Corpóreo y mundano

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Cuando naces en la cúspide de la pirámide social, no tienes nada de que preocuparte. Elemiah Lumiett, hijo de... More

Prefacio
I.
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
X
XI
Por favor, necesitamos sus votos
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
Epilogo

IX

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A primera hora de la mañana y muy a mi pesar, tuve que darme una vuelta por el cuartel. Tal y como esperaba, la noticia del hallazgo de drogas y el allanamiento de un laboratorio clandestino, estaba en boca de todos. Mis compañeros me dirigieron miradas recelosas, mientras me dirigía a paso firme a la oficina del Jefe.

Lo último que quería era verle la cara. Para empeorar mi humor, Jim acababa de adherirse a mi lado.

No me anuncié al entrar a la oficina del Jefe, no lo encontré necesario. Sabía que iría a verlo, así que no eran necesarias las ceremonias.

—Adelante Lumiett, De Falco... ¿Qué los trae por acá tan temprano mis estrellas fulgurantes?

—Ahórrate el sarcasmo. Sabes a lo que vengo. Voy a tomar el caso y es mi última palabra.—fue mi respuesta contundente. Sobre el escritorio y frente a sus manos sebosas, dejé caer el informe que redacté toda la madrugada.

Tal y como esperaba, el Jefe no se molestó en abrir la carpeta que acababa de entregarle. Pero yo venía preparado.

—El caso es mío. —repetí para que quedara claro, cruzando los brazos.

—De Falco y tú Lumiett tienen otro caso entre manos. ¿Lo has olvidado?

—Si te refieres a hacerle el seguimiento a unos ladrones de poca monta, mientras comercializan droga al menudeo, olvídalo. Tengo entre manos algo más importante.

—Es eso precisamente el asunto. ¿no Lumiett? Lo que tienes entre manos. —dijo el Jefe y por el tono de su voz, pude sospechar lo que venía.—¿Eso es lo que haces ahora? ¿Te revuelcas con omegas en barriadas de mala muerte para conseguir información?

De acuerdo, eso no me lo esperaba. Ahora le iba a partir la cara.

—Lo que yo haga no es asunto de nadie.—respondí a punto de perder la calma.—Conseguí un informante, encontré ese laboratorio clandestino. El omega en cuestión, es una buena fuente de información. El caso es mío.

—No me interesan tus aventuras y no, el caso lo he asignado a otros. Y quiero a ese omega en el cuartel para el mediodía. No acepto excusas.

—Los médicos no han autorizado su salida del hospital. Frank se encuentra en condición crítica por el estado de sus heridas.

—Mientras no esté en coma y pueda abrir la boca... Esos omegas son muy resistentes. —insistió golpeando el escritorio con sus dedos rechonchos.—Lumiette, mediodía. Aquí, lo quiero en la carceleta a mediodía.

¿Estaba hablando en serio? ¿Acaso no acababa de explicarle que Frank no iba a salir del hospital?

—Espere Jefe.—intervino Jim y si decía alguna idiotez lo iba a asesinar en este mismo lugar.—Elemiah dice la verdad. Las heridas del omega son de cuidado y si se muere, nos quedamos sin información.

—¿Acaso Lumiett no le sacaste suficiente información hasta ahora? ¿O qué estabas esperando para hacerlo? Es tu omega, ¿no? Eso me informaron.

—La relación que tengo con Frank no es asunto de nadie. Los datos que Frank me ha brindado están en el informe que dejé sobre tu escritorio. Si te tomas la molestia de darle una mirada vas a ver que tengo varios nombres y pistas que seguir.

—¿Ah sí? ¿Qué maravillosas pistas son esas, Elemiah? ¿Nombres también? Parece que ese omega tuyo es muy conversador en la cama.

Tuve suficiente. Estrellé ambas palmas sobre su pupitre y el crápula de mi jefe sonrió.

—El caso es mío. Los de narcóticos tienen material que masticar por un rato. Yo conseguí los datos, los nombres y las pistas. El omega me pertenece y no hay nada más que discutir aquí. Me retiro entonces.

Eso fue lo último. Si mi jefe quería hacer algo en mi contra, podía intentarlo. Él bien sabía que así se negara a asignarme el caso, lo tomaría de todos modos. Sólo quería joder un rato, porque al final de cuentas le convenía enormemente que llegara al final de todo esto.

