Las grietas en el laberinto

By ChristianNava0

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Evocando la paranoia de La semilla del diablo y la inquietante atmósfera de la película culto Jacob's Ladder... More

Prólogo
Prólogo (Parte 3)
Capítulo 1 (Parte 1)
Capítulo 1 (Parte 2)
Capítulo 2 (Parte 1)
Capítulo 2 (Parte 2)
Capítulo 3 (Parte 1)
Capítulo 3 (Parte 2)
Capítulo 3 (Parte 3)
Capítulo 4 (Parte 1)
Capítulo 4 (Parte 2)
Capítulo 5 (Parte 1)
Capítulo 5 (Parte 2)
Capítulo 5 (Parte 3)
Capítulo 6 (Parte 1)
Capítulo 6 (Parte 2)
Capítulo 6 (Parte 3)
Capítulo 6 (Parte 4)
Capítulo 7 (Parte 1)
Capítulo 7 (Parte 2)
Capítulo 8 (Parte 1)
Capítulo 8 (Parte 2)
Capítulo 8 (Parte 3)
Capítulo 9 (Parte 1)
Capítulo 9 (Parte 2)
Carta a mis lectores

Prólogo (Parte 2)

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By ChristianNava0


Evelia pensó que ver a sus amigos en el pasillo del cuarto piso, donde celebraban su propia fiesta escondidos del resto de los invitados, la haría sentir mejor. Estaba equivocada. La familiaridad de la conversación entre seis de las personas que más quería en el mundo, así como las carcajadas espontáneas lubricadas con licor, no hicieron sino ahondar el hueco que sentía en el estómago. ¿Se había imaginado lo que vio en el balcón? Podía ser. Por supuesto, para aclarar sus dudas tendría que salir y mirar al cielo nocturno. La sola idea le quitó el color del rostro.

Sin saber qué decir, se quedó de pie con la copa vacía en la mano. Se sentía aturdida. Tenía la boca tan seca que no estaba segura de poder hablar incluso si lo quisiera. El nauseabundo olor a cerveza, que parecía avivado por el aire acondicionado, le causó fatiga. Evelia se cruzó de brazos. Temía ver a alguien... o a algo moverse en la oscuridad, detrás de los largos ventanales de cristal templado de las oficinas vacías. Aunque el corredor, amplio y sin muebles, lucía igual que antes, a Evi se le antojó que las luces fluorescentes eran insuficientes a pesar de que el resplandor de éstas contra las paredes blancas le cansaba la vista.

—¿Viste un fantasma? —bromeó Ernesto después de tomar una bocanada de su porro. Tenía la tez un poco roja a causa del alcohol.

Los demás se volvieron hacia Evelia, excepto por Adán. Él fue el único que evitó cualquier contacto visual.

En ese momento, Evi detalló a sus amigos como nunca lo había hecho antes. Los hombres, uniformados con versiones del mismo traje oscuro (barato y alquilado) que no reflejaba para nada sus personalidades, se las habían apañado para distinguirse con algún detalle: Ernesto tenía la camisa remangada para mostrar sus tatuajes, Adán llevaba zapatillas deportivas y la corbata estrellada de Santiago era igual a una que Daddy Yankee había usado el año anterior; solo Chuo vestía con sencillez, como un empleado de banco que quiere mezclarse con la multitud. Por otra parte, los atuendos de sus dos amigas, eran los extremos opuestos del decoro.

—Evi, ¿estás bien? —preguntó Claudia, situándose a su lado. Su fisonomía seria y ojos penetrantes inquietaron a Evelia por primera vez en años.

—Aquí tienes, niña —Santiago le ofreció su propio porro sin dejar de bailar con Vera—. Esto es justo lo que recetó el doctor.

—¡Por favor! Primero se acaba el mundo antes que Santa Evelia se fume un porrito —dijo Ernesto—. Es tan pura y casta que tiene a Adán en ayunas hasta su noche de bodas, ¿verdad? ¿Desde cuándo no come ese muchachón?

