y en privado. Clara me quedó mirando sorprendida y se rio entre dientes.

—¡Ay querida! Ustedes las alfas tienen la cabeza en las nubes. Pero bueno, tienes razón. Estuvo feo como te trató. ¡Ay no! Ese hombre no es así. Está enfermo el pobre, por eso se comportó de ese modo. Elemiah es todo un caballero, además de ser tan apuesto...

¿Estamos hablando de la misma persona?

Conozco poco a Lummiet y caballerosidad no es una de sus cualidades más saltantes. No es un cretino como todo el resto de los individuos de por acá, eso tengo que reconocer. Pero tampoco es un príncipe encantador.

—Una vez, cuando salía de la oficina de mi jefe, andaba alborotada. No me di cuenta y me tropecé. Pero antes de que llegara al suelo, Elemiah me atrapó en el aire. —A Clara le brillaron los ojos al recordar aquel momento. —Fue algo que nunca voy a poder olvidar.

Por el modo como Clara se onduló en su sitio, a mí me iba a costar olvidarlo también. Se sonrojó escandalosamente y sonreía como una chiquilla enamorada. ¿Por qué tengo que escuchar todo esto? Ah cierto, no tengo con quien más conversar en este lugar y Clara de un momento a otro piensa que somos amigas.

—Me sostuvo en sus brazos. Esos brazos enormes que tiene, todos musculosos y fuertes. Me apretó contra su pecho y...

Era más que evidente para mí que las responsables de todo eran las feromonas de Lummiet. Por el modo como Clara reaccionaba al contarme su experiencia, era fácil deducirlo. Esa mujer estaba sonrojada a más no poder. Sus feromonas de beta flotaban sin control con tan sólo el recuerdo de Lummiet tocándola.

—Mira Anna, yo no sé bien de esas cosas, pero ese hombre me volvió loca con tan sólo tocarme.

En realidad, tiene razón, Clara no tiene idea de cómo funcionan las feromonas. Los beta en especial, son presas fáciles de cualquier alfa. Lo he visto en varias oportunidades, a varios cretinos aprovechándose de ello para seducir a betas incautos.

—Pero me sentí en las nubes. —Clara seguía imparable. — Si ese hombre me decía que este con él ahí mismo, delante de todos... ¡Ay no! Yo aceptaba sin chistar.

Y con ello cierro mi caso. Lummiet usó el poder de sus feromonas con esa beta y seguramente le sacó provecho de un modo u otro. Muy propio de un alfa como él.

—No sé cómo te puedes controlar con ese hombre tan bello a tu lado, Anna. Si yo estuviera con él, creo que me vuelvo loca. No vuelvo a trabajar, estaría todo el día montada encima de él.

Y esa era más información de la que necesitaba. Clara completamente sonrojada se cubrió el rostro tras los documentos que traía.

—¿Esas no son las carpetas que usa Lummiet? —se me escapó la pregunta al reconocerlas. Por supuesto que provenían del escritorio de Lummiet. Eran todas de color verde y tenían etiquetas pulcramente colocadas en las esquinas.

—Sí, son de mi adorado Elemiah. ¡Ay es tan bello! Se las iba a devolver porque ya terminé de organizarlas. También acabé de redactar y corregir su informe.

Por el modo como Clara suspiró, pensé que perdería el aliento. Ahora todo estaba claro. Lummiet era igual que los otros, sacándole provecho a sus "encantos".

—¿Puedo darles una mirada? Trabajamos juntos y...

Y Clara apretó los documentos contra su pecho, como protegiéndolos de mi presencia.

—Lo siento Anna, son de mi precioso Elemiah y él es muy celoso con sus cosas.

—Lo sé, lo sé. —De acuerdo, dos pueden jugar el mismo juego. —Pero es importante que avancemos la investigación incluso ahora que Lummiet está enfermo.

—Sí Anna, pero... está bien. De acuerdo. Acá entre nos. Queda entre las dos.

—Gracias Clara.

¡Ah Lummiet! Si eres capaz de dejar que información tan importante pase a manos de alguien como Clara...