Frank me dio el nombre completo del tal Roger. Al buscarlo en la base de datos no encontré nada. Estaba usando un nombre falso el muy bastardo. Pero no fue lo único que Frank me dijo, también pudo recordar otros datos que me eran de mucha utilidad.
Claro que convenientemente olvidé mencionarlo en mi informe. Si al final de cuentas el cretino de mi jefe insistía en sacarme del caso, se podían ir jodiendo.
Jim no tardó en alcanzarme camino a mi auto. No estaba de humor para escucharlo, así que apuré el paso.

—Elemiah, espera. Espera hermano...El jefe tiene algo más que decirte.

—Pues tiene mi número, que me dé una llamada.

—Dice que está bien, que hagas lo que quieras... Ganaste de nuevo, hermano. Así que ¿para dónde vamos? ¿Dónde empezamos a investigar?

—Iré al hospital, tú puedes ir a entrevistar a los vecinos del edificio.

Necesitaba sacármelo de encima. Tenía cosas que hacer y Jim era más que un estorbo para mis planes.

—Pe... pero Elemiah, somos un equipo. No tienes por qué ir a cada rato al hospital. Hay un policía vigilando al omega, no va a ir a ningún lado.

—Te dije que iré a ver cómo sigue. Puedes ir avanzando por tu cuenta, Jim. Necesito atender mis asuntos.

Con eso debería bastar para que se fuera por su cuenta. Pero no. Jim me tomó del hombro y me sorprendió de veras.

—Somos compañeros Elemiah. El caso es de ambos. No dejes que tu carrera se vaya al tacho por un omega del montón.

—El caso es mío.—¿acaso no fui claro allá dentro?—Puedes ir a sentarte a hacerles el seguimiento a esos delincuentes como tu jefe quiere. Yo me encargaré de Frank y de encontrar al tal Roger.

El rostro de Jim cobró una expresión sombría que nunca antes vi. Pero no tenía tiempo para lidiar con este tipo. Dejé a mi compañero en la acera. No me siguió hasta mi auto como hacía en otras ocasiones. Quizá por fin le llegó el mensaje de que quería estar solo.

En fin...

***

—Puedes pasar a verlo. Esta despierto ahora.

Una enfermera me avisó que ya podía entrar al cuarto del niño. Claro que entró conmigo y otra más nos dio el alcance adentro.

En la habitación de hospital, Giovanni se perdía dentro de los cobertores de la cama. Me sentí tan fuera de lugar, que me tomó un momento en acercarme a su lecho. Las enfermeras trataron de animarlo a salir de entre los cobertores, pero sin éxito alguno. Giovanni seguía como un hámster enredado en un calcetín.

—Te traje algo, pensé que podía gustarte.

Era un oso de peluche que compré en una tienda de por ahí. No sabía que podía gustarle y cuando vi el juguete, recordé uno que tuve cuando niño.

— Vanni el Sr. Oso se pondrá triste si no lo quieres como amigo.

Desde mi lugar frente a la cama, pude ver como se movía su pequeño cuerpo debajo de las frazadas. Podía entender su timidez. El estar rodeado de gente extraña lo tenía muy a la defensiva.

Un momento después, Giovanni por fin asomó su rostro entre la almohada y sus pequeñas manos.

— ¿E... El...se...ñor oso? —me miró algo asombrado, hasta que decidió salir de su refugio.

Tomó el juguete entre sus manos, pero aun con desconfianza, mirando atento a rodos en el cuarto.

— ¿Vanni has visto a Frank hoy? — le pregunté para captar su atención.—¿Te gustaría que te llevara a verlo?

— Frankie... ¡Yo quiero ver a Frankie! — Fue su respuesta inmediata y hasta abandonó por completo su refugio de cobertores.

— Entonces vamos a verlo... ¿Te parece?

Me acerqué a la cama y estiré la mano para llevarlo conmigo. Las enfermeras se miraron entre sí y una de ellas se acercó a asistirlo. El niño se veía mucho más recuperado. Le quitaron el suero antes que llegara, pero todavía tenía los esparadrapos sobre el brazo descubierto.

