Las fiestas nunca llamaron mi atención, al contrario, me incomodaban mucho. Las luces perturbaban mi vista y el alto volumen de la música me provocaba dolor de cabeza. Mis compañeros del colegio sabían mis incomodidades, por eso siempre estaban diciéndome que era un aguafiestas en todos los sentidos, ya que tampoco tenía novia.
A pesar de mi desgano con las fiestas, asistí a una que había sido organizada por Violeta, una compañera de mi clase. Al principio no quise ir, pero la invitación llegó a todos los salones de nuestro grado, por lo cual Max se había enterado. Él no frecuentaba mucho las discotecas, pero sí las reuniones escandalosas en casa de amigos porque la mayoría que asistía eran personas conocidas. Max consideraba que esas reuniones eran mucho más cómodas.
La casa de violeta parecía un mercado con tanta gente en ella. Muchos de mis compañeros del colegio estaban haciendo escándalo e incluso tomando con sus amigos más cercanos. Éramos menores de edad, pero no iba a estar diciéndoles que no tomaran. Eso dependía de cada uno, además, ya no quería que me siguieran diciendo aguafiestas. A pesar de lo que pensaba sobre aquello, de no tomar, la presión se sentía incómoda cuando me tendían un vaso lleno de cerveza como lo más natural del mundo.
—Caramel, solo para que pruebes. Aquí la mayoría está tomando por primera vez, así que siéntete en confianza. La cerveza no te va a matar —Me dijo Rodri, mi compañero del colegio.
"Muchos están tomando por primera vez", había dicho Rodri. Seguramente era verdad, pero verlo me dejó en claro que él ya estaba acostumbrado al sabor de la cerveza. Rodri se reía junto a sus amigos, entre los cuales estaba mi mejor amigo Max.
"Es amargo, no tomes", me dijo Max susurrándome en el oído. A él no parecía molestarle el ambiente, ni tampoco tener un gran vaso de cerveza aún más lleno que el mío. Yo estaba incómodo con el volumen alto de la música, con tanta gente reunida y con el gran vaso en mi mano. Mamá había confiado en mí, por eso no quería defraudarla llegando mareado a casa.
La situación se estaba saliendo de control. Los chicos empezaron a jugar algo sobre tomar más vasos de cerveza sin marearse. Ellos se reían, no dejaban de divertirse en confianza, mientras tanto yo me sentía ignorado. Supuse que fue algo espontaneo, ya que mi falta de interés por la fiesta me fue alejando del grupo.
Decidí escaparme del lugar un rato. Crucé varios grupos de amigos sin que nadie me tomara importancia. Al principio creí incomodar a Violeta, la dueña de casa, pero descarté la idea, ya que su primer, segundo y tercer piso, estaban igual de ocupados por uno que otro grupo de chicos. Crucé el pasillo del tercer piso hasta encontrar la escalera que conducía a la azotea.
La azotea era el único lugar de la casa sin ruido. La música del primer piso se perdía en la calle antes de que llegase a la azotea. Me acerqué al balcón desde donde pude ver a muchos chicos conversando alegremente afuera de la casa. Decidí quedarme allí por un momento.
—No tomes, Caramel, me agradas así como eres — escuché decir muy cerca.
Me asusté un poco. No había reconocido la voz, pero al darme la vuelta descubrí que era Caro, mi compañero de clases.
—Tiene un sabor horrible. Es desagradable —él agarró el vaso de mis manos y lo puso en el muro.
—Lo imagino —dije disimulando mi sorpresa por haberlo encontrado en la azotea.
No supimos que más decir...
Caro siempre fue un chico muy parco, pero súper amigable con sus amigos. Él no hablaba mucho con sus compañeros de clases, aunque usualmente me empezó a saludar cada vez que me encontraba con él en el colegio.
—Aquí es muy tranquilo. Casi no se escucha el ruido—dije con la intención de matar ese silencio incómodo.
—Verdad, es tranquilo. Abajo es todo un desorden, pero parece que a violeta no le importa.
—Aja, eso, sus padres se van a molestar cuando regresen de su viaje.
—Eso es verdad.
...Nuevamente el silencio.
No había tema de conversación. Los dos solo éramos compañeros, no amigos. No sabíamos nada de ambos como para empezar a comentar de esto o aquello, por eso continuamos tensos en medio del silencio tan incómodo. Esa situación me hizo preferir el alto volumen de los parlantes.
—Voy a regresar —dije caminando hacia las escaleras.
—Caramel, qué te parece si salimos de esta casa. Si esto te aburre podemos irnos a otro lugar —él me agarró del brazo sin lastimarme —. Me he dado cuenta que desde que llegaste estás incomodo, por eso sería divertido si nos vamos.
—No puedo irme sin Max —respondí de inmediato.
—No se va a molestar, además, a estas alturas ya debe estar borracho porque no creo que resista mucho.
—No puedo dejarlo. Max es mi mejor amigo, él no me dejaría aquí.
En ese instante, sin ni siquiera habernos percatado de su llegada, vimos a Max recostado en la baranda de las escaleras con las manos en la cabeza, como si le doliera. Nos quedamos mirándolo solo unos segundos, pues ese poco tiempo fue suficiente para que Max se encontrara parado cerca de nosotros, quienes habíamos estado al lado del balcón, lejos de las escaleras.
