90 DÍAS (JM & ___)

By GrEyaDiCtA215

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Park Jimin es un arrogante y mundano hombre de negocios que siempre consigue lo que quiere. Y lo que quiere e... More

1 ¿Trato?
1-2 Llamada
1-3 Historieta Erotica
1-4 Corse Bondage
1-5 Seguir Ordenes
2 Terreno de fantasía
2-2 ¿Rival?
2-3 Nuevo e Inusual
2-4 Indigno Castigo
3 ¿caridad o competitividad?
3-1 Squash vs Kendo
3-2 Antigüedades Pornográficas
3-3 observada
3-4 Color Marfil
4 Centro de atención
4-1 ¿Descubiertos?
4-2 Stripper
4-3 Hotel Victoriano
5 Baile, Japón, geishas... Park
5-1 Una cana al aire.
5-2 Espactaculo
5-3 Anfitrión Perfecto.
6 Celos
6-1 ¿Su tipo ideal?
6-2 Club de vinos
6-4 Cumplir su palabra
7 Mujer Dominante.
7-1 Castigo Corporal
7-2 Obediencia
7-3 ¿Sustituta?
8 Ángel azul.
8-1 Subasta.
8-2 Sentimientos.
8-3 Lenguaje corporal.
90 días.

6-3 Interrogatorio

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By GrEyaDiCtA215

-Que íbamos a reunirnos aquí -dijo.

La última palabra terminó con un jadeo.
Él había acariciado
toda la curva superior de la pierna para terminar otra vez entre sus muslos.

-¿Por qué? -Le rodeó la espalda con el otro brazo hasta que pudo ahuecar la mano sobre el pecho para frotar el pulgar sobre el pezón, jugando con él breves instantes antes de retirar la mano-. ¿Esperabas reunirte con otra persona?

-Nunca sé qué esperar -confesó ella-. Eres tú el que dicta las reglas.

Él se inclinó y le apresó el pezón con los labios. Comenzó a golpearlo insistentemente con la lengua mientras con la otra mano continuaba explorando el cálido núcleo de placer entre las piernas.

-¿Hubieras acudido si pensaras que ibas a reunirte con un desconocido?

Ella se retorció sin poder evitarlo.
Él comenzó a mover los dedos más rápido, expertamente.

-¿Acaso tengo otra opción?

-Siempre puedes elegir.

Ella se reclinó sobre el respaldo y estiró las piernas debajo de la mesa, con una rodilla doblada
para que le fuera más fácil seguir moviendo la mano.

-No sabía lo que me encontraría hasta que llegué.

-Y ¿si hubiera sido así? ¿Si te hubiera dicho que vinieras y fuera un desconocido el que disfrutara de ti? -La penetró con un dedo y luego con dos, mientras excitaba el clítoris hinchado con el pulgar-.
¿Si te dijera que permitieras que fuera un extraño el que te hiciera esto?

No quería responder a esas preguntas. Quería abandonarse a las sensaciones que la reclamaban.

-¿Habrías venido en ese caso? -insistió él.

-Me corro... -gimió ella.
Se contorsionó en el asiento cuando el orgasmo la atravesó, impulsándose contra su mano al tiempo que intentaba reprimir los sonidos de placer que pugnaban por salir de su garganta. Luego se dio cuenta
de que no tendría que haberse molestado en gozar en silencio, pues la actuación que se representaba en el escenario había terminado y el público aplaudía con entusiasmo. El ruido habría ahogado sus gemidos.
Para cuando se recuperó, el escenario volvía a estar a oscuras y notaba las piernas pegajosas contra el cuero del asiento.

-Estoy empapada. -Tomó una servilleta de papel para secarse.

-No has respondido a mi pregunta -insistió él, cogiendo otra para limpiarse la mano.

-¿Qué me habías preguntado? -arrugó la servilleta.

-¿Te habría molestado que se hubiera tratado de un extraño? -preguntó.

