90 DÍAS (JM & ___)

By GrEyaDiCtA215

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Park Jimin es un arrogante y mundano hombre de negocios que siempre consigue lo que quiere. Y lo que quiere e... More

1 ¿Trato?
1-2 Llamada
1-3 Historieta Erotica
1-4 Corse Bondage
1-5 Seguir Ordenes
2 Terreno de fantasía
2-2 ¿Rival?
2-3 Nuevo e Inusual
2-4 Indigno Castigo
3 ¿caridad o competitividad?
3-1 Squash vs Kendo
3-3 observada
3-4 Color Marfil
4 Centro de atención
4-1 ¿Descubiertos?
4-2 Stripper
4-3 Hotel Victoriano
5 Baile, Japón, geishas... Park
5-1 Una cana al aire.
5-2 Espactaculo
5-3 Anfitrión Perfecto.
6 Celos
6-1 ¿Su tipo ideal?
6-2 Club de vinos
6-3 Interrogatorio
6-4 Cumplir su palabra
7 Mujer Dominante.
7-1 Castigo Corporal
7-2 Obediencia
7-3 ¿Sustituta?
8 Ángel azul.
8-1 Subasta.
8-2 Sentimientos.
8-3 Lenguaje corporal.
90 días.

3-2 Antigüedades Pornográficas

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By GrEyaDiCtA215

—Jimim te enseñará todo el lugar —dijo Zaid—. Espero que nos veamos después. —Se volvió hacia Park—. Y me refiero a que puedes enseñarle todo, Park, ¿has entendido?

—Estás diciendo que sí... —Jimin sonrió—. Lo suponía.

Zaid se rió.

—Me conoces demasiado bien. Mejor que mi propio hermano y, sin duda, mejor que mi mujer. —Le brindó a ella otra encantadora sonrisa y se concentró en otro invitado.

Jimin la tomó del brazo.

—¿Qué te gustaría ver primero? ¿La sala china? ¿Cristalerías? ¿Cuadros? ¿Juguetes?

—Es evidente que voy a verlo todo —repuso ella con mordacidad—, signifique lo que signifique ese todo.

—Ya sabrás lo que significa —replicó—. Después.

—¿Dónde está la mujer de Zaid?

—Donde deberían estar todas las buenas esposas... —Sonrió ampliamente—. En casa.

—Así que tu amigo tiene educación occidental e ideas medievales.

—Es probable que Zaid opine que nuestra idea de casarse por amor es medieval. Él ve el matrimonio como un compromiso para el futuro. Sus hijos se encargarán de la fortuna familiar y su esposa se asegura de que se educan de la manera correcta para ocupar su lugar en el mundo. A cambio, ella disfruta de un lujoso estilo de vida. Es respetada, tiene hijos y sabe que su marido jamás haría nada que deshonrara el apellido familiar; significa demasiado para él. Un arreglo que satisface a ambos.

Ella recordó el obvio aprecio que había leído en los ojos de Zaid cuando la vio por primera vez.

—Sí, y estoy segura de que le es completamente fiel —dijo con mordacidad.

—Zaid no es célibe cuando está en el extranjero —explicó Jimin—. Su esposa no lo espera; le permite que eche una cana al aire, después de todo es un hombre. —La miró fijamente—. Y uno muy atractivo, ¿no opinas igual?

—Sí —convino ella con voz neutra—. Es agradable.

Se parecía mucho a él. Pero no se lo diría. «Antes muerta que decírtelo», pensó Recordó el breve apretón de la mano del árabe. Sabía que él también la había encontrado atractiva.
¿Qué planearía Park? ¿Pensaría... ofrecer sus servicios a su amigo? Y si lo hiciera, ¿estaría ella de acuerdo?

—No te compadezcas de la esposa de Zaid —dijo él—. La suya fue una boda concertada, pero los dos se mostraron de acuerdo y dudo mucho que los presionaran. Podrías considerarlo un trato de negocios. —Sonrió, recordándole de nuevo la sonrisa de Zaid—. Entenderás perfectamente la cuestión.

