—¡¿Por qué no puedo salir con Roxy?! ¡Ella es buena! —grita mi pequeña, cruzándose de brazos —. ¡Es dulce y me da muchos abrazos! ¡No me miente y quiere mucho a papá!
—Gia, no voy a discutir contigo sobre algo que no está a debate —digo entre dientes —. Solo quiero lo mejor para ti.
—¡Pero yo quiero salir con Roxy y con papá! ¡La paso muy bien con ellos! —replica esperanzada. Nada de lo que diga me va a hacer cambiar de opinión al respecto —. ¿Por qué estás celosa de ella?
Arqueo ambas cejas cruzándome de brazos. Por supuesto que no estoy celosa. Tengo miedo, lo cual es un sentimiento opuesto. Miedo a que ella le haga daño a lo más importante que hay para mí.
—Yo no estoy celosa de nadie —afirmo.
—¡Sí lo estás! ¡Estás celosa de que papá haya pasado la página y esté con alguien que lo merece! —Abro mi boca indignada —. ¡Deberías dejarle a papá ser feliz! ¡Tú lo has rechazado muchas veces! ¡Roxy le hace feliz!
—¡A mí no me importa si ella le hace feliz a tu padre o no, Gia! ¡Yo dejé de amar a tu padre hace mucho tiempo! —digo, a pesar de que las palabras salen demasiado amargas de mi boca —. ¡A mí me importas solamente tú!
—¡Entonces déjame salir con Roxy! ¡¿Por qué no?!
—¡Porque yo lo digo! ¡Yo soy tu madre, ella no lo es! —espeto, efectivamente enojada con su reacción. Nunca nos habíamos peleado así antes.
—¡Te odio! ¡Ojalá papá se hubiese enamorado de ella y ellos dos hubiesen sido mis padres! —Abro mis ojos ante aquella confesión y aprecio como sube las escaleras corriendo hacia su habitación, dejándome con el corazón partido en dos.