Narra Abigail
Mackenzie estaba recibiendo una paliza de esas que no ves dos veces en la vida. Cedric la superaba en todos los sentidos, era mucho más fuerte, veloz, peligroso y lo peor de todo era que el muy maldito era demasiado guapo.
Ahí estaba, el hombre de mis sueños atacando a mi amiga, por más que me esforzara en negarlo, estaban frente a mí, lo estaba viendo con mis propios ojos y era horrible.
Apreté los puños con fuerza, clavando mis propias uñas en mi piel. Kenzie ya me había advertido la clase de persona que era, para empezar era sospechoso de haberla convertido, pero cómo podía haber hecho caso si llevaba mirándolo a lo lejos desde mucho antes que ella llegara.
—Aby, tu labio sangra —dijo Hannah con horror.
Solté mi mandíbula y me di cuenta que había estado mordiéndome debido a la impotencia.
Ella me entregó un pañuelo de los que traíamos en el botiquin de primeros auxilios.
—¡Malas noticias! —gritó Daniel.
Venía corriendo y se veía cansado, apoyó sus manos en sus rodillas e intentó recuperar el aliento para continuar hablando.
—Los maestros han decidido no intervenir, han dictaminado que es una asunto interno del clan y no les corresponde entrometerce —dijo entre jadeos.
—¿¡Qué!? —exclamó Hannah sin poder creérselo—. ¿Y qué hacemos?
Escuché a la multitud vitorear y no fue necesario voltear a mirar para saber que Mackenzie acababa de recibir un golpe contundente.
—¿Y su tutora? —preguntó Eddie.
—Eva no va a intervenir, prefiere cuidar su trabajo —explicó Daniel.
Miré en dirección al campo de batalla, el rostro de Mackenzie estaba irreconocible, apenas sí podía mantenerse de pie y no le quedaban muchas energías para continuar.
—¡Va a matarla! —grité.
—¡Hay que hacer algo! —dijo Hannah.
Vi que Eddie se adelantaba y hablaba con el moderador de la pelea, discutieron un rato hasta que ambos parecieron conformes.
Regresó donde nos encontrábamos, al parecer había conseguido algo, pero la preocupación no se desvanecía de su rostro.
—Podemos darle agua y limpiar sus heridas antes del segundo asalto —anunció.
—¿Segundo asalto? ¿¡Qué mierda tienen en la cabeza!? —chilló la mujer jaguar.
Como sea, no había tiempo para ponerse a discutir, corrimos donde Kenzie, quien se encontraba medió moribunda, descansando en el suelo.
Se bebió toda una botella de agua al seco y al instante vomitó el líquido. Eramos un pésimo equipo médico.
—Creí que iban a parar esto —dijo, su voz sonaba ronca y debilitada.
—Los maestros han decidido que es un asunto interno del clan y no les compete interferir —explicó Daniel.
Kenzie quiso gritar, pero el esfuerzo hizo que comenzara a toser.
—Kenzie debes abandonar esta pelea antes que... —No fui capaz de terminar la frase.
—No voy a abandonar esto —repuso—. No le daré el gusto a ese idiota.
—Kenzie, esta bien, no importa si cierran el club —intentó Daniel.
—No voy a soportar que un perro venga y nos pisotee a su antojo.
—¡No seas tan terca! Tu vida está por sobre todo —Intentó Eddie.
Vi el odio reflejado en su mirada, Kenzie no iba a ceder, iba a quedarse de pie y resistir cada golpe hasta que su cuerpo no fuese capaz de soportarlo.
Me giré a ver a Cedric, estaba a un costado conversando relajadamente, estaba disfrutando el momento, alardeando de su superioridad. Sentí un peso horrible en mi pecho, no podía dejar esto así. Si algo le pasaba a Kenzie me iba a sentir culpable por el resto de mi vida.
Era de noche, no habían muchos estudiantes presenciando el horrible espectáculo, la mayoría debía estar en sus dormitorios, los presentes solo eran un grupo de amantes del morbo y amigos de Cedric. Nadie iba a hacer nada. Siendo así, solo me quedaba ir en busca de alguien que sí pudiera intervenir.
Salí corriendo sin dar una sola explicación, necesitaba encontrar a alguien antes que fuese demasiado tarde, apenas nos quedaban un par de minutos antes que la pelea se reanudara. Escuché gritos llamándome, pero no hice el menor caso. Solo me permití una mirada de reojo en dirección a Cedric, luego de esto iba a odiarme tanto como a Kenzie, aunque no importaba ahora, ya tendría tiempo para hacerle frente a mis emociones y a las consecuencias.
La cancha quedaba cerca de los dormitorios de los estudiantes del este, la persona que tenía en mente no era muy sociable, por lo que de seguro iba a estar en su cuarto a estas horas.
Miré el enorme edificio sin tener la menor idea de cuál era su habitación, tampoco me iban a permitir entrar sin autorización, solo me quedaba llamar su atención desde lejos y sabía que su oído de lobo sería capaz de escucharme incluso desde esta distancia. Probablemente, su hermano también me escuchara desde la arena de batalla.
—¡Angus! ¡Angus! —Comencé a gritar.
No recibí respuesta.
Unas lagrimas desesperadas corrieron por mis mejillas, me apresuré en secarlas, no había tiempo para quebrarse. Era obvio que no me prestaría mayor atención si solo me ponía a gritarle.
—¡Angus! —Continué gritando.
Ni una sola palabra salía de mi boca, la adrenalina apenas me permitía gritar su nombre con todas mis fuerzas.
Los guardias salieron, iban a enviarme de regreso a mi lado de la Academia si no hacía algo.
—Por favor, señorita, retírece —Pidió uno de los encargados.
—¡Kenzie! —De mi garganta salió otro nombre.
Intenté buscar en mi cabeza las palabras para explicar qué ocurría, pero no lograba conectar las ideas apropiadamente. Solo tenía una oportunidad, apenas tenía tiempo para lanzar otro grito al aire antes que los guardias me sacaran.
Una mano me tomó del brazo y entre varios comenzaron a arrastrarme lejos de los dormitorios.
—¡Kenzie está...!
No alcancé a terminar la frase cuando vi una nueva figura salir de los dormitorios.
—Un momento —pidió Angus, dirigiéndose a los guardias—. Quiero saber qué tiene que decir.
Inmediatamente, las fuerzas que hace unos instantes me estaban empujando lejos me soltaron, dejándome lidiar sola con el miembro más fuerte del clan de los lobos, el único que podía intervenir y parar esta situación.
—Habla —pidió Angus, al verme estática frente a él.
Su rostro era serio e inexpresivo, me pregunté si realmente iba a tomarse la molestia de ayudar a Kenzie, o solo iba a dejar que Cedric hiciera lo que quisiera. Después de todo era su hermano, tenía sentido dejarlo ser en vez de buscarse una pelea por causa de una niña terca y otra que viene a fastidiarlo en medio de la noche.
Las lagrimas comenzaron a caer de mis ojos, nunca había odiado tanto mi sensibilidad.
—Tu hermano la va a matar —Lloré.
Su rostro inmediatamente cambió, de la fría indiferencia a una repentina preocupación.
—Están... —Iba a agregar algo más, pero él ya se había echado a correr, en dirección a las canchas.
El aire olía a sangre. La sangre de Kenzie, era tanta que no costaba seguirle el rastro y menos con el olfato de un hombre lobo.