—Mi bello Elemiah no se va a enojar si no se entera. De Falco les da una mirada todo el tiempo, ya sabes, para asegurarse que no haya ningún error en el informe.

—¿De Falco? —no sé porque no me sorprende.

—Sí, es el mejor amigo de mi amado Elemiah. De Falco es no sé, no es ni tan bello, ni agradable como mi amor, pero tampoco es tan malo. Sé que no te agrada Anna. Pero tampoco es para que seas grosera con él.

¿Grosera, yo? En fin...

—Desde que soy la nueva compañera de Lummiet, De Falco no me tiene en buena estima.

—Él sólo quiere lo mejor para mi bello Elemiah. No lo puedes culpar. Pero cuando De Falco se de cuenta que sólo quieres ayudar a Elemiah, vas a ver que va a cambiar. Conmigo es siempre muy bueno. No dice nada cuando me pongo a es... Mira te voy a contar algo, pero entre nos. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Soy su fan, soy fan de Elemiah. Ese es mi secreto. Lo amo con todas mis fuerzas y sólo poder estar cerca de él, me hace sentir feliz.

¿Esta beta está hablando en serio?

—A veces me provoca espiarlo cuando está en el gimnasio. ¡No cuando están en las duchas! ¡No soy una pervertida! Es que cuando está entrenando esos músculos tan bellos, su olor...

—Se hace más fuerte.

Quizá sea hora de romper la burbuja en la que vive encerrada. Clara se siente atraída a Lummiet por el efecto que sus feromonas tienen en ella.

—Así que De Falco me dejó quedarme con una de las toallas que mi adorado Elemiah usó para secarse ese cuerpo tan bello que tiene. Desde ese día le estoy muy agradecida.

—¿Ah sí? ¿Y qué obtiene De Falco a cambio? Digo, él te da prendas de Lummiet y ¿qué obtiene él?

—Pues... a veces necesita entrar a los archivadores y pues... no le digas a nadie que yo le conseguí una llave. Por favor.

—Si dejas de hacerlo, no diré nada Clara.

—Es porque De Falco necesita información para un caso que investiga. Desde que ya no está de pareja con. Elemiah-bebe anda muy ocupado.

Oh, no se puede poner peor. Clara consigue que se me revuelva el hígado pensando en lo que De Falco pueda estar tramando.

—Clara, Lummiet no es un bebé. Puede cuidarse solo. De Falco no debería aprovecharse de ti para hacer que pongas en riesgo tu trabajo. Y, por cierto, si tienes prendas de Lummiet, es mejor que las dejes. Los efectos de las feromonas de un alfa, pueden resultar contraproducentes.

Por el hecho de que Lummiet también se aprovecha de las circunstancias.

—¡Nunca! No Anna, no sabes lo que dices. Es tan sólo una toallita inocente. Nadie la extraña, menos Elemiah-bebe. Ni cuenta se dio. La dejó tirada y Jim me la dio.

Imposible razonar con ella. Clara se ríe y parece decidida a conservar un pedazo de tela sudada y sucia. En lugar de darle asco, lo disfruta.

No puedo acusarla de nada. Yo misma he sufrido los efectos de las feromonas de Lummiet. Anoche casi me hacen flaquear. Fue bueno que me rechazara, porque por un momento estuve a punto de perder la cordura y entregarme a la dulce sensación de celo.

—¡Ay no! ¡Qué torpe soy! —Clara me arrebató uno de los documentos que hojeaba mientras la escuchaba. —¡Es esa impresora de porquería! Bota tinta y luego se mancha uno los dedos.

En efecto, el documento que me quitó de las manos tenía un par de manchas a los lados. La tinta dejó las huellas digitales de Clara sobre la h hoja blanca.

—¿La máquina aquella, esa de la oficina es la que está fallando?

—Sí, he llamado a los técnicos para que se la lleven, pero todavía nada. Si quieres imprimir algo hazlo en la oficina del jefe. Esa máquina también hace fotocopias y envía fax.

—Gracias Clara, por advertirme. Me cuidaré de no usarla entonces.

