Ahí, a un lado del inodoro, estaba Samuel sentado en el piso, con una cuchilla ensangrentada en la mano.
Una herida atravezaba el interior de todo su antebrazo.
El piso y parte de su ropa estaba manchada de sangre.
Sus ojos se estaban cerrando pero, al divisar el rostro aterrorizado de Guillermo, una sonrisa se esbozó en sus labios.
—Guille...
—¡Samuel, qué hiciste! —gritó Guillermo y se dejó caer de rodillas su lado.
—Te amo, chiqui —logró decir Samuel—. Perdón por romper mi promesa.
Al terminar de decir aquello, sus ojos se cerraron y su cuerpo se relajó, dejando caer todo su peso sobre los brazos de Guillermo.
—¡No, no, no! ¡Samuel, no me hagas esto, por favor! ¡Lauraaaaa! —gritó el nombre de la madre de Samuel—. ¡Laura, llama a una ambulancia!
Laura, al escuchar los gritos desgarradores de Guillermo, subió corriendo las escaleras e irrumpió en la habitación.
—¡Mi bebé! —dijo, al ver a su hijo.
—¡Llama a una ambulancia! —gritó Guillermo—. ¡Haz algo, maldita sea!