Los sacrificios humanos de Al...

De SaedyPuente

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Los sacrificios humanos de Alicia
Segundo capítulo; Aquél con quien soñé
Tercer capítulo; Caballeros y joyas
Quinto capítulo; Canción de oro
Sexto capítulo; Amante de estrellas
Séptimo capítulo; Destello de esperanza
Octavo capítulo; Vientos mortales

Cuarto capítulo; Alicia, Blanco y Negro

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De SaedyPuente

Cuarto capítulo; Alicia, Blanco y Negro.

—¡Pero espera! ¿A dónde vamos? —Grito Joseph mientras seguía corriendo a Julian.

—Tienen que escapar conmigo.

—El niño…—Esteban estaba agotado por correr tan solo un poco.

El caballero al que seguían desenvaino su sable, de un impulso volteo apuntándole a la yugular.

—Escucha, o me sigues y me dejas explicarte o te asesino. —Los ojos verdes de Julian estaban inmóviles sobre el fino rostro del más pequeño, que extrañamente no sintió miedo como debía de ser.

Cuando iba a hablar, Julian fue tacleado repentinamente, era Joseph, que ahora estaba sobre él, ambos tirados en el suelo, lo atravesó con un golpe y remató con uno último, para después tomarlo del cuello.

—Vuelve a tocarlo y te mato. —Su pecho subía y bajaba, Julian estaba impactado, con la comisura de la boca rota y los labios llenos de sangre; jaló la mano para alcanzar el sable, pero Joseph ya le había detenido la mano. —O nos dices o no avanzamos más.

Esteban miraba temeroso a los chicos, estaba a punto de hablar para decir algo a favor de Julian, pero no sabía si se lo merecía y además su novio siempre fue mejor para negociaciones de todo tipo, a veces él lo arruinaba con comentarios, más nunca se enojaba Joseph por cualquiera que fuese su mala decisión.

Julian se movió un poco y cerró los ojos.

—Soy parte del sueño. —Murmuró. —¿Quién de ustedes es la Segunda Alicia? Sí es que es uno de ustedes…

—Yo. —Fue lo único que dijo Esteban, acercándose más para escuchar, ya estaban a los adentros del bosque pero seguían cerca del castillo.

—Yo estoy aquí gracias a la Primera, ella me creo a partir de sus deseos y esperanzas en mi independencia, por eso no puedo ser controlado por el Sueño, pero ya se encargó de mi Scarlett, de la Primera Alicia…—Su expresión se volvió triste, Joseph sabía perfectamente que era la misma expresión que tenía cuando sentía dolor por Esteban.

—¿Qué podríamos nosotros hacer? —Habló él disminuyendo la presión que ejercía en su cuello.

—Sería mejor que el Rey Blanco se los explique. —Julian le sonrió abriendo sus verdes ojos.

—Vamos. —Joseph se levantó ayudando al hombre, Esteban sintió una punzada de celos sin saber por qué, ése hombre que ni siquiera existía estaba de cierta manera conectado a una chica.

El camino lo pasaron de manera fugaz, Julian cabalgaba en un corcel negro y los otros dos en uno solo color blanco, ambos caballos eran preciosos, moviéndose con gracilidad y velocidad.

Esteban seguía curioso acerca de qué había pasado con la Primera, se sujetó fuerte del abdomen de su acompañante y se armó de valor para preguntar al hombre que no iba muy lejos.

— ¿Julian? —Gritó haciéndole señas a Joseph para que se acercara más, ya estaban a pocos metros de la entrada del castillo que se alzaba magnificente.

Pero éste seguía cabalgando, sin voltear, ni siquiera había escuchado.

—No le preguntes. —Joseph le tomo una mano por delante, apretándola un poco, con su tono tranquilo y de advertencia. —Debe ser horrible que te pregunten sobre alguien que tal vez… murió.

Él mismo sintió escalofríos por sus palabras, sería terrible que algo le pasará a Esteban; desde hace tiempo estaban juntos y dependían uno del otro.

Sin lograr comprender como pasó el tiempo tan rápido, ya habían entrado por el portón que daba al jardín del castillo, cuando vio, las puertas eran abiertas por hombres, los que abrían por la derecha de tez totalmente negra y los que abrían por la izquierda, de blanca.

Los caballos aceleraron hasta llegar al portón de roble principal, que da al corredor del castillo.

—¡Nombres! —Gritó un hombre negro.

—Julian, acompañado de la Segunda Alicia. —Respondió el hombre, lo que hizo sentir menos a Joseph, que había sido ignorado totalmente.

El hombre no dijo nada más. Se preocupó por abrir la puerta y dejarlos pasar, Julian los guiaba por la extensa alfombra roja que tanto contrastaba con todo lo demás que solo era blanco y negro.