Estaba segura de que Zaid también lo entendía; esa situación le otorgaba una cierta respetabilidad y
seriedad ante el mundo.
Siguió a Jimin por las anchas escaleras. Una sonriente pareja pasó junto a ellos. La mujer iba cargada de joyas que supo que eran auténticas. También sabía que Jimin planeaba algo e intuía que su amigo árabe tenía algo que ver en todo aquello. Pero ¿qué sería? ¿Y qué había querido decir Zaid cuando insistió en que Jimin le enseñara todo?
Pronto entendió por qué le había dicho Jimin que la casa era el escenario perfecto para hacer
justicia a las antigüedades. Cada estancia estaba decorada en un estilo diferente y las obras que se
exhibían habían sido elegidas para complementar a la decoración. En cada habitación había compradores
elegantemente vestidos discutiendo términos comerciales o cumplimentando cheques.
La habitación infantil victoriana alojaba una extensa colección de juguetes. En la sala de ambientación china se podía ver un gran despliegue de sedas, abanicos y biombos. En el cuarto dedicado a la Regencia había muebles. Cuando entraron en la sala dedicada a los años veinte se encontró con una inusual colección de instrumentos y cajas de música. Al abrir la tapa de una hermosa caja de madera brillante resonó Danny Boy.

—Es preciosa —comentó. Buscó sin éxito la etiqueta con el precio; solo había un número junto a la
caja—. Creo que la compraré. ¿Cuánto cuesta?

—Ve y pregunta —aconsejó Jimin—. El caballero sentado en esa mesa te facilitará todos los detalles.

—¿Esta caja de música? —El discreto marchante miró el número—. Lo siento, señora, creo que ya
ha sido vendida. —Lo verificó en un portátil—. Sí, en efecto. Mil disculpas. Debería haber retirado el número.

Ella se sintió realmente molesta. Estaba a punto de ponerse a discutir cuando la sorprendió escuchar
una voz ronca que le resultó familiar.

—Park!, cielo, no sabía que estuvieras interesado en la música.

Se volvió a tiempo de ver a Jade Chalfont besando, extasiada, la mejilla de Jimin, apartándole de
paso un mechón de pelo oscuro de la frente. Iba embutida en un ceñido vestido negro con su usual despliegue de joyas, por lo que parecía una vez más una supermodelo posando en una pasarela. Su boca, roja y sensual, esbozó una hipócrita sonrisa al verla.

—Oh! Jimin, estás acompañado... No me había dado cuenta.

—La señorita Adriana Loften —presentó Sinclair.

La sonrisa de Jade Chalfont se congeló.

—Oh, sí. Es usted la representante de Barringtons, ¿verdad?

—Gerente de cuentas —repuso ella en el mismo tono helado.

—¿En Barringtons todavía se llama así? Qué arcaico y curioso. —Jade Chalfont mantuvo la sonrisa en aquellos labios rojos y brillantes—. También le gustan las antigüedades, ¿verdad? —Clavó los ojos
en la caja de música que ella todavía sostenía entre las manos—. Ah, colecciona cajas de música. ¡Qué
dulce!

El tono prepotente de Jade Chalfont y la certeza de que Jimin era consciente de todo, la hicieron caer en la trampa que Jade le tendía.

—¿Qué colecciona usted, señorita Chalfont? —Se sintió tentada a añadir «además de hombres, claro».

—Espadas japonesas —repuso Jade Chalfont—. Vengo a ver algunas. —Miró a Jimin—. ¿Vamos juntos?

—Buena idea —aceptó él. A ella le dieron ganas de abofetearlo, pero se limitó a lanzarle una mirada airada cuando pasó junto a ella camino de la puerta, desde donde la invitó con su sonrisa más encantadora—. Jade es experta en armas orientales. Y también una sensei kendo de alto rango.

—Ya lo sé —replicó con ironía—. Estaba el otro día en el centro deportivo, ¿recuerdas?

—Oh, es cierto —dijo él sin dejar de sonreír—. Tú hiciste una exhibición de squash.

—¿Squash? —repitió Jade Chalfont—. Intenté jugar cuando estaba en la universidad, pero no llegó
a convencerme; no tiene profundidad. Las artes marciales requieren una gran disciplina mental y física.  Las encuentro mucho más estimulantes.

