90 DÍAS (JM & ___)

By GrEyaDiCtA215

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Park Jimin es un arrogante y mundano hombre de negocios que siempre consigue lo que quiere. Y lo que quiere e... More

1 ¿Trato?
1-2 Llamada
1-3 Historieta Erotica
1-4 Corse Bondage
1-5 Seguir Ordenes
2 Terreno de fantasía
2-2 ¿Rival?
2-3 Nuevo e Inusual
2-4 Indigno Castigo
3 ¿caridad o competitividad?
3-1 Squash vs Kendo
3-2 Antigüedades Pornográficas
3-3 observada
3-4 Color Marfil
4 Centro de atención
4-1 ¿Descubiertos?
4-2 Stripper
4-3 Hotel Victoriano
5 Baile, Japón, geishas... Park
5-1 Una cana al aire.
5-2 Espactaculo
5-3 Anfitrión Perfecto.
6 Celos
6-1 ¿Su tipo ideal?
6-2 Club de vinos
6-3 Interrogatorio
6-4 Cumplir su palabra
7 Mujer Dominante.
7-1 Castigo Corporal
7-2 Obediencia
7-3 ¿Sustituta?
8 Ángel azul.
8-1 Subasta.
8-2 Sentimientos.
90 días.

8-3 Lenguaje corporal.

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By GrEyaDiCtA215

—Lo único que he hecho ha sido obligarte a admitir un montón de cosas sobre ti misma que no sabías. Incluyendo tus sentimientos por mí.

—¡Pero bueno...! ¡Es lo más prepotente que he escuchado en mi vida! —Todavía estaba furiosa. Y tan aliviada como enfadada—. Estás equivocado, Park. En este momento lo único que siento por ti es un enorme deseo de darte un puñetazo.

—Lo superarás —aseguró él con una amplia sonrisa—. Sabes que no lo merezco.

—Claro que lo mereces. ¡Me has chantajeado!

—No he chantajeado a nadie en mi vida.

—Noventa días de sumisión sexual a cambio de una firma —expuso ella—, si eso no es chantaje, ya me dirás lo que es.

Él clavó los ojos en ella durante un buen rato y luego comenzó a reírse.

—No te lo habrás tomado en serio, ¿verdad?

—¡Claro que sí! —Ya se había calmado, pero sus carcajadas la enfurecieron de nuevo—. ¿Estás tratando de decirme que era una broma?

—Soy un hombre de negocios —dijo él—. ¿Dónde crees que estaría si realmente me dedicara a hacer ese tipo de tratos?

—¿Nunca has tenido intención de darnos tu cuenta?

—Al revés, siempre ha sido esa mi intención —aseguró él—. En Randle Mayne ya no tienen ideas
nuevas; quería innovación para mis empresas. Me gusta mucho el trabajo que está realizando el equipo creativo de Barringtons y estoy interesado en invertir en un futuro próximo en una agencia publicitaria. Una agencia pequeña y con mucho talento. Barringtons ha sido mi elección desde el principio. —Hizo una pausa y se acercó a ella—. Venga, _____, reconócelo; me deseabas. Estabas atrapada desde el momento en que te dije que te desnudaras en tu despacho. No podías esperar a ver qué más podía proponerte. El acuerdo de noventa días no ha sido más que una excusa para los dos. No intentes decirme que no lo imaginabas.

—No, no lo sabía —aseguró—. ¿Por qué ibas a interesarte por mí? Ni siquiera soy tu tipo. Con el dinero que tienes podrías conseguir a la mujer que quisieras.

-Gracias por ese ambiguo cumplido —repuso él secamente—. ¿Por qué estás tan segura de que no eres mi tipo?

Porque sé qué mujeres te gustan.

—Sabes el tipo de mujeres que otras personas creen que me gustan —explicó él—. Es cierto que he estado con muchas mujeres, pero si una mujer es demasiado descarada me repele; si es una chica guapa, pero tonta, que me quiere solo como símbolo de prestigio, puede que me la lleve a la cama, pero no
quiero tener que ver nada más con ella. —Sonrió—. Me gustan las mujeres independientes, no me siento amenazado por las que tienen materia gris. Me atrae la combinación de hielo y llamas. —Hizo una pausa —. Por eso me gustas tú. Eres una intrigante mezcla de inteligencia y sexualidad. Un iceberg lleno de
fuego. Una irresistible atracción. ¿No lo sabías?