Esteban se intimidaba con facilidad, los cuadros sobresalientes, los suelos con relieves y los techos móviles le causaban escalofríos. Todo parecía lindo, pero al mismo tiempo horrorizante, lo que más le llamó la atención fue una estatua exorbitante colocada en la esquina; una niña con cabello suelto tomando de la mano a dos niños de edad similar, pero uno no tenía cabeza y no es que fuera parte de la estatua, sino, que se quebró o la cortaron.

—¡Pero que sorpresa! Julian, has vuelto. —Respondió una elegante voz, cuando Esteban volteo, en un trono de cristal se encontraba sentado un anciano, con larga barba y albino, era robusto y la ropa que llevaba a la medida, totalmente pulcra.

—Mi Rey. —Julian se acercó, inclinándose ante él.

Joseph sintió el deber de hacer lo mismo, pero el Rey habló antes que hicieran nada.

—Por favor, no se inclinen, no valgo ya la pena. Veo que has traído a Alicia…—Comenzó, viendo al chico que estuvo a punto de hacerle reverencia.

—Oh… yo no soy, señor. —Contestó y le jaló la mano a Esteban, quien seguía muy distraído.

—Ah… hol… es decir… señor.

El Rey comenzó a reír acariciándose la barba y pataleando.

— ¡Pero eres muy simpático! Esperen, ya bajo. Creo que quieren que les cuente todo…—El gran hombre se apoyó con cuidado del trono para comenzar a bajar, pero cuando Julian estuvo a punto de ofrecerse a ayudarlo, la barriga, la barba y toda señal de vejez desapareció del hombre.

Ahora parecía de veinte, alto, albino y de rasgos finos, mejillas rosadas y ojos grises.

—Es tedioso estar como anciano. Aunque desgasta mi poder. —Su voz era más clara.

Todos se quedaron impactados cuando él se acercó, agitando su gran abrigo que casi llegaba al suelo.

—¿Por qué estoy aquí? —Habló Esteban inexpresivo, inclusive frío, lo que le revolvió el estómago a Joseph, a veces él no media la forma en la que decía las palabras, pero lo admiraba por ser firme.

—Creo que para eso debo contarte desde el inicio…—Sonrió el Rey.

—¿Y desde cuando fue ése inicio?

—Oh, desde que era niño. —Comenzó, hablando más rápido para no ser interrumpido. —Alicia, Alicia era el nombre de la niña que creo esto… Yo vivía con ella en un pueblito y siempre fue marginada, nadie la quería, yo era el único que iba a buscarla y jugaba con ella, me encantaban sus preciosos ojos azules y su cabello negro. Era un alma buena, pero sus perturbadoras pesadillas la comenzaron a consumir, Alicia no podía con eso. Me contaba un día tras otro que esos horribles sueños la invadían, no podía hacer nada, no podía entrar a sus sueños y evitar que sufriera, pero sí podía acompañarla a dormir un día, esperando que mi compañía le resultara reconfortante. Cuando dormía tambaleaba, me rasguñaba y sufría, yo la desperté en cuanto pude, pero se quedó en un estado entre dormida y despierta, me aterraba, pero no la iba a dejar.

Esteban no podía dejar de pensar en mil maneras de cómo terminaría la historia, de lo más lógico, pero naturalmente se contradecía, pues estaba allí mismo en un lugar diferente, había llegado de manera extraordinaria, los ojos del Rey eran tristes mientras narraba, sus palabras después de las pausas seguían aún más agonizantes que las anteriores.

—Cuando escuché algo que dijo, ‘’el niño’’. Yo la abracé lo más fuerte que pude, cerrando mis ojos y consonándola, pero cuando los abrí ya estaba en otro lugar diferente, en un bosque. Caímos y me di cuenta que estaba a su lado y enfrente, un niño. Él le ofreció a Alicia vivir allí, tendría todo lo que quisiera, pues eran sus sueños, las pesadillas nunca la atormentarían jamás y por supuesto, escaparía de la miserable vida que llevaba. Lo que Alicia decidió fue aceptar, pero había una condición, yo me debía quedar con ella; de mala gana el Sueño aceptó. Al final todos nos volvimos amigos, nos amábamos y todo aquí nos adoraba, pues al fin y al cabo era una creación de nuestras mentes, ése niño también lo era de Alicia, pero se independizó cuando ella así lo deseo, incluso le llamamos Jack. Nunca más volvimos a la realidad, crecimos hasta la adolescencia y yo me llene de curiosidad, ¿cómo sería vivir fuera de aquí?, el Sueño se molestó por el simple hecho de que yo quería salir a descubrir el mundo, Alicia me apoyaba y solo por eso Jack intentó matarme, sirvió veneno en mi té, pues todos los días lo tomábamos a las seis; yo no sabía e incluso así no me lo tomé, me sentía mal del estómago y cuando iba a tirarlo, Alicia tomó la taza y lo bebió de un trago. Jack y yo quedamos destrozados cuando cayó muerta, yo tuve que escapar, me iba a matar si permanecía allí, se ocultó, formó castillos y más creaciones, yo solo permanecí aquí, oculto.

