Angus me miraba como si le hubiese preguntado cuál era el sentido de la vida, y yo no podía evitar deleitarme con su expresión, aunque por fuera intentara mostrarme seria y decidida.
—Mi madre no es la misma que la de Cedric y Soulen —explicó.
Me miró de reojo, buscando la sorpresa en mi rostro, pero no la encontró. Ya había escuchado parte de la historia, Finn me había dado un adelanto.
—Soy su medio hermano —afirmó.
Era divertido verlo esperar una reacción de mi parte, que jamás llegaría.
—Por eso Finn te llama Reid —contesté—, es el apellido de tu madre.
Angus asintió, con una pequeña sonrisa asomándose en su rostro.
—Debí suponer que ese entrometido querría la exclusiva —suspiró—. Su nombre era Elizabeth Reid, dicen que era peliroja, y por ese motivo mi pelaje es rojo cuando me transformo.
Recordé el día en que un lobo color terracota se interpuso entre Cedric y yo, librándome de la tortura que estaba viviendo. En aquel entonces no me había llamado mayormente la atención, luego de ver tanta sangre caer de mis heridas, el carmesí se había apoderado del ambiente.
Ahora, me sentía feliz de escuchar aquella curiosidad.
Sin embargo mi sonrisa se desvaneció rápidamente al ver la tristeza que guardaban sus ojos. Así como yo extrañaba a mi madre, él también debía anhelar a la suya. Finn había dicho que falleció cuando Angus era muy pequeño. Podía imaginar lo vacío que se sintió, en innumerables ocasiones debió necesitar ese amor maternal que nunca llegó.
—Era una alquimista —explicó.
En aquel entonces, todo lo que había escuchado de alquimistas se resumía en Harry Potter y Full Metal Alchemist, lo cual difícilmente se consideraría una buena base para comenzar a debatir.
—Muchos alquimistas hablan de encontrar la piedra filosofal, sin embargo, cuando mi madre quedó embarazada ella se enfocó en otra piedra, o más bien gemas. Las lágrimas.
—Y lo consiguió —concluí.
Mi voz fue apenas un susurro, pero suficiente para que Angus me escuchara y asintiera lentamente.
—Ella sabía de antemano que mi vida sería tormentosa, conocía el funcionamiento de los clanes, recibió constantes amenazas, su vida peligraba y temía dejarme desvalido en un mundo que me rechazaba —Aunque sus ojos revelaran una gran triteza, hablaba como si me estuviera contando la historia de alguien más—. Comenzó a investigar, hasta que de alguna manera logró dar con una Lágrima, aquella que es capaz de generar poder. Eran sus últimos meses de embarazo y la utilizó para nutrirme. Estaba débil, pero de alguna manera el efecto de la gema la ayudó a recuperarse.
»Lamentablemente la noticia se expandió muy rápido y comenzaron a perseguirla, ya no eran amenazas, sino ataques directos, que apenas lograba soportar o evadir.
»Entonces conoció a un hombre que le abrió las puertas de su casa, la escondió y con ayuda de su esposa, logró dar a luz en paz.
»Sin embargo, este hombre también estaba interesado en el poder de las Lágrimas, no quería arrebatarle a mi madre la que le pertenecía, pero sí quería averiguar más al respecto. Ella estaba agradecida, por lo que compartió información con él, aunque también sentía desconfianza y temor, por lo que al poco tiempo abandonó la casa.
»Cuando cumplí siete años, mi padre nos encontró y no volví a saber de ella. Pero siempre recordé la historia de mi nacimiento, pues me la contó muchas veces.
Angus guardó silencio y miró sus manos entrelazadas. Hasta ese momento me había hablado como si estuviese relatando una noticia, la tragedia de otra persona, pero en cada uno de sus gestos podía ver el dolor que le causaba.
Mi actitud no era muy distinta, escuchaba con la misma atención de un niño, al oír su cuento favorito. Sin embargo me preocupaba, porque la persona frente a mí estaba sufriendo, y en mi boca, ni una sola palabra me parecía suficiente.
—Ella me hizo fuerte —comentó—. No le importó el costo. Jamás podría soportarlo de no ser así.
Aún indecisa, estaba a punto de decir algo, luego de revisar mi diccionario de palabras consoladoras, y encontrar la adecuada. Pero antes de poder hablar, Angus hizo una revelación que me congeló por completo, haciéndome olvidar lo que estaba por decir y todo lo que ocupaba mi cabeza en ese entonces, para dar lugar a un único pensamiento.
—El nombre de esa persona era Xavier Lovelace —declaró.
Angus me observó, analizando en mi expresión qué tan mal me había caído la noticia.
