La marca del lobo (Igereth #1)

By ValeGarbo

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Ganadora Premios Watty 2014!! Él: El nuevo rompecorazones del instituto. Ella: La piedra en su zapato y la ch... More

La marca del lobo
Prólogo
El recién llegado
Chico nuevo
James Sandler
Día número 1
El robo
Interrupción
Salvados
Salvo a los chicos (y de paso a Irina)
Ataque y defensa
El entrenamiento
Cuentos de miedo
Visita a medianoche
La historia de Irina
Interrogatorios
Preguntas rutinarias, respuestas indiscretas
El juego secreto
Ataque en equipo
Sanción ejemplar
Preparativos
Preocupación
Trabajo de rutina
Descanso
El intruso
Perro del infierno
Trabajo en equipo
Temeraria
El colgante olvidado
La carta
A tres metros sobre el suelo
El libro de la señora Drayton
Halloween
La invitación
Respuestas en latín
Familias antiguas
Preparativos
El ángel
La fiesta
Cenicienta
El rastro iluminado
El ataque
Ofuscación
El héroe
De pesadillas y besos
La marca
Actividad definitivamente-no-normal
Evasivas
Ala rota
Coincidencias
La biblioteca de Nina
Confianza
El ritual
El portal
Acceso
El hada
La cabaña
Obsesión reciente
La sombra
Persecución
El sótano
El voluntario
Amuletos de plata
Los pergaminos
El ritual de invocación
Driggers
Examen
Posesión
El descubrimiento
La mesa de cuatro
La carta
Estimado señor Anderson
Preguntas Frecuentes

Gruñidos

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By ValeGarbo

Irina salió el sábado por la tarde, después de Defensa Avanzada, y no volvió hasta el domingo a la medianoche. Tenía sombras bajo los ojos y una mirada ansiosa, por lo que pude deducir que no había ido precisamente a alimentarse.

Pero algo más me sacó esa imagen de la cabeza, o mejor dicho, la reemplazó con otra más preocupante: Kyle me detuvo justo cuando salía de clase de Invocaciones.

—Emmeline —dijo mirando hacia todos lados, como si temiera que pudieran escucharnos—, ¿puedo hablar contigo un segundo?

—Ya lo estás haciendo… y el cronómetro sigue avanzando.

—Bien —tomó aire profundamente—. ¿Cómo está Irina?

De entre todas las cosas extrañas que pudo haber dicho, esa era la que menos esperaba.

—¿Por qué no se lo preguntas a ella misma?

Kyle pareció enfurecerse consigo mismo.

—No podría —murmuró.

—En todo caso, ¿por qué James en persona no lo hace en lugar de usarte como mensajero?

—¿James? —estaba confundido pero rápidamente exhaló con repentina comprensión—. Esto no es acerca de James. Es… bueno, sobre la otra noche.

—Ahh.

¿Había descubierto algo? ¿Le habría pasado algo extraño?

—Pues… no sé cómo va a sonar esto.

Para entonces la clase ya se había vaciado y su voz en el silencio me llamó la atención. Era como si estuviera a punto de revelarme un secreto muy importante. Me incliné inconscientemente hacia él y casi pude oler aquella fragancia que siempre lo acompañaba, como si hubiera salido de un invernadero o de una tienda que vendía plantas aromáticas. El olor me recordaba a mi madre, llevándome una taza de manzanilla caliente cuando estaba resfriada.

—Te escucho.

Se rascó la cabeza con una expresión tan divertida que por un momento me recordó a un niño.

—Voy a tratar de irme un poco por las ramas para que no te molestes, ¿vale? —intenté alzar una ceja pero me detuve a medio camino, sabiendo que nunca me salía bien. Kyle por fin pudo decidirse a empezar—. ¿Sabes dónde estuvo Irina la noche del viernes?

Fuera, en el bosque, por supuesto.

—Sí —fue mi concisa respuesta.

—Te creo —dijo él bajando la voz incluso más—, pero… ¿sabes qué hacía en el bosque?

Di un respingo. Me pregunté si estaba arrojando un farol para ver si funcionaba así que traté de mantener mi rostro impávido.

—Yo no he dicho que ella estuviera en el bosque.