—No —confesó ella—. Ni siquiera sabía que te atrajera.

Aunque quizá sí lo sabía, pensó.

«Tú me atraías a mí. ¿Lo leíste en mis ojos? ¿En el lenguaje de mi
cuerpo?».

Jimin le puso las manos en los hombros y ella sintió su calor.

—Has intentando actuar como una distante mujer de negocios desde la primera vez que nos vimos —explicó él con suavidad—, pero me temo que no resultaste demasiado convincente. Tu aparente indiferencia me pareció muy atractiva, sin embargo, estaba convencido de que fingías. —Le clavó los dedos en los hombros—. Te calé en cuanto te vi. Aparentas ser una tranquila damita, una mujer remilgada y educada, siempre correctamente vestida. Supe que te sentías atraída por mí y me divertía imaginando cómo serías cuando te desnudara.

—Me dijiste que me desnudara —le recordó ella—. Y me tocaste como si fuera una esclava en venta.

—Y te encantó —convino él—. El problema era que no estabas dispuesta a reconocerlo ni siquiera ante ti misma. Lo único que hacías era insistir en que se trataba de negocios y que no estabas interesada en mí, sino en nuestro acuerdo.

Ella puso las manos sobre las de él.

—Pensaba que eso era lo que querías —confesó—, y estaba de acuerdo. Imagino que intentaba desconectar mis sentimientos, no quería resultar herida. Estaba segura de que me utilizabas; tienes reputación de hacerlo.

—Imagino que lo merezco —dijo él—. Para ser honesto, te diré que he alentado a la gente a creerlo; me ha resultado muy útil. Así los que no me conocen jamás saben qué esperar de mí.

—¿No utilizas a la gente? —le preguntó con leve sarcasmo.

—Claro que lo hago —se rió—. Si me dejan. Todo el mundo lo hace, incluyéndote a ti. Pero suele ser un proceso bidireccional. —Sonrió—. Por ejemplo, utilicé a Jade Chalfont. —Ella cambió la expresión y la sonrisa de él se ensanchó—. Un caso clásico —explicó—. Ella quería que yo fuera su primer éxito en Lucci's y yo sabía que me resultaría útil en Japón. Ella lo facilitó todo cuando hizo los
arreglos necesarios para que nuestros viajes coincidieran; incluso consiguió una reserva en el mismo vuelo.—

Pero pensé que... —Se interrumpió.

—¿Pensaste que la había invitado para que fuera un conveniente entretenimiento? —se rió—. Eso pensó mucha gente. Como te digo, no hace daño a mi reputación. Ni aquí ni en Japón; de hecho, los japoneses sintieron una profunda admiración por ella, la sensei inglesa. Desde luego se le da bien manejar esa espada.

—¿Y qué tal es en la cama?

Él volvió a reírse.

—No te rindes nunca, ¿verdad? No lo sé. Lo cierto es que no me la imagino en la cama. Su actitud
es demasiado masculina. Estoy seguro de que tampoco ella me desea, y por las mismas razones. Aunque estoy seguro de que no me hubiera rechazado si pensara que podría sacar beneficio.

—¿Crees que es lesbiana? —pregunto con curiosidad.

—Creo que le pega a todo —aseguró él—, pero prefiere a las mujeres.

—Bueno, por lo menos tenéis algo en común —comentó con sequedad.

—Y a ambos nos gusta manipular a la gente —explicó él—. Y los dos lo sabemos. —Esbozó una mueca—. Pero yo gané. Yo conseguí mi contrato en Japón y ella no tendrá el cliente que esperaba. Así son las cosas.

—¿Ni siquiera te has preguntado cómo sería irte a la cama con ella? —insistió.

—No. Estaba demasiado ocupado recordando cómo es irme a la cama contigo.

—¿A la cama? —Ella casi sonrió—. Que yo recuerde apenas hemos hecho el amor en una cama.

