Brave /Draco Malfoy/

By juliimpala67

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_____ Potter va creciendo hasta estar en medio de la delgada línea entre el bien y el mal, el amor y el odio;... More

Brave.
Brave. Draco Malfoy x oc
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Capitulo I
Capitulo II
Capitulo III
Capitulo IV
Capitulo V
Capitulo VI
Capitulo VII
Capitulo VIII
Capitulo IX
Capitulo X
Capitulo XI
Nota.
Nota.
Capitulo XII
Capitulo XIII
Capitulo XIV
Capitulo XV
Capitulo XVI
Capitulo XVII
✨Capitulo XIX✨
Capitulo XX
Capitulo XXI
Capitulo XXII
Capitulo XXIII
Capitulo XXIV
Capitulo XXV
Capitulo XXVI
Capitulo XXVII
Capitulo XXVIII
🔥Capitulo XXIX🔥
Capitulo XXX

Capitulo XVIII

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By juliimpala67

Abandonaste las calles con el rubio y comenzaron a caminar por el sendero que te llevaría de vuelta al castillo. El frio azotaba con fuerza, pero tu cuerpo temblaba por el miedo que te atravesaba como una daga. Quien quiera que te generaba las marcas y te hacia escuchar aquel insoportable reloj estaba enojado, muy enojado.

Caminaron en silencio por varios minutos hasta que el rubio rompió finalmente el silencio.

- ¿Quién te sigue? – comento de repente.

- No te importa. - le respondiste con la vista fija en el camino.

Las bolsas en sus manos sonaban con cada paso que daban y su presencia cerca de ti te incomodaba. Ya era demasiado pasar horas con el a la semana limpiando aquel salón, ahora le habías pedido que te acompañara hasta al castillo. Lo observaste de perfil. Su piel blanca parecía mas pálida bajo la luz gris del cielo nublado, su nariz era perfecta y sus ojos grises estaban fijos en el camino que tenían en frente.

- Me estas mirando.

- Vos me miras todo el tiempo. – respondiste rápidamente. – No creas que no te siento.

Sus pálidos cachetes se tiñeron ligeramente de rosa y el chico tosió intentando alejar el sentimiento de vergüenza.

- No te miro.

- Si lo haces y es estresante. – mentiste. Algo sobre estar atraído hacia tu enemigo te traía una dulce adrenalina al cuerpo.

- Eres... - un maldito puzle, pensó. – un dolor de cabeza, Potter. – suspiro el chico de ojos grises sin mirarte.

- El dolor de cabeza eres tú. Eres un brabucón con complejo de dios, crees que todos tienen que hacer lo que dices. Podrás ser el principito de tu casa y que ellos te traten como tal, pero deberías dejar de esperar que el resto te trate como uno.

Draco te observo en silencio y así caminaron por unos cuantos metros. Tu vida era una verdadera tragedia y aun así allí estabas tú, siempre sonriente y sobresaltando en la multitud. El sabía que el señor tenebroso si había vuelto y sabía que te quería a vos y a tu hermano muerto. Sabia que sabias y a pesar de intentar advertirle al mundo, ellos te habían tachado de loca. Aun así, jamás parecías rendirte. Año tras año superabas una nueva amenaza, lo sabia porque su padre se quejaba que siempre escaparas de las garras de la muerte.

Estabas tan sola como el se sentía, pero veías al mundo con distintos ojos que el y lo odiaba. Odiaba que la amargura llenara su alma y odiaba que a pesar de que tu vida fuera peor que la de él, parecieras estar mejor. Lo que él no sabía era que el vacío en tu pecho crecía con cada año que pasaba, el peso de ser una madre para tu hermano era demasiado y tu vida en la línea de batalla cada año se había vuelto aburrido y tedioso. Pero si no sonreías, si no te defendías en contra de ese vacío te consumiría y no podías dejar que sucediera. Harry no podía perderte, no lo sobreviviría.

De repente detuviste tu paso y observaste alrededor con ojos alarmados. Draco fue obligado a salirse de sus pensamientos y te observo. El camino por el que caminaban estaba rodeado por arboles en un pequeño bosque entre Hogwarts y Hogsmade. Aquel bosque era inofensivo, no había ninguna criatura que viviera allí como en el bosque prohibido, pero algo habia parecido asustarte, mas que antes.

- ¿Qué sucede? – pregunto con fingido fastidio.

- Nos están rodeando. – sentenciaste girando sobre tu propio eje.

Aquellas palabras lo inquietaron, pero no había nada en el bosque. – No veo nada. – dijo girando al igual que tú, restándole importancia.

