"El Levantamiento"《Kyman》

Da Inthyblxe

7.9K 1K 484

Quien lo creería. Tantos años y ellos nunca se hicieron notar, eran un simple puntito en la sociedad. No mol... Altro

Prólogo
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV

Capítulo XI

454 57 130
Da Inthyblxe

Creo que sabrán en que momento ponerla.
****************•*****************

~"Reconocimiento"~

"Cuando mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros."

—Cicerón.

*Advertencia: mención a golpiza*

°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°

Estaban todos juntos en un principio, todos y cada uno de ellos yacía en un mismo lugar; aglomerados, él trataba de sujetar manos que veía trémulas ante la situación, aferrándose firmemente a los brazos que encontraba a su alrededor y cerrando sus párpados porque no quería ver nada. Tenía miedo, frío, y sólo el agarre que tenía con aquel chico le aseguraba una cierta satisfacción, creándose una falsa idea de que estaría bien. Encerrándose en una errónea burbuja de felicidad constante que más de una vez, lo sacó de su repugnante realidad, escapando, literalmente del mundo que lo rodeaba; pero esta vez, era distinto.

No bastaba con cerrar los ojos y tararear pegajosas melodías cándidas en su cabeza, ya que las luces blancas le recordaban que no podía escapar fácilmente de ese lugar, ese momento y específicamente ese ambiente. Era turbia la sensación de vulnerabilidad que sentía correr gélida por sus piernas, por su nuca, en su nariz menuda y en sus delgados labios temblorosos. La luz incandescente lo volvía pequeño y las piedras bajo sus pies cantaban dulcemente ante sus pisadas raudas que intentaban seguir con torpeza los movimientos del brazo que estaba sujetando. Masculló algo incomprensible y como si todo el aire que retenía en sus pulmones saliera disparado por su boca, unos brazos fornidos lo sujetaron por los hombros, apretando sus delicados huesitos de cristal y abriendo sus ojos con tal tamaño que parecían salir de sus cuencas.

Gritó, y sin soltar el brazo de su amigo, miró la fila completa de niños dándose cuenta que no era al único que se llevaban; se llevaban a otros pocos niños, pero la pena lo inundó cuando también vio que las niñas eran alejadas de sus seres queridos. Esas pobres niñitas siendo jaladas por hombres sin rostro, cuerpos oscuros y exhalando humo grisáceo por sus fauces. Con ojos de un carmín brillante, calando los endebles cuerpos de las féminas igual como un cuchillo filoso. Los miraba con pavor, sus manos agitándose con rapidez insaciable como respuesta de los fuertes forcejeos que cometía contra el hombre que no tenía intenciones de soltarlo.

Comenzaba a llorar, a derramar ese líquido incoloro por sus mejillas sucias, llenas de polvo que se estaba levantando con el alboroto. Sus hombros ardían con urgencia, las manos gigantes y lúgubres cubrían su espalda, llevándoselo lejos, quedándose con miles de palabras en la boca que no podrá soltar por el terror que estaba viviendo en ese momento de angustia.

Los fulminantes halos de luz que lo cegaban le recordaban las mañanas níveas en su pueblito natal, evocando memorias recientes en su cabecita que se removía de un lado a otro con desesperación, ya que de alguna u otra forma debía soltarse de ese agarre tan fuerte y doloroso. Dando patadas a la polvareda, golpeando la literal nada, gritándole a los mil vientos y llorando amargamente, cerró sus ojos divisando completa oscuridad, no podía seguir mirando tales actos inhumanos que esos sujetos provocaban a los más débiles ¿cuál era el punto? ¿por qué tanta maldad? ¿por qué tanto daño? Escuchaba llanto, griterío, golpes, uno que otro disparo vibrando lejos de su posición; y como si la vida transcurriera en cámara lenta, percibió calmados movimientos por parte del soldado que se igualaban a los suyos y ante esa sensación tuvo miedo, creyendo que caería desvanecido o inconsciente así que, con su corazón apretujado, le mostró al mundo sus hermosos ojos turquesa, revelando lo colorados que estaban y viendo como se alejaba de todos, de su familia, de su antigua vida, de sus amigos: de Stan, de Kenny, de Cartman. Cuando los veía tan distantes, cuando sólo podía ver difusas sombras mezcladas con arena, cuando sólo tenía contacto con ese brazo que prometió nunca soltar, cuando sus pequeños pies se arrastraban por la tierra, Butters supo que no volvería a casa esa noche.

•••

—¡Basta! Ya me cansan sus estupideces —exclamó colérico Butters—. ¡Nada puede detener al Profesor Caos!

—¿Oh sí? Kenny usa tu estrella ninja —Stan vociferó, tumbado en la nieve, sintiendo como la helada y blanquecina capa gruesa quemaba sus manos y brazos descubiertos.

Entre un par de murmullos ininteligibles que traspasaban el abrigo del pobre, tomó una de sus estrellas filosas entre el resquicio de sus dígitos y la lanzó junto a su grito de batalla, de igual forma, incomprensible. El artículo de metal voló por el aire, cortando algunos copos de nieve que osaban aparecer en su camino con indiferencia, hasta que se estrelló contra el ojo izquierdo de Butters provocando que su casco de aluminio se desprendiera de su cabeza, revelando los dorados y deslumbrantes cabellos de su cortísima melena.

Se quedó estático por unos minutos para asimilar que su ojo había sido rebanado por una estrella ninja, lanzado por su supuesto mejor amigo. Un silencio sepulcral inundó el tenso momento, con cuatro niños boquiabiertos y un niño a punto de entrar en desesperación cuando un punzante y horrible dolor, junto con un río de sangre, comenzó a brotar de su ojo triturado.

—¡Ahhh! ¡Ah-h! —gritó con dolor y terror Butters, cerrando su ojo bueno y apretando los puños, agitándolos exaltado.

—¿Qué mierda Kenny? —Cartman comentó incrédulo, pues nunca imaginó que algo así pudiese suceder.