Esteban temblaba, se abrazó a si mismo sintiendo compasión por el Rey.

—¿Es por eso? —Murmuró.

—Sí, empezó a seducir a más personas a entrar a Wonderland, así se le conoce a éste país de sueños. Intenta remplazar a Alicia, pero nunca podrá, ella era incomparable; por eso llegue a mi conclusión. La causa por la que está vivo es porque yo estaba aquí, al yo tener menos tiempo, él también lo tiene; pero sí hay más humanos dentro del sueño y son atrapados, podrá vivir incluso eternamente. La Primera Alicia parece muerta, no la encontramos por ninguna parte y a ti, te tenemos que proteger.

—Esteban, me llamo Esteban. —Él se acercó al Rey y de pronto, le dio un abrazo.

—Soy Victor. —Le dijo el Rey a soltarlo.

—Supongo que no será fácil que me capture si estoy con ustedes.

—Esteban… tendremos que salir de éste sueño, o seguirá llamando Alicias y podrá sobornarlas y obtener influencia en ellas, poder inimaginable, tenemos que destruirlo…

Él temblaba, volteo a ver a Joseph y luego a Julian, su novio parecía… tímido.

—Entonces vayamos a destruirlo, salgamos de aquí. —Su postura era firme, nunca había sido más valiente.

—La única puerta para salir está en su castillo, en el castillo de Alicia. Escapar por allí o matarlo, pero no estoy muy seguro que pasaría con lo segundo. —Se movía nerviosamente, sus ojos entrecerrados y con ojeras veían de arriba abajo a Esteban. —Y tenemos que idear un plan.

—Hagámoslo entonces. ¿Qué esperamos? —Preguntó el chico desesperado.

—Oh Esteban, la peor parte te toca a ti…—Inició, con voz cuidadosa. —Tendrás que esperar y ser fuerte, el Sueño intenta convertir a las Alicias en algo perturbador y espantoso, para que le ayude a mantener éste horrible sueño.

—Entonces creo que tenemos una promesa Victor. —Le sonrió.

—La tenemos.

La noche fue pesada para Esteban, no dormía nada, la habitación era tan elegante como la que les había ofrecido el Sueño, pero ésta carecía de color. Joseph lo miraba con los ojos entrecerrados y grandes ojeras, no quería dormir si el otro no dormía, y aunque éste ya le había insistido que descansara, su novio se negaba y decidió acompañarlo.

Esteban comenzó a cantar melodías con su dulce voz, melodías que le agradaban a todos, pero éstas comenzaron a desentonar levemente, su voz siempre había sido perfecta, pero Joseph no se atrevía a decirle nada, de seguro era por el cansancio del día.

—No puedo. —Dijo al fin Esteban.

—¿Qué sucede?

—Las notas comienzan a salirme mal. —Habló taciturno.

—Es porque no has descansado, Esteban necesitas…

—¡Que no necesito nada! —Le gritó, volteando a verlo, Joseph advirtió que sus ojeras estaban muy marcadas y sus ojos rojos. Él mismo se asustó con sus palabras.

—Esteban…—Se encogió, corrió a la puerta de la habitación y antes de que la abriera, el otro ya lo había jalado y lo abrazaba.

—Lo siento… lo siento…—Le rogó.

Joseph solo sintió aquellas manos en su pecho, nunca podría negarse, volteando, lo abrazó.

—Duerme por favor…

—De acuerdo. —Se separó y se desvistió para después colocarse una bata de seda, blanca por supuesto.

Joseph ni siquiera decidió utilizar bata, quitó las cobijas y se recostó a lado de Esteban.

—¿Crees que podamos salir? —Preguntó el menor.

—No lo sé, pero donde sea que éste no me importa.

—¿Y por qué?

—Porque estoy contigo, Esteban.

Se sintieron reconfortados uno al otro, el agotamiento los dejó completamente tumbados, pero antes que se quedaran como troncos se escuchó un estruendo; alarmado, Joseph se levantó y observó por el balcón del tercer piso, donde se encontraba.

—¡Dios mío! —Exclamo viendo lo que había afuera. Esteban se apresuró a salir y al ver el cielo se sorprendió, pero no sabía muy bien lo que sucedía.

El cielo estaba demasiado iluminado, color azul intenso, éste se comenzó a volver rojo y luego a desaparecer.

Sin nada que decir Joseph volteo a ver a su amado, que estaba con los ojos muy abiertos como hipnotizado.

—La Tercera Alicia ha entrado.

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