Hirviendo por dentro, los siguió al cuarto donde se exhibían piezas japonesas. Contenía una amplia
muestra de armas, armaduras, piezas de cerámica y pinturas. ____ se detuvo a admirar los netsuke,
pequeñas miniaturas japonesas talladas en marfil, y tomó uno con forma de gato con los ojos cerrados.

—Preciosos, ¿a que sí? —La voz de Jade Chalfont resonó ronca en su oído—. Tengo mi propia colección. Los japoneses convierten incluso las cosas más simples en obras de arte.

—¿Y las espadas? —intervino Jimin—. Una vez dijiste que, para ti, las espadas eran el súmmum del arte japonés.

Jade se rió con deleite.

—Cielo, recuerdas esa conferencia. Pensaba que te habías aburrido como un hongo.

—No olvido nada —repuso él con voz suave.

_____ pensó que estaba muy claro el significado de ese «no olvido nada». Esos dos ya habían mantenido un tétè à tétè y ahora estaban coqueteando de la manera más desvergonzada. Jade estaba encantada con Jimin, se veía claramente que pensaba que era un hombre maravilloso... «Que es más de lo que yo pienso en este momento», se dijo.

—Ven y mira estas. —Jade se acercó a unas espadas y comenzó a ilustrar a Jimin sobre sus méritos. Él se inclinó sobre ella al tiempo que asentía con la cabeza; parecía fascinado por su monólogo.
_____ se concentró en el netsuke antes de ponerlo en su lugar. Examinó las cajitas que los samuráis colgaban de sus anchos pantalones y cerraban con un cordel a cuyos extremos se hallaban las diminutas borlas que eran los netsuke.

—Puedo enseñarte algo mucho más interesante que eso. —Dio un brinco al escuchar la voz de Jimin. Lo miró; estaba más cerca de lo que esperaba. Por encima del hombro vio a Jade Chalfont discutiendo animadamente con el vendedor.

—¿A las dos? —preguntó con voz gélida.

—Solo a ti —repuso él.

—No puedes dejar tirada a tu amiga —le dijo con frialdad—. No es de buena educación.

—Jade seguirá aquí dentro de unas horas —aseguró él.

—Y regresará a casa con una espada nueva. ¡Qué dulce!

Él se rió entre dientes.

—No lo hará, a menos que Zaid se la compre. No puede permitirse ninguna de estas.

¿Estaba insinuando que Jade y Zaid eran amantes?

—¿Quieres decir que Jade es una de las canas al aire de Zaid...?

—Zaid es uno de los alumnos de Jade —la corrigió él—. Está aprendiendo kendo. Según parece, se le da muy bien.

La tomó del brazo y la guio fuera de la estancia hacia unas estrechas escaleras que los llevaron al
piso superior. En el pasillo había dos guardias de seguridad intentando, sin éxito, pasar inadvertidos. Se acercaron a ellos cuando los vieron. Jimin les mostró una pequeña tarjeta que uno de los hombres escaneó con un dispositivo electrónico que llevaba en el cinturón.

—Adelante, señor Park—indicó el guardia con educación, al tiempo que le devolvía la tarjeta.

—¡Qué agradable es tener contactos cuando se necesitan! —murmuró ella mientras recorrían el pasillo y subían otro pequeño tramo de escaleras—. ¿Qué vamos a ver aquí que precisa de guardias adicionales?

—Esos guardias están para proteger nuestra privacidad no por las antigüedades —explicó—, aunque muchas de ellas son valiosas, al menos para los coleccionistas especializados.

Empujó una puerta y entraron en un dormitorio victoriano tenuemente iluminado. Las lámparas arrojaban sombras rojizas. En el lavabo, sobre la cómoda y sobre algunas mesitas había variados artículos desplegados. La cama estaba abierta y había un camisón bordado encima. Ella se acercó a inspeccionarlo mientras él la observaba.

—Cógelo —la animó—. Puedes tocar la mercancía.

Ella lo hizo y sostuvo la prenda contra su cuerpo.

—Dale la vuelta —le ordenó él.
Había un corte circular en la espalda de la prenda que, probablemente, dejaría el culo al aire.

—Está roto —señaló ella.

Para su sorpresa, Jimin comenzó a reírse.