Luego de un minuto entero en el que no obtuve respuesta, Giovanni asintió finalmente. Con una expresión nerviosa, se aferró a mí con su mano sana. La otra todavía vendada, le dolía bastante como para moverla con facilidad. Era admirable, a pesar de ser tan pequeño poseía una gran fuerza para recuperarse.

A pesar de que podía caminar por su cuenta, lo sostuve en mis brazos. Estaba bastante liviano, tal como mencionó la pediatra, presentaba un cuadro de deshidratación y desnutrición, además. Pero eso iba a cambiar pronto.

La habitación que le asignaron a Frank quedaba en otro piso y había que además cruzar todo un pabellón. Podía sentir la ansiedad de Vanni mientras iba en mis brazos, sujetando el oso de peluche con todas sus fuerzas. No decía nada, sólo ocultó su rostro sobre mi pecho todo el camino.

Una vez llegamos a la habitación de Frank, Giovanni casi se lanzó de mis brazos. No pude detenerlo, lo puse en el suelo y dejé que se abalanzara sobre Frank gritando su nombre.

Giovanni se encaramó en la cama y se abrazó del cuerpo que yacía ahí, pero no obtuvo respuesta. Pude ver la desesperación en su rostro, así que me acerqué de inmediato. Frank estaba sumido en un sueño profundo. Se veía mucho mejor que el día anterior, la hinchazón de su rostro disminuyó, pero todavía tenía mucho por recuperarse.

— Vanni, Frank está dormido aún. Esperemos a que despierte. Vamos a tu cuarto y volveremos más tarde.

— No, yo quiero quedarme con Frankie, quiero quedarme con Frankie...— gritaba sin control.

Giovanni se subió a la cama y abrazó con todas las fuerzas que sus pocos años le permitían, a Frank.

— Ok, ok, ok... Pero no grites, nos quedaremos...

Tomé al niño en mis brazos y lo acomodé en un sillón cerca de la puerta. Todavía tenía a su oso consigo. Ansioso todavía, le empezó a prestar atención al juguete, lo abrazó contra su cuerpo y lo examinó un poco.

Me acomodé a su lado. No nos quedaba más que esperar a que Frank despierte y eso podía tomar tiempo. Al rato Giovanni empezó a jugar con el oso, pero de rato en rato miraba hacia la cama, observando a Frank. Luego volvía a jugar tranquilo.

No sé en qué momento me adormeció esa dinámica. Quizá fue el silencio que reinaba en esa habitación o de plano que estaba agotado por los acontecimientos de los últimos días. De pronto abrí los ojos, porque me debí quedar profundamente dormido por un buen rato. Sentí un peso sobre mis piernas y cuando me di cuenta, el niño estaba recostado sobre mi regazo.

No pude resistirme y deslicé mi mano para acariciarle los cabellos. Por primera vez en un buen tiempo, me sentí bien haciendo esto. Al sentir la tranquilidad con la que el niño reposaba, me invadió una sensación similar y no pude explicármelo. De un momento a otro sentí que me estaba ablandando.

De pronto tenía ganas de preservar a ese pequeño omega de todo lo malo que acarreaba su destino. ¿Por qué quiero protegerlo tanto? ¿Qué carajo me pasa últimamente? Ha de ser que vi el estado que se encontraban estos dos omegas lo que me afectó y... Nada...

Con esa idea rondándome en la cabeza, me volví a dormir, seguramente.

—¡Elemiah! ¡Elemiah despierta!

Abrí los ojos respondiendo a la voz apagada e insistente que me llamaba y descubrí a Frank despierto y sonriéndome.

Estuve a punto de levantarme, para acercarme a él y recordé que el niño dormía en mis brazos. Estuve a punto de dejarlo caer, pero a tiempo reaccioné. ¿En qué momento sucedió? No recordaba haberlo tomado en mis brazos, en fin.

Frank estiró los brazos, todavía conectados a intravenosas y máquinas, para recibir a su hijo. Giovanni estaba profundamente dormido, con el oso entre sus brazos. La sonrisa que me devolvió el omega sobre la cama, me hizo sentir mejor todavía.

—Vanni.—susurró Frank mientras intentaba acariciarle el rostro al niño.—Jamás lo vi así de confiado con un desconocido.