Pero vos lo sentias. Grandes figuras poderosas se acercaban a tu posición con velocidad, los sentias cada vez mas cerca.

- Corre al castillo. – le dijiste y giraste a observarlo. A pesar del miedo infundado por el hechizo, tu cabeza estaba decidida a no morir esa tarde y Draco pudo ver la valentía en tu rostro. – Me quieren a mi, no a ti. No creo que tengas problemas si empiezas a correr ahora. – sacaste la varita de la capa que llevabas y te la quitaste para cuando tuvieras que correr. Porque lo ibas a necesitar. Le tiraste la prenda de ropa a Draco. – Guárdamela. Planeo volver.

- ¿De qué mierda hablas, Potter? No hay- corto sus palabras en seco, ahora que estaban más cerca, él podía sentir su presencia también.

- Vete. Draco.

- No. – se negó el rubio soltando tu túnica y las bolsas al suelo.

- Si te pones en el medio te atacaran. – comenzaste a elevar la voz.

- ¿Me crees un cobarde? – te grito ahora con varita en mano. – No voy a huir.

Tu atención volvió al bosque al sentir los arboles a tu alrededor sacudirse y los viste. Tres grandes figuras negras los rodearon. No tenían forma física, parecían estar formados de humo negro y solo se podían distinguir brillantes ojos blancos.

- ¡! – gritaste sin perder el tiempo apuntando a una de las figuras. Una luz blanca abandono la punta de tu varita y exploto dentro de la criatura iluminando el humo negro de blanco. No pareció afectarle.

- ¡Bombarda! – grito el rubio. Quien quiera que haya mandado estas criaturas, si su padre se enteraba de que había ayudado a Potter, le diría que sintió que su vida estaba en peligro, porque definitivamente lo sentía.

El hechizo del rubio tampoco afecto a las criaturas que comenzaban a acercarse peligrosamente a ellos demasiado rápido.

- ¡Corre! – gritaste metiéndote en el bosque, pensando que quizás allí podrían perderlos. - ¡vi ignis! – un chorro de fuego violeta abandono tu varita en dirección a las criaturas mientras corrías.

El humo negro pareció encenderse al entrar en contacto con el fuego pero fue rápidamente consumido por el humo hacia adentro, extinguiéndolo. Maldijiste en voz alta. Mientras que tu te lamentabas por no poder lastimarlos, Draco había tomado en cuenta el control que tenias con tu magia. Tu fuego había tocado innumerables ramas y hojas, pero solo había prendido fuego a sus atacantes, aquello demostraba un autocontrol que el no tenía.

- ¡Confringo! – grito el rubio pero el hechizo atravesó a la criatura y golpeo un árbol partiéndolo en dos.

- ¡Los hechizos físicos no les hacen daño! – gritaste mientras dejabas de correr en zigzag a pasar a correr en línea recta entre los árboles. - ¡No nos están lanzando nada así que podemos asumir que solo nos pueden hacer daño físico al tocarnos! ¡Sigue corriendo!

Draco corría junto a ti, sintiendo calor debajo de sus abrigadas prendas. Su rostro mostraba verdadero temor, pero al observarte esperando ver lo mismo en ti, tu rostro se mostraba completamente serio, lo comprendió. Ya estas acostumbrada, no era la primera vez que tu vida estaba en peligro directo. El estaba en peligro subliminal al ser el hijo de un Mortifago que, si el padre no hacia feliz a su amo, fácilmente podrían ser explotado en pedacitos, pero eso nunca había representado una verdadera amenaza todavía.

Te observo nuevamente mientras corrías, completamente concentrada. Por la mirada en tu rostro cualquiera se podría confundir y pensar que vos estabas cazando a las criaturas y no ellas a ti.

- ¡Intenta correr lejos de mi! ¡A ver si te siguen!

- ¿Estás loca? ¡Te van a matar!

Sudor caía por el rostro de ambos a medida que se alejaban mas del sendero.

- ¡Necesitamos un hechizo que no sea de ataque físico! – gritaste corriendo. - ¿Sabes alguno?

Las figuras sin forma los seguían con un silencio inquietante, pero sus ojos mostraban un verdadero deseo de sangre. De repente, una idea llego a tu mente.

- ¡Dame tu relicario! – le gritaste a Draco.

El Slytherin siempre llevaba colgado un relicario que habías visto mientras limpiaban el salón de transfiguraciones.

- ¡Ni loco! Es una herencia familiar, Potter. No es que sepas que significa eso. – se negó sin parar de correr por su vida.