De repente se sintió furiosa con él. Lo único que quería era relajarse después de un gratificante orgasmo, no necesitaba un interrogatorio de tercer grado.

-Por supuesto -repuso con agresividad-. Esto es un pacto, ¿recuerdas?

Hubo una pausa antes de que él sonriera.

-Sí, se trata estrictamente de negocios -convino-. Se me había olvidado.

-Has hecho que me perdiera ese número -añadió-. Quería verlo.

-¿Querías ver cómo azotaban a la señorita X? ¿Por qué?

-Pensé que sería excitante. -Volvió la cabeza y miró el escenario en penumbra-. ¿Sabes quién es la chica?

Él se rió.

-Sí.

-¡Dímelo!
Negó con la cabeza.

-De eso nada. Pero te sorprenderías si lo supieras.

-Si es tan secreto, ¿cómo lo sabes tú? -le desafió.

-Yo soy un cliente habitual -aclaró-. Saben que soy de confianza. Y puedo decirte que a la misteriosa señorita X le encanta este tipo de numeritos. ¿Por qué no va a pasar un buen rato?

-Todo el mundo debe tener un pasatiempo -convino ella.

-Aunque solo sea el squash -se burló él.

-O coleccionar pinturas -apuntó.

Él no pareció afectado por la referencia.

-Coleccionas cuadros, ¿verdad? -preguntó él.

-No -dijo ella-. Pensaba que lo hacías tú.

-¿Por qué piensas eso?
Tuvo la sensación de que él intentaba evadirse, y decidió ir al grano.

-Conozco a un artista llamado Ricky Croft. Dibuja escenas eróticas. -Esperó una respuesta que no llegó-. Siempre está buscando clientes. La última vez que lo vi parecía interesado en ponerse en contacto contigo.

-He oído hablar de él -dijo Park con voz fría-. Ofrece pornografía. No me gusta ese tipo de pinturas. -Deslizó la mano entre sus muslos y la acarició entre las piernas, buscando sus mojados
pliegues-. Prefiero la realidad.

-¿Así que no lo conoces?
Él tensó los dedos que mantenía sobre su pierna.

-¿Por qué estás tan interesada, _____ ?

Estuvo tentada a decir
«quiero saber si le has dado una paliza, y por qué».
Pero sabía instintivamente que si le hacía la pregunta, él no respondería.

-Simple curiosidad -afirmó.

-Bien, pues deja de ser tan curiosa -dijo él-. No estás aquí para interrogarme. -Desplazó la mano de la pierna a un seno. Se lo acarició y apretó con suavidad

-. Estás aquí para entretenerme. -Le clavó los dedos-. ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

Sintió el calor de la piel de Jimin contra la suya y que su pezón se endurecía en respuesta a sus
movimientos. Él relajó los dedos y comenzó a masajear el seno con la palma. Ella se apoyó en el
respaldo y cerró los ojos.

-¿Te excita? -preguntó él.

-Sí -murmuró.

Él le atrapó el pezón erecto entre los dedos y lo pellizcó con firmeza. Ella abrió los ojos alarmada.

-¿Y esto? -preguntó-. ¿Qué tal un poco de dolor erótico?

-Sí.

-Te gusta todo, ¿verdad? -dijo él. Retiró la mano-. Incluso que te azoten. Disfrutaste cuando te
até a la moto. Te encantó. Te gustaría que ocurriera otra vez. ¿A que tengo razón?

-No saques conclusiones -protestó ella-. Solo he dicho que quería observar a la pareja que estaba actuando.

-Te he estropeado el número. Tranquila, te compensaré. Te llevaré a ver a auténticos expertos en la materia, gente que hará que esos dos parezcan simples aficionados.

-¿Cuándo? -preguntó casualmente-. ¿Cuándo vuelvas de Japón?

-Creí haberte dicho que dejaras de interrogarme.

-Podrías haberme contado algo sobre tu viaje.

-¿Por qué? Sabía que acabarías enterándote. No es un secreto. Solo serán unos días y no afecta a nuestras disposiciones.

