Andreas
Brisa… era extraño que hubiera entendido su nombre, que, si no me equivocaba, estaba en griego. Brisa suave… ¿Cómo había podido traducirlo?
No sabía qué decir y me sentí ligeramente incómodo. Había querido hablar con ella desde el lunes que la vi por primera vez y ahora que podía… no sabía bien que decir. Entonces me di cuenta que no me había presentado.
-Yo me llamo Andreas. ¿Qué… qué te pasó?
-No estoy muy segura –hablaba bajito pero noté que su voz era suave y dulce.
-¿Quieres agua? Quizás te ayude… -le pasé la botella y entonces me di cuenta que estaba casi vacía y al instante me sentí tan estúpido que me sonrojé.
Aure
Si me hubiera sentido un poco menos débil probablemente habría reído cuando me pasó la botella prácticamente vacía. Aún así se la recibí agradecida. Aproveché un instante que se distrajo amarrando su pasador para terminar de vaciar la botella derramando el agua en mi herida. Instantáneamente me sentí algo mejor.
-Si que necesitabas el agua ¿no? Ya no estás tan pálida –me dijo.
-Sí, parece que sí la necesitaba. Ya estoy mejor.
-¿Te importa si… -me hizo una seña para pedir sentarse a mi lado.
-No, no, siéntate –me corrí un poco cuidando de no topar con la herida.
-¿Eres de por aquí? –preguntó mientras se acomodaba.
-No, soy de… -no podía decirle que provenía de Grecia donde nació el primer laurel, Dafne y que todos los demás venimos de ahí de una u otra forma –bueno… se puede decir que sí, pero mi familia es griega.
-¿Griega? ¿Por eso tu nombre?
Asentí.
-Grecia… -murmuró –dices que vienen de allá… debes conocer los mitos bastante bien…
-Sí, me encanta –“si supiera que no son mitos…”
-¿Enserio? –sonrió –a mí siempre me han llamado la atención. Me siento… como identificado con ellos.
Ambos nos quedamos en silencio. Moría de ganas de decir algo más, preguntarle algo, pero no me atrevía y solo acerté a bajar la mirada un poquito nerviosa. Temía que para él el silencio fuera incómodo…