—Caramel, qué haces, ven conmigo —dijo Max.
—Solo estaba conversando —le dije notando algo diferente en Max.
—Nos vamos.
Max me llevó hacia las escaleras sin darme tiempo para despedirme de Caro. Él nos miró desde donde lo habíamos dejado. Cuando volteé para tratar de despedirme antes de bajar, pude verlo blandir sus manos como despedida.
Bajamos las escaleras hacia el tercer piso. Había visto dos grupos de tres y cuatro amigos cuando pasé por ese piso para subir a la azotea, pero al bajar, ellos ya no estaban. Imaginé que violeta los había regañado por estar en los pisos donde no se debía subir.
—Bailemos —Max dijo deteniéndose de pronto en medio del pasillo del tercer piso.
— ¿Qué?, pero...
—Es fácil, no es nada complicado, yo te enseño.
—No, Max, eso sería extraño, además, no me gusta bailar, ya sabes...
El me interrumpió.
La música que estaba sonando era un reggaetón muy conocido por todos, la última moda en la radio juvenil, pero a mí no me gustaba, y si me hubiera gustado nunca lo habría bailado porque era pésimo haciendo movimientos tan extraños. En cuanto al baile yo era una tabla viviente, sin articulaciones, tan tieso, que en vez de bailar, parecía un chico esperando el autobús.
—Es fácil, ya verás.
El hundió su rostro en mi hombro, posó sus manos en mi cintura y se empezó a mover lentamente, tratando de guiarme con sus movimientos. No supe que hacer. Mi amigo estaba ebrio, inconsciente de sus actos, bailando un vals imaginario en medio del pasillo del tercer piso. Max no se comportaba de esa manera cuando estaba en sus cabales. Él era bien despierto, súper alegre y nunca me había ignorado con tanta persistencia, ya que yo trataba de que me escuchara, pero no lo hacía.
—Alguien nos va a ver y va a pensar muy mal —le dije tratando de ver a los lados.
—Eres una Princesa —dijo ignorándome nuevamente.
—No soy una princesa, Max, soy tu amigo Caramel.
— ¿Mi princesa tiene sueño?
—Max... —articulé impaciente.
—No te duermas.
—No tengo sueño, solo estoy preocupado. Si tu mamá te ve en ese estado se va a molestar contigo, y si mi mamá te ve, también se va a molestar conmigo por no cuidarte.
—No te duermas, Princesa —volvió a repetir tocando mis labios con su dedo índice.
Su acción me puso como un tomate, y no solo eso, también su forma de mirarme y el cómo me había arrinconado hacia la pared entre paso y paso del vals que solo Max escuchaba. Me preocupaba que alguien subiera y nos viera de esa manera tan de pareja. Max tenía que estar pensando que estaba con una chica porque no le daba otra explicación a lo que estaba sucediendo. Entre mis pensamientos de preocupación, él sostuvo mi rostro con ambas manos y pegó sus labios húmedos con los míos.
De tomate pasé a ser un volcán que ardía al rojo vivo.
Los labios de Max con los míos, él tan experto y yo tan torpe y estático por la impresión que me causó esa sorpresa. El volumen de la música seguía muy alto, se escuchaban ruidos en el segundo piso y nosotros en el tercero a un rincón del pasillo, tan cerca el uno del otro, sintiendo la piel de nuestros labios.
— ¿Ya despertó mi princesa? —dijo susurrando despacito.
—Sí —respondí atontado—, pero no soy una princesa.
Estaba en shock por lo sucedido, pero tenía que hacer algo. Yo era el único en sus cabales porque mi amigo no estaba en condiciones de razonar. Respiré hondo, tratando de mantener mi compostura que había sido deshecho con ese beso, y conduje a mi amigo a una de las habitaciones del tercer piso.
Al día siguiente Max despertó con una terrible resaca y sin nada en su memoria de lo sucedido en la noche. Él se había quedado dormido como una piedra en cuanto logré acostarlo en la cama. "Si van a salir tarde de la fiesta, prefiero que se queden a dormir en la casa de tu compañera a que camines en la calle pasada las doce", me había dicho mi madre antes de salir de casa. Afortunadamente Violeta nos permitió quedarnos, y la noche restante fue suficiente para que Max recobrara la conciencia luego de dormir.
—Qué cosas hice estando borracho, dime, Caramel —me preguntó con interés cuando regresábamos a casa.
—Nada —respondí avergonzado—, solo tenías interés en dormir.
— ¿Tan aburrido soy cuando me emborracho? Qué mal, que deprimente.
Me preocupé que Max actuase de esa manera con cada emborrachada futura, me preocupé que se pusiera a besar a medio mundo, e incluso a hombres, imaginándolos como sus princesas a quienes tenía que despertar; me preocupé verlo consiente en la mañana y que tuviera que afrontar los recuerdos del besos entre los dos, pero estos no permanecieron en su memoria.
Max no recordó lo que había pasado esa noche, así que yo decidí olvidarlo por el bien de ambos.