Vaya. ¡Vaya! No puedo creerlo. Clara sin saberlo me acaba de alegrar la vida.

—De nada, Anna. Bueno ya tengo que regresar a trabajar. Te encargo los documentos de Elemiah-bebe. Si sabes cómo está me dejas saber. Quizá le puedo enviar algo para que se recupere. Pobrecito.

Dejé de oírla. Lo único que necesitaba en esos momentos era estar sola. ¿Dónde dejó Lummiet los documentos del otro día? Estuvo renegando porque no encontró respuesta a cierta interrogante. Porque siempre estuvo buscando en la base de datos equivocada.

La huella digital que busca no está entre los récords de los criminales, si no más cerca de lo que él imagina.

Angelo durmió toda la tarde. No pude conseguir que comiera nada, apenas bebió un sorbo de agua. Su embarazo está demasiado avanzado. No puede recostarse e intenta dormitar sentado. Es bastante joven, quizá no llega a la mayoría de edad. Ese detalle resulta irrelevante en el mundo de los alfas. Los omegas no son más que objetos para usar y desechar. Al menos es así como intentaron hacerme creer

—Solo soy yo, no te asustes.

Me tiene miedo. Tensa el cuerpo y se sujeta la barriga apenas me ve entrar. Es incómodo y entendible. Angelo es un omega que ha pasado por mucho a su corta edad. Quien soy yo para exigirle que deje sus temores a un lado, aunque sea por el tiempo que estemos juntos.

—Angelo, no podemos seguir así. Escúchame bien. ¿Ves esa puerta?

El terror en la cara de Angelo casi me quita toda esperanza. Consigo que asienta y se contrae más contra la pared.

—.Detrás de esa puerta se queda el resto del mundo. Aquí dentro, en esta habitación tú y yo somos iguales.

La cara de sorpresa que me puso es imposible de olvidar. Es necesario que pongamos en claro que aquí dentro, no quiero que actúe como si lo fuera a matar en cualquier momento.

—¿Me estás entendiendo? Quiero que me hables y me digas que sientes. ¿De acuerdo?

Angelo me mira asustado. Casi sentí que acabo de decir algo imperdonable. No va a ser fácil convivir con él en este estado.

—¿Por qué Sami?

Esas fueron sus primeras palabras. No las esperaba.

—Estoy harto de ver como a los omegas los tratan como basura. No en esta habitación, no cuando estamos juntos. Quiero que sepas que somos iguales aunque seas omega y yo alfa. Olvídate de esas estúpidas diferencias

—Pero es que no somos iguales, Sami. —Angelo se acariciaba la barriga.

Me hizo sonreír

— Tienes razón, siempre vamos a ser diferentes, pero dentro de este espacio donde estamos solos, no tenemos que actuar como el resto del mundo quiere.

—¿Podemos quedarnos aquí para siempre?

Lo pensó un momento antes de hacer tal pregunta. Angelo tiene una sonrisa muy agradable. Sería bueno poder quedarnos aquí lejos de todo. Pero viene siendo imposible.

Le tendí a Angelo una botella de agua y me la recibió contento. Mientras bebe se frota la barriga y puedo ver que vibra ligeramente.

—No tienes idea de que estás esperando, ¿no?

—Sí, un bebé. —me responde Angelo con otra sonrisa.

—Me refiero a si sabes si va a ser alfa, beta, omega. ¿Niño, niña?

—¡Ah, no, no sé no!

—¿Nunca te llevaron al médico por tu embarazo?

Ahora lo veo mucho más confundido que antes. Negó con el cabeza incluso sorprendido por mi pregunta. No tenía que responderme, podía adivinar que Angelo jamás vio a un médico antes.

—No sé cómo vamos a hacer esto. —va a tener que alumbrar en esta habitación, sin más cuidados de los que mi madre y yo le podamos dar.

—¿Qué cosa Sami?

—Nada, a veces pienso en voz alta. Olvídalo.

—En eso te pareces mucho a Laurie. Ella siempre piensa en voz alta y lo dice gritando.

—Es curioso lo que dices. Creo que casi no me parezco a ella, por desgracia. He sacado los rasgos de la familia Brishan. ¿No te parece?