Ernesto hizo un ademán para tocarle la entrepierna a Adán, quien reculó molesto. Santiago soltó una risotada. Evelia encontró esto deprimente.

—Tu novia está temblando —reclamó Claudia, ignorando tanto a Ernesto como a Santiago.

Adán se quedó inmóvil. Chuo, sin embargo, se acercó a Evelia para ponerle una mano en el hombro; lo cual le resultó imposible, ya que él había estado haciendo las veces de posavasos de Ernesto toda la noche y sostenía una botella de cerveza en cada mano.

—¿Se-será que nos vamos? —la voz de Chuo, que no correspondía a su enorme estatura, sonó más débil de lo normal—. O sea, ya mostramos nuestras caras y no es como que estamos abajo con los demás.

—No hemos "mostrado nuestras caras" hasta que nos vea el presidente —dijo Santiago.

Vera estrechó aún más a Santi entre sus brazos, presionando su escote pronunciado contra él sin dejar de mover las caderas al ritmo de Juan Luis Guerra que sonaba en su equipo de sonido portátil, ahogando el rumor de la música de la fiesta en el primer piso.

—¡Ay! No te pongas tan serio, Santi. ¡Es Navidad! Pero, lo más importante es que se acabó esto. ¡No más Misión! ¡No más pasantías ni tesis! Además...

—¡Maldita tesis! —interrumpió Ernesto, levantando su trago para que entrara en el campo de visión de la cámara. No había dejado de grabar ni un segundo.

—Además —continuó Vera con esa sonrisa que se le daba tan fácil—, Evi se toma dos tragos y se marea. Eso es todo. No hay que preocuparse, ¿verdad?

A Evelia se le escapó una lágrima. Se la secó demasiado tarde. El daño estaba hecho. Lo pudo ver en sus rostros; se encontraban oficialmente preocupados por ella.

—¿Evi? —Adán se alejó de Ernesto y se encorvó para ver a su novia a los ojos—. ¿Te quieres ir?

Evelia asintió.

—Todos nos tenemos que ir.

—No controla a Bianca, menos va a controlar a su mujer —murmuró Ernesto, devolviendo la botella vacía a la caja de cervezas.

Adán se irguió cuan alto era.

—¿Qué dijiste de mi hermanita?

Ernesto se encogió de hombros. Todos sabían que Bianca era tema tabú.

—No seas cerdo —dijo Claudia—. Todos te escuchamos, Ernesto. Y por cierto, aquí la esclavitud se abolió hace siglo y medio, así que Evi no es mujer de nadie.

—No se molesten, por favor —intervino Chuo de inmediato—. Ustedes saben cómo es Ernesto.

—¿Y cómo soy, Jesús? —Ernesto tiró su porro al piso y lo aplastó con su zapato.

—Aquí vamos de nuevo —dijo Vera, separándose de Santiago y apurando un trago.

Chuo retrocedió hasta ponerse de espaldas contra la pared. Ernesto acortó la distancia entre ellos, quedando tan cerca, que las puntas de sus narices casi se rozaban.

Man, no seas así —Santiago lo cogió del brazo.

—No —insistió Ernesto—. Quiero que me diga cómo soy.

—Yo... yo...

La tez oscura de Chuo se tornó color ceniza. Parecía que iba a desmayarse de un momento a otro.

Adán quiso intervenir, pero Evelia lo tomó de la mano, había comenzado a llorar.

—Tenemos que irnos, bebé.

Ernesto encrespó el puño y levantó el brazo.

—Perdón —dijo Chuo, apretando los párpados y volteando la cara.

Incluso Santiago, que lo conocía mejor que nadie, mostró su sorpresa cuando Ernesto empezó a reír a carcajadas, dándole unas palmadas a Chuo en el hombro.

—Sostén la cámara, huevón. Me voy a preparar otro porrito.