Kyle sonrió, condescendiente.

—Yo la vi —repuso con una sinceridad apabullante. Sus ojos verdes, siempre tan amables, estaban mirándome con insistencia, esperando por mi réplica.

—¿La viste? ¿Qué hacías en el bosque? No he sabido nada de alguna partida de caza.

Intentó no reírse sin éxito.

—¿Nunca te has escapado de Diringher en medio de la noche?

No respondí. En primer lugar porque me avergonzaba decir que solo lo había hecho una vez en mi vida e incluso entonces sólo fue porque Irina casi me había obligado a ello para celebrar mi cumpleaños nadando en el lago con esferas de luz brillando en todo el lugar. Aquella fue una noche agradable. Kyle no pareció notar nada más que mi turbación.

—Bien, pregunta equivocada. Pero vimos a Irina.

Me puse de pie.

—Si no vas a decírmelo de una vez, tengo clase y llegaré tarde.

—Tenemos clase juntos —me recordó. Me tomó del brazo y me detuvo junto a la puerta. Era extraño sentir el toque de otro ser humano. Irina rara vez se encontraba en contacto con mi piel y la suya era fría, dura y suave al mismo tiempo. Un estremecimiento me  recorrió mientras me sostenía—. Por favor, nosotros la vimos…

—¿Nosotros?

—James y yo —dijo rápidamente como si creyera que me enfurecería y saldría corriendo—. Estaba en el claro donde luchamos. James se había olvidado algo allí. Irina estaba en aquel lugar, había un pentagrama de luz en el suelo y ella flotaba a varios metros en el aire…

Su voz era rápida, como si estuviera deseoso de librarse del peso de aquella información. Me costó volver a respirar.

—Llegaremos tarde a clase —dije saliendo al pasillo. Kyle empezó a perseguirme y la gente se nos quedó mirando.

—Oye, Em, es la verdad, lo juro.

—¿Y qué quieres decir con eso? ¿Que Irina está haciendo cosas prohibidas en el bosque? —pregunté tratando de mantener baja la voz.

—No —respondió, aunque era evidente que lo hacía por no cabrearme más—, creí que tú sabrías si ella… Ya sabes, se podría meter en problemas.

—Irina sabe perfectamente cómo cuidarse sola —repliqué bajando las escaleras sin disculparme con un chico de segundo con el que choqué inadvertidamente.

Kyle no tenía ninguna dificultad en mantenerse a mi altura. Salimos del edificio principal y nos aproximamos al gimnasio.

—Em, por favor.

—No recuerdo que te haya dado permiso para llamarme así este año.

Eso hizo que me detuviera por el hombro cuando atravesábamos el inmenso campo al aire libre donde la gente se sentaba a disfrutar de un poco de paz luego de conjurar un cálido fuego dentro de alguna esfera de vidrio. Ese hechizo era uno por los que mi madre estaba más intrigada, a pesar de su sencillez. “Si no hay aire no puede haber fuego” me repetía. Papá pasó una semana preguntando en el departamento de Análisis Mágico para descubrir que las esferas tenían una especie de moléculas que interactuaban con el exterior, renovando el aire constantemente.

—Lo siento —me dijo con una expresión casi suplicante que alertó a mi cerebro para que se concentrara en respirar—. No te molestes conmigo, dejemos el tema así. ¿Está bien?

—Está bien. No se lo diré a Irina.

Kyle me lo agradeció en silencio y empezó a darse la vuelta.

—Oye, Kyle —dije antes de que se fuera. Volteó, evidentemente curioso—, si quieres puedes seguir diciéndome Em.

Sonrió abiertamente y esta vez los dos nos apuramos para llegar a tiempo a clase, aunque me atrasé a propósito: no quería que Irina me viera llegando con él.

