90 DÍAS (JM & ___)

Por GrEyaDiCtA215

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Park Jimin es un arrogante y mundano hombre de negocios que siempre consigue lo que quiere. Y lo que quiere e... Mais

1 ¿Trato?
1-2 Llamada
1-3 Historieta Erotica
1-4 Corse Bondage
1-5 Seguir Ordenes
2 Terreno de fantasía
2-2 ¿Rival?
2-4 Indigno Castigo
3 ¿caridad o competitividad?
3-1 Squash vs Kendo
3-2 Antigüedades Pornográficas
3-3 observada
3-4 Color Marfil
4 Centro de atención
4-1 ¿Descubiertos?
4-2 Stripper
4-3 Hotel Victoriano
5 Baile, Japón, geishas... Park
5-1 Una cana al aire.
5-2 Espactaculo
5-3 Anfitrión Perfecto.
6 Celos
6-1 ¿Su tipo ideal?
6-2 Club de vinos
6-3 Interrogatorio
6-4 Cumplir su palabra
7 Mujer Dominante.
7-1 Castigo Corporal
7-2 Obediencia
7-3 ¿Sustituta?
8 Ángel azul.
8-1 Subasta.
8-2 Sentimientos.
8-3 Lenguaje corporal.
90 días.

2-3 Nuevo e Inusual

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Por GrEyaDiCtA215

Ensayó unos pasos y se dio cuenta de que si alteraba su forma de moverse no resultaba tan difícil contonearse. El principal problema no era balancearse al caminar, sino impedir que la falda se subiera a
cada paso hasta la parte inferior de la curva de las nalgas y evitar que el triángulo de su vello púbico fuera claramente visible.
Esperaba no tener que cubrir una gran distancia caminando; solo hasta el coche. No tenía duda de que Jimin la recogería en coche y que, el sitio al que la llevaría, o cualquier cosa que hubiera planeado para ella, sería en un interior. No pretendería que se paseara por la calle vestida de esa manera.
Escuchó el poderoso sonido de un motor y se acercó a la ventana. Una inmensa motocicleta negra con un montón de piezas cromadas se detuvo junto a la acera. El conductor estaba vestido de pies a cabeza con ceñidas prendas de cuero negro y llevaba un casco con una visera oscura cubriéndole la cara.
Portaba otro similar en el brazo. Intentó convencerse a sí misma de que era un desconocido que esperaba a otra persona; que en cualquier momento alguien se subiría a esa máquina y se alejarían a toda
velocidad.
Pero no.
Había algo familiar en la alta y delgada figura, y cuando él tocó el claxon con impaciencia
supo que estaba en lo cierto. ¿Una motocicleta? ¿Cómo iba a subirse a una moto con esa falda? Apenas
era lo suficientemente larga como para cubrirle el trasero. Si se sentaba a horcajadas sobre el asiento, se
le subiría hasta la cintura.
¿De verdad esperaba él que se exhibiera en público llevando esa ropa que atraería todas las
miradas, como si fuera de la clase de mujeres que los hombres consideraban fáciles al instante? Su
primera reacción fue de cólera, pero al momento admitió que la idea le resultaba excitante.
Se recordó a sí misma que aquella situación no había sido de su elección. Le era impuesta a la fuerza. Bueno, más o menos; podía poner fin a ese acuerdo en el momento que quisiera, pero eso también sería el fin de cualquier posibilidad de cerrar el trato con Park Jimin. Y el de cualquier probabilidad de un ascenso. Bajó la escalera y salió a la calle.
Él estaba parado junto a la poderosa máquina con el depósito cromado. Su ropa de cuero estaba hecha a medida y marcaba sus anchos hombros y delgadas caderas. Ella se dio cuenta de que la abultada cremallera del pantalón atraía su mirada y apartó la vista con rapidez. No pensaba darle la satisfacción de saber que encontraba excitante su equipación sexual.
Lo vio mover la cabeza y supo que estaba siendo examinada.

-Estupendo -dijo él. Su voz resultó clara y diáfana, y se percató de que había un micrófono
dentro del casco-. Levántate la falda.

No había nadie más en la calle, pero aun así se apretó las manos protectoramente contra los muslos.

-No llevo nada debajo -le aseguró.

-Eso espero -añadió él mientras le tendía el casco-. Ponte esto.
Ella lo cogió y lo sostuvo.