- ¡Cállate y dámelo! – gritaste enfurecida. El chico dudoso, se lo saco por arriba de su cabeza y te paso el colgante.

- ¿Qué vas a hacer? – pregunto y se alarmo al ver que se lo lanzabas a una de las criaturas. - ¡No!

- ¡Praesidium augurium! – gritaste apenas el relicario llego a estar en contacto con una de las tres criaturas. Al pie de tus palabras, el humo fue absorbido como una aspiradora al collar que permaneció abierto en el aire mientras era llenado por la criatura oscura. Luego, cayo en el suelo sonando como si hubieran soltado una pesa sobre la tierra.

A pesar de querer matarte por haber utilizado su relicario familiar de esa forma, agradeció que hubiera una criatura menos de la cual preocuparse.

- ¿Tienes otra cosa para poder encerrarlos? – le preguntaste en un grito cansado. Te estaba comenzando a faltar el aire.

- ¡No! – se lamento el rubio, comenzando a dar traspiés mientras corría. Ya estaban peligrosamente lejos del sendero.

Busacaste en tu mente de forma desesperada alguna forma de poder defenderte, algún hechizo que pudieras usar en su contra, cuando una voz susurro dentro de tu cabeza.

"Kamui"

- ¿Que? – preguntaste en voz alta.

"Kamui" volvió a repetir.

- ¡No dije nada! – te grito Malfoy aun corriendo a tu costado.

¿Un hechizo? Dudaste, pero rápidamente giraste tu torso y apuntaste a las figuras que te perseguían.

- ¡Kamui! – tu voz resonó entre los arboles.

La primera criatura a la que atacaste fue absorbida por un torbellino en el centro de su figura hasta que desapareció. Sonreíste.

- ¡Kamui! – volviste a gritar.

La ultima criatura que quedaba fue absorbida por aquel agujero negro, despareciendo en el aire. Acto seguido te dejaste caer al suelo, las piernas tensas y el corazón en la garganta. El correr te había dejado exhausta, pero aquel hechizo te había dejado muerta.

Consume demasiado poder. Pensaste. Una risa plagada de satisfacción sonó en el fondo de tu cabeza, si no supieras que alguien estaba metido en tu cabeza, pensarías que estabas loca.

- ¡¿Qué carajos fue eso?! – grito el rubio cayendo de rodillas a tu lado.

- No lo sé. – suspiraste en el suelo.

Luego de unos minutos de respirar en silencio, Draco pregunto. - ¿Así es tu vida?

- Bienvenido a mi vida. Algo va a intentar matarte siempre, te va a encantar. – dijiste con sarcasmo. Ibas a tener que hablar con Snape y Dumbledore sobre esto. El chico rio entre bocadas de aire.

- ¿Podes levantarte? – te pregunto observando tu cuerpo tendido sobre la tierra.

- No. – confesaste. – Ese ultimo hechizo me dreno completamente.

- ¿Qué los hiciste? – pregunto refiriéndose a las criaturas.

- Ni idea.

- ¿Quién los mando?

- Ni idea. ¿Tu papi?

- Nunca lo escuche hablar de criaturas así. – confeso el rubio. – Hay que volver o alguien encontrara tu capa y mis compras y pensara que estamos en el bosque haciendo otras cosas.

- Solo vos pensarías eso. – te quejaste girando sobre tu espalda y sentándote. Draco rió.

- Vamos. – dijo tendiéndote la mano y al levantarte te ayudo haciendo que te apoyaras sobre él.

Volvieron al sendero a paso lento y la vuelta pareció muchísimo mas larga que la ida.¿Nos alejamos tanto? Se pregunto el rubio. No se olvidaron de levantar el relicario y Draco lo posiciono con miedo en su bolsillo. Al volver, sus pertenencias aun estaban donde las habían dejado.

- Wingardium leviosa. – susurro el rubio y sus pertenencias se elevaron en el aire, siguiéndolos al caminar hacia el castillo.

- No tenias que quedarte. Gracias. – le agradeciste apoyada sobre el, a punto de desmayarte. – No eres tan insufrible.

- Cuidado, Potter. No te enamores. – bromeo.

Sensible por los acontecimientos, no pudiste evitar que tus ojos lagrimearan ante sus palabras. Realmente no querías enamorarte, pero sentías que ya estaba sucediendo o que había sucedido hace tiempo y que recién ahora lo estabas aceptando.