—¡Butters, Dios mio!el pelinegro fue el primero en ir a socorrer al pobre chiquillo que seguía vociferando incoherencias que se mezclaban con saliva acumulada sin poder silenciar las palpitaciones que en su cabeza comenzaban a resonar.

•••

Sus sienes dolían igual como si un camión le hubiese andado por encima. Un eléctrico golpe martillando una y otra vez su nuca hasta no poder aguantar más y obligarse a sí mismo a abrir los ojos, los cuales movieron sus pestañas con lentitud, abriéndose como flor en primavera; de a poco comenzaba a acostumbrarse a la luz que atravesaba la cortina paliducha que se mecía junto con las escasas brisas que Butters lograba sentir cercanas a su rostro neutro.

¿Había sido un sueño? Esos hombres, esos forcejeos, esos llantos ¿habían sido reales? Al parecer no, ya que se encontraba en una cómoda cama pequeña, regocijada de sábanas color crema y una suave almohada que intentaba apaciguar los dolores de su cabeza.

Murmurando un bostezo con labios sellados, se sentó con mucha precaución, pues su anatomía sufría de múltiples lesiones que no eran visibles. Apoyando sus manos sobre la colcha, tocándola con la yema de sus dedos igual como si nunca hubiese visto una en su vida, pasó su mano por encima con delicadeza, con pausados movimientos, y pestañeando unas cuantas veces su vista al fin logró acoplarse a la iluminación del estrecho lugar, o mejor dicho amplia habitación, ya que cuando giró con complicación su cuello vio más camas colocadas con exactitud una al lado de la otra. Todo demasiado blanco para su gusto.

Otros niños estaban descansando sus cuerpos en aquellas colchas color crema. Algunos, al igual que él, ya estaban despiertos poniendo la misma extrañada expresión en sus caritas. Confundidos intentando comprender cómo es que llegaron ahí, como es que estaban arropados y cómodos envueltos en deliciosas sábanas perla, como es que se los llevaron y ¿para qué?

Butters comenzó a recordar junto con un dolor en sus hombros el brazo que estaba sujetando, como él con tanta fuerza se negaba a soltarlo y como ese brazo tampoco lo dejaría solo. Recordó las patadas y los llantos. Cada sonido ahora retumbaba en su cabeza, los disparos, las lágrimas, el dolor, las luces, que aunque no provoquen sonido, en Butters producían una curiosa nota de pánico, pegándole justo en el iris hasta dejarlo completamente ciego. Volteó a la cama que estaba a su lado y reconoció al instante a ese niño que yacía medio dormido en ella, mordiendo su labio y mascullando de vez en cuando.

Stotch se sentó dejando sus pies colgar y balancearse un momento para luego brincar y sentir el frío piso bajo la planta de sus pies calar sus huesos. Tomó el hombro del castaño y lo movió con parsimonia.

—Scott... —susurró a penas con un hilo de su voz, la cual ni siquiera pudo ser oída por el mismo—. Hey, Scott, despierta —elevó un poco su timbre mirando cauteloso a su alrededor, ya que para ser una habitación tan blanca e iluminada, le producía cierta desconfianza.

Malkinson se removió apretando sus párpados y rascando su mejilla izquierda, la cual ardió después de esa errónea acción, ya que una reciente herida estaba arruinando sus pecas y mejilla rosada. Abrió sus pardos ojos chillando cuando el ardor adormeció momentáneamente su rostro; sus pupilas viajaron hasta las de Butters y se levantó mirándolo estupefacto.

—Creí que... —retuvo el aliento y luego sonrió levantando sus pómulos pecosos—, estabas...

—¿Q-qué cosa? —con unas cejas afligidas, Butters comenzó a raspar sus nudillos y a preocuparse, aunque en ese momento no era necesario.

Scott negó y con rapidez se acercó a su amigo y encerró el cuello del rubio entre sus brazos temblorosos. Butters no entendía que le pasaba pero de igual forma recibió con cariño aquel abrazo, el cual devolvió con un poco más de fuerza, cerrando sus ojos y suspirando en el hombro del diabético. Inhaló y por un segundo parecía que se había teletransportado a su hogar, a las cálidas mañanas junto a un exquisito desayuno, waffles con una resplandeciente miel dorada encima, cubriéndolos por completo, saboreando sus labios y recibiendo los amorosos tactos de su madre sobre su cabecita juguetona que no dejaba de saltar por la alegría que sentía su paladar ante tan glorioso manjar. Pero, cuando exhaló, esa imagen se esfumó junto con el aire que había botado. Abrió sus ojos con nostalgia y se separó de Scott mirándolo con desazón.

—Así mismo me apretabas allá afuera —confesó Scott mirando cómo Butters apretaba inconsciente su brazo derecho. Sonrió y se sentó con más comodidad sobre la cama—. Fue un caos, creí que habías muerto. El golpe que te dieron fue demasiado fuerte —confesó con su habla característica, un zumbido después de cada palabra se recalcaba en sus dientes.

Butters miró el suelo y sus ganas de seguir hablando se desvanecieron, provocando una pesadez en su pecho y espalda sentándose en su cama sin despegar la vista de las pulcras baldosas.

No recordaba el golpe, pero sí recordaba la fuerza que apretujaba sus omóplatos y la forma en la que sus iris le mostraban ajenas sombras demasiado lejos como para distinguirlas. Había perdido todo ¿no? Era el fin de su vida o incluso la vida de los demás, el final del camino que tanto le costó construir, camino que aún no estaba terminado. Era el final de su vida sin ninguna excusa que lo pudiera hacer cambiar de opinión al respecto. Se sentía divagar entre miles de posibles acontecimientos que vendrían después de lo ocurrido, la mayoría eran desfavorables y la minoría ni siquiera era probable que ocurriesen. Sus ojos deambulaban sobre la cerámica, siguiendo los nulos patrones descoloridos, sin ni siquiera dignándose a respirar con normalidad. No había pensado en lo que le ocurría, tampoco se había detenido a vislumbrar un futuro en ese lugar ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaban sus amigos? ¿Dónde estaba su familia? Y lo más importante ¿Qué le harían en ese sitio? Su párpado derecho dio un ligero salto de inconformidad, sobresaltándose cuando una fugaz idea horripilante llegó a su mente. Tan sólo pensar en algo como eso le erizó la piel y ocasionó que sus ojos se pusieran vidriosos; el tono de su tez palideció y sus labios temblaban mordiéndose la lengua. Sus dedos bailoteaban unos sobre otros y su corazón palpitaba feroz a punto de explotar.