—O sea... —Chuo parpadeó incrédulo con la videocámara en los brazos— ¿Todo bien?

El momento de tensión no cesó de inmediato, les llevó varios segundos a todos escoger una forma de reaccionar. Santiago se sonrió, Adán sacudió la cabeza y Claudia murmuró algo como «menudo idiota».

—Se cagaron, ¿no? —Ernesto guiñó un ojo y encendió el porro a los labios.

Cuando por fin las risitas nerviosas dieron paso al alivio, las cosas no hicieron sino empeorar. La música cesó de pronto y todas las luces se apagaron.

—Bravo —Vera aplaudió con sarcasmo.

—No, no, no... —murmuró Evelia.

—Tranquila, Evi.

—No, Clau. Nos vamos —Evelia se puso de pie, sus ojos enrojecidos por el llanto demostraban miedo, pero también determinación—. Nos vamos ya.

—¿Un apagón? —Santiago sonaba nervioso.

—¡No qué va! —exclamó Ernesto mordazmente—. ¡Cómo vas a creer!

—Pero ¿en un evento del gobierno? Eso es... raro —dijo Adán.

—¡Qué viva la revolución! —Vera se terminó el resto de su bebida de un solo trago.

—Seguro fueron los disidentes esos del coño —concluyó Ernesto—. Ojalá les dé cáncer a todos.

—No son ellos —corrigió Evelia—. Algo está mal.

—¿Qué está mal, mi vida?

Evelia dudó antes de responderle a Adán.

—Las estrellas.

Santiago vio el porro entre sus dedos.

—¿Segura que no has fumado nada?

—Coño, Santi... —regañó Adán.

Santiago levantó las manos como queriendo decir que no quiso ofender a nadie.

Evelia repasó mentalmente lo que vio antes de atreverse a abrir la boca de nuevo. El miedo le turbaba las ideas. Incluso en su cabeza, no tenía sentido lo que deseaba explicar. ¿Creerían que estaba loca?

—No hay estrellas.

—Va pues, se nubló el cielo o alguna vaina así —desestimó Ernesto.

—Déjala terminar —dijo Claudia antes de volverse a Evelia—. Sigue, por favor.

Evelia se secó otra lágrima. No entendía por qué se encontraba tan afectada. A pesar de ser católicos chapados a la antigua, sus padres la habían criado para usar la lógica antes que todo. «Dios está en la ciencia, hija. Y la ciencia es el arte de la lógica». Eso decía su padre. Sin embargo, Evelia estaba segura de que su papá nunca había visto una enorme circunferencia negra, tan oscura que parecía devorar toda luz a su alrededor, cubrir un radio de al menos siete kilómetros en el cielo.

Aunque tenía que haber alguna explicación lógica, el complejo reptiliano de su cerebro triúnico le gritaba que echará a correr, salvarse a como diera lugar.

—Algo está tapando el cielo —consiguió decir Evelia. Sentía que la sangre le golpeaba en las sienes.

—Algo como... ¿un avión? —se aventuró a preguntar Claudia.

Evelia sacudió la cabeza.

—Ajá, E.T. está aquí —bromeó Vera.

Nadie rió.

—Qué E.T. nada —el rostro de Ernesto se endureció—. Son los gringos de mierda.

—¿Ernesto, tú te escuchas a ti mismo cuando hablas? —Claudia lo castigó con la mirada.

—Voy a asomarme al balcón —dijo Adán.

—No, bebé —rogó Evelia, poniéndose entre su novio y la puerta de cristal detrás de ella—. Por favor, no.

—Déjate de vainas —Ernesto pasó entre ellos—. Voy a ver qué hay allá afuera.

—Secundo la moción —dijo Vera.

Santiago la siguió sin decir palabra, seguido por Claudia.

A partir de ese instante todo ocurrió muy rápidamente. Evelia miró horrorizada cómo sus amigos salían hacia el balcón. No podía evitar sentir que no los volvería a ver después de esa noche. 

Continuará...

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