La Condena Del Amor

By sofiadbaca

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Era clasificada como "El Ángel de Londres", tenía sentido y mucha razón la sociedad al apodarla de esa manera... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10

Capítulo 8

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By sofiadbaca

En el viaje hacia su nuevo hogar, Annabella aparentó estar dormida todo el camino, tal vez su actuación no fuera muy aceptable, pero tenía que encontrar una manera de no hablar con él sin parecer grosera. La verdad era que le temía un poco, Thomas siempre había sido intimidante y muy dominante, pero ahora que era su esposa, prácticamente era su dueño, con lo sucedido en la carroza la vez pasada, la joven pretendía no alterar los nervios de su marido, los cuales parecían exaltarse con tan solo una mirada de su parte.

Annabella fue consiente de cuando la carroza paró abruptamente, seguramente frente a la casa de los Hamilton, la cual ya le era un poco conocida, aunque no demasiado.

Thomas bajó de la carroza sin despertarla, y con las palabras subsecuentes, Annabella se dió cuenta de que su farsa había sido una total perdida del tiempo, ya que le dijo, con un tono neutro, que bajara también, aparentemente sin intentar aparentar que la despertaba. La pobre castaña no sabía dónde meter la cabeza por la vergüenza de haber sido descubierta dentro de su farsa, seguramente, Thomas estaría enojado o por lo menos, la juzgaría de infantil.

Annabella, con la poca dignidad que le quedaba, aceptó la mano que Thomas le ofrecía y se posiciono correctamente el hermoso abrigo que era parte del ajuar que Giorgiana había confeccionado para ella.

A pesar de ser primavera, durante las noches refrescaba lo suficiente como para ocupar abrigo. Thomas simplemente paso un brazo por sus hombros y la acercó a su cuerpo para proporcionarle abrigo hasta que se introdujeran a la casa.

Subieron los escalones que los llevarían a la puerta de la casa, donde un hombre alto y de traje impecable, los esperaba con una cara seria y una postura erecta. Annabella volvió la vista hacia su esposo, el cual miraba desinteresado hacia una de las ventanas de la casa, una de las pocas que continuaban iluminadas a esas horas de la madrugada.

Dentro de la mansión, una agradable chimenea hecha puramente de mármol contenía un fuego centellante que proporcionaba calidez a la casa, los candiles y candelabros seguían encendidos, iluminando la estancia a pesar de ser ya muy tarde como para mantenerlas encendidas. Pero gracias a eso, la joven Annabella era capaz de ver esas pinturas que formaban en techo de la casa Hamilton.

- Mi señora- se disculpó el hombre que atendió la puerta- ¿Me lo permite?

La joven asintió azorada al no darse cuenta de que el pobre caballero la había tenido que seguir hasta el centro del salón, gracias a su distraída cabeza, no fue capaz de notar que deseaban recogerle el abrigo que llevaba en los hombros.

- Gracias- sonrió encantadora al mozo, quién solo se sonrojo ante la hermosa presencia femenina y lo disimuló perfectamente ante el joven amo.

- ¡Hijo! - el padre de Thomas salió de una de las habitaciones que seguían iluminadas, tras de él, su hermosa esposa Marie.

- ¿Qué hacen despiertos? - preguntó el hombre.

- Los esperábamos - contestó su madre con una voz pausada y cordial.

- Bueno, gracias- Thomas hablo cortantemente a sus padres, sorprendiendo sobremanera a su esposa. - Nos retiramos.

- Espera hijo- lo llamó su padre- ¡Ni siquiera sabes cuál es su habitación!

- "Su"- entrecerró los ojos el hombre - Solo una. - dijo con enojo disimulado.

Annabella se mantuvo callada ante los intercambios agresivos entre los dos hombres de esa casa. Por lo poco que llevaba de conocerlos, era fácil deducir que los hombres Hamilton no se llevaban bien, aunque si le preguntaban, la culpa sería de Thomas, puesto que su padre siempre era amble y alegre, aún ante los desprecios de su hijo mayor y heredero.

- ¿Y para que necesitarían dos? - levantó las manos el hombre, como si hablara de una obviedad.