Pero creo que ni siquiera lo hubiera notado. Estaba tan ensimismada en sus reflexiones que apenas se concentraba en luchar. Aunque en cuanto me dio un golpe demasiado fuerte en medio de los ejercicios se alarmó. Pasó disculpándose conmigo el resto de la clase e incluso se ofreció a mentirle al profesor para llevarme a la enfermería. Negué con la cabeza, a pesar de que tenía ganas de vomitar. Cuando terminó la clase, Irina se fue al bosque y yo pude descansar hasta la hora de la cena. Fue allí cuando un incidente me sacó de mi letargo. Bajé sin muchos ánimos, pero cuando apenas había depositado mi plato sobre la mesa Irina se unió a mí. Era evidente que se había cambiado de ropa. A pesar de ser invierno, llevaba un polo de mangas cortas de color plomo, unos short negros bastante pequeños, medias negras y unas botas que le llegaban a medio muslo. La gente siempre la miraba, era imposible no fijarse en ella con el cuerpo que tenía, un rostro igual de perfecto y el cabello de ensueño. Pero aquella demostración de belleza no era suficiente para ocultarme que estaba furiosa por algo. Debí ponerme de pie y decirle que pensaba cenar en la habitación pero no lo hice. Se veía frenética mientras jugaba con el borde de su polo e incluso cogió un plato de comida. Ella nunca probaba la comida humana caliente, pero esta vez parecía hacerlo por el simple gusto de tener algo que destrozar que no fuera a acarrearle un castigo. Casi explota cuando un alumno de quinto pasó corriendo a su lado pero logró contenerse. Si alguien más hacía algo, bueno, mejor no pensar en ello. Irina demostró pronto que debí intervenir para sacarla de allí lo más rápido posible.

A dos mesas de nosotras, una chica estaba hablando animadamente con sus amigas. No me fijé en ella hasta que la oí decir:

—Maldito cierre.

Intentaba abrir una cartuchera violeta y sus amigas la miraban expectantes. Probablemente les iba a mostrar algo que había metido allí dentro. La chica jaló con tal fuerza que el cierre se rompió y la cartuchera cayó de sus manos, con todas las cosas volando alrededor. No me hubiera preocupado (estaba bastante lejos)  de no ser por el destello amarillo que se acercó peligrosamente a nosotras. La chica había logrado recoger sus cosas con un rápido hechizo convocador pero este objeto ya se había alejado bastante. El lápiz rodó lentamente por el suelo y chocó contra las botas de caña alta de Irina. Nadie se dio cuenta hasta ver que se ponía blanca al descubrir dónde había ido a parar su lápiz.

Tuve la esperanza de que Irina no lo hubiera notado y yo pudiera inclinarme a recogerlo pero vi que sus dedos habían parado de intentar descuartizar el filete.

Mi corazón se encogió involuntariamente. La chica no tenía la culpa de haber escogido tan mal día.

Irina se liberó de los cubiertos y miró el lápiz con los labios apretados. Un segundo después, ya lo tenía entre sus dedos. Buscó alrededor a la dueña, que ni siquiera trató de pretender que no le pertenecía. Sabía que podría ser peor si optaba por esconderse, porque para Irina era muy fácil rastrear su olor. Caminó temblando hasta nosotras.

—Lo… lo siento —fue todo lo que alcanzó a decir antes de que Irina la sostuviera por el cuello contra la pared. Los dedos de la chica se cerraron sobre sus manos, palideciendo aún más.

Irina tenía una expresión tan calmada que nadie diría que una de sus manos estaba ahorcándola. De hecho, de no ser por la chica debatiéndose, toda ella transmitía el mensaje de estar apoyada tranquilamente contra la pared examinando con curiosidad un lápiz amarillo.

El comedor quedó en silencio y pudimos oír los cada vez más desesperados intentos de la delgaducha muchacha pelirroja por respirar. Finalmente cerró los ojos y se desmayó. Empezaba a ponerse morada. En cuanto perdió la consciencia, Irina la dejó caer al suelo y salió de allí tirándole el lápiz con tanta fuerza que juraría que eso le iba a dejar un cardenal.

Me apresuré detrás de ella sin preocuparme por recoger mi bandeja de comida. Sabía que el señor Hammock y la señora Harewood, cada noche después de cenar, usaban un hechizo para que todo se limpiara solo. Mi madre me había hecho averiguarlo después de leer Harry Potter y creer que podía haber elfos domésticos, por mucho que papá le aseguró que tal cosa no existía.

Sin embargo, cuando salí del comedor, vi a Irina empezar a correr y desaparecer en un segundo. No estaba en nuestra habitación cuando volví.

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