-No puedo ir de paquete vestida de esta manera.

-¿Por? -parecía sorprendido-. Hace un día muy agradable.

-Es evidente por qué no. -Intentó tirar de la minúscula falda-. Solo tienes que mirarme para
saberlo.

-Estás estupenda -aseguró él, y ella supo que estaba sonriendo ampliamente-. Ponte el casco.
-Se cubrió la cabeza con él y, tras escuchar un clic, percibió su voz en el oído-. Pareces la típica fulana en moto. Voy a llevarte a dar una vuelta y te garantizo que lo recordarás durante el resto de tu vida.
-Pasó una pierna por encima de la moto y quitó el apoyo antes de volver hacia ella aquella visera
oscura-. Siéntate detrás de mí. -Ella vaciló-. A horcajadas. -La voz fue dura-. O me largaré. Y si
cualquiera que pase te echa un vistazo entre las piernas, no me molestará en absoluto.

La calle estaba vacía, pero podía haber alguien mirando por la ventana. Se acercó a la moto
despacio. De repente se sintió como si estuviera participando en una obra teatral. Con esa ropa era una
persona diferente y el casco aseguraba que nadie la reconociera. Dejaría que le diera una vuelta a la
manzana. Cualquiera que la viera no tendría tiempo de darse cuenta de que estaba más desnuda que
vestida.
Se sentó a horcajadas sobre la moto y sintió el asiento caliente contra su piel desnuda. Sin saber
muy bien cómo, logró meter el borde de la falda por debajo de las nalgas, diciéndose que si se apretaba
contra el asiento, podría conservarlo allí. Bien, decidió, no era tan malo después de todo. Deslizó los
brazos alrededor de la cintura dhabían convertidondo la suave y excitante textura del cuero. La
motocicleta rugió, alejándose de la acera.
Pronto fue evidente para ella que él no tenía intención de llevarla a dar un breve paseo.
Recorrió distintas calles secundarias y, antes de que pasara mucho tiempo, los escaparates de las tiendas se habían convertido en casitas de campo. Los pocos peatones que caminaban por las calles se los quedaban mirando fijamente, aunque no sabía si por las poderosas y masculinas líneas de la motocicleta o por ella.
De lo que se convenció con rapidez fue de que le iba a resultar imposible mantener la falda en su sitio.
Él dobló una esquina y ella se inclinó hacia un lado. El borde de la minifalda se escapó de debajo
de sus nalgas y fue muy consciente de que cualquiera que fuera detrás de ellos en un coche tendría una
vista perfecta de la hendidura de su trasero y de las redondeadas nalgas, abiertas por su peso contra el relleno negro del asiento.
Y había un coche detrás. Miró por encima del hombro y vio que el conductor sonreía de oreja a
oreja.
Intentó, sin éxito, bajar la falda.

-¡Para! -pidió a través del micrófono del interior del casco.

-¿Para qué?

-Nos sigue un coche. El conductor está mirándome.

Él se rió.

-Está mirándote el culo, ¿a que sí? Y a ti te gusta, ¿verdad?

-Te aseguro que no. -Recurrió a su tono de sala de juntas.

Él se rió otra vez y llevó el brazo hacia atrás, apresando una de sus nalgas con la mano enguantada
en cuero al tiempo que subía la falda aún más. Sus fuertes dedos masajearon, apretaron y pellizcaron su carne, obligándola a contonearse sobre el asiento, arqueándose contra él. El conductor de atrás tocó el
claxon con entusiasmo.

-Ponte de pie. -La voz de Jimin era dura-. Sube las cremalleras de la falda y hazle feliz.

-No -protestó.

-¡Hazlo! -ordenó.