- Es una norma que me gustaría acatar- Thomas miró directamente a su padre, sumiéndose en esas peleas que solo ellos comprendían.

- No hace falta- reiteró el padre. Imitando la voz amenazante que Thomas había empleado.

Las dos castañas, una más joven y la otra de edad más avanzada, se encontraban incomodas ante la pequeña discusión. La madre de Thomas, sobre todo estaba nerviosa, como si temiera que de pronto se mataran. Annabella por su parte, solo deseaba entender aquel odio que su esposo parecía profesar hacia su padre.

- Pero querida- intervino la madre ante la incómoda situación - Has de estar agotada de ese vestido- la miró de arriba abajo admirando el hermoso ejemplar que la joven portaba - Te guiaré a tu habitación.

- Pero...- dudó la joven, no sabiendo muy bien qué hacer ante la discusión de padre e hijo. Sobre todo, porque involucraba donde dormiría, aparentemente eso era un problema.

- Oh, no te preocupes por ellos- les quitó importancia con un ademán de mano y una sonrisa - Siempre son así.

- Ve con ella- indicó Thomas.

Annabella suspiro y miró con una sonrisa conformista a su suegra, quién solo se inclinó de hombros como contestación y comenzó a guiarla por las largas escaleras.

Cuando ambos hombres se cercioraron que ninguna de las mujeres estuviese cerca, regresaron esas miradas tan parecidas, enfocándose en las mil maneras en las que se podían asesinar.

- Deja de hablarle así a tu mujer- indicó su padre.

- Le hablaré como me dé la gana, es mía. - sonrió sarcástico - Y eso fue gracias a ti.

- Sabes Thomas, lo hice porque me pareció lo correcto.

- ¡Al diablo con tus suposiciones! - se adelantó dos pasos - Ambos sabemos por qué lo hiciste.

- Puede ser hijo, pero tu sigues igual de atado que cuando aceptaste el matrimonio ¿No es así?

Thomas apretó fuertemente la quijada en contención de sus impulsos y lo miró desafiante. Por unos momentos simplemente observando la cara de satisfacción de su padre.

- Sigo tan atado como dices- aceptó yendo hacia la habitación de donde sus padres habían salido - Pero, tu sabes como soy- le habló más fuerte al encontrarse en el salón adyacente, y después de unos segundos salir con una copa de Weskey - puedo ser bastante impredecible.

- En ese caso, más te vale recordar la fina línea que no puedes pasar hijo. O te atienes a las consecuencias.

- Tu también estas un poco atado - lo apuntó con la mano que sostenía su vaso de alcohol - ¿O cómo piensas explicarle a mi mujer?

- Soy astuto- sonrió el hombre mayor.

- Yo también.

Annabella estaba entrando en la recamara que su suegra le indicaba, una preciosa alcoba con unas paredes tapizadas a la forma imperial en colores rojo Venecia, en ellas colgaban petulantes algunos cuadros de pintores famosos, un enorme mural de tela con las tierras conocidas pintadas en el; los muebles de madera eran visibles en toda la habitación, la cama de dosel que se elevaba alta e imperiosa sosteniendo en lo alto un techo de madera y unas pesadas cortinas rojas que se podían recorrer para ocultar la cama, dos hermosas mesitas de noche a cada lado de la cama y en ellas un bello candelabro con velas encendidas, en lo alto del techo, colgaban dos hermosos candiles a cada lado de la cama. También había una pequeña salita de sillas de madera con asientos de un rojo más claro, un alargado sillón color crema y en medio una hermosa mesa de madera, una chimenea daba el toque especial para el lugar. El suelo estaba cubierto de una alfombra roja que acababa de completar la que ella nombraría como la habitación roja.

En sí, la recamara era enorme, hermosa y lujosa.

- Es la recamara de Thomas- sonrió la mujer - Siempre le ha gustado esta habitación en especial.

- Es hermosa- asintió la joven continuando con su escrutinio.

- Mandamos traer un tocador para ti, y otro closet para guardar tus cosas.

- Se lo agradezco- sonrió la joven hacia la mujer.

Caminó sin rumbo, más ensimismada en las pinturas que en el suelo. Por lo cual, no notó que algo en especifico se interponía en su camino y cayó sin miramientos al suelo.