—No juegues —respondí, no porque no le creyera, sino porque la verdad pesaba demasiado.
Mi padre, Xavier Lovelace, la persona que había salvado a la madre de Angus, me había entregado la Lágrima de la Luna, y había fallecido en un accidente. Ese padre que me vio crecer y que yo creí conocer, estaba lleno de misterios, tantos secretos, que a estas alturas me parecía un desconocido.
No podía ser el mismo hombre con el que jugué cientos de veces, con quien reí, a quien recurrí cada vez que lloraba, que necesitaba un consejo, o solo convencer a mamá para que cambiara de opinión.
Ese mismo hombre que me vio crecer, me enseñó mis ojos primeras palabras, me ayudó a caminar, trabajó día y noche por traer comida a la mesa, me llevó a mi primer día de escuela y cada día después, hasta que perdió la vida.
Desde que llegué a esta Academia esa persona que yo solía llamar «papá», sonaba distinto, como si hubiese mantenido una segunda vida, o incluso, como si nunca lo hubiese conocido realmente.
Era demasiado perturbador y difícil de asimilar.
Y dolía.
No estaba llorando, tal vez porque la verdad aún no me penetraba lo suficiente, pero estaba segura que algo se había quebrado dentro de mí.
No se sentía como la vez en que llamaron para informar el fallecimiento de mi padre, ni cuando vi su cuerpo sin vida dentro del ataúd, ni siquiera como cuando vi ese cajón funebre descender, bajo la tierra, en el cementerio. Era distinto, similar a una segunda muerte.
Y quería saber por qué, lo necesitaba, debía averiguar qué más me escondía Xavier Lovelace.
Entonces una idea aterradora se abrió paso en mi cabeza.
Así como la madre de Angus le entregó el poder de la Lágrima creadora a su hijo, mi padre pudo haberme obsequiado la gema anula, para protegerme.
Recordé a mi madre y no pude evitar preguntarme qué tanto sabía ella al respecto, ¿estuvo siempre al margen o estaba enterada de todo?
El relato me hacía sentido, mis padres se conocieron cuando estaban en la universidad, mi madre era estudiante de obstetricia, no le costó encontrar trabajo en un hospital de la ciudad, donde mi padre también postuló como kinesiologo, y al poco tiempo fue contratado. Una vez que vieron su situación profesional estable, decidieron irse a vivir juntos, y lo demás es fácil de adivinar.
Para cuando yo nací, mi madre había atendido varios partos, imaginar que Angus fue uno de ellos me conmocionaba.
—Cedric te eligió el día en que nuestro padre nos llevó a hacer el primer intento —continuó—, era una especie de cacería. Pero cuando anulaste su habilidad, salió corriendo, lo encontré a unas calles del callejón, estaba asustado, enfurecido y humillado. Sin embargo, para mí todo tuvo una explicación cuando le escuché decir tu nombre.
De alguna manera, mi cabeza fue capaz de recrear la situación. No era tan difícil, si yo hubiese estado en el lugar de Angus habría llegado a la misma conclusión.
Una joven de apellido Lovelace, con el poder de anular la transformación de un hombre lobo. Era demasiado extraño, siguiendo la lógica de esta realidad. Pero Angus sabía de mi padre y su deseo de obtener una gema, solo había que conectar las pistas para llegar a una conclusión razonable.
—Te encontré en el callejón, pensé que estabas muerta —habló—, entonces me acerqué, y abriste los ojos para pedirme ayuda, estabas medio moribunda, así que no sabría si lograría salvarte, pero te prometí que no iba a dejarte, parecías aliviada.
Angus analizaba el impacto de sus palabras a través de mis expresiones, antes de continuar explicando lo sucedido. Me daba cuenta, e intentaba parecer compuesta, aunque en el fondo me costara trabajo permanecer calmada.
Quería escucharlo, no me importaba lo mucho que me afectara, prefería escuchar la verdad sin anestesia, ya tendría tiempo para lidiar con mis emociones.
—Pensé que podrías saber algo de mi madre —finalizó Angus—. Me decepcioné de saber que tu padre había muerto y tú no sabías nada, pero no me arrepiento, de alguna manera se lo debo.
Había evitado interrumpirlo hasta ese minuto.
—Mi madre se llama Beatriz —Hice las presentaciones—. Ha estado con mi padre desde la universidad, es obstetra, y aunque nunca me dijo nada, es probable que ella sepa algo.
Angus me quedó mirando, sus ojos parecían preguntar si estaba segura de lo que decía. ¡Por supuesto que sí! Aunque me hubiesen mentido, seguían siendo mis padres, y yo tampoco le había dicho la verdad a mamá en la carta que le envié.