Dirigió la moto hacia una estrecha calle lateral y redujo la velocidad. Desfilaron ante distintos
portones de madera cerrados con candados y edificios deshabitados. No había peatones. El coche los
seguía. De repente, ella se sintió libre. Era alguien anónimo con esa ropa, con el casco que le cubría la
cabeza y los rasgos ocultos por la visera gris. No la reconocería ni su mejor amigo. ¡Al infierno con la
modestia y las convenciones!
Se puso de pie, apoyándose en los reposapiés, con las piernas dobladas y las rodillas hacia fuera.
Él mantuvo la moto recta a baja velocidad. El coche frenó tras ellos. Ella encontró las lengüetas de las
cremalleras y tiró, abriendo la falda a ambos lados. Los dientes metálicos hicieron un ruido desgarrador
y la falda se redujo a dos partes.
Sinclair llevó la mano otra vez hacia atrás y alzó la posterior, exponiéndola por completo. Sabía
que aquel lascivo y curioso desconocido disfrutaba ahora de una visión perfecta de su trasero desnudo.
-Te encanta esto, ¿verdad? -El coche los seguía lentamente sin alcanzarlos en ningún momento.
La voz de Jimin resonó burlona en sus oídos-. Apuesto lo que quieras a que ese mirón está en el cielo. No todos los días se consigue ver un culo como el tuyo sin tener que pagar por ello. -Bajó la velocidad e hizo señas al vehículo-. Bien, ha echado una miradita, pero vamos a ofrecerle un buen plano.

La moto se detuvo junto a la acera y ella se sentó de nuevo en el asiento. El coche frenó cuando el
conductor estuvo a su nivel y se abrió la ventanilla. _____ pensó que parecía el tipo de hombre que
tenía dos hijos adolescentes y la hipoteca casi pagada. Se preguntó cómo sería su esposa e imaginó que
de mediana edad. Desde luego no sería el tipo de mujer que llevaría una blusa con volantitos y los
botones a punto de estallar.

-Ya le ha visto el culo. -La voz de Jimin la sobresaltó al llegar a través del altavoz del casco
-. ¿Quiere verle también las tetas? -Ella se sorprendió al notar que la inesperada crudeza de sus
palabras la excitaba. La voz resonó en sus oídos-. Enséñaselas.

Ella desabrochó los botones y separó los bordes de la prenda sin pensar, exhibiéndose ante el
desconocido. Comportarse así no era propio de ella y se sintió como si estuviera actuando en una
película. La sonrisa del conductor se convirtió en una mirada de sorpresa. Ella se puso las manos debajo
de los pechos y los alzó un poco. El hombre frunció los labios en un silencioso silbido.
-Es deliciosa, ¿verdad? -aseguró Jimin-. Y le encanta que la acaricien. -Su voz sonaba dentro del casco-. Inclínate un poco, cariño. Déjale tocar.

Otra vez, sintió una extraña sensación de irrealidad. Se giró hacia la ventanilla del coche. El hombre
se deslizó en el asiento y estiró el brazo. Ahuecó la mano sobre el pecho, amasándolo suavemente y
comenzó a frotarle el pezón semierecto con el pulgar, hasta que se irguió enhiesto y duro; muy sensible.
Ella empezó a respirar entrecortadamente.

-Ya basta. -La motocicleta se movió, dejándola fuera del alcance del conductor, que volvió a
agarrar el volante.

-Que se suba en el asiento trasero -sugirió el hombre-. Se me ocurren otras partes de su cuerpo que también podría acariciar.

Jimin giró la cabeza y con ella el casco. Su voz sonó levemente divertida.

-Resérvese para su mujer. Váyase a casa y dele placer...

-No puedo... -El hombre vaciló, sorprendido-. Me refiero a que ella no querrá...

-¿Cómo lo sabe? ¿Le ha propuesto en algún momento algo inusual? No sea tonto, váyase a casa y sorprenda a su mujer por una vez en la vida. Le apuesto lo que quiera a que a ella le encantará.

Jimin aceleró y la moto rugió antes de salir disparada. Ella tuvo que rodearle la cintura con los
brazos para mantener el equilibrio. Sus pechos desnudos se vieron presionados contra la sensual
suavidad del cuero. La falda ondeaba tras ella. Para la protección que le ofrecía su ropa, bien podía
haber estado desnuda.

-¡Para! -gimió.

-¿Por qué?

-Porque quiero ponerme decente.

-Te diría que no te molestaras -aseveró él-, pero de todas maneras, casi hemos llegado.

Se detuvieron en el camino de acceso ante un anónimo portón. Él desmontó y lo abrió. Luego condujo la moto hasta un enorme patio que en su momento debió de pertenecer a una empresa constructora, con una zona con pavimento rodeada de pequeños cobertizos desvencijados y puertas de cocheras.
Él se bajó y la observó deslizarse del asiento. Luego apoyó la moto en el soporte y cerró el portón.
_____ tocó con nerviosismo los botones de la blusa y supo que él la observaba; las piernas abiertas
embutidas en cuero negro y la cara oculta tras la visera oscura.

