Ninguno de los dos se movió en aquel instante. Sus respiraciones se habían vuelto tan lentas que contradecían sus latidos. Forage observó el rostro de cada uno de los hombres. El desprecio que poseían era palpable. Ellos podían sentir el miedo que los recorría, deseaban verlos morir y él no permitiría que la vida de su familia fuera arrebatada.
La unión de ambas manos se separó abruptamente. Forage separó su mano de la de ella, perdiendo la calidez de su tacto quizá por última vez.
-Urania vete –ordenó sin mirarla. Sus ojos se hallaban fijos en los hombres, quienes los observaban alertas.
- No... No quiero irme ¡Quiero luchar contigo!
Forage se giró a observarla. Había pesar en su mirada, un dolor que ella jamás había visto. Era un dolor del corazón, el dolor de saber que se quedaría a proteger a su familia aunque muriese en el intento. Una lágrima resbaló por su mejilla. Urania lo sabía, sabía que debía marcharse por el bien de su bebé y, por más que su corazón decidiera quedarse, sus pies iban retrocediendo.
Sus latidos llegaron a ser tan fuertes que resonaban en su cabeza. Apenas las voces eran distinguibles al igual que las personas entre el humo. La silueta de Forage bañada en luces se iba haciendo más lejana. Él seguía luchando, impidiendo que corrieran por ella. Avanzando con decisión en proteger a los dos seres que más amaba.
Con una mano en su vientre y punzadas en el cuerpo que parecían competir con el dolor que llevaba en el corazón, corrió sumergiéndose entre las calles y las casas. Sabía lo que le esperaba, podía oírlo, podía olerlo. La muerte estaba impregnada en el ambiente al igual que el aroma de Forage. Ella correría el mismo destino, pero no con su hijo.
Pronto, una punzada aún más fuerte provocó que detuviera su paso y se abrazara a una de las paredes de una casa de madera. Un líquido resbaló por sus piernas y al mirar el suelo pudo darse cuenta de lo que era. Maldita era su suerte. No podía aguantar más aunque quisiera.
Giró su cabeza y observó las antorchas algo lejanas bañando con su luz las calles. Urania, a cuestas, giró en una de las esquinas, perdiéndose de vista.
Su cuerpo se estremeció y, sin poder aguantarlo, gritó de dolor. Varias lágrimas cruzaron su rostro en una travesía que parecía no tener final. Se odiaba por gritar, se odiaba por abandonar a su esposo y, en especial, se odiaba por no poder seguir y salvar a su bebé.
Un par de brazos la sostuvieron por la espalda. Asustada, se movió lo más fuerte que podía para intentar soltarse; mas entre las lágrimas y el jaleo sintió unas manos cálidas tomar sus mejillas.
-Te ayudaremos, niña. Estás a punto de dar a luz - habló una señora.
Por un segundo, a Urania le pareció ver a Agnes en el rostro de aquella mujer. Su cuerpo dejó de luchar, y caminó con la poca fuerza que poseía hacia la casa. El hombre que sostuvo su espalda la tomó en sus brazos y la llevó hacia una cama de madera que reposaba en la esquina del amplio salón.
La anciana señora se acercó a ella en compañía de una joven reconocida. Una muchacha de cabellos rubios que parecía ser la misma que la despidió antes de empezar su travesía. El hombre acomodó una almohada detrás de la cabeza de Urania para luego retirarse, mientras la muchacha se acercaba con algunas mantas.
-Es momento - escuchó decir a la anciana.
Con terror y dolor, sintió una punzada recorrerla. Había llegado el momento que Forage y ella estaban esperando. La mujer le dio una manta doblada de la cual sostenerse para aguantar. Y así lo hizo. La tomó con fuerza mientras gritaba y pujaba. El sonido de sus gritos se fueron combinando con el de la gente afuera, pasando con sus antorchas, iluminando aún más el ambiente. Si eran encontrados estaban perdidos. Entre el susto, el corazón de Urania latió con más rapidez, y pronto, por el miedo, pujó tan fuerte que el pequeño salió a la luz por primera vez.
La cabeza de Urania reposó sobre la almohada. Su vista no se había movido de la ventana, observando como aquellos hombres pasaban por la calle sin detenerse. El llanto de su bebé llamó su atención. Giró su cabeza y, con una sonrisa, recibió a su pequeño en brazos envuelto en mantas. El dolor se había ido. Tenía una razón por la que luchar y eso era lo que haría.
-¿Cómo lo llamará? -preguntó la anciana.
Urania lo observó. El bebé pareció entenderla. Ya no lloraba, solo miraba a su madre mientras hacía gestos de fastidio y hambre. Recordó a Forage entonces y el nombre que él deseaba para el bebé.
"Quiero que se llame Agathor, como tu padre."