—¿Butters? ¿Qué... Qué tienes? —inquieto, Scott se acercó al menor y al tomarle el hombro, unas lagrimillas corrían intranquilas por las mejillas delgadas—. ¿Butters?

—Scott... nosotros...

El sonido metálico de una cerradura se escuchó como un eco en la habitación. Todos se quedaron en silencio esperando a que alguien entrara por la puerta que al parecer, nadie había visto antes, estaban más preocupados en dormir o cuestionarse en donde estaban que buscar algo realmente útil, aunque no tan útil como una puerta.

Otro ruido de cerradura girando con dificultad, un fierro siento arrastrado por algún objeto hecho de metal y la puerta se había abierto revelando a un hombre rubio, ojos extremadamente claros y una sonrisa apacible.

Utilizando un formal traje verde opaco, junto con unas hombreras pequeñas, sostuvo en su mano una libreta y el sonido que hizo el lápiz al escribir rebotó en cada pared del cuarto. Con su pulgar apretó el diminuto pituto que hacía descender la punta del lápiz y un chasquido particular remeció los oídos de los niños aturdidos.

Dando un agradable suspiro, por fin de dignó a hablar.

—Que bueno que ya, la mayoría —recalcó—, están despiertos.

Tres hombres se asomaron atrás de él, uno con una dura nariz y mínimo de ojos, el segundo usaba un gorro que ocultaba sus cejas pero su tensa mandíbula demostraba lo malhumorado que era y el tercero con un rostro somnoliento pero una mirada penetrante, fugaz y felina.

—Necesito que se coloquen las prendas que están a los pies de sus camas —los ojitos turbios miraron cautelosos a la ropa blanca que reposaba sobre las mantas—. Después de eso los iremos llamando para hacerles algunas preguntas ¿Bien? —confirmó esbozando una sonrisa falsa y dura.

Nadie dijo nada.

El general asintió y se retiró de la misma manera en la que entró, dando pasos alargados y haciendo soñar el lápiz una y otra vez mientras se iba. Los hombres cerraron la puerta de golpe seguido de eso el igual sonido de la cerradura y el fierro.

La mudez deambuló por cada cuerpo y corazón.

Varios optaron por cambiarse inmediatamente mientras que otros se quedaban mirando a la nada y con los labios pegados. Butters, en cambio, seguía llorando tratando meter la menor bulla.

—Butters.

—¿Vamos a morir?

•••

La enorme caja que se presentaba ante sus ojos le impactó en sobremanera y entusiasmado se acercó a ella con una palanca para abrirla, mientras vociferaba lo tan encantado que estaba. Cuando al fin la tapa se abrió y Butters saltó algo lejos cayendo al suelo, un impresionante robot salía del empaque caminando con movimientos rígidos y con unas luces parpadeando sobre su cabeza.

—Saludos, soy Genial-o 4000 —habló el supuesto robot con una voz simétrica.

—W-whoa —exclamó Butters poniéndose de pie atónito.

—Me mandaron desde el Japón para servirle como su robot personal —continuó.

—¿Tú e-eres mi robot? —cuestionó acercándose al imperfecto operativo de cajas marcadas con plumón barato y apuntándolo aún sin poder creer lo que veía.

—Sí y seré tu mejor amigo.

—¡Oh, vaya! —saltó de la alegría el rubio pues al fin tenía alguien con quien jugar.

•••

Los nombres se le eran desconocidos o al menos la mayoría de ellos; era mínima la cantidad de palabras que lograba retener en su mente antes de ser opacada por otras más que llegaban para ocupar su lugar, retenía lo que podía como Douglas o Brimmy, nombres que alguna vez penetraron sus sienes pero nunca se quedaron ahí para algo más. Nombres olvidados que nunca fueron relevantes para él como los demás, esfumándose igual al polvo que se alza después de barrerlo; nunca lo viste ahí, mas sabías que existía.

Butters se contemplaba a sí mismo como un pequeño que no tenía idea de nada, como un pobrecito que apenas podía cometer crimen en un pueblucho montañés, nunca creyó tener aspiraciones o sueños más allá de South Park, todo se reducía a terminar con una vida similar a la de su padre: un trabajador angustiado que sólo se desquita con su hijo castigandolo por cualquier circunstancia que no sea de su agrado. Y peor aún, con insinuaciones hacia el otro lado. Ahora que estaba en ese lugar se preguntaba si en algún momento habría podido ser alguien más que un ordinario infante con expectativas demasiado altas. Quizás él sí habría sido un buen padre, no retaría a su hijo, menos por sus propias equivocaciones y no sería un idiota, porque sí, su padre era un idiota. Suspiró repitiendo esa frase en su cabeza y fue viendo como los niños iban siendo llamados, uno por uno, con su órgano bombeando y sonando con extrema fuerza.

—Stotch —lo llamó el hombre del gorro que cubría sus cejas.

Butters se puso de pie y con tambaleantes pasos se dirigió hacia la puerta, saliendo de su zona de confort para ir hacia lo desconocido. Un largo y angosto pasillo lo esperaba al otro lado de la puerta de metal y con una mano sobre su hombro, ambos caminaron derecho, alejándose de esa habitación cómoda y sosegada. No se distanciaron mucho hasta que se detuvieron frente a dos puertas blancas, Butters no dijo nada y dejó que el soldado hiciera todo, eso significaba abrir la puerta y empujarlo levemente para que entrara cuando se quedó inmóvil. De la misma forma lo guió hacia una silla metálica, se sentó y percibió lo gélida que estaba, igualmente el acoplado lugar parecido a un cubo. Era como estar dentro de un cubo gigante.