-¿Así que se trata de un viaje de negocios?

-¿Qué otra cosa podría ser? -preguntó con ligereza.

-He oído que las mujeres japonesas son muy hermosas.

-Igual que las inglesas. ¿Estás tratando de enterarte de si voy a hacer algo con ellas mientras estoy allí?

-No, no es eso -mintió con rapidez.

Él se rió.

-Por un momento he llegado a pensar que podrías estar celosa. -Le pasó las manos por los
pechos y las deslizó más abajo, entre sus piernas, tocándola con suma habilidad-. Qué tonto, ¿verdad? Para ti solo soy una oportunidad en tu carrera.

-Y para ti yo solo soy un entretenimiento -repuso.

-Cierto -convino él-. Y la velada no ha terminado todavía. Coge el abrigo. Tengo hambre.

-¿No podríamos comer aquí? -preguntó.

-Podríamos, pero no vamos a hacerlo. Tengo una buena botella de vino esperando en casa, y he encargado la comida. -El escenario se oscureció otra vez.

-Me gustaría ver el espectáculo -sugirió.

-Pues a mí no -dijo él-. Y soy el que manda, ¿recuerdas? Ve a buscar el abrigo, pero no te
molestes en ponerte más ropa. Pronto volverás a actuar.

Cuando salió del coche y se dirigió a los escalones que conducían hasta la casa de Jimin, _____ se preguntó por qué se sentía tan sexy al saber que estaba desnuda debajo del respetable abrigo. Se abrazó a la prenda, sintiendo la frialdad de la seda del forro contra la piel. Ya se había quitado la máscara y ahuecado el pelo.
En el vestíbulo notó un agradable calor cuando Jimin abrió la puerta.

-Ve allí -ordenó él, señalando una estancia-. Sírvete una copa y quítate el abrigo. Estás
demasiado tapada.

Se sintió todavía más sexy al estar desnuda en aquella habitación tan masculina, con aquel brillante suelo de madera y tapizados de cuero. Había dos grandes sillones y un taburete con asiento acolchado.

Era una estancia más pequeña que la que habían utilizado en su visita anterior y se fijó en que la puerta no estaba taladrada con agujeros. Una de las paredes estaba cubierta por una estantería llena de libros.
Se sirvió una copa de vino y se acercó a examinarlos, buscando el tipo de título que la reputación de Jimin la empujaba a pensar que encontraría. ¿Quizá el Kamasutra? ¿La historia de O? ¿Primeras ediciones de las novelas eróticas más conocidas? ¿Libros impresos en secreto sobre sexo especializado?
Pero solo encontró poesía y astronomía. Había una estantería dedicada a historia antigua y un estante de novelas de bolsillo sobre ciencia ficción.
Se terminó el vino y se puso a mirar a su alrededor, contemplando los cuadros que colgaban de las
paredes, principalmente escenas de caza y animales, salpicadas con algunos retratos de hombres sin identificar, con miradas sombrías, muchos años y pajaritas en el cuello. Se detuvo frente a uno y lo miró,
preguntándose quién sería, cuando se dio cuenta de que estaba reflejada de cintura para arriba en el cristal del retrato. Se cubrió ambos pechos con las manos y los alzó hasta que los pezones quedaron a la altura de la desaprobadora boca del hombre. Se le escapó una risa nerviosa y se meneó de manera
provocativa.

«Apuesto lo que sea a que jamás te ocurrió esto en tu vida», le dijo mentalmente al retrato.

-¿Qué demonios estás haciendo?

El sonido de la voz de Jimin la hizo sobresaltarse. Se volvió, todavía con las manos bajo los
pechos. Él estaba en la puerta. Se había quitado la chaqueta y la camisa blanca de vestir estaba ahora abierta en el cuello, medio desabrochada y remangada a la altura de los codos.

-Solo admiraba tus cuadros.

-Parecía como si estuvieras bailando.

Caminó hacia él cubriéndose los pechos con las manos en un gesto de fingida modestia.