Angelo se me queda mirando pensativo. Para mi es evidente. Massimo, Vico y yo nos parecemos físicamente. Somos medios hermanos por parte de padre. Heredamos el cabello oscuro, la nariz, la forma de los labios del infame patriarca de la familia Brishan.

Ese maldito se debe estar revolviendo en su tumba.

—Creo qué Sami se parece más a Alessa —murmuró el omega con cierta timidez. —Pero ella es muy mala y en eso no te pareces Sami.

Tiene razón en mencionarlo. Ella y yo nos parecemos bastante. Tenemos un lunar en el mismo lugar, lo cual siempre nos pareció curioso. Pero Alessa sacó los rasgos finos del lado de su madre. Esa alfa de sangre pura, que la despreció desde el momento en que nació.

—De repente tienes razón. Por algo somos medios hermanos. Alessa, Vico, Massimo y yo tenemos el mismo padre. Y en algo te equivocas, ella no es mala. Es una reverenda hija de puta. Pero no siempre fue así. Hace mucho, cuando la conocí ella era distinta.

—Era distinta porque tú y ella eran chiquitos., pues Sami. —A Angelo todo le parecía divertido.

—Es cierto, éramos niños. Te voy a contar algo. Mi madre tuvo que hacerse cargo de Alessa cuando era un bebé. Cuando ella nació, sus padres la rechazaron por ser omega.

—Ella es... ¿omega?

La sonrisa se le borró a Angelo. Nadie imagina la realidad de Alessa. Pero es cierto.

—Tan omega como cualquiera. No huele a omega, lo sé. Te sorprendería más si te explico todo. Será en otra oportunidad.

—Pe... pero... Sami... —Angelo se detuvo en seco. Se contrajo de dolor y lo escuché ahogar un gemido.

—¿Qué tienes?

—Creo que... me duele un poco, bueno mucho. Creo que... —no pudo continuar.

Angelo se puso de pie con más agilidad de la que pensé que tendría. Cayó de rodillas al instante y tuve que sostenerlo para que no se vaya de bruces. Respiraba agitado y se sujetaba la barriga. Parecía que hacía esfuerzos por no gritar.

—Sami, creo que... Laurie...

Se detuvo en seco y se desvaneció en mis brazos. ¡Justo lo que necesito en estos momentos! No, esto no está bien. Tuve que levantarlo y pensé en recostarlo en la cama, pero no sirve de nada. Necesita un médico. No va a poder alumbrar aquí, en este cuarto.

Puede morir y el bebé también. No voy a permitirlo.

Tuve que tomar una decisión y estoy dispuesto a afrontar las consecuencias. Necesito la ayuda de mi madre, eso es lo primero.

—¿Qué le pasó a Angelo? ¡No me digas que ya es hora!

Mi madre atendió a la madre de Alessa cuando tuvo a la niña en medio del salón de la casa Brishan. Ella ha hecho demasiado por esta maldita familia.

—Laurie, Angelo necesita un médico.

No tenemos tiempo que perder. Cada minuto cuenta. Pero ella se quedó en silencio, porque si alguien me conoce bien es mi madre. Sabe de antemano lo que pienso y se adelanta a mis acciones.

—No demores hijo. —Mi madre me sonrió con tristeza. —El bebé corre peligro, Angelo también. Deja que te ayudo a...

—Ven conmigo. ¡No te voy a dejar aquí! ¡Tienes que...

—Se hace tarde Sami, ve de una vez. —me interrumpió con firmeza. —El bebé puede morir. Date prisa.

No la voy a dejar en este lugar. Ella viene con nosotros, así no quiera.

—Ven conmigo, por favor. No voy a poder vivir sin ti.

—Sami, tú y yo sabíamos que el día iba a llegar en que nos tuviéramos que decir adiós. Tuve la suerte de criarte a mi lado y verte crecer. Mírate ahora, todo un adulto.

—Mamá no te puedo dej...

—Tienes que marcharte ahora, hijo. Es lo mejor para ti, para todos. Aunque no te vuelva a ver, es lo mejor para todos.