No supe qué decirle. Me constaba que el niño estaba asustado y nadie podría culparlo por ser receloso. Cualquiera en su situación lo sería.

—Elemiah, gracias por cuidar de Vanni...yo...

— No digas nada.—le interrumpí de inmediato.—Tienes que descansar Frank...

—Pero Elemiah, si no hubieras aparecido no sé qué hubiera sido de Vanni.

—No Frank, yo... no estarías así.—las palabras se me anudaron en la garganta. De pronto no conseguía pensar con claridad. Era la culpa la que me estaba consumiendo durante varios días. —En primer lugar, todo fue mi culpa, yo no debí...

— ¿Involucrarte conmigo? —añadió Frank y me dio una sonrisa triste.

Nos quedamos en silencio solemne por un minuto entero. El reloj de la pared se encargó de tomar el tiempo en el cual me fue casi imposible mantenerme de pie frente a él.

—Elemiah, fui yo quien insistió en verte... Desde que te conocí me pareció increíble que tú, Elemiah Lumiett se apareciera en el lugar donde trabajaba. Parecía un sueño hecho realidad. Yo sólo quería serte útil, quería que te interesaras en mí y me lleves contigo. Lo siento Elemiah, pero es verdad. Lo hice por Vanni, porque quería algo mejor para él.

Vaya, y yo pensando que mi sex appeal fue el responsable de todo. Pero debí imaginármelo. Las palabras de Frank no mermaban mi sentimiento de culpa. Debí darme cuenta antes, de que, si reclamaba a ese omega como mío, habría consecuencias. Las pasé por alto, las ignoré por completo, porque me dejé llevar por la lujuria del momento.

—Siempre quise que un Alfa como tú me tomara. Tú sabes, Roger no nos trata bien. Yo sólo quería proteger a Vanni.

—Basta ya, vas a despertar al niño. No te eches la culpa Frank, yo fui quien tomó la decisión de ir a buscarte. No medí las consecuencias. Soy en parte responsable por el estado en el que te encuentras tú y Giovanni.

— Vanni, es lo único que tengo y que le da valor a mi vida. Por favor Elemiah te lo suplico. Llévatelo lejos del alcance de Roger. Él quiere venderlo, me dijo que tenía alguien que estaba interesado en mi hijo. Quiere venderlo como hizo conmigo. Me lo quiere quitar, Elemiah... por favor...

No, no me sorprendían sus palabras. Como bien dijo la pediatra que veía al niño, a veces daba vergüenza ser un alfa. Pero ya iba a ver esa escoria llamada Roger, cuando lo tuviera delante.

— Tranquilízate. Todo va a estar bien. Me voy a encargar de ustedes dos. Creo que has olvidado un detalle importante, Frank. Eres mi omega, mi responsabilidad y no voy a dejar que me arrebate lo que es mío.

El rostro de Frank se iluminó ligeramente con una sonrisa. Pero detrás de esta, podía ver bien que no me creía. No podía culparlo, yo tampoco podría confiar en nadie si estuviera en su lugar.

—Frankie... ¿ya estamos en casa? —preguntó Giovanni muy adormilado.

—Todavía no, Vanni. Todavía estamos en el hospital.

—¿Vamos a ir a casa?

A pesar de que el sueño le vencía, pude percibir cierto temor en la voz del niño. Tuve ganas de intervenir, pero Frank se adelantó para tranquilizarlo.

—Todavía no, no sé cuándo. Pero ahora estamos bien, Vanni. —le dijo Frank a su hijo para tranquilizarlo. —No te preocupes.

Quise decir algo más, pero en ese momento la puerta se abrió. Esperamos que fueran las enfermeras, pero en su lugar Nicolás entró seguido de alguien más a quien esperaba.
Era Adele, quien al verme recostado y con un niño sobre mí no pudo ocultar esa gran sonrisa de su rostro.

— Vaya, vaya... No te muevas Elemiah, quédate así un momento. Quiero tomarte una foto hijo, para poder tenerlo de recuerdo. No pensé estar viva para verte así, tan amoroso.

— ¿Qué haces aquí Adele? — ¡Ah cierto! Yo la llamé.