—Podemos cambiar esa situación cuando quieras —insinuó con suavidad.

Se acercó y ella notó que su cuerpo respondía a su proximidad. Jimin la tomó entre sus brazos y la besó. Estuvieron besándose durante un buen rato y, cuando se separaron, ella estaba jadeante y sin aliento.—
¿Por qué no has hecho eso antes? —murmuró.

—Porque necesitaba un poco de aliento. —Ella notó su cálida respiración contra la mejilla—. He llegado a pensar que jamás lo conseguiría. La última vez que estuvimos juntos, en el coche, tuve la sensación de que querías poner fin al acuerdo. Que querías alejarte de mí. No podía permitirlo. Cada vez que conseguía una respuesta positiva de ti, intentaba obligarte a admitir tus sentimientos, pero siempre te resistías. Decías que se trataba de negocios y volvías a sacar a colación ese maldito acuerdo. He llegado a lamentar mucho la idea de los noventa días.

—En ese momento en concreto estaba preocupada —confesó ella—. Pensaba que ibas a obligarme a hacer algo que me resultara desagradable.

—Desde luego... siempre piensas lo peor de mí, ¿verdad? —murmuró.

En esa ocasión, ella se relajó por completo cuando la besó. Jimin le rozó la boca suavemente, indagando con la punta de la lengua entre sus labios, forzándola a separarlos al tiempo que le acariciaba la nuca para que echara la cabeza hacia atrás. Cuando lo hizo, le besó la curva de la garganta, trazando un húmedo camino de besos hasta su oreja hasta conseguir que le hormigueara la piel.

—¿Chantajista? —La besó en el cuello otra vez—. ¿Mujeriego? —Volvió a besarla—. Es sorprendente que me dejes hacer esto.

—Y bruto —añadió ella.

Él se retiró, sorprendido.

—Eso es nuevo. Jamás me habían dicho eso.

—¿Qué me dices de Ricky Croft?

Park arqueó una ceja.

—¿Qué pasa con él?

—Los rumores dicen que le diste una paliza.

—Por una vez, los rumores aciertan —confesó.

—¿Por qué le pegaste?

—No preguntes.

—Pero quiero saberlo —insistió—. ¿Tiene algo que ver con esos soeces dibujos que hace?

—Como ya te he dicho —explicó Park—, no me interesa ese tema; prefiero la realidad.

—Ricky me contó que Jade Chalfont le había comprado algunos cuadros para regalártelos.

—Sueña... —dijo Jimin—. Es imposible que Jade Chalfont le haya comprado ni uno solo de esos cuadros, antes le habría dado un puñetazo en la boca.

—Tú lo has hecho. Me gustaría saber por qué, no creo que sea porque te haya escandalizado.

—A mí me enseñó otros cuadros distintos —explicó antes de permanecer en silencio unos momentos

—. Sin entrar en detalles, en los que yo vi salías tú. El señor Croft consideró que me resultaría divertido verte... en algunas posiciones más bien extrañas.

Ella recordó brevemente algunos de los dibujos de Ricky. Sabiendo lo que él pensaba de ella, imaginaba a la perfección el tipo de indignidades sexuales en las que la habría reflejado. No quería pensar en ello, pero su imaginación parecía obligarla a hacerlo.

—¡Lo mataré! —Estaba furiosa.

—Eso es lo que yo sentí —dijo él—. Pero no vale la pena acabar en la cárcel por ese tipo. Así que
destrocé los cuadros, le pegué un par de veces y le avisé de que si volvía a hacerlo de nuevo, o si
comentaba lo ocurrido, sería la última vez que pintaba algo en mucho tiempo, porque pensaba romperle los dedos uno a uno. Muy lentamente.

—Imagino que te creyó —aseguró ella. Viendo la expresión de Jimin en esos momentos, también ella lo creía—. ¿Por qué me ha hecho eso Ricky?

—Venganza. —se encogió de hombros—. No era tu amigo; de hecho, te echaba la culpa por
no conseguir trabajo. Ya estuvo intentando iniciar algunos rumores sobre ti, relacionándote conmigo y hablando mal de nosotros. Por desgracia, hay gente que se cree todo lo que escucha sin tener en cuenta quién lo dice. Incluso llegó a sugerirme que podía gustarte que te diera una zurra.