Apenas de un paso fuera de este lugar, no voy a poder volver. Lo sabe mi madre, lo sé bien. Me tendré que ocultar con el omega y el bebé. No va a ser fácil.

—Anda de una vez, yo acá los entretengo hasta que estés bien lejos.

—No sin ti. Por favor mamá... Tienes que...

—Tengo que quedarme a atender a esos otros omegas. Ellos morirán sin nadie que los atienda.

—Has hecho demasiado por ellos, mamá. Es hora que pienses en ti. Ven conmigo.

—Sami, siempre voy a estar contigo. ¿Recuerdas cuando te separaron de mi para que vayas a dormir con los demás alfas en el ala oeste de la mansión? Lloraste mucho la primera noche, pero te dije que estábamos cerca.

Me escapaba del ala oeste y dormía en la puerta de mi madre, en el cuarto donde crecí hasta que me separaron de ella. No puedo dejarla ahora, si lo hago no la volveré a ver.

—Siempre voy a estar contigo, no importa que tan lejos estemos. Siempre estaremos juntos.

Ella me besó como lo hacía cuando niño.

—Ahora ve Sami. Cuídate mucho. Cuida a ese niño, ha sufrido mucho.

Maldita sea, no tenemos tiempo. Odio esta vida, odio ser un alfa. Odio esta maldita sociedad y llevar la sangre Brishan.

Angelo no va a sobrevivir sin un médico. El bebé va a morir. Tengo que darme prisa, no puedo mirar atrás.

Porque si lo hago, no voy a poder dejar a mi madre mirándome desde el pasillo.

***

—¿Qué está pasando?

Me duele la cabeza. No sé dónde estoy. Este no es mi departamento. Esta no es mi cama.

—¡Elemiah! Por fin despiertas... No, no te levantes,

¿Jim? ¿Dónde demonios estoy?

—Esa mujer Maselli te dio algo. —Jim sigue parloteando lo cual aumenta mi confusión —Tienes que tener cuidado con esa tipa, es de lo peor.

¿Como llegué aquí? ¿Por qué Jim está...?

—Traje algo para que comas. No sé qué fue lo que te dio, pero te pusiste mal.

Jim daba vueltas por la habitación. ¿Es este su departamento? ¿Por qué no puedo recordar nada?

—¿Dónde está mi ropa?

—Elemiah, no te levantes todavía. Tu ropa... la mandé a lavar. Estabas sudando y la mojaste toda. Te la tuve que quitar.

De sobre un armario tomó un par de prendas que ya tenía preparadas.

—Te traje algo para que comas. —se me acerca con una bolsa de plástico.

No tengo hambre, quiero respuestas. Estoy desnudo, en su cama y quiero una explicación al respecto. ¡Ahora!

—¿Qué está sucediendo Jim? —me esquiva la mirada. — ¡Dime la verdad!

—Lo que te dije. Acuérdate Elemiah. —Jim me sonríe animado.—La otra noche saliste con esa tipa Maselli y cómo anda loca por meterse contigo te dio algo. Fuiste al cuartel y estabas muy mal. Me pediste que te ayudara y que te trajera a mi casa. ¿Ahora si te acordaste?

No, nada de eso tiene sentido. No sé cómo pude dejar que Maselli me haga algo como eso. El último recuerdo que tengo es...

—Elemiah, hermano. Me pediste que te sacara de ahí porque Maselli te estaba acosando. Estabas muy mal y por eso estamos acá. Te pusiste peor, sudando y.... por eso te dejé descansar aquí. Ahora que por fin te despiertas...

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

No me interesan sus comentarios. Voy a averiguar qué sucedió por mis propios medios.

—Te estuve cuidando durante dos días, hermano. Esa mujer Maselli te dio algo que te puso muy, muy mal. Hasta vino un médico a verte. ¿No recuerdas?

No. Nada. Mi mente está en blanco y tan sólo el dolor de cabeza la ocupa. Necesito salir de aquí.

—Tengo que regresar al cuartel. —no puedo perder el tiempo con Jim. —Hay mucho trabajo por hacer...