—Butters ¿No es así? —el mismo hombre rubio de hace rato le peguntó dejando varios papeles sobre la mesa del mismo material de la silla. Butters asintió pavoroso—. No tengas miedo Butters, sólo vamos a hacerte algunas preguntas de rutina —se quedó en silencio para ver la reacción del rubio, el cual simplemente temblaba del susto—. Solamente queremos saber como estás.

Ante eso, el blondo asintió sin dejar de pensar en que cosas les harían en ese lugar, creando falsas imágenes en donde un futuro no tan prometedor se empinaba poderoso e imponente.

—Bien, empecemos —tomó varios papeles y los chocó contra la mesa para alinearlos. Le dijo algo en el oído al mismo soldado de mandíbula como tiburón y prosiguió—. Dime Butters ¿Dónde vives? —inquirió apoyando los brazos sobre la mesa e inclinándose un poco hacia adelante.

Butters aún no estaba muy confiado de esa situación, se le hacía demasiado riesgoso dar información de esa magnitud, puesto que podían ir a su casa y hacer algo malo, como romper platos o maltratar a sus pequeños e indefensos hamsters. Sin embargo, la mirada fría que le dedicaba ese hombre lo congelaba y le decía de forma no explícita que debía responder para salir bien de ese momento tortuoso.

—Y-yo vivo en... —tragó saliva y apretó sus piernas—, en South Park, Colorado, en una c-casa café clarito y-y mi número es 1020 —respondió intranquilo, aún pensando que darle su dirección a un desconocido estaba mal.

—Perfecto —tachó algo en una de las hojas y continuó—. ¿Tienes padres? —Butters asintió—. ¿Cómo se llaman?

—Linda y Stephen Stotch.

—¿Tienes amigos Butters?

—Sí —aunque seguía temeroso, esos involuntarios escalofríos fueron descendiendo a medida que respondía—. Cartman, Stan, Kyle, Kenny, Scott, Tweek...

—Entiendo, tienes muchos ¿no? —Butters asintió eufórico—. ¿Programa de televisión favorito?

—E-es Terrance y Phillip, siempre lo veía.

Butters respondía correctamente a todo lo que le pedían y después de unas cinco o cuatro preguntas más se pudo ir, quedando él tranquilo, ya que no había sido tan malo después de todo, a excepción de la inyección que le colocaron antes de salir. Ignorando eso todo estaba bien.

•••

—El avance de... —pensó un momento. Murmuró tratando de adquirir esa información, la sabía, él sabía que la conocía pero nada llegaba a su cabeza. Recuerda a Kyle y Cartman reclamarle por algo, pero no lograba encontrar el porqué—. No sé.

—¿No recuerdas de que película querías ver el avance? —preguntó el hombre rubio.

Buttters negó apretando sus labios. Y él hombre sonrió.

•••

Creía que habían pasado semanas pero al parecer los meses se les están escapando de las manos. Cada día que pasa entrenando, más rápido avanza todo. Las horas parecen ir tan raudas que cuando se va a dormir, en un abrir y cerrar de ojos ya era de día, sin duda el ejercicio lo está agotando, al igual que los golpes. Al igual que las constantes inyecciones y preguntas capciosas que le hacen pensar, le provocan un agudo dolor de cabeza y un insomnio fatigoso el cual induce a que Butters tenga incorregibles cambios de humor y un extenuado rostro abatido por esas horas en las cuales no pudo si quiera cerrar sus párpados.

—¡Arriba Stotch! —escuchó que le gritaban.

—¡Ngh! No puedo, estoy cansado y tengo sed —se quejó en el suelo, lleno de barro y heridas profundas decorando sus lánguidos brazos.

El soldado lo tomó por sus hebras doradas jalando su escasa melena, tirando cada mechón como si estos se fueran a desprender de su cuero cabelludo y soltando un alarido de dolor al sentir su cuello extenderse, se colocó de pie con dificultad.

—¡Quiero que corras Stotch, no que descanses!

•••

—Vi a... A alguien hacer algo malo —continuó—. Lo seguí porque... me lo dijeron... ¿O no? —se tocó su barbilla pensativo.

Sus uñas negras y su mejilla manchada demostraban que estuvo ejercitando antes de ir a esa habitación de preguntas.

—¿Qué más?

—Cuando le conté a la otra persona, empezó a pintar la casa, se veía bonita de naranja.

—Verde.

—¿Ah?

—La semana pasada me dijiste que tú madre la había pintado de verde —le explicó el general rubio.

Butters abrió los ojos con asombro y al hacer eso le dolió su deformado rostro. No recuerda que su casa haya sido verde, es mas, ni recuerda su casa, así que simplemente aceptó la sugerencia de su superior y negó la presencia de una tal "Linda".

•••

Lo habían mandado a recoger unas herramientas que estaban en el sector principal, el que estaba justo en la entrada, recuerda ese lugar porque ahí fue donde lo eligieron para ser un soldado de calidad y mayor rango, había sido escogido entre muchos como el más apto y cuando le dijeron aquello no pudo evitar sentirse orgulloso de sí mismo. Al fin había logrado algo bueno en su vida, así que, sin chistar, obedeció con una expresión neutra en su semblante, dando pasos firmes hasta el lugar en donde todos esos cuerpos moribundos yacían trabajando bajo el sol.

Cuando se acercaba para tomar unas palas sórdidas del suelo una voz aguda lo llamó; creyó conocerla, creyó haberla escuchado en otro sitio, en otro tiempo, en otra época y así era. Al voltearse vio como Kenny corría hacia él, más delgado, más exhausto y más sucio que de costumbre, con sus mechas rubias ennegrecidas y unas prominentes media lunas oscureciendo su mirada. 

—Butters ¿En dónde has estado? —Kenny preguntó inmediatamente, mirando con cautela a algunos soldados que rondaban por ahí.

—En un sector en donde no me dan agua —respondió con una lastimera sonrisa, ya que extrañaba a sus amigos y verlo de nuevo le hizo recobrar las fuerzas para acabar con el entrenamiento, pues le decían que cuando termine podrá hacer lo que quisiera.