—Fíjate bien.

Lo hizo y se dio cuenta de que el agujero estaba ribeteado. Jimin se acercó a ella.

—Es un regalo de un marido victoriano para su nueva esposa —aleccionó con suavidad—, para
asegurarse de que ella comprendía en qué posición la quería poseer.

Ella miró el camisón con mucho menos entusiasmo que antes y lo volvió a dejar sobre la cama.

—No estoy segura de que me guste la idea. ¿Acaso esa mujer no tenía ninguna elección?

Jimin se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Es posible que ella estuviera de acuerdo, pero por lo que he leído sobre los matrimonios victorianos, lo más seguro es que se viera obligada a hacer lo que le ordenaban. —Se acercó a un rincón donde había una serie de bastones en un cubo alto. Sacó uno y cortó el aire con él un par de veces—. Quizá el marido tuviera una idea diferente. En especial si pensaba que su esposa se
había comportado mal durante el día. —Se golpeó la pierna con el palo—. También son auténticos. — Pasó un dedo por la caña—. A los coleccionistas les da mucho morbo especular sobre cómo los usaban
sus dueños.

—¿Esto es lo que le gusta a Zaid? —preguntó ella—. Las antigüedades pornográficas.

—Es una colección especializada —la corrigió él—, para compradores expertos.

—No parece haber demasiados compradores —comentó ella.

—Esta es una visita privada —explicó él.

La guio a la siguiente habitación. Le sorprendió ver que estaba amueblada como un aula. Había pupitres, una pizarra en un atril y algo que parecía un pequeño potro con la parte superior acolchada.
Se fijó en uno de los pupitres. Su superficie estaba manchada de tinta y tenía nombres grabados; lo
abrió y observó que dentro había libros. Tomó uno y miró el título La historia de Elizabeth, leyó. Echó
una breve mirada al texto y a las imágenes; narraba una historia, la de Elizabeth, y se componía de un
montón de situaciones en las que la protagonista acababa inclinada sobre cualquier mueble disponible y
recibía un castigo por su desobediencia. Maestros y maestras, e incluso otros alumnos, administraban la zurra. Devolvió el libro a su lugar y cerró el pupitre.
Se acercó al potro acolchado. Al acercarse notó que había anclajes para tobillos y muñecas a ambos
lados.

—Es auténtico —aseguró él—. Muchos victorianos estaban convencidos de que el castigo era bueno para el alma y cuanto antes se empezara mejor.

—Muchas personas deben pensar todavía así, si compran esta clase de objetos.

—Estoy convencido de que las personas que los compran los usan solo con adultos que están de acuerdo en sufrir la experiencia. Hay gente a la que saber que es un artículo auténtico le proporciona emociones intensas.

Ella se acercó a una mesa donde se exhibía un álbum lleno de postales. Pasó las páginas. Eran bellezas victorianas, rechonchas para los estándares modernos, con sonrisas fingidas posando en una
variada colección de acrobáticas poses sexuales. Los hombres, con bigotes rizados en las puntas y a
menudo con zapatos y calcetines, parecían serios y poco excitados. Las fotos en sepia parecían haber
sido diseñadas por alguien que quería asegurarse de que todo el mundo exhibiera sus órganos genitales y
poseían una calidad estática, casi clínica. Las encontró aburridas en vez de estimulantes. Así lo comentó.

Jimin miró por encima de su hombro.
—Estoy de acuerdo. Me recuerdan viejas estampas del Windmill Theatre, no son excitantes. Esas mujeres no están interesadas en esos hombres, solo cumplen con su obligación; se quitan la ropa, esbozan una sonrisa y cobran al final de la semana. —Ahora él estaba tan cerca de ella que notaba el calor de su cuerpo
—. Si una mujer no disfruta —añadió él con suavidad—, yo tampoco.

—¿Cómo puedes estar seguro de que tu pareja disfruta? —preguntó—. Hay mujeres que saben fingir muy bien.

—¿Como tú? —preguntó él.

—En efecto.

—¿Me has engañado hasta ahora? —se burló con una sonrisa, dirigiéndose hacia la puerta—.
Vamos; si estas no te gustan, quizá te guste la otra colección.

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