El Secreto de Greenwood

By CristinaAleixandre

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¿Qué pasaría si tu propia historia de terror se vuelve realidad? Cuando Abby se desespera por no poder escrib... More

P r ó l o g o
U n o
T r e s
C u a t r o
C i n c o
S e i s

D o s

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By CristinaAleixandre

Una vez me dijeron que, si quería superar un bloqueo creativo, tenía que dejar de pensar en ello, tenía que ocupar la mente en otras cosas, evitar presionarme. Y eso es justo lo que llevo haciendo en mis últimos días. Dejé aparcado el tema del encontronazo con el vecino, probablemente lo exageré, soy muy dada al drama, desde pequeñita. Estaba cansada, acababa de hacer un viaje muy largo, soy nueva aquí y la gente se sorprendió porque es un pueblo pequeño y estamos fuera de temporada de turistas, eso es todo. Además de despejar mi cabeza de paranoias e historias más propias de un libro que de la realidad, me he dedicado a ordenar y tirar cajas, a llenar la nevera y a irme a correr.

Y no, no es solo por seguir mi propio consejo, ni porque necesite desesperadamente organizarme, sino porque me da un miedo terrible ponerme delante del manuscrito y no tener ni idea de cómo terminarlo. Aún me pregunto cómo me metí en este lío, si lo mío era el romance cursi y sin sentido. Resoplo y me sacudo el polvo de las manos. Obviamente, no es la primera vez que me quedo en blanco en una historia pero creo que es la que más me molesta. La obsesión llegó a ser muy oscura, al punto de quitarme horas de luz, de sueño y comidas, estuve mucho tiempo en el que vivía más Greenwood, que en el mundo real.

Salgo de la casa para apilar las últimas cajas en el cubo de basura. Miro a mi alrededor sin ningún interés especial, la urbanización es bonita aunque hay funerales más animados que este lugar. Me paso una mano por el pelo enmarañado, con la esperanza de mejorarlo cuando sé que lo que necesito después de todo el día organizando la nueva casa, es una buena ducha.

¿Qué demonios...?

El tiempo parece detenerse por un instante, incluso la brisa que mece mi pelo parece ralentizarse por unos segundos. Un momento que parece alargarse indefinidamente. Un desagradable escalofrío me recorre la espalda acompañado, como si fuera una confirmación de que algo no va bien. Paseo mis iris grises por todo el lugar pero no me atrevo a girarme. No hay nada, nada distinto a lo que había cinco segundos antes. Me tomo un poco más antes de girar la cabeza hacia a mi izquierda, hacia la casa que siento como mía a pesar de llevar unos días. Examino todas las ventanas y huecos pero no veo nada. Suelto el aire con parsimonia y reinicio mis movimientos dónde los dejé: cierro la tapa del cubo de basura y me sacudo las manos. Me giro sobre mí misma solo para estar segura de que la sensación de que me están apuntando con un revólver en la nuca es solo eso: una sensación. Veo el primer signo de vida del día: un vecino paseando a su perro que no parece haberse dado cuenta de que estoy aquí. La última parada me lleva a la casa de Anne, me detengo detenidamente en cada parte, como si buscara algo. Fijo mi vista en la ventana de la cocina, la más grande, igual que la de mi casa y el nudo de mi garganta se aprieta un poco más, como si alguien me hubiera estado observando desde allí, aunque no hay nadie. Me llama la atención que, siendo ambas casas de Anne, haya tanta diferencia entre una y otra. Todas son exactamente iguales, como el resto de la urbanización, pero la mía está más vieja, con la fachada cascarillada y le hace falta una buena mano de obra. Lo único que está bien cuidado es el jardín y porque el grupo de mantenimiento del vecindario lo hace.

Me viene a la cabeza el encuentro del otro día en la librería, la encantadora señora Saxton y su extraño hijo. Recordarlo hace que la desagradable sensación de tener un cañón apuntándome a la nuca vuelva a mí, es como un pequeño aguijonazo constante, invisible y parece tan real que es casi físico. Trago duro cuando me viene la imagen de él mirándome directamente a los ojos, casi como si quisiera hipnotizarme, intentaba devolverle el gesto de forma neutra pero estaba bloqueada de tal manera que dudo que lo consiguiera, casi podía ver como sus ojos se volvían más oscuros, más opacos, de forma casi instantánea.