Y lo que más quería Butters, era estar con sus amigos.

•••

La sangre oscura manchaba su traje níveo sin preocupación, descendiendo como un río veloz de su nariz y labios desmenuzados, arruinando su antigua carita de ángel con encantadores hoyuelos y carismática sonrisa que te daba vida.

—¿Qué te dijimos? —preguntó el mandíbula de tiburón.

No contestó y tragó la sangre que se le acumulaba en sus fauces, dando arcadas por el momento, asqueado por el sabor, ya que no quería ensuciar más su vestimenta pura con sus fluidos.

—¿Qué fue lo que te dijimos Stotch? —volvió a preguntar golpeando la mejilla derecha del rubio.

Sus nudillos gigantes y gruesos como roca dieron con la carita de Butters, desprendiéndose de ella un sonido triturador, seguramente algo se le había quebrado. Con su quijada abierta, dejó que cayeran los líquidos que debían caer sintiendo una pulsación en sus encías hinchadas; preocupándose ante ese malestar intruso, quiso averiguar por su propia cuenta de que se trataba, y rozando con su lengua entumecida las áreas dañadas, con mucho cuidado, sintiendo un fuerte ardor en aquella zona, contuvo el aliento para poder procesar lo que estaba tocando con su músculo y con una paciencia rebosante movió con calma aquel molar que bailoteaba con libertad sobre su encía inflamada. Mientras más removía su lengua, más se soltaba el diente que amenazaba con salir disparado de su boca, no sabía que hacer; un pánico le recorrió por su espalda, uno frío y cálido, una combinación que te altera los sentidos, ya que sudaba además, por su frente, con sus mechones pegados a la piel, por su espalda percatándose de como sus prendas comenzaban a apretarlo, por sus manos comprimidas, doblándose las uñas en las palmas. Volvió a empujar el molar y cuando lo hizo su corazón latió presto, ejerciendo algo más de fuerza meció la muela soltándose de su anterior agarre firme, como si nada, por lo tanto ningún dolor llegó a sus nervios dentales. La sostuvo entre su lengua y paladar, notando la suavidad de su corona y lo puntiagudo de la raíz; retuvo sus movimientos para después escupirla con asco y temblando ligeramente.

—¡¿Qué te dije?! —un golpe directo en su nariz, ignorando el molar que había sido expulsado de su boca.

Se cegó por unos minutos, viendo todo blanco, diáfano, como una neblina cursando su córnea. Un aturdimiento en la zona media de su cara y agitación en su cabeza; moduló sin entenderse y agachó su cráneo esperando a que el efecto de somnolencia, dolor y ceguera se disipara.
Le costaba trabajo hablar, la sangre salía a chorro por sus labios morados y el reciente desprendimiento de su muela provocó que toda su mejilla derecha se adormeciera y agrandara por la hinchazón.

—Q-q-que n-no... —habló apenas tratando de no mover tanto su mandíbula, ya que creía que otro diente más se le saldría—, v-vaya don-d-de mis —tosió y escupió otra vez—, amigos.

—Bien.

•••

Tomó el arma en sus manos y apuntó al mástil que sostenía un muñeco de paja con firmeza. El viejo tronco que lo cargaba sonada crujiente ante el poderoso viento que remecía los cabellos de Butters, los cuales permanecían algo ocultos bajo un gorro de singular color verde opaco. Acomodó sus dedos en el renovado rifle, ajustó su vista pegando su pálida piel en él, cerró uno de sus áridos ojos y respiró despacio, acabando con esa preocupación que lo invadía al fallar, sin embargo cuando relajó sus músculos y su campo visual se extendió, disparó dando justo en el pecho del muñeco, seguido de un segundo disparo en la cabeza. Alivianando su fisonomía, se retiró el sombrero y acarició su mejilla con la intención de quitarse esa preocupación que antes le arrancaba la tranquilidad. Scott se acercó al rubio sonriendo y dando armoniosos saltos de felicidad, lo felicitó dándole cadenciosas palmadas en la espalda, y no fue el único que lo alabó por esa prueba; el escuadrón también se unió con aplausos y frases de motivación hacia Stotch, quien con sus mejillas sonrojadas agradecía todas las palabras dirigidas hacia su persona.

—Ves que sí podías —le recordó Malkinson, alterando la perfecta igualdad que poseían los mechones de Butters.

•••

—¿Quién es él? —la fotografía de un niño de gorro azul con pompón rojo yacía en ese papel que el general le mostraba.

—No sé —contestó sin ningún titubeo.

—¿Y él? —ahora un jovencito pecoso con un gorro verde se presentaba.

—No lo sé.

—¿Él? —un niño subido de peso con gorro celeste salía sonriente en la fotografía.

—Mmm ese es Cartman.

—¿Y el último? —un encapuchado naranjo, mostrando sólo sus ojos a la cámara.

—¡Kenny!

La mirada enojada del general no significaba nada bueno, y Butters lo sabía.

•••

—Kenny es mi mejor amigo, es el mejor niño que conozco. Los demás son una mierda pero... ¿quienes son los demás? ¡Ah! Pero Cartman es el peor, sí que lo es. Me vengaré, lo juro.

•••

—¿Dónde vives? —las mismas preguntas de un principio volvían a repetirse una y otra vez, volviendo esta extravagante habitación de las mil interrogantes en un ordinario cuarto monótono.

—Aquí, este es mi hogar —contestó frunciendo su mirada, expresión que se ha apropiado de sus facciones.

—¿Tienes padres?

—Aleph es mi padre —respondió con obviedad.

—¿Tienes amigos?