En el camino de vuelta Draco no volvió a hablar, pero paso hablando consigo mismo en su cabeza todo el camino mientras tu luchabas por no dormirte. Al llegar al castillo Draco te dejo frente a la dama gorda como le habías pedido. Pero al agradecerle te miro con cara de pocos amigos y es espeto: - No me agradezcas. No me agradas. No esperes de mi nada parecido a lo que sucedió hoy. Y si escuchas un rumor de que fumaste drogas y que por eso vas a pasar el resto del día durmiendo, no fui yo.

- Hijo de puta. – murmuraste mientras lo observabas irse por las escaleras.

La dama gorda reprendió tu vocabulario y te dejo entrar luego que le dijeras la contraseña. Pasaste el resto de la tarde durmiendo como había predicho el rubio para despertarte en el medio de la noche con un hambre que te atravesaba en dos.

Haber drenado tu magia de esa forma estaba generando un hambre en tus entrañas que jamás habías sentido. Necesitabas gasolina. Te levantaste de la cama intentando evitar despertar a tus compañeras de cuarto. Hanna y Hermione dormían plácidamente en sus camas. Hermione le había avisado a tu hermano que estabas durmiendo al llegar casi a la noche, calmando sus preocupaciones sobre tu paradero. Decidieron no despertarte.

Bajaste a las mazmorras en busca de la cocina y apartaste una tela pintada que daba a un agujero en la pared que llevaba a la habitacion llena de mesas, estantes y heladeras enormes. La habitación estaba oscura. No había ningún elfo con el que te tuvieras que justificar ya que no te habían llamado la atención por estar allí, por lo que simplemente tomaste la comida que te pareció suficiente y te encaminaste a la salida.

- No escapes. – susurro alguien en la oscuridad. – Se que eres tú.

Una vela se ilumino sobre una pequeña mesa de madera que era muy chica para cualquier mago, pero del tamaño perfecto para un elfo. La luz cálida de la vela ilumino el rostro que te observaba desde la oscuridad y sin vergüenza levando la botella de Whiskey de fuego que tenia en la mano y bebió directo del pico. Su cuerpo estaba reclinado despreocupadamente sobre un sillón individual.

- Draco... - susurraste, tu estomago gruño de hambre. Llevaste el pan a tu boca y masticaste. - ¿Qué haces en la cocina? No puedes estar acá.

- Si puedo. – respondió arrastrando ligeramente las palabras. – Soy prefecto, puedo entrar a la cocina si me parece pertinente. Sin embargo, TU – te señalo con su delgado dedo indice. – no. Por lo tanto, tu no deberías estar acá. ¿Qué haces despierta? 

Apoyas la comida en una mesa a tu costado. - Recién me despierto, me muero de hambre. – te defendiste con miedo de que te quitara puntos. – Estas ebrio. – acusaste. Sus ojos subieron por tus piernas hasta tu cabeza mientras caminabas hacia él. Tu pijama no era para nada atractivo. - ¿Qué haces despierto?

- Siempre estoy despierto a esta hora. – respondió ahora observando un punto fijo en la cocina.

- ¿Por qué? -

- Es usualmente a esta hora en la que pienso en... - sus ojos se levantaron hacia ti, terminando su oracion por el. Trago profundo, dándose cuenta de lo que había dicho en voz alta. – No debería haber dicho eso. – susurro para si mismo mientras un ligero rubor aparecía en su rostro bajo la luz de la vela. – Disculpa. Ignórame.

- ¿Qué es lo que imaginas? – preguntaste sintiéndote empoderada, aprovechando su embriaguez.

Querías escuchar lo que tenia en su cabeza, querías con todo tu ser que lo que sentías por el fuera correspondido. Porque de esa forma quizás, solo quizás, aceptarías que te gustaba. El tenía tanto para perder como tú en una situación como esa y eso significaría que no estabas sola luchando contra esos sentimientos. No tenían que hacer nada al respecto, solo con saber que vos significabas algo para el más que su enemigo de preparatoria, sería suficiente. Solo con saber que el quería tener lo que no podía, como vos, era suficiente. Podrían luchar contra lo que sentían, pero sabrías que no eras la única luchando y la vergüenza que surgía en tu interior cada vez que pensabas en tus sentimientos por él podría desaparecer, sabiendo que no estabas tan loca como pensabas.

- Sabes lo que me imagino. – sus ojos estaban cristalizados y sus pupilas dilatadas.