-Pensé que ese viejo muchacho necesitaba un poco de animación.

-Oh, ¿de veras? -Ahora estaba muy cerca de ella. La tenue luz le oscurecía la cara y hacía brillar su pelo negro. Él alargó las manos y la cogió por las muñecas, obligándola a bajar los brazos. Se inclinó como si quisiera besarla; ella alzó la cara para salir a su encuentro, pero él bajó más la cabeza y cerró
los labios en torno a un pezón. Le rodeó la punta brevemente con la lengua. Fue un gesto experto y ligero, aunque suficiente como para hacer que _____ se estremeciera de placer.

-Bien -comentó él, después de repetir la caricia-. No creo que los viejos y respetables
victorianos apreciaran a una lasciva mujer haciendo ostentación de su desnudez.

-¿Lasciva mujer? -Volvió a reírse tontamente-. ¿De verdad?

-Sí. -De repente, la hizo girar entre sus brazos. Le sujetó las muñecas, manteniéndola cautiva con su fuerte agarre, mientras la guiaba hacia uno de los sillones.

-Le habrías parecido una amenaza; una mujer obsesionada con el sexo. Te habría castigado.
Por tu bien, por supuesto.

Ahora estaban frente a uno de los sillones. Ella apoyó la espalda en su pecho, recreándose en el
calor y la fuerza de su cuerpo, disfrutando de la sensación que provocaba la camisa contra su piel desnuda. Él se inclinó y acercó la boca a su oreja.

-Los victorianos eran firmes defensores del castigo. -Se movió para sujetarle ambas muñecas con una mano. La otra la deslizó por sus nalgas. Ella se estremeció-. Del castigo físico -añadió con suavidad.

De repente la hizo girar en redondo, se sentó en la silla y la puso boca abajo sobre sus rodillas.
El movimiento fue tan inesperado que ella no se resistió.

-Esto le habría encantado al del retrato -aseguró Park. Notó un indicio de diversión en su voz
-. Habría pensado que es lo que merecías.

Dejó caer la mano con fuerza sobre su trasero y ella gritó sorprendida. Comenzó a dar patadas al aire, pero él se movió con agilidad y le atrapó las piernas entre las suyas. La mano aterrizó tres veces más en rápida sucesión. Fueron golpes contundentes y precisos que le provocaron un delicioso y
doloroso hormigueo, lo que unido a la incómoda posición en que la había atrapado la excitó tanto como una suave caricia.

-Y yo estoy de acuerdo -añadió él.

Otro pequeño remolino de azotes aterrizó sobre su carne desnuda. Luchó sin resultado. Incluso aquellos movimientos contra los duros músculos de sus muslos la excitaban.
-Comienzo a entender por qué los victorianos disfrutaban con este juego -dijo Park.
La mano aterrizó otra vez, ahora con más dureza.

-¡Eres un cerdo! -gritó ella-. Me haces daño.

Él se inclinó y ella sintió su aliento contra el pelo revuelto.

-Y te encanta -le susurró al oído-. ¿Por qué no lo admites?
Su respuesta fue luchar con violencia.

-Admítelo -repitió él-. Te excita.

-No es cierto.

Sabía que era mentira. No esperaba que la creyera y acertó, no lo hizo. Jimim se inclinó y buscó sus pechos, encontrando los pezones duros como bayas. La exploró a conciencia, friccionándolos con el pulgar, jugueteando con ellos hasta conseguir que ella se estremeciera convulsivamente. Cuando dejó de acariciarla, hizo una mueca de decepción.
La mano comenzó entonces a frotarle el trasero dolorido antes de deslizarse entre sus muslos. Ahora la mueca fue de deseo.
Él se puso en pie, llevándola consigo. Con un fuerte empujón, la hizo girar de nuevo y la sentó en el sillón, arrodillándose frente a ella, entre sus piernas abiertas.
Park le asió ambas muñecas y la obligó a colocar las manos sobre los pechos.

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