Esa pregunta. Siempre esa maldita pregunta. Odiaba con su vida cuando llegaban a esa parte, no sabía que decir; era algo inconsciente que cada vez que le preguntaban eso el nombre de Cartman y Kenny llegaban como un rápido flash a su mente y cuando los nombraba, una serie de golpes y más inyecciones lo esperaban al otro lado de la pared y aunque odiaba tener que recordarlos a ellos siente que son tan cercanos a él, remembrando pasados felices y llenos de dicha en donde no logra evocar con exactitud las cosas que hacían, sí sabía como eran los rostros de aquellos dos, con los que más pasó tiempo, los que marcaron su niñez con buenos o malos actos. Pero, si esos nombres salían temerosos de su ser, tendría que aguantar el tormento de largas agujas introducirse en su cuerpo y unos cuantos golpes más, por otro lado, sabía que mentir no era una opción, pero no quería seguir sufriendo, lo único que deseaba era terminar con esa seguidilla de preguntas semanales o ¿mensuales? Ya no recuerda.

—¿Tienes amigos Butters? —volvió a preguntar.

—Sólo los que conozco aquí —mintió mirando hacia otro lado y frotando sus nudillos como acostumbraba hacer.

El general lo miraba, escudriñando su anatomía maltrecha, sabiendo desde un principio que el menor no decía la verdad, porque lo sabía, porque el general era listo y Butters no, porque era mayor y Butters no, porque era malo y Butters no. Aún con sus córneas sobre el pequeño, Stotch murmuró nervioso y asustado, suspirando con resignación y esquivando como podía aquella mirada acusadora y malévola que más de una vez le hizo tener pesadillas.

—P-perdón. Cartman y Kenny —admitió.

•••

—Gracias por acompañarme... ¿alguien?

—De nada —respondió ese alguien detrás de una bufanda o pañuelo, ya que no se le entendía claramente.

Ambos llevaban flores en el cuello. Y... b... E. Bían... ¿qué bebían? borroso.

•••

Golpeaba el saco con sus puños amoratados, rodeados de vendas y con un sudor descendiendo por su cuello hasta su pecho lampiño. Sus ojos se centraban en un solo lugar, golpear justo al medio de ese saco escarlata, incluso si sus nudillos se rompen, o si sus dedos se caen o si otro más de sus dientes se desprende, no dejaría de golpearlo; con sus ojos hinchados miraba repulsivo el saco, como si estuviera golpeando a alguien en específico aunque no sabía a quien, por consiguiente su mente, repleta de lagunas mentales, lo maldecía al no poder invocar memorias de su anterior vida, es más, cree no poseer alusiones de ella, como si nunca hubiese existido.

Apretó sus dientes y dejó que la transparente secreción goteara en el piso, sin tener la mínima idea de quien se estaba vengando. Sabía que era de alguien, una persona que siempre lo trató mal e incluso sacó provecho de su previa inocencia, pero ahora era más fuerte, poderoso y los pequeños músculos que florecían en sus brazos lo demostraban, su abdomen contraído también lo hacía y esa mirada potente, furiosa, enérgica era la prueba suficiente para comprobar que Butters ya no era ese pan de canela de antes.

Dio unos raudos golpes al saco sin detenerse hasta que un fuerte combo se estrelló contra el: directo y certero, ocasionándole un tirón en su muñeca, pero estaba bien, siempre lo estaba.  Respiró cansado, escuchando el retumbar de las cadenas, agachado sobre sí mismo, inhalando con su boca abierta y mirando como el suelo se regaba con su sudor. Sus palmas mojadas lo sostenían en sus rodillas y al tratar de saber el motivo de su furia y venganza un sólo nombre se encerró en sus sienes, el nombre del cual no ha podido desligarse, el nombre que se ha estado repitiendo una y otra vez.

—Cartman... —susurró con asco y le dio una patada al saco, rompiendo las cadenas y cayendo al suelo junto con un fuerte sonido pesado. 

•••

—¡No te soltaré la mano! Alguien dijo que no te tenía que soltar y no lo haré tú... eh...

—¡Que marica Butters! ¡Déjame ya!

—¿Me conoces?

—¿De que hablas?

—Yo... ¿Te conozco?

—No.

•••

—¿Tienes amigos? —y esa pregunta, nuevamente esa pregunta.

Pero ya sabía que responder.

—Los que viven aquí.

—¿Reconoces a estos dos? —dos fotografías, un niño con capucha naranja y el otro con un gorro celeste, al cual miró con algo de desprecio sin saber porqué.

—Nunca los había visto en mi vida.

•••

Era alguien nuevo, una persona nueva, caminaba diferente, se expresaba distinto, cada movimiento era particularmente renovado, su mirada sumisa se tornó dominante y esa piel rosada se volvió tétrica, llena de cicatrices y múltiples golpes, con unos luceros turbios, amarillentos llenos de venganza contra los herejes. Ellos, asquerosos, malhechores, traidores, burlándose de su raza, aniquilando a sus semejantes, ellos, los herejes, debía eliminarlos, uno por uno, para eso fue entrenado, para eso fue elevado de rango y para eso servía en este mundo. Mundo en el cual nació, mundo en donde los herejes asesinaron a sus padres y amigos, esos sucios bastardos, ratas sin sentimientos ahora están pagando las injusticias que su gente vivió. Ahora les tocaba a ellos sufrir y ver como se desangran sus seres más amados, ahora les tocaba experimentar lo que se siente perder un alma anhelada, ahora les tocaba lamentarse y podrirse bajo su mano, bajo su poder, sus ojos y su fuerza, porque Butters Stotch era un soldado honorable y justo con los suyos, era un joven dedicado a servir a su superior, a alabarlo y a seguir sus mandatos. Ahora a ellos les tocaba llorar y vaya que sabía hacerlo.  

•••

Había sido ascendido como guardia, vigilando sus alrededores y con arma en mano verificando si todo estaba en orden, paseándose por los pasillos atento ante cualquier cosa fuera de lugar, ya que, en varias ocasiones un muchacho de cabellos castaños andaba merodeando por ahí, mas aún no dan con él. Toda la noche despierto, toda la noche buscando sucesos sospechosos, no obstante, nada osaba perturbar la tranquilidad de la vida nocturna. O eso pensaba él.