Ese chico me produce algo más que una incómoda sensación, me provoca curiosidad, una curiosidad enferma; todo porque, de alguna forma retorcida, creo haberme cruzado con él antes, sin embargo, ahora preferiría que no volviera a pasar.

Sacudo la cabeza y retiro la mirada como si me hubieran pillado haciendo algo malo, si vive con Anne, prefiero que no me pille. Me topo de frente con el perrito y mi vecino y lo saludo incómodamente. Él hace el mismo gesto casi sin mirarme a la cara y me meto en casa, cerrando la puerta con llave, recuperando mi pulso normal.

Debe ser imaginaciones mías.

Respiro con la frente apoyada en la puerta hasta que me cercioro de que no estoy hiperventilando. Esto es rarísimo, ¿cómo alguien con quién has cruzado dos palabras puede hacerte sentir tanto? Y no en el buen sentido. ¿Cómo me puedo sentir tan insegura por momentos sin haber una razón?

Despego la frente de la puerta y me alejo unos pasos, sin dejar de mirarla, como si esperara que Alex derribara la puerta en cualquier momento. Pero, vamos, ni siquiera está ahí.

Y a pesar de saber eso, no he podido despegar la mirada de la puerta en toda la tarde.

No he podido dormir. Unas pesadillas recurrentes me han estado despertando toda la noche. No recuerdo qué era pero sí la angustia tan intensa que casi me impedía respirar, solo recuerdo un par de imágenes: una luz anaranjada, tan brillante que casi me cegaba y me hacía arder, escucho unos gritos pero no sé de dónde vienen, por momentos, creo que soy yo y en otros, otra persona. Todas las veces me he despertado empapada en sudor, todas las veces me costaba volverme a dormir y todas las veces se volvía a repetir. Parecían tan reales como la sensación de falta de aire al despertarme, tosía y me tenía que incorporar buscando el oxígeno, como si una  me hubiera estado cerrando la garganta o me hubiera encerrado en una habitación llena de humo. Nada de eso era real pero el miedo, mi miedo, sí que lo era.
Dejo que el café se enfríe sobre la mesa mientras yo me dedico a secarme un poco el pelo con la toalla y abro el portátil en la mesa de la cocina. Después de unos cuántos rodeos inútiles para perder el tiempo y no enfrentarme a la situación, pongo el ratón sobre el documento llamado Greenwood. Me muerdo el labio, debería al menos, se capaz de repasar mi propia obra, ¿no? Y estoy a punto de hacerlo, de verdad que sí pero me arrepiento en el último momento y abro mi correo electrónico, olvidándome de que no tengo internet. Abro uno que Mike me envió hace unos días, uno que abrí pero que no llegué a leer. Mi editor, el hombre que me dio la oportunidad con mi primera novela y el más pesado sobre toda la tierra.

"Ahora es tu oportunidad, no la desaproveches", "Tienes que seguir escribiendo", "No podemos dejar pasar el tirón que estás teniendo ahora", son algunas de sus frases más repetidas. Siempre le estaré agradecida por lo que hizo por mí, y por la confianza ciega que parece tener en todo lo que escribo aunque, a veces, pienso que lo único que le importa es ganar dinero a costa de mis libros y eso me cabrea bastante. Por supuesto que yo quiero vivir de esto toda la vida, es lo que me gusta, es lo que más disfruto haciendo y por eso precisamente no quiero convertirlo en una tortura, en un "tienes que", y el acabará lográndolo si sigue por ese camino.

Leo el correo y, efectivamente, es lo que pensaba. Quejas. Quejas porque no he empezado nada de romance, porque aún no le he mandado capítulos del libro, porque no está de acuerdo con que escriba un Thriller, etc., etc. Doy un resoplido de resignación, lo mismo de siempre. Me dispongo a teclear una respuesta que también es más de lo mismo con la intención de dejarlo en el apartado de borradores para, al final, borrarlo todo, no tengo humor para esto.
Doy un sorbo al café mientras abro un correo de un redactor de una revista que también abrí y no leí. Quiere hacerme una entrevista para la sección de cultura. Un nuevo resoplido se me escapa, sé que debería aceptarlas más a menudo por aquello de la publicidad y todo eso, que nunca viene mal, pero me da mucha pereza. Yo quiero escribir, no promocionarme aunque teniendo en cuenta que la que pretendo que sea mi próxima publicación, si consigo terminarla algún día, quizás sea una buena idea concederla, meterme un poco más en el mundo de las redes sociales e internet, darme más a conocer. Una idea genial considerando que ahora no tengo ni cobertura en el móvil. La última vez que lo intenté, ni siquiera se había enviado el mensaje que le escribí a Jace el primer día. Debería encontrar una forma de hacerle saber que estoy viva.