- Dios mío- se adelantó Marie- ¿Estas bien?

Por toda respuesta, la joven soltó una tremenda carcajada y comenzó a apartar su vestido para ver con lo que había tropezado. Soltó un pequeño grito al darse cuenta que era una piel de tigre, un hermoso ejemplar de gran tamaño, estaba tendido sin vida sobre el suelo. Annabella rápidamente se puso en pie y se alejó del animal o ahora tapete que aun contenía la cabeza.

Marie soltó una ligera carcajada y miro a su nuera.

- ¿Debo suponer que no te entusiasma la cacería?

Annabella negó con rotundidad varias veces, aun sin poder pronunciar palabra.

- Es una lástima- continuó la mujer - A Thomas le fascina.

- ¿En serio? - se lamentó la joven.

- Sí- confirmó la madre - Éste lo cazó él mismo en un viaje que hizo.

- Dios mío- Anna se tocó la cabeza de forma lastimera.

- No te preocupes, ya no lo hace tan seguido- le tocó el hombro. - Ahora, será mejor que te cambies a algo más cómodo. Tu ropa ya ha sido acomodada en su lugar. En un momento llegará tu doncella.

Annabella se quedó paseando por el lugar, tocando la fina tela que cubría la cama, las cortinas, revisó las ventanas e incluso se quitó los zapatos para tocar esa alfombra acolchada.

- Mi señora- sonrió una joven - Soy Lizet, y seré quien la atienda.

La castaña se acercó hasta la doncella y estiró su mano para que se las estrecharan, pero al ver que la mujer no entendía el ademan, e iba a besarle la mano como si fuera una princesa, Annabella la apartó en seguida y sonrió negando con la cabeza.

- Se supone que debes estrechármela- rió un poco la joven ante el mutismo y leve sonrojo de su doncella. - Soy Annabella.

Después de remover el vestido de novia y colocar un camisón sobre su cuerpo, la joven doncella se dedicó a desenredar y peinar su cabello en una trenza que dejó caer sobre la espalda de la joven. Annabella tenía muchísimo cabello, el color castaño claro y su brillo natural lo hacían un atractivo que era necesario tocar, justo como lo hacía Lizet en ese momento.

- Tiene un cabello precioso- sonrió la doncella.

- Gracias Lizet- sonrió la joven - Tu cabello es muy hermoso también.

- Es usted muy buena - dijo la joven, consiente de su opaco cabello café.

- No lo creo, en realidad lo veo muy hermoso- se puso en pie del tocador donde se estaba viendo. - Toma asiento- le indicó la castaña.

- No señora, no se me permite- se exaltó la joven.

- Oh por favor- el tomó de los hombros y la sentó a fuerzas.

Annabella quitó la apretada coleta donde el cabello de Lizet era retenido, comenzó a cepillarlo con delicadeza y colocó algunos de sus ceras y olores especiales para el cabello.

- ¿Ves? - le puso un mechón sobre el hombro para que lo tocara - Si usas lo correcto cualquier cabello se ve bien. - la joven doncella tocó su cabello con fascinación - Es más, yo tengo muchos, toma esos, parece que le cayeron bien a tu cabello.

- Oh no, se lo suplico señora.

- Ni una palabra más- se negó la joven - Toma, llévatelos.

Annabella le dió los dos frasquitos de cristal cortado que contenían los menjurjes para el cabello.

- No me puedo llevar los frascos mi señora, seguramente son caros- observó la joven.

- Dios mío mujer, cuando una recibe un regalo no anda despreciando, anda ve, que ya se hace tarde. - sonrió la castaña complacida - Mañana te espero con el cabello brillante.

La doncella salió de la habitación con una sonrisa enternecida y sus dos frasquitos en las manos. Incrédula de que existiera un alma tan bondadosa y humilde.

Annabella miró la habitación con desconfianza, ¿Qué se suponía que tenía que hacer? No se sentía cómoda simplemente entrando a la cama a dormir, tal vez sería una falta de respeto. ¿Qué hacían las casadas en su primera noche en la casa de su marido?, los nervios comenzaron a invadirla nuevamente, sus ojos entornaron hacía todas partes, sintiéndose atrapada... Al final decidió esperar a Thomas, le preguntaría, ¿Qué más le quedaba?