Un fuerte ruido proveniente de afuera lo alarmó y a varios de sus compañeros, los radios de cada uno vibraba con una frecuencia similar, alertando a todos a que revisen los contornos del edificio y como si de un gato se tratase, Butters salió corriendo, sin esperar ordenes y recibiendo un alegato de su general, hacia la parte trasera de la construcción. Se quedó inmóvil al ver a dos muchachos con un traje gris agachados frente a un arbusto. Eran los primeros que veía tan cerca y solos, respiro ansioso, ¿acaso podrán ser aquellos sus primeras victimas? Se acercó cauteloso, despacio, sus pies hechos nubes pisaban con delicadeza las piedras para que estas no sonasen irritantes. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó aire, sujetó con entereza su arma y vociferó:

—¡Quietos! —se escuchó él mismo.

Ambos herejes se mantuvieron estáticos, él mirándolos con asco y desprecio. Mientras el rubio se levantaba, el castaño salió despavorido del lugar y Butters no alcanzó a dispararle. Bufó y luego dio su otra orden.

—Date la vuelta —demandó con una voz grave pero a la vez chillona.

El joven comenzó a voltearse con ambas manos arriba para después bajarlas en el momento en que ambos ojos se juntaron, ambas miradas se unieron y cortaron en un rápido pestañeo.

—¿Bu-Butters? —murmuró el niño apenas.

Butters retuvo su respirar y volvió a apuntar, decidido a matarlo o llevarlo con su general, sin embargo esos iris lo distraían, creía haberlos visto en otra parte y el hecho de que supiera su nombre lo descolocó aún más.

—¡Calla! —gritó.

—Butters qué... ¿Qué estás haciendo? —la voz del niño sonaba confundida y sollozante.

—¡Que te calles he dicho! —cargó su arma cerrando los ojos, detestaba que lo miraran tan fijamente y ese crío lo estaba haciendo de una forma que le penetraba el alma.  

—Oye, baja eso —intentaba acercarse el sucio a paso lento, pero un disparo en el suelo lo detuvo asustado—. ¡Butters ¿qué no me reconoces acaso?! —se quejó tocando su pecho, con los nervios de punta.

—¡Deja de decir mi nombre, rata!

—Pero así te llamas, así te decíamos todos... Butters

—No.

—Butters...

—¡Si no te callas yo lo haré! —volvió a levantar el arma hacia la cabeza del muchacho.

—S-soy Kenny... en serio no ¿No me recuerdas? —habló quebrando su suave voz, derramando agrias lágrimas por sus cuencas.

—Vuelves a hablar y te reviento la cabeza —amenazó con furia.

Un silencio reinó entre ambos, uno momentáneo, dejando que los grillos le cantaran a la luna y ese tal Kenny, tembloroso, suspiró mirando el suelo. Butters pensó que había ganado pero el chico volvió a hablar:

—Nacimos en South Park, Colorado —dijo levemente—. Yo vivía lejos de los demás pero igual jugabas conmigo, con todos...

—Te llevaré con el general para que le digas esos cuentos —avanzó para tomar a Kenny del brazo pero éste se alejó con rapidez—. ¡Hey!

—Hacíamos tantas cosas juntos, nos divertiamos mucho —expresó con añoranza—. ¿Recuerdas cuando quisimos volver al tercer grado? —rió—. No lo logramos obviamente... Pero casi.

Butters lo oía sintiendo un extraño dolor en su nuca, palpando esa área con sus yemas, la sintió hervir, pero la ignoró exigiendo que se callase, amenazándolo con el peor de los castigos, mas nada funcionaba. Ese niño no le temía a la muerte.

—Cuando fuimos a Hawaii o cuando jugábamos a los super héroes —con ojos vidriosos, añoraba volver a esos años de niñez en donde era feliz, en donde era querido.

Lo miró un momento, deformadas sensaciones envolvían su mente, divagando por el sector; sus cejas fruncidas no querían aceptar que algo de lo que ese chico decía era cierto, pero él sabía que no era así. ¡Había nacido en ese lugar, crecido y entrenado! No conoce un tal South Park, ni a ningún Kenny, ni a ningún "Hawaii". Sólo tiene su versión de la historia y no necesita más.

Colérico, acercó su arma al mentón del rubio, quien con miedo levantó su rostro, sus labios temblando y sus ojos aún con una escasa esperanza de poder devolverle los recuerdos a Butters que parecía perdido en un nuevo y destrozado mundo.

—No... Me reconoces —susurró con su pecho hundido y aflojando sus hombros.

—No —afirmó tajante.

El hereje dio un largo y cansado respiro para empujar a Butters y como pudo correr lejos de él. El soldado se irguió y apuntando directamente en la espalda baja del prisionero, convencido en dispararle... Algo lo hizo frenarse en el acto. Se quedó inerte, sosteniendo el arma y respirando con pesadez mirando como se alejaba la silueta de ese Kenny, que decía tener momentos juntos. Bajó el arma y miró como desaparecía, como se esfumaba, como se diluía con las sombras y el polvo, como un vago recuerdo se dispersaba con la maleza y las luces, sintiendo sus pulmones arder, su estomago ácido y su cabeza dar miles y miles de vueltas.

No supo porqué, pero agua salada caía tibiamente por sus mejillas, manchando su cara huesuda y oxidada. No supo porqué, pero se sentía curiosamente devastado, dolido y sobretodo, con un corazón destruido sin conocer las causas.

•••

Entró cerrando con suavidad la puerta tras él, costandole respirar, sintiendo sus sacos de aire casi estallar, emitiendo un sonido hueco al aspirar; ahogándose con su propia saliva, adentrándose en un tornado de malas emociones que comenzarían a roer sus huesos imperceptibles al dolor nuevo que llegase luego. Aún con su rostro empapado y con sus mechas despeinadas, sentía sus manos temblar, cavilando en el hecho de que Butters, sí, su amigo Butters iba a asesinarlo, sin importarle nada, despreocupado de que la sangre de Kenny riegue el suelo, floreciendo claveles rojos de él. Sus pies vacilantes avanzaron hacia la habitación, siendo mirado por los varones que alertas no se explicaban el contexto en el cual estaban inmersos.

