Un Regalo del Corazón

By AdyFernandez13

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Albert Andrew, vivía feliz al lado de su querida hermana Rose Mary. Mientras Albert disfrutaba de esta felic... More

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-¡¡¡¡NOOOOOOOO!!!!... COMO SE ATREVE A PEGARLE A UN NIÑO – Rose Mary llegaba, ella desde su ventana vio sospechoso a su hijo y eso llamo su atención, decidió bajar, y al estar en el porche vio como Elroy levantaba su brazo para golpear a su hijo y con la fuerza que le dio su amoroso corazón de madre corrió para evitarlo pero fue demasiado tarde, el golpe había sido asestado.

Rose Mary le quito la vara a Elroy y la rompió en dos para luego aventarla a los pies de su tía, Anthony no paraba de llorar y no porque el golpe le haya dolido, si no porque Albert era quien lo había recibido. Rose Mary los abrazó fuertemente.

-Tía Elroy, la respeto en demasía, pero esto que acaba de hacer es monstruoso, mientras yo este aquí... usted jamás volverá a pegarles, ni a Albert, ni a mi hijo, me entendió... porque el día que usted lo vuelva hacer, no me va a importar que usted sea mi tía.

-Rose Mary, eres una mujercita muy débil, sabes perfectamente que esta es la mejor forma de educar a un niño, Anthony se tenia muy bien merecido el castigo por mentir, por robar... pero al menos esto sirvió para que William apareciera.

Rose Mary dejo hablando sola a Elroy, se retiro a su habitación con sus pequeños.

Al llegar recostó a Albert boca abajo.

-Te duele mi niñito... afortunadamente llevabas en la espalda tu mochila... gracias mi niñito, gracias por cuidar de Anthony.

-Es mi regalo, lo recuerdas... cuando él nació te prometí que lo cuidaría... y lo voy a cuidar siempre, no importa que me alejen de aquí, yo siempre voy a cuidarlo.

Rose Mary curo la herida de Albert, la cual no fue de gravedad. Anthony dormía, el llanto y el susto habían sido demasiado para él. Esa noche los tres durmieron en la misma habitación.

Mientras Elroy enviaba un sirviente al pueblo por George, quería que Albert se marchara lo más pronto posible a Chicago.

Al siguiente día Rose Mary en compañía de sus pequeños bajo al jardín y entre los tres hacían su labor en él. Después desayunaron como hacia tiempo no lo hacían, las miradas de los chicos destellaban una inmensa alegría, la cual desapareció con la voz de Elroy.

-Espero que hayas disfrutado de tu desayuno William, porque fue el último en esta casa... despídete de tu hermana y de tu sobrino, en este momento partes a Chicago.

Albert se levanto, abrazo a su hermana fuertemente, le dio un beso en la mejilla. Después miro a Anthony, sentía en su corazón que esa seria la última vez que podría hablar con él, estar con él. Anthony se acerco a su "hermanito" y lo abrazo, al tiempo que le pedía que no se marchara, que lo llevara con él.

Albert se puso en cuclillas y le dijo.

-Anthony... recuerda, eres el hombrecito de la casa... cuida mucho a mamá, cuídate mucho... yo siempre estaré cuidándote, siempre podrás contar conmigo.

-William... ya es hora, George espera afuera.

Albert se incorporo y con mirada fría miro a Elroy y contestó.

-Estoy listo Tía Elroy, como siempre... obedeciendo sus órdenes.

Dicho esto Albert salio. Rose Mary no pudo evitar llorar, pero sabia o creía que eso era lo mejor.

Esa noche fue muy difícil para la angelical dama, Anthony cayo en cama, una fuerte fiebre le hizo presa. Albert pasó por lo mismo, había entre estos dos jóvenes una fuerte conexión espiritual, eran muy unidos como si fueran hermanos, lo que uno sentía, lo podía percibir el otro.

Una semana después Vincent llego a casa, Rose Mary no quiso comentarle nada de lo ocurrido, ya que las decisiones de la honorable Señora Elroy Andrew no se discutían y menos por alguien que no era un Andrew, para que provocar un conflicto más. Vincent lamento mucho que Albert ya no estuviera en casa, lo quería como un hijo, lo iba a extrañar mucho.

Dos años son suficiente para que las personas olviden, para que las personas cambien, Anthony tenia vagos recuerdos de los años vividos con su "hermanito", Vincent durante ese tiempo no viajo, se quedo al cuidado de su esposa y de su hijo. Elroy había regresado a Chicago para supervisar de cerca la educación de Albert.

El que un día iba tomar las riendas de la familia Andrew, ya era un jovencito de doce años, al cual era muy difícil de dominar. La Tía Elroy ya no podía ejercer su poder sobre él, era un joven independiente, seguro de sus decisiones y esa vida le estaba hartando, le asfixiaba. Además tenia enorme deseos de volver a ver a su pequeña familia, extrañaba las huidas al bosque con Anthony, las travesuras, extrañaba Lakewood.