Eran las cuatro de la mañana cuando Thomas decidió subir a su habitación. Entendía perfectamente que su esposa le hubiese estado esperando para consumar el matrimonio, pero eso era lo último que Thomas quería. Aunque la cara y el cuerpo de su mujer le tentaran, no complacería a su padre en ese aspecto, no la tocaría, aunque les hubieran dado la misma habitación, Su habitación. Nadie podía negar que Humberto Hamilton era un hombre listo. Pero también se sabía que tenía un hijo que le fascinaba retarlo y mayormente ignorarlo.

El hombre abrió la puerta, encontrándose de pronto con algunos cambios, que para él eran drásticos. Primeramente, había algunos muebles adicionales a los que él tenía con anterioridad y eso se aclaraba con la llegada de su esposa a la habitación; Después, estaba el tema del olor, un aroma dulce y fresco a la vez se mezclaba en el aire, indicando que su esposa estaba ahí ,pero ¿dónde?

Los ojos azules de Thomas se fijaron en la cama, la cual estaba tendida y sin huella de haber sido perturbada. Entonces enfoco el sillón de la salita que estaba frente a la chimenea, la cual estaba encendida al ser una de las habitaciones más frías de toda la mansión. Dormida en aquel mueble, se encontraba un ángel, era un seudónimo bastante acertado para su esposa. Se acercó a ella, admirando la profundidad de su sueño, se vió tentado a despertarla y llevársela a la cama. Pero no lo hizo.

Simplemente se alejó de ella y comenzó a quitarse la ropa, colocándose únicamente el pantalón de su pijama, si se había quedado dormida ahí, seguramente era porque no deseaba que él la tocase, en ese caso, estaban de acuerdo. Tal vez ella le repudiara o le temiera, y eso a Thomas le servía, puesto que, si ella se alejaba por su propia cuenta, la tentación sería menor para él.

La joven castaña, después de muchas horas en una misma posición, decidió girarse sobre su cama para desentumir su lado derecho del cuerpo y continuar descansando. Tal fue su sorpresa al encontrarse con que aparentemente estaba al borde de la cama y por supuesto, había caído de ella, provocando un estruendoso sonido al caer sobre el suelo.

- ¡Auch! - se quejó Annabella ante el golpe.

- ¿Qué pasa? - dijo de pronto otra voz que la castaña no se esperaba.

En ese momento recordó que ya no se encontraba en Bermont, mucho menos en su cama. Estaba en la casa de Thomas, había dormido en el sillón de su recamara y ahora había caído de él.

- Nada, lo siento- se disculpó la mujer mientras se ponía de pie para volverse a recostar.

- ¿Quieres dejar todo ese jaleo y venir a la cama de una vez? - preguntó molesto por haber sido despertado.

Annabella se sonrojó sobremanera, pero acató la orden que Thomas le daba. Camino con sus pies descalzos sobre la alfombra, evitando la zona donde la piel del tigre descansaba. Notó que aún había algunas velas encendidas, específicamente las de la mesita de noche que se encontraba del lado desocupado de la cama.

La joven enfoco sus ojos en la espalda de Thomas, sintiendo una extraña sensación que comenzaba a sofocarla, se metió en las sabanas con el mínimo número de movimientos que logro hacer y se quedó como piedra en el borde de la misma.

- Volverás a caer si te quedas tan pegada al borde- le advirtió su esposo con tono divertido.

Annabella volvió su mirada hacia él, pensando que la estaría viendo, pero no, Thomas continuaba dándole la espalda. Con una inhalación, dio un pequeño brinco para centrarse un poco en la cama y poder dormir con comodidad, bueno... tanta como pudiera esperar al estar en la misma cama que su marido. Lo que ella no entendía era el por qué las madres ponían tantas restricciones a las jóvenes, aunque ella estaba casada y su esposo se encontraba junto a ella, no ocurría nada extraordinario como para prohibirles su mutua compañía. No quiso hacerse más preguntas y decidió dormir, complacida por una cama cálida y suave que la acogía de forma tan placentera.

Gracias a todas por leer!! Las adoro!!

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