El ruido de alguien aporreando la puerta casi hace que me atragante con el café.

¿Será...?

Me quedo parada, mirando fijamente al hall desde la cocina, con un nudo en la garganta. No es hasta el segundo timbrazo cuando comienzo a moverme. Creo que lo hago más lento de lo normal con la esperanza de que sea quien sea se vaya y abro tan despacio como si mi verdugo me estuviera esperando al otro lado de la puerta e intentara ganar tiempo. Retiro la mano del pomo un segundo antes, ¿y si finjo que no estoy en casa?

-¿Hola? ¿Hay alguien?

Una voz masculina me llama desde el otro lado. Mi respiración se tranquiliza al segundo. No es él. Su voz es mucho más profunda y ronca, esta es más aguda, las liviana. Estoy realmente paranoica con este tema, ¿por qué se iba a pasar ese chico por mi casa? No tiene sentido, probablemente no le habré gustado por alguna razón  estúpida y superficial que se me escapa, algún prejuicio tonto sobre mí y yo lo he malinterpretado todo con reacciones exageradas y mi adicción a la ficción. Tengo que dejar la literatura y el cine un tiempo. Eso y socializar un poco más, relacionarme con la gente normal. Termino de abrir la puerta con rapidez, sintiéndome avergonzada de hacer esperar a quién seas por mis enredaderas mentales, para encontrarme con un chico alto y desgarbado, con el pelo negro y los ojos marrones cubiertos por unas gafas de vista. Me sonríe abiertamente en cuanto me ve.

-¡Hola! – Repite con alegría natural. – Me llamo Sam. – Me quedo un poco confundida, así que no digo nada. – Soy tu vecino, vivo un par de casas más allá. – Señala a su derecha.

-Oh, hola, soy Abby. – El chico me ofrece su mano con una sonrisa y yo se la estrecho, un tanto sorprendida por su amabilidad.

-Encantado de conocerte. Supongo que eres la nueva de Greenwood. – Suelta una risita y yo esbozo una sonrisa.

-Así es. ¿Soy el nuevo cotilleo de la calle? – Desvía la vista, ligeramente avergonzado.

-Algo así. – Responde en voz baja. – Hasta ahora, sé que has venido sola y que eres escritora. – Vuelve a reírse, notablemente nervioso y yo hago lo propio. - Lo siento, pero este pueblo es enano y no estamos acostumbrados a que la gente se mude aquí, más bien a lo contrario. - Asiento con comprensión. Sí, eso es todo lo que pasa.

-Hasta ahora, has acertado. – Bromeo. Se crea un silencio raro entre nosotros que él se encarga de romper unos segundos más tarde, no dando lugar a la incomodidad.

-Un mensajero dejó esto mi casa hace unos días. A tu dirección. – Miro lo que me ofrece con curiosidad, no puede ser para mí, casi nadie sabe mi dirección.

Reviso el receptor que va escrito a mano y pegado a una de las superficies del paquete. Parece una caja normal, no muy pesada y envuelta en papel marrón. Le doy una vuelta para ver si encuentro alguna pista más pero el resto no es más que la superficie lisa del papel.

"Lena Marston.
132, Old Road, Greenwood, GR3 8TM"

Frunzo el ceño. ¿De qué me suena ese nombre?

-Es mi dirección pero no conozco a ninguna Lena Marston. Tal vez, puedas preguntarle a Anne, la dueña de la casa. – Señalo la casa de enfrente, deshaciéndome de la paranoia que parece acompañarme desde que llegué aquí. Él la mira por unos segundos y se gira con la misma sonrisa. – Puede que sea una antigua inquilina.

-Sí, es buena idea... - Contesta, dubitativo. – Aunque es raro porque, que yo sepa, eres la primera inquilina que tienen en años.

Enarco una ceja pero no digo nada, tengo que dejar la paranoia a un lado.