Su pijama era apenas un pantalón gris de tela y una camisa blanca suelta que le quedaba jodidamente sexy. Pero su rostro, su rostro era un poema. Su mirada, sus labios, su respiración te decía que te deseaba. Que quería agarrarte allí mismo y estamparte contra la pared consumiendo tus labios hasta que te doliera. Pero su cuerpo estaba tenso, agarrando firmemente la botella de vidrio con los nudillos blancos, como si aquella botella fuera lo único que lo separara de ti.

Como prometido había esparcido el rumor, de que habías consumido drogas, durante la cena. No pensaba hacerlo cuando te lo dijo, pero cuando la cena llego el chico estaba frustrado y enojado por no haberte podido sacar de su cabeza durante toda la tarde, pensando que vos tendrías a cualquiera menos a el en la tuya. Lo odiabas y no te culpaba. Pero allí estabas de nuevo frente a él. Como un maldito recordatorio de lo único que no podía tener.

Frente a ti, se sentía diminuto. Volvió a bajar la mirada, avergonzado de sus propios pensamientos, tan impropios de él cuando volviste a hablar.

- Quiero que me digas, que es lo que imaginas. – tu voz temblaba, pero necesitabas escucharlo de él. Necesitabas saber.

Finalmente, sus ojos vuelven a observar tu rostro, su mirada ardiendo con promesas silenciosas y susurra: - Imagino que me liberas, _____. Me liberas de todo lo que debo ser y me dejas tenerte.

La mano que sostenía la botella le había comenzado a temblar, pero su mirada estaba fija en ti. Pasa la lengua por su labio inferior mientras observa como lo miras sin decir nada. Vuelve a tragar sabiendo que no había vuelta atrás de lo que había dicho, pero el alcohol había ayudado sacar las palabras de su pecho.

- Me es imposible odiarte. – sus ojos grises estaban llenos de lagrimas que no dejaba salir, no mientras estuvieras frente a él.

El dolor y la vergüenza en su rostro parecen demasiado reales a medida que pasan los segundos y no dices palabra. Tu estomago gruñe desesperadamente por comida. Al principio no había esperado nada de ti, pero el hecho de que estuvieras tardando en rechazarlo lo había puesto ansioso.

Te inclinas hacia él, lo suficientemente cerca como para un beso, armándote de valor para llevar a cabo lo que habías querido desde hace ya mucho tiempo. Sus ojos se abren. La expresión de su rostro es una mezcla de pánico y deseo. El agarre a su botella aumenta, sus nudillos quedan blancos. ¿Estabas molestándolo? ¿Estabas jugando con sus sentimientos? Su pecho se hundió, pero sabia que se lo merecía.

Su rostro se relaja cuando acepta que no lo besaras y que solo estabas aprovechando la situación para vengarte de tantos años de maltratos. Te observa con rostro abatido, pensando que jamás te tendrá tan cerca de nuevo y aprovecha para observar cada milímetro de tu rostro a la luz de la vela.

Eras preciosa, Weasley tenía más oportunidad de tenerte que él y eso era vergonzoso, lamento para sus adentros.

Tomándolo por sorpresa, unes tus labios con los suyos. Sus ojos se abren en sorpresa. Los labios de Draco que tanto te habían insultado los últimos años son sorprendentemente suaves, y por un largo momento luego de que sus labios se tocaran, está quieto como una estatua.

Finalmente, sus ojos se cierran, sus rubias pestañas rozan tus mejillas. Un escalofrío recorre tu cuerpo de forma involuntaria. Podías jurar que podría escuchar tus latidos. Entonces, tantea con su mano izquierda hacia la mesa para apoyar la botella de alcohol y levanta sus manos, gentilmente las desliza por tus brazos desnudos. Piensas que te va a obligar a pegarte más a él, pero por unos segundos sus manos intentan alejarte débilmente, pero su empuje es tan débil que no logra moverte ni un centímetro.

Dudas. ¿No se refería a esto?

Sientes la vergüenza apoderarse de tu rostro y te alejas del rubio. Sus ojos se abren y te observan. Tus mejillas estaban teñidas de un tierno color rosa y tus ojos, llenos de deseo, como tantas veces se los había imaginado él. Y, a pesar de no quererlo, en ese momento se rinde. No había forma de que pudiera mantenerse alejado de tus labios, ni siquiera por su familia.

Draco se inclina hacia vos tomando tu rostro entre sus manos y te besa fuerte, con una especie de desesperación devoradora, sus dedos enterrándose en tu cabello.

Sus bocas encajan, dientes sobre labios sobre lenguas. El deseo te golpea como una patada en el estómago y de repente, el hambre que te había obligado a levantarte de la cama había desaparecido.

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