Después arreglo cuentas con Masselli. Me puse de pie y mis piernas no me sostuvieron. Jim dejó caer lo que traía en las manos y llegó a mi encuentro.

—Es muy pronto para que te...

—¡Dije que no puedo perder el tiempo! —le interrumpo porque si va a empezar con sus tonterías, no quiero escucharlo.

Jim dejó que lo aparte de un empujón y me terminé en el suelo. Fue mala idea, quizá, pero estaba hecho. Necesito mi ropa y largarme de este lugar.

No puedo recordar ni cómo llegué.

—¡Elemiah, regresa a la maldita cama!

La voz de Jim tiene un eco que no recordaba. Tiene un efecto extraño en mí. No me siento bien, sin embargo, mi cuerpo insiste en levantarse y hacer lo que me dijo.

No importa mi ropa, me largo de aquí desnudo.

—Mucho mejor, ahora quédate ahí. Vas a comer lo que te traje.

Jim me mira y de algún modo su rostro tiene una expresión que no reconozco. Ha de ser lo que sea que me dio Masselli. No, eso es imposible. Hay algo más, algo distinto en Jim.

Mi ex compañero se acerca con un envase de plástico y algo dentro. No tengo hambre, pero me dijo que coma.

—Elemiah, vas a tener que dejar la terquedad a un lado. Me cansé de aguantar tus majaderías.

Jim me acaricia el rostro y no puedo apartarlo, mi cuerpo no me obedece.

—De ahora en adelante, vas a escucharme ¿oíste? Te vas a quitar de la cabeza a esa perra de Maselli y a esos omegas inútiles. ¿Entendido?

Asentí sin pensarlo si quiera. ¿Qué me sucede?

—Buen chico, Elemiah. —Jim se acerca a mi rostro y puedo percibir ese aroma que me hace hervir la piel. —Todo va a estar bien. Déjamelo todo a mí.

Sus manos se deslizan por mi pecho y puedo sentir su olor invadiendo mis sentidos. Esa sensación resulta familiar. Mi cuerpo reacciona a sus caricias, me empiezo a sentir... bien.

—Te lo prometo, todo va a estar bien de ahora en adelante.

Su boca atrapa la mía. Su cuerpo avanza sobre el mío. La comida puede esperar; cae a un lado de la cama. Ahora no, Jim tiene otros planes.

***

—¡Levántate, no lo voy a repetir! El señor Vico te espera.

Dan puede gritar todo el día si quiere, no puedo moverme. Tuve la peor de las pesadillas y ahora me es imposible despertar de esta. Un par de esos gorilas que tiene Vico como guardaespaldas, me sacaron de la cama y me arrastraron a una ducha.

No pude ponerme de pie, mis piernas siguen adormecidas por el dolor que siento. Pero a Dan no le interesa saberlo, si no que prefiere estrellar mi cabeza contra el catre.

—Vas a levantarte y vas a ponerte la ropa que te preparé, ahora.

Fue una orden que con mucho gusto voy a tener que desobedecer. Si tuviera fuerzas para incorporarme, lo hubiera hecho hace mucho. Los otros alfa se ríen al verme intentar alejarme de Dan. Pero mis pies resbalan al apoyarlos sobre el suelo. Mis brazos no me sostienen.

El bastardo de Dan se acuclilla a mi altura y acorta distancias entre ambos.

—Tus feromonas son tan fuertes —susurra en mi oído luego de hundir su rostro al lado de mi cuello. —Tienes la maldita suerte que el señor Vico te haya marcado.

Lo siento aspirar profundamente mi aroma a omega y se acerca a mi cuerpo un poco más. Está encima  mío, atrapándome contra la cama. Los otros dos gorilas gruñen también y ese sonido me escarapela la piel. Esos malditos alfas bastardos son todos la misma mierda.

—De no ser así estarías en graves problemas —. Dan se ríe y acaricia el tatuaje que tengo en el pecho —El señor Vico no quiere que nadie más te toque. Por eso te dejó su marca. El As de espadas, eres muy afortunado omega.