Se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra las férreas patas de la cama, con su vista plantada en el infinito, sin perderse nada de ese punto inexistente donde sus índigos faros no dejaban de mirar. Concentrado en la idea de que lo había perdido, su supuesto mejor amigo, desaparecía por un tiempo y ahora volvía así ¿qué cosas le habrán hecho para que no lo reconociera? Notó la presencia de alguien más a su lado y al girarse con un aspecto angustioso, los ojos azules de Marsh lo estudiaban con preocupación, sus cejas oscuras revelando intriga y miedo. Kenny le sonrió desbordándose de sus lagrimales un río que no quería dejar fluir.

—Estoy bien... —dijo pasando una mano por su cabello aún sin poder creer lo que había vivido, juntando sus pestañas copiosas—. Y ¿Cartman? —inquirió recordando al cabrón que lo había dejado solo, aunque ahora que lo piensa, esa fue la mejor opción.

Stan apuntó a la cama de enfrente, mostrándose en la penumbra unos hombros y cabeza agacha siendo iluminado apenas por un rayo azulino que entraba desde un agujero en el techo. La retina miel de Cartman se vidriaba cada vez que intentaba pestañear; por poco muere allá afuera y ese sentimiento de adrenalina peligrosa, de que si das un paso en falso podrías acabar tieso sobre el suelo, no te lo quita nadie. Juntando sus cejas, dirigió su sentido hacia Kenny, culpándolo de todo lo que ocurrió, pues todo era culpa de McCormick por sus estúpidos intentos de querer escapar cuando todos saben que es imposible. Incluso para él.

—Ven... —lo llamó agitando su mano el blondo desde el suelo, todavía con sus muñecas sobresaltadas.

Cartman abrió sus grandes ojos de búho y Kenny volvió a invitarlo a tomar asiento a su lado, esta vez Eric sí aceptó. Se sentó un tanto incómodo y perplejo por lo sucedido con anterioridad y sintiendo la calma que se apoderaba en ese instante, dejó, sin reclamar que el pobre pasara uno de sus brazos por sobre sus hombros, imitando la misma acción con Stan. Pelinegro y castaño yacían con sus cabezas inclinadas en la clavícula de Kenny, sin saber porqué, solamente dejaron que el inmortal sintiese esa unión que se estaba reforzando al estar tan extraviados con los demás, con sus familiares, amigos, mamás, hermanas... Kenny lamentaba tanto estar lejos de los que amaba que sólo podía cobijarse con estas dos personas, las cuales lo conocían bien, las cuales siempre estaban ahí para cualquier cosa, sea positiva o no. Comenzaba a llamar esos escenarios de infancia, donde jugaban en la nieve espesa, donde bailaban en competencias, donde hacían viajes extravagantes a otros lugares y tenían miles de aventuras. Extrañaba volver tarde a casa, darse un corta ducha tibia y luego irse a su cama pequeña; extrañaba las clases del señor Garrison, extrañaba las discusiones sin sentido, extrañaba a Kyle y su don de la palabra sonriendo ante eso, pero a la persona que más extrañaba era a su hermanita: sus cachitos morenos danzar con sus movimientos, sus escasos vestidos remeciendo contra la tibia brisa de primavera, sus dulces ojitos, sus pequeñas manos...

—La otra noche, querida, cuando dormía... —comenzó a cantar Kenny con una melodiosa voz—, soñé que te sostenía... En mis brazos, pero cuando me desperté, querida, estaba equivocado. Así que incliné mi cabeza y lloré.

Eres mi sol, mi único sol, me haces feliz cuando los días están grises.
Nunca sabrás, querida, cuanto te amo, por favor no te lleves mi sol.

No muy lejos de ahí un pequeño soldado recibía castigos por no poder disparar con puntería, por dejar escapar un hereje y no tener la valentía de matarlo en el acto por un sentimiento que lo detenía, parecido a la pérdida. Había perdido algo, pero no sabía qué.

Al otro lado, un pelirrojo divagaba en su cabeza, tratando de encajar sucesos que tal vez nunca ocurrieron, despojándose de esas reminiscencias que le revolvían el cerebro, confundiéndolo y experimentando un vacío oscuro y agujereado, parecido a la pérdida. Había perdido algo, pero no sabía qué.

Siempre te amaré y te haré feliz, y nada podrá interponerse entre nosotros.
Pero si tu me dejas, por amar a otro, destrozaras todos mis sueños.

Eres mi sol, mi único sol, me haces feliz cuando los días están grises.
Nunca sabrás, querida, cuanto te amo, por favor no te lleves mi sol.

—Que marica Kenny... —musitó despacio Cartman dormitando desarmado sobre el hombro del blondo, mientras que Stan permanecía durmiendo sobre sus piernas.

Kenny sólo asintió y volvió a llorar.










*************•***********
Feliz navidad.

Continua a leggere

Ti piacerà anche

106K 19.1K 55
Jimin es un humano común y corriente, un día va a una excursión en el bosque y al recostarse en un árbol es transportado a un mundo mágico, llamado f...
647K 84.6K 63
"Y si no eres el amor de mi vida diré que me equivoque de vida y no de amor" Cuando Izuku observó como Kacchan le decía que sería padre, supo que en...
180K 23.3K 115
𝐅𝐀𝐊𝐄 𝐂𝐇𝐀𝐑𝐌 || 𝙴𝚕 𝚎𝚗𝚌𝚊𝚗𝚝𝚘 𝚎𝚜 𝚎𝚗𝚐𝚊ñ𝚘𝚜𝚘, 𝚢 𝚌𝚘𝚗 𝚜𝚞 𝚋𝚎𝚕𝚕𝚎𝚣𝚊 𝚑𝚊𝚛á 𝚚𝚞𝚎 𝚝𝚎 𝚊𝚛𝚛𝚎𝚙𝚒𝚎𝚗𝚝𝚊𝚜. Teen Wolf...
150K 21.2K 64
nacido en una familia llena de talentos aparece un miembro sin mucho que destacar siendo olvidado sin saber que ese niño puede elegir entre salvar o...