Ella lo miró, horrorizada.

—¿Por qué diría tal cosa?

—Quizá esperaba poder intentarlo él mismo. Se equivocó porque lo que hice fue pegarle a él. De todas maneras, siempre lo he considerado un mentiroso. Nunca he creído que te gustara el sado, y cuando te enseñé la mazmorra, lo comprobé. Olvídalo. No creo que vuelva a molestarnos.

—Ricky podría ganar mucho dinero —aseguró ella—, pero no se puede confiar en él; jamás podré recomendarlo. —De pronto sonrió—. Ha debido de ser una nueva experiencia para ti, ser un caballero de brillante armadura.

—Surgió de forma natural —aseguró él con modestia—. Odio que presionen de manera sexual a las mujeres. —Hizo una pausa antes de esbozar una leve sonrisa—. Desde luego, no cabe duda de que el señor Croft tiene una imaginación muy fértil. Algunas de las posiciones en las que te dibujó eran muy interesantes... por no decir otra cosa. —él bajó las manos por su espalda y las ahuecó sobre sus nalgas—. Hay un par de ellas que no me importaría poner en práctica.

—Pensaba que odiabas el abuso sexual —se sorprendió ella.

—En este caso se trataría más bien de experimentación sexual —explicó al tiempo que le masajeaba el trasero—. Una investigación.

Ella notó que su cuerpo respondía a sus avances, pero lo empujó hacia atrás.

—No pienso desperdiciar esa cama —susurró.

—Ni yo —aseguró él—. Esta habitación me cuesta dos mil libras, ¿recuerdas? —Dio un paso atrás y la observó de arriba abajo—. Y voy a sacar provecho de ello —comenzó a quitarse la chaqueta—, desde ahora mismo.

Pero ella lo detuvo.

—No, quiero hacerlo yo. Tú ya me has desnudado, ahora es mi turno.

Él esbozó una amplia sonrisa.

—Me parece bien. Pero antes quítate el frac, pareces un chico.

Ella abrió el frente de la prenda y dejó que resbalara por sus brazos hasta el suelo, quedándose ante él con tan solo un minúsculo tanga negro y los zapatos de tacón de aguja.

—¿De verdad has visto a algún chico así?

—Sí, en Tailandia. Allí pagan auténticas fortunas a los cirujanos para lograr tener una figura como la tuya.

Él intentó acariciarle los pechos, pero ella lo esquivó.

—A la cama —le ordenó.

Ella se sentó en el borde de la cama y rodó hacia el lado contrario antes de arrodillarse sobre el colchón. Jimin se tendió a su lado. Se inclinó sobre él y comenzó a desabrocharle la camisa.  El aprovechó la posición para estirar los brazos y rozarle los pezones con la punta de los dedos.

—Pórtate bien —le pidió.

—¿Sabías que tienes el mejor culo del mundo? —murmuró él.

Se dio cuenta de que Jimin estaba mirando el techo; giró la cabeza y se percató de que había un espejo dentro del dosel donde se reflejaba todo lo que ocurría en la cama. Sus redondeadas nalgas quedaban exhibidas al estar arrodillada.

—Se ven las cosas desde un nuevo ángulo, ¿verdad? —Estiró la mano y apretó un botón oculto. Las cortinas de la cabecera se separaron, revelando otro espejo detrás de las almohadas—. ¿Qué te parece
esto? ¿Quieres protagonizar tu propio ángel azul?

Se contempló abriendo los botones de la camisa de Jimin, revelando los duros músculos de su pecho y las tetillas, que estaban tan enhiestas como sus pezones. Se recostó sobre él para cerrar la boca sobre la más cercana y le sintió estremecerse cuando comenzó a succionar y a pellizcarla con los dientes.
Al mismo tiempo, buscó la otra, que frotó y acarició como tantas veces le había hecho él a ella. Le
Recordaba aescuchó gemir y vio cómo llevaba los dedos a la cremallera del pantalón, pero le apartó el brazo.

—No te apresures tanto.

—No tengo tanto autocontrol como tú —aseguró él.

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