George supo ganarse al joven Andrew. Albert sentía una gran confianza con George, lo sentía como un guía, como un padre, ese padre que a sus tres años la vida le arrebato y que volvió a perder hace dos años. Ahora George ocupaba ese lugar, éste entendía a la perfección las inquietudes de Albert, sus deseos de vivir la vida, sin responsabilidades, sin prejuicios sociales.

Albert, quería dejar a un lado al honorable Tío Abuelo William Andrew, título que le invento la honorable señora Elroy, ya que según ella, los demás debían creer que el patriarca de esa familia, era un hombre de edad avanzada, un hombre al que se le debía respeto. Con todo esto Elroy obligo a vivir a Albert en el exilio total, no debía presentarse ante ningún familiar, nadie debía saber que el patriarca era un jovenzuelo de doce años, todos creerían lo que esa señora dijera, esa fue la tumba en vida de Albert.

Una tarde otoño Albert se encontraba triste en su habitación, recordaba.

-Mañana cumples seis años, quiero estar presente en tu fiesta... pero ella se salio con la suya, ya no podemos estar juntos... no debo estar con mi familia, ahora todos ellos son ajenos a mi... Rose Mary y Vincent, tienen que callar, no les es permitido recordarme, no pueden pronunciar mi nombre en público, ahora solo soy el Tío Abuelo William... mi casa es mi cárcel – Albert se levanto del sillón donde se encontraba, se dirigió al armario, saco unos jeans, una camiseta y una chaqueta, mientras cambia sus ropas se decía – no, ella no podrá conmigo, aunque sea a lo lejos yo estaré mañana contigo hermanito, seguiré viendo a mi hermana, nadie puede impedírmelo.

Albert salio de la lujosa mansión y se encamino hacia Lakewood. La noche lo vio llegar a la reja de la que una vez fue su casa.

-Ya estoy aquí, nos vemos mañana hermanito.

Albert se dirigió a la cueva donde antes acostumbra ir a jugar en compañía de Anthony. Minutos después alguien llegó. Albert miraba fijamente al animalito.

-¡¿Puppe?! ¿Eres tú?

La pequeña mofeta salto a los brazos de Albert.

-¡¡Puppe!! Que alegría volver a verte, así que esta cueva ahora es tu hogar. Pues tendrás que darme asilo por esta noche, no te importa, ¿verdad?

Al siguiente día por la tarde, Albert en compañía de Puppe se acerco con cautela a la mansión. Sonrió ampliamente al escuchar la risa de Anthony quiso acercarse para verlo, pero no fue necesario, el chiquillo estaba frente a él.

Anthony perseguía una mariposa y ella lo había llevado hasta donde Albert.

-¿Quién eres? – pregunto Anthony.

-Alguien que te aprecia mucho y que estará siempre al pendiente de ti.

-¿Cómo te llamas?

-Mi nombre es...

Albert no pudo concluir la frase, una mucama se acercaba en busca de Anthony.

-Anthony... Anthony... tu mamá te busca, es hora de partir el pastel, anda vamos.

Anthony volteo y contesto.

-Si.

En ese momento Albert desapareció y detrás de un árbol miraba alejarse a su hermanito.

-No me recuerdas, lograron borrar tus recuerdos, la Tía Elroy ha sabido hacer muy bien su trabajo, pero no importa, yo siempre estaré al pendiente de ti, cuidare siempre de ti aunque sea a lo lejos.

El joven se alejo contento de haberlo visto, llevaba en sus manos a la pequeña mofeta la cual no se separaría nunca de Albert, siempre estaría con él.

Albert regreso a Chicago, regreso a su vida monótona, aburrida. Días después, George le anunciaba que Vincent retomaba su trabajo y que estaría mucho tiempo fuera de casa; el joven rubio se alegro de eso, podría ver a su hermana libremente. Al mes, Albert rondaba la mansión, vio a su hermana que se encontraba como cada mañana en el hermoso jardín.

-Hola querida hermana, tenia tantas ganas de volver a verte.

-¡Albert! ¡Albert! – Rose Mary abrazo a su hermano, por fin lo volvía a tener entre sus brazos – has crecido mucho, eres un jovencito muy guapo... se que te esfuerzas mucho en tus estudios y eso me llena de satisfacción, pero te he extrañado mucho, desde que te fuiste esta casa no es la misma, me haces mucha falta.

-Yo también te extraño mucho, extraño a Vincent, a Anthony. Él también ha crecido mucho, estuve aquí el día de su cumpleaños y lo vi.

-No hablaste con él, ¿verdad?, él no debe saber quien eres, si la Tía Elroy se entera, no se de que pueda ser capaz.

-No te preocupes, en cuanto me vio no me reconoció, la tía Elroy logro borrarle sus recuerdos.