Casi lo olvidaba y seguramente me iba a arrepentir de haberlo hecho. Porque ahora ella sacaba de su bolso, una cámara de verdad. Tenía su teléfono en la mano, pero no, ella tenía que usar su cámara.

—Bueno, me llamaste y vine. Te marqué al teléfono y no me contestabas. Pero Nicolás apareció al rescate y me dijo que estabas aquí...

Adele dejó por fin de hurgar en su maldito bolso, donde seguro cabe el universo entero. El sonido de su voz despertó  al niño. Se levantó de la cama, muy asustado y pude ver que intentaba discernir entre escapar por la puerta o quedarse a cuidar a Frank.

—Mira lo que hiciste, Adele. —la regañé y de pronto Giovanni saltó a mis brazos.

—¡Oh cariño! Déjame disfrutar un poco de esta escena. —continuó Adele, pero yo no tenía ánimos de escucharla. —Jamás imaginé que te vería abrazado de un omega así... Has cambiado mucho, Elemiah.

— Dejemos eso para después. Ahora tengo algo más importante que tratar contigo.

Adele podía guardar sus comentarios para luego, ahora la necesitaba atenta para lo que había planeado. Claro que no había problema de comentarlo delante de Nicolás, quien se quedó en un lado, en silencio viendo cómo se sucedían los hechos.

—Verás, estos dos omegas tienen nombre, son Frank y Giovanni. Nicolás fue muy amable en dejar que los interne en este hospital, pero necesito que me ayudes con ellos, Adele. Necesitan un lugar donde vivir...donde estén seguros y cómodos.

Conocía a Adele lo suficiente como para saber que no se iba a negar, pero ella nunca acababa de sorprenderme. Se quedó en un silencio que me preocupó por un momento.

—Señora Adele, Elemiah tiene razón. —intervino Nicolás frotándose las manos. —Estos dos omegas necesitan cuidado y atención. Se pueden quedar en el hospital hasta que se recuperen, pero luego de eso...

Adele seguía en silencio y por la expresión de su rostro, me era imposible descifrar lo que estaba pensando. No se podía negar, era mi única esperanza.

A veces olvido lo intimidante que puede resultar Adele. Es una alfa, por supuesto y sin duda para cualquier omega, representa un peligro. Además del modo como se lleva, como camina, como se para rígida y altiva en frente a del mundo. Sí, Adele puede asustar a cualquiera con su presencia, si incluso el mismo Nicolás se mantiene a distancia de ella.

—Puedes estar tranquilo, no vine hacer distinciones de clases sociales. Estoy aquí para ayudar.

Dios no me asustes con esas pausas Adele, gritaba para mis adentros. Mi propia madre me estaba poniendo nervioso. Creo que nunca he subestimado a Adele, puede ser impredecible si se lo propone. Pero es "sentimentalona", así que no debería tener porqué preocuparme.

—Pero dime Elemiah, ¿te vas a hacer cargo de ellos dos? ¿De eso se trata todo?

—Así es Adele, entonces me vas a dar una mano. ¿No?

—No sabía que tenías un omega. ¿El niño es tuyo también?

Adele no se iba con rodeos. Estuve por responder y vi como Frank la miraba temeroso. Tendría que decirle la verdad, que apenas conocía a Frank y prácticamente no sabía nada de él.

—No Adele.

—Ya veo. Entonces explícame este asunto que no entiendo nada.

—Adele, el niño y Frank le pertenecían a otro alfa que es la basura más hedionda que te puedas imaginar. No van a volver con él, ahora están conmigo. Por eso necesito tu ayuda. ¿Ahora vas entendiendo?

—Lo que entiendo es que tú y yo vamos a salir un momento a conversar de esto Elemiah.—y diciendo esto, se dio media vuelta.

Tenía que ir tras ella. Por un momento pensé que iba a ser más sencillo, pero era Adele con quien trataba.

En el pasadizo me esperaba, atenta a mis movimientos. No me dijo nada, esperó que yo me acercara y empezara a hablar. Me sentí como de ocho años, en la escuela, cuando me llamaban la atención por algo y Adele tenía que acudir a hablar con los maestros.

—Y bien, ¿Cuándo me ibas a explicar todo el asunto? Esperabas que ciegamente haga lo que tú quieres, sin medir las consecuencias, Elemiah. ¿Es eso?