-Lo siento, tal vez un error de correos, no tengo ni idea. – Sonrío con cortesía y él hace lo mismo.

-Bueno, iré a preguntarle. Gracias igualmente, Abby. Tal vez... Nos veamos alguna vez.

Me quedo un poco atolondrada por la falta de costumbre y salgo rápido de mi ensoñación.

-Sí, claro, Sam, ¿por qué no? Solo dame unos días para instalarme. – Asiente con una sonrisa. Por un momento, he tenido miedo de malinterpretarlo aunque su sonrisa me dice que no es así.

-Nos vemos, Abby.

-Adiós.

Cierro la puerta en cuánto se va y vuelvo a la cocina, dispuesta a enfrentarme a mi libro sin acabar, hoy tiene que ser el día. O eso creo porque, en cuánto piso, la sensación de angustia me atora la garganta y, en lugar de volver a intentarlo, cierro el portátil con brusquedad y tiro el café al fregadero, huyendo sin moverme del sitio.

Doy un rápido vistazo por la ventana de la cocina, casi está oscureciendo, en una media hora no se verá nada.

-¿Y qué tal un paseo nocturno?

Subo a mi cuarto, me cambio de ropa y me voy a correr.

Casi me arrepiento en cuánto llevo 5 minutos en la calle, hace demasiado frío y me siento como un metal que se está oxidando. El aire es gélido y me traspasa la ropa sin miramientos mientras siento como fuerzo mis músculos hasta el límite, estirando cada rincón de mi cuerpo como si fuera la primera vez en meses. Realmente, he estado metida en un cajón los últimos meses, pero psicológicamente. Algo no ha ido bien desde que decidí cambiar mi rumbo profesional. Ha sido como sumirse en un sueño del que me ha sido difícil despertar, si es que lo he hecho. Días y días encerrada en mí misma, casi confundiendo la realidad con las palabras que escribía, tentando a la locura. De puertas para fuera, todo estaba bien, unas ojeras más marcadas y una palidez más acusada de lo habitual no era nada raro en mí, seguía hablando con mis padres, viendo a Jace y hablando con mi editor. Pero no podía parar de pensar en escribir, y lo hacía en cada minuto que me quedaba sola. Intento inspirar profundo, pero los minutos corren y mi estado físico no es tan bueno como para no jadear. Rodeo el pueblo hasta llegar al extremo cubierto por el bosque, dónde apenas hay una cabaña abandonada y en ruinas y, justo al lado, un árbol viejo y enorme, que parece darte la bienvenida al bosque. El tronco es tan grueso que es imposible de abarcar con una sola persona, es imponente, casi tenebroso, diría yo, tienes que alzar la cabeza para ver el final de la copa. Me paro justo ahí, llevando una de mis manos al costado, buscando el aliento. Lo hago justo delante del árbol. Desde este punto y con esta oscuridad, el bosque solo parece una masa oscura e impenetrable que parece proteger un mundo distinto al nuestro. Parece salvaje, pero de una forma distinta, ya no tiene ese color verde oscuro que lo adorna durante el día y no se puede ver más allá de la primera hilera. Si por el día, ya te es difícil visualizar más allá de 5 metros entre la espesura, ahora es prácticamente imposible. 

Una sensación de inquietud me invade pies a cabeza, hay algo que me impide retirar la vista de un punto en concreto, uno como otro cualquiera en el que no se ve absolutamente nada. Trago duro, me noto la boca seca y, aunque ya no jadeo, el corazón me va tan rápido que puedo notarlo en mis oídos. Una ligera brisa me mueve los mechones del pelo que se me han salido del moño y un sudor frío me recorre la nuca. Respiro hondo tres veces, intentando venirme abajo y me repito a mí misma que tengo que cambiar esta forma de pensar, ahí no está pasando nada, es un bosque oscuro de noche, eso es todo. Estoy a punto de despegar mis pies del suelo para irme, casi he retirado mis ojos de ese punto del bosque cuando algo me paraliza.

Ahí se ha movido algo.