-¿Te has excitado? -le preguntó. Parecía interesado.

Ella alzó la mirada.

-¿Teniendo que comportarme como una puta en una moto? ¡Claro que no!
Él se rió.

-Milady, mientes muy mal.

Tenía razón, aunque ella nunca lo reconocería; apenas lograba hacerlo ante sí misma. Aquello la
había excitado: la sensación de libertad, la certeza de que no la reconocerían... Jamás hubiera creído que la dura insistencia de los dedos de un desconocido acariciándola pudiera arrancarle una emoción sexual.
Llevó los dedos a la correa del casco, preguntándose qué habría planeado Park. ¿Tenía intención
de poseerla en uno de aquellos cobertizos abandonados? ¿Sobre los adoquines? Pensó que no era
demasiado imaginativo, pero ¿qué otra cosa podrían hacer en un lugar como aquel?

-Déjate el casco puesto -ordenó él-. Y vuelve a sentarte donde estabas.

Sorprendida, se subió de nuevo al asiento.

-No, así no. -Se acercó-. En dirección contraria.

Ella obedeció, sintiendo el depósito de gasolina contra las nalgas desnudas, entre sus piernas separadas. Él sacó dos estrechas corbatas de seda de uno de los bolsillos. La obligó a alzar los brazos por encima de la cabeza hasta colocarla justo como quería y le ató las muñecas al manillar.
Después de contemplarla durante un momento, le subió la falda y le acarició el clítoris con
suavidad. El roce de los dedos enguantados la hizo jadear. Esperaba que se abriera la cremallera de los
pantalones, se montara a horcajadas en la moto y comenzara a satisfacer aquella creciente tensión sexual,
aunque también esperaba que siguiera estimulándola un poco más.
Pero él dio un paso atrás.

-Estás casi lista -comentó antes de darse la vuelta-. Caballeros, es toda suya.

Cuatro hombres jóvenes salieron de uno de los cobertizos. Llevaban camisetas y vaqueros y sus cuerpos eran fuertes y musculosos. Los imaginó entrenándose con pesas mientras rodeaban la moto, dos a
cada lado. Percibió su admiración en los ojos.
El hombre vestido de negro les indicó que empezaran.

-Adelante.

Cada uno de ellos se situó en un lugar donde podía alcanzar su cuerpo con facilidad y comenzaron a
jugar con ella, lenta y expertamente. Uno de ellos le besó los brazos, deslizando los labios por el hueco
del codo, lamiéndole y erizando la delicada piel del interior. Otro le acarició el tobillo, le desabrochó y
quitó el zapato y se llevó el pie a la boca; le chupó los dedos uno a uno, tomándose su tiempo. El tercer
hombre le besó el cuello junto al borde acolchado del casco. Notó un dedo en la parte inferior de los
pechos; el dedo evitó tocar sus pezones, pero estos ya estaban duros a causa del deseo.
El cuarto atormentador le deslizó la lengua alrededor del ombligo. Ella anheló que bajara la boca
hasta el clítoris, pero no lo hizo. Se limitó a hacerle cosquillas en la piel mientras paseaba un dedo por la
parte superior de sus muslos hasta el límite que marcaba el vello púbico. Tener a tantos hombres jugando
con ella era una sensación increíble y estimulaba zonas erógenas que no sabía que existían.
Alguien dibujó patrones en la palma de su mano y alguien más le masajeó los hombros. Una ligera
palmada hizo que se le bambolearan levemente los pechos. El hombre que le chupaba los dedos del pie
se movió a la rodilla, haciéndola sentir el mismo hormigueo con aquella suave succión a la que había
sometido a sus dedos. Las manos que se habían centrado en sus pechos siguieron excitándolos con insistencia, pero evitaron los dos duros brotes que ella ansiaba que tocaran.
Contuvo un gemido de frustración. Estaba mojada y palpitante, anhelaba un roce masculino entre las
piernas y en los pezones. La alta figura de cuero negro estaba a un lado, observándola desde detrás de la
visera negra, con las piernas separadas. Ella podía ver la erección que tensaba la cremallera de la
bragueta y esperaba que se sintiera tan frustrado e incómodo como ella.
Los dedos y las lenguas se movían sobre su piel. Tiró de las corbatas que la retenían cautiva y unas
manos se deslizaron debajo de sus nalgas para alzarla un poco. Luego la obligaron a abrir más las piernas.

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