Urania levantó la mirada, sintiendo como unas lágrimas pesadas resbalaban por su mejilla. Aún podía escuchar su voz hablándole al oído. Deseaba con todo su corazón que su hijo llevara el nombre y el apellido de su padre, mas la condena de ser buscado lo seguiría por siempre como a ella y a sus hermanas. Urania paseó la mirada por la habitación hasta posarse en una vela a su costado. Observó el fuego y entonces recordó el inicio de su travesía. El cómo vio a su padre morir, como perdió a sus dos hermanas, como conoció a su esposo, a Agnes y en especial, la razón por la que se hallaba allí: su hijo. Jamás algo había tenido tanto sentido como en ese momento. Pensó en Forage y en su padre, Agathor Smitt, y entonces lo supo.
- Agathor - dijo en un susurro - Agathor Foritt.
La valentía de su padre y la familia de ella juntos por primera vez.
La anciana sonrió.
Los ojos de Urania se cerraron por el cansancio, más su mente permaneció activa intentando detectar algún sonido del tumulto. Ellos se habían marchado del lugar, para su suerte.
-Debes descansar, querida - habló la anciana.
La muchacha rubia estiró sus brazos y tomó al bebé con sumo cuidado, meciéndolo de lado a lado con delicadeza.
Entre sueños escuchó unos gritos provenientes de la calle. Sus ojos se abrieron de par en par y se sentó en la cama haciendo un gesto de dolor por el esfuerzo. Lo primero que observó fue a las dos mujeres y al hombre agrupados en la ventana. Miraban temerosos lo que ocurría.
-Van a quemar la aldea acusándonos de ayudar a la bruja - Escuchó decir a la anciana.
Por un momento, la muchacha rubia se giró a observarla con cierta tranquilidad, como si ella supiese lo que continuaba.
-Saquemos nuestras cosas y huyamos - dijo el hombre caminando con paso apresurado hacia uno de los cuartos.
La anciana lo siguió y pronto solo se hallaban la muchacha, el pequeño Agathor y ella.
Urania sonrió observando a su pequeño acomodado en una pequeña cuna de madera. Él merecía una vida feliz lejos de todo lo malo. Y si ella seguía con él, sería perseguido para siempre. Urania se paró de la cama sintiendo un dolor inmenso en la parte baja de su cuerpo. La muchacha se acercó a ella apresuradamente.
-¿Qué haces? Debes descansar - dijo ella.
- Cuidalo - habló Urania en un susurro lleno de dolor por lo que haría - Llévatelo lejos y cuídalo por mí.
Tomó las manos de la chica y la miró a los ojos.
- Cuida a mi bebé. Y nunca le digas quien es su madre ni su padre. Él debe estar completamente alejado de ese mundo ¿Entiendes? Por favor - suplicó arrodillándose.
La muchacha la observó anonadada. Podía entenderlo. Ella lo sabía, sabía la historia detrás de Urania. Podía sentirlo.
- Lo haré. - respondió.
- Gracias, gracias - dijo Urania entre llantos mientras se paraba.
Caminó rápidamente hacia la cuna y besó la frente de su hijo por última vez. Se quitó el bello anillo de Agnes con el que se volvió esposa de Forage y lo colocó entre las mantas del bebé.
Al salir de la casa, escuchó las voces de los hombres a amplios metros de ella. Se paró en el medio esperando que la vieran. No se movería hasta que la siguieran y se alejaran de su hijo.
- Espérame, Forage - susurró observando el cielo.
Los gritos se hicieron más fuertes. Sabía que significaban, debía correr y así lo hizo. Emprendió una huida sin retorno. Se sumergió al bosque una vez más. A aquel bosque por el cual había empezado su primera travesía al lado de sus hermanas. Tal vez, lo que compartía de esa primera vez, era la determinación con la que se dirigía. Solo que en esa oportunidad luchó por vivir, esta vez lucharía por algo mucho más grande. La vida de su hijo dependía de ella. Forage no había dudado en dar la suya por ella y el pequeño Agathor. No miraría atrás.
Observó la luna una última vez deteniendo su paso. Se giró, observando como la luz de las antorchas se hacían cada vez más cercanas hasta iluminar su rostro. Cerró los ojos y recordó por última vez su motivo.
- Vive Agathor, vive Foritt...
Para cuando la anciana entró a la habitación, no había rastro ni de la muchacha rubia ni de la madre y el niño. La turba se había alejado, lo sabía por el silencio que inundaba la habitación.
Se acercó a la ventana con una última esperanza de encontrarlos, más lo único que halló fue la ausencia de uno de los caballos.
En medio de la noche, mientras las vidas de dos seres se apagaban en el fuego, los galopes resonaban. La muerte se hallaba en dirección contraria inundando los cuerpos de los padres del pequeño niño que llevaba cuidadosamente en sus brazos.
Una misión se le había encomendado. Una misión que debía cumplir a como de lugar. Por la promesa que le hizo a aquella mujer y por la deuda que tenía.
Una vez fue salvada por un hombre de nombre Agathor. Su destino estaba marcado, salvando ahora a un niño con el mismo nombre en honor a su abuelo.
Saoirse Foritt Parte 1