-Albert, lo siento mucho. Ella viene de vez en cuando a vernos, le tiene un inmenso cariño a Anthony... al menos se que mi hijo no se quedara solo.

-A que te refieres con eso.

-No me hagas caso, fue solo un comentario.

-No es necesario fingir, estoy al tanto de todo... es tu corazón, ¿verdad?

-Albert... lo vas a cuidar siempre... ¿verdad?

-Si, por supuesto que si.

Mientras los hermanos hablaban, alguien los observaba, era Anthony.

-El chico que vi el otro día, ¿Quién será?

El pequeño de cabellos dorados se acercaba lentamente, Albert se dio cuenta a tiempo, se despidió rápidamente de su hermana y se fue.

-Mamá... con quién estabas.

-Con un gran amigo. Ven vamos a la cocina te voy a preparar un rico postre.

Anthony no hizo mas preguntas.

Las visitas de Albert eran muy frecuentes, Anthony solo observaba. El chico de cabellos dorados sentía celos, con el tiempo esos celos cambiaron por una simpatía, el chiquillo trataba de recordar en dónde había conocido a ese joven, su rostro le era muy conocido, pero por mas que trataba no lo conseguía. Él estaba tranquilo, sabía que la presencia de ese joven no era desagradable para su madre, todo lo contrario, la veía feliz y eso le bastaba para no hacer preguntas.

Los días seguían su marcha, llego el primer día de primavera y el pequeño Anthony recibió un hermoso regalo.

-Te gusta mi pequeño.

-Mami es hermoso... ¿puedo montarlo ahora?

-Claro que si, es tuyo.

Anthony inmediatamente monto el hermoso caballo. A Rose Mary le apasionaba montar, desafortunadamente ya no podía hacerlo, su enfermedad se lo impedía y solo se conformaba con platicar de caballos con su hijo, quien miraba con fascinación el rostro feliz de ella al hablar de estos hermosos animales.

Días después en el hermoso jardín Rose Mary esperaba impaciente su visita. Por fin llegó.

-Feliz cumpleaños, querido hermano – Rose Mary abrazó con ternura a su hermano quien cumplía trece años.

-Gracias hermana, eres la única que me ha felicitado... no sabes lo mucho que extraño las fiestas, los regalos, pero sobre todo el calor de mi hogar, de mi familia.

-Albert... ¿es un reproche?

-No... claro que no... solo que me siento muy solo, mi vida en Chicago cada vez se vuelve más insoportable, necesito mi libertad, ya no puedo más...

-Albert... perdóname, hubiera querido que tu infancia fuera la mas alegre, hubiera querido que siempre estuvieras con nosotros... me siento tan culpable...

-No digas eso... ese es el precio que tengo que pagar por llevar el apellido que llevo... ¿no es así?

-No digas eso... la tía Elroy ha hecho todo esto por tu bien, por el bien de la familia, algún día lo entenderás...

-Y tú, cómo has estado... te veo muy pálida... mas delgada...

-Cada día siento que las fuerzas me abandonan... que no podré ver a mi hijo convertirse en todo un hombre... pero se que el día que tenga que irme, me iré tranquila por que dejo a mi angelito en buenas manos.

-No digas eso hermana, todo esto es pasajero, estarás bien y podrás ver a Anthony convertirse en todo un hombre, te lo aseguro.

-Cada vez que te escucho, me asombro crece, a pesar de tu corta edad hablas como todo un patriarca, eres un jovencito responsable, independiente.

-Y todo gracias a ti, a tu cariño, a tus cuidados... gracias por quererme tanto, por cuidarme cuando nuestros padres fallecieron, gracias por ser una madre para mi.

-Albert, te quiero mucho.

Ambos se abrazaron, Rose Mary lloraba, sentía su fin muy cerca.

Rose Mary pudo gozar de un cumpleaños más de su pequeño hijo y días después cayo en cama, la enfermedad avanzaba, no daba tregua.

Una mañana de primavera, la hermosa dama se levanto muy temprano, bajo al jardín y se dispuso a hacer lo que fuera su primera tarea del día. Minutos después Anthony estaba con ella.

-Mami... acompáñame a dar una vuelta a caballo, quiero verte montar.

-Claro que si mi pequeño, me adivinaste el pensamiento... mira ya traen los caballos.

Esa mañana el aura de ese ángel brillaba con mas intensidad, su sonrisa lo iluminaba todo, el brillo de su mirada indicaba que rebozaba de buena salud y cabalgo al lado de su hijo por horas. Regresaron por la tarde, Rose Mary había ordenado servir la comida en el jardín, seria como un día de campo. Madre e hijo reían, jugaban y a lo lejos una mirada de azul profundo los observaba con alegría. Ese fue el único día que Rose Mary cabalgo con su hijo, lo que vendría después seria la despedida.

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