El terror me invade de tal manera que pareciera que soy capaz de anticiparme a lo que va a pasar, se me agarrota cada músculo y por lo que me parece una eternidad, no me responde ninguna parte del cuerpo, como si hubieran puesto una camisa de fuerza que me impide casi respirar. ¿Será un animal? Doy un paso a tientas en la oscuridad, de forma mecánica, como si hubiera sido otra persona quién le hubiera dado la orden a mi pierna. ¿Qué es eso? Sea lo que sea, hace ruido moviéndose entre los arbustos, lo debe hacer bastante bruscamente para que pueda oírlo desde aquí, aún estoy lejos, varios metros me separan desde la maraña de arboleda que se alza majestuosa sobre Greenwood, y en este momento, se me parecen pocos.

Creo que se me para el corazón cuando escucho un grito desgarrador y humano. Se oye tan lejano que dudo que pueda venir de algo que no sea la profundidad del bosque. ¿Quién puede haber ahí dentro? ¿Estarán atacando a alguien? El grito se desvanece en el aire como si estuvieran arrastrando a la mujer lejos de mí, alejándola, apagándose. Los ojos se me llenan de lágrimas de la angustia que me produce la situación, tengo que ir a ayudarla, a esa mujer le pueden estar haciendo cualquier cosa y yo estoy aquí paralizada por el miedo. El sonido retumba en mi cabeza hasta tal punto que me cuesta distinguirlo de la realidad. No hay nada, solo el sonido del viento y de mis jadeos, se ha extinguido tan rápido como empezó y lo único que puedo hacer yo es quedarme ahí, parada, con el miedo metido en las entrañas.

Debo haberlo imaginado, me estoy volviendo loca.

Trago con fuerza. ¿Debería ir? Aún estoy a tiempo. Doy un paso, temblando, con la boca seca y la adrenalina saliendo por mis poros, dispuesta a adentrarme en lo que sea eso. Si hay alguien que necesita ayuda y yo lo ignoro, me pesará toda la vida.

-¿Qué haces aquí? - Doy un respingo al escuchar la voz ronca de Alex, ha aparecido justo delante de mí, de la nada. ¿Cómo lo ha hecho sin que me dé cuenta? No sé si estoy más asustada o menos que antes. Alterno la mirada entre sus ojos verdes y el punto dónde antes he visto eso; ahora, ya está totalmente vacío, no es que esté asustada, es que estoy entrando en pánico. - Te he preguntado qué haces aquí. – Repite con dureza.

Avanza un par de pasos hacia mí al mismo tiempo que yo retrocedo, en una actitud que me parece una clara amenaza. Frunce el ceño, confundido y yo desvío la mirada hacia mis propios pies.

-Yo, yo... - No me sale nada coherente. Es como si me hubiera olvido de hablar el idioma.

Él mira a todas partes hasta que se fija en el bosque que parece acecharnos, lo contempla por unos segundos, dubitativo, y tensa la mandíbula, apretando tanto los dientes que parece que quiera partírselos.

-¿Has visto algo? – Me habla en un tono que me saca de quicio o lo haría si no estuviera al borde de necesitar un hospital.

¿Qué se supone que debo haber visto?

Niego con la cabeza. Estoy asustada, asustada de verdad.

-Tengo que irme. – Pronuncio a toda prisa, en tono bajo, con una claridad sorprendente para mi estado. Me siento vulnerable y solo quiero correr a mi casa para meterme debajo de las mantas. Solo quiero irme de aquí.
Paso por su lado con rapidez, esquivando todo contacto, cortando toda conversación. No quiero hablar de ello. Esta sensación de no saber si estoy confundiendo la realidad con la ficción me destruye. No sé si preferiría estar loca o saber que han atacado a alguien a poca distancia mía y no he hecho otra cosa que quedarme parada.

Me corta mi huida adelantándose a mi paso y cortándome el camino.

-¿Qué has visto? – Entrecierra los ojos, como si analizándome fuera a encontrar la respuesta que busca.
Abro y cierro la boca varias veces, sin saber qué hacer. Está claro que sabe que estoy mintiendo pero, de todas formas, no quiero contárselo, solo quiero irme y enterrarme en mi cama, quiero simular que todo esto es un mal sueño. No tengo por qué contárselo, no tengo por qué hacer nada. Mañana decidiré si tengo que llamar a la policía o al psiquiátrico.

-Tengo que irme. – Repito automáticamente, pasando por su izquierda sin oportunidad de réplica.
Y ahora sí, antes de darle más oportunidades al universo de que pasen cosas raras, me alejo de él y echo a correr por las calles de Greenwood. Esta vez sin esfuerzo, rápido y pensando más en huir que en mis pulmones.

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