Los ojos de Dan cobran un brillo de lujuria que consigue revolverme el estómago. Es la mirada de un alfa que tiene en mente sólo una cosa. Sus pupilas se ensancharon y no lo fueron las únicas. Puedo sentir el bulto entre sus piernas frotarse contra una de mis rodillas flexionadas.

—Si tan sólo me dejara tenerte una vez...—ahora este bastardo parecía perdido en una fantasía —No sobrevivirías, eso es seguro.

No quiero escucharlo, no quiero saberlo, pero mi opinión no cuenta. Nunca lo ha hecho. El aroma de mis feromonas lo hace perder el control. Sus manos me buscan y me recorren con rudeza.

—Primero dejaría que todos los muchachos jueguen contigo, omega. ¿Crees que podrías con todos ellos?

Los gorilas de Dan encontraron su comentario divertido. Quizá también se lo imaginaron, porque el olor de sus feromonas cargaba el ambiente. Sus gruñidos afirmaron lo que me temía. Si la fantasía del bastardo de Dan se cumplía, sería el fin de mis días.

—Verte con todos ellos tomando su turno, uno por uno, en grupo —Dan se frotaba contra mi pierna y en esos momentos hubiera dado lo que fuera por poder levantarme y correr. —Y si todavía sigues con vida, te tomaría una y otra vez... omega.

Si alguna vez añoré a Vico, fue en ese instante de desesperación. Quería que apareciera y apartara a esos malditos alfas de mí. Dan hablaba en serio, su excitación lo confirmaba. No, ¿qué estoy pensando? No necesito a Vico ni a nadie. Puedo solo, tengo que poder.

Hice un esfuerzo y aparté a Dan de encima de mí. Intenté levantarme por mi cuenta para evitar represalias de su parte. Pero no sirvió de nada. El alfa de mierda me abofeteó con fuerza y me levantó para lanzarme contra la cama.

Ladró en su idioma un par de veces y los otros alfas se marcharon a regañadientes.

—El señor Vico no se va a enterar de nada ¿entendiste omega? —me presionaba contra la cama, como si yo fuera capaz de escaparme de sus garras —ellos no dirán nada y si tú lo haces, vas a desear nunca haberme conocido.

—No diré nada —susurré y la garganta me ardía casi tanto como mi pobre orgullo mancillado —porque él se va a dar cuenta. ¿Crees qué es idiota?

Mis palabras tuvieron un efecto en el alfa y lo hicieron reaccionar. Pero me golpeó de nuevo y esta vez sentía que me iba a matar si seguía haciéndolo.

—Se va a dar cuenta de tu olor sobre mi piel y que estamos tardando.

El alfa lo pensó un minuto y yo no podía desperdiciar la oportunidad.

—Adelante, hazlo. Pero cuando él lo note, le va a ir peor a ti que a mí.

Dan recibió mis palabras y su rostro se contorsionó de rabia, porque sabía que estaba en lo cierto. Me sonrió mientras se incorporaba de la cama. Se acomodó la ropa, además.

—Te di una orden, omega. Vístete rápido que el señor Vico te espera.

***

Vico no me ha dirigido la palabra durante toda la velada. No me molesta para nada que lo haga, pero sigue siendo incomodo tener que actuar como una silla más.

La cena, en un exclusivo restaurante oriental, transcurrió sin mayor novedad. Massimo, Vico y su invitado, conversan mientras que Alessa y yo nos mantenemos al margen.

Ella siempre se ve tan feliz de estar al lado de ese otro alfa. Lo toma del brazo, lo mira enamorada. En cambio, yo estoy disfrutando el que Vico parece haberse olvidado de que existo.

Quizá debería prestar más atención a lo que dicen, porque recién noto como Alessa me mira, con cierto fastidio que no sé cómo interpretar.  Creo que es por mis feromonas. Recién lo noto, Vico se ve incomodo con todo esto. Apenas si interviene en la conversación y lo hace muy cortante.

Massimo es quien lleva la batuta de esta reunión. No, no es él... Recién me doy cuenta de ello.

—Me siento en desventaja señores, ustedes dos tan bien acompañados y yo en soledad.

El invitado se ríe y tanto Massimo como Alessa le siguen la corriente. Vico en cambio bebe de su copa y no hace comentario alguno.

  — Pero es señor Capitán de la fuerza policial no tiene un omega que lo atienda — la voz de Alessa tiene un toque meloso que me empieza a preocupar.

—No todos los alfas somos tan afortunados de tener omegas como mi Alessa.   — Massimo añadió enseguida abrazando a la omega contra su cuerpo —No sé qué haría sin ella a mi lado.

  — Harías bien. — intervino Vico y todos en la mesa rieron.

— No, Massimo tiene razón. Soy un hombre ocupado y el trabajo me consume. No me queda tiempo para seleccionar un omega que se ajuste a mis necesidades.

— Entonces ¿cómo hace cuándo...? Usted sabe, siente deseos...—Alessa de nuevo, ahora moviéndose sinuosa hacia el Capitán.

  —Es sencillo encontrar compañía por un rato, una noche. No tengo tiempo para ocuparme de omegas. 

Alessa giró hacia Massimo y le susurró algo en el oído. Luego se levantó de su asiento y se me acercó. Me tomó de la mano y me arrastró con ella.

  —Es inaceptable lo que está diciendo Capitán. — bromeó Massimo, pero su expresión desentonaba con su voz.

Vico sólo resopló mirando atentamente. Alessa hizo que nos detuvieramos frente al Capitán quien giró para apreciarnos. Sí, eso estaba haciendo, devorándola con los ojos.  El vestido que ella llevaba, resaltaba las curvas de su figura. Alessa era atractiva y sabía lo que estaba haciendo. Usando mis feromonas y su cuerpo para engatusar a ese alfa bastardo.

  —¿Cuál le gusta más, señor Capitán?  ¿Él o yo? ¿O prefiere a ambos?

¿De qué carajo está hablando? A mí no me miren, yo no quiero tener nada que ver en esto. Alessa me sujeta la mano y no imaginaba que fuera tan fuerte. Debe ser que yo no me repongo todavía.

  —¡Basta ya Alessa! Toma asiento — la voz de mando de Vico no da lugar a remilgos — Miles, ven aquí.

Nunca antes me sentí más feliz de obedecer. Me fui a sentar a su lado y sí, Vico estaba más que incómodo.  Alessa en cambio, hizo una mueca de rabia, pero la corrigió pronto con una sonrisa.

  —Creo que Alessa tuvo una buena idea, Capitán. — dice Massimo y no me está gustando el tono de su voz —Le enviaremos compañía de calidad para esta noche.

—Deje que nos encargamos de ello.— acotó Alessa tomando asiento también —Sólo diga dónde quiere que se lo mandemos. ¿Su departamento? ¿O prefiere una habitación de hotel?

Vico interrumpió entonces, azotando su copa contra la mesa. Lo siguiente que lanzó su servilleta y se puso de pie.

  —Lamento marcharme de improviso, pero tengo asuntos que atender. —anunció sin disimular lo fastidiado que estaba.

—Parece que el señor Vico no se repone de su resfriado —Alessa no escondió su malestar al ver a Vico abandonar la reunión de negocios.

—Nos vemos luego, hermano —agregó Massimo sonriendo —Ve a descansar, parece que lo necesitas.

—Sin duda lo haría si no tuviera tanto por hacer. — Vico apretaba los labios al terminar cada palabra. Estaba enojado. — Hasta luego, le haré llegar la compañía de calidad que le ofrecieron, Capitán. Téngalo por seguro.

Me hizo una seña con la mano e intenté seguirlo, pero mis piernas todavía no quieren funcionar. Es su maldita culpa. Así que no se le ocurra joder al respecto.  Dan llegó al rescate y me empujó tras Vico quien ya empezaba a mirarme amenazante.

No sé qué tienen planeado esos tres, pero no es nada bueno.

















Gracias a todos por leer. Espero este capitulo sea de su agrado. Les dejo mi pagina de escritora para que se unan y vean adelantos de esta y mis demás novelas.

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Feliz día del amor y la amistad. 😘 los quiero.

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