—Adele, no te conté nada, porque quería que lo vieras con tus propios ojos.

—Nicolás me puso al día, mientras veníamos camino para acá.

—Lo imaginé. Te pedí que vinieras porque me serviría tu ayuda. No es imprescindible, si no quieres...

De pronto ella me asaltó con una sonrisa amplia y se colgó de mi cuello para abrazarme.

—Yo lo sabía, sabía que eres una buena persona. Debajo de ese aspecto tan serio que tienes, hay un corazonsote. Por algo soy tu madre, te conozco muy bien Elemiah.

Adele estaba en pleno pasadizo, abrazándome y besándome. Sí, había vuelto a mi época escolar.

—Entonces me vas a ayudar...

—¡Por supuesto! Salvo una condición, quiero que ese omega me lo cuente, quiero oírlo de su boca, Elemiah.

No entendía porque la petición, sin embargo, no podía ser nada malo. Era un precio muy cómodo para recibir la ayuda de Adele.

—De acuerdo. Como quieras Adele.

Ella me sonrió y sus ojos verdes brillaron de alegría. Hacia un tiempo que no veía a Adele y la verdad que la extrañaba.

Una vez regresamos a la habitación, encontramos a Frank más pálido que antes. El Niño seguía recostado a su lado y al vernos, intentó esconderse.

—Frank es tu nombre, ¿verdad? No me tengas miedo criatura, no muerdo. De eso se encarga Elemiah.

Adele consiguió que me sonrojara furiosamente. Incluso Nicolás se ruborizó ante la insinuación. Frank en cambio, no perdía el miedo.

—¿Qué edad tiene el niño?

—Tres años señora.

—¿Es el único que has tenido?

—El único que pude conservar. Los otros los perdí... Mi alfa hizo que los... perdiera.

—Entonces tu hijo tiene un padre el cual no está presente. ¿Fue él responsable de tu estado ahora?

—Sí.

—Es tu alfa, ¿no? Tiene el derecho de hacerlo.

No entendía a donde Adele quería llegar con todo esto. Pero podía estar seguro de que no se echaría para atrás.

—Sí. —respondió Frank con la cabeza gacha y visiblemente nervioso. Sostenía al niño en sus brazos, como si quisiera protegerlo de las palabras de Adele.

—Te equivocas, Frank. Nadie tiene derecho a hacer algo como esto. No me importa lo que diga la gente. Se tergiversa el sentido de propiedad, eso está mal.

Adele iba a empezar con su discurso, así que la detuve tomándola del hombro.

—Lo que me preocupa un poco es que ese Alfa puede reclamarte a ti y al niño. ¿Se han puesto a pensar en eso?

—No va a suceder, Adele. Si ese malnacido pone un pie en este hospital, personalmente me voy a encargar que el resto de su vida lo alimenten por sonda.

A Adele no le gustó mi comentario, pero no dijo nada  al respecto. Si no que continuo con lo que había empezado.

— No, no Vanni no está reconocido legalmente por Roger. Nunca le gustaron esas formalidades, ni nada legal.— con pena en sus ojos Frank acarició a su hijo en el rostro.

— Entonces eso hará mucho más fáciles las cosas. —resolvió Adele decidida, juntando las palmas. —Está decidido entonces, me quedare con el pequeño omega.

El modo como lo dijo aterró a Frank. Pude ver como entraba en pánico, para luego mirarme con desesperación.

—Giovanni va a estar en buenas manos. —le dije para calmarlo. —Confía en mí, Adele se va a hacer cargo del niño. Concéntrate en recuperarte para que puedas estar con Giovanni.

—Vanni va a estar mejor con ustedes. —continuó Frank con profunda tristeza. —Si Roger me lo va a querer quitar. No quiero que le siga haciendo daño. No pude protegerlo de Roger, si se queda conmigo, lo va a vender.

—Frank, nada va a pasar. Adele y yo vamos a cuidar de Giovanni. Cuando te recuperes, vas a poder estar con tu hijo.

No esperaba que se tranquilizara del todo, aunque para Frank, perder a su hijo en manos de Roger, era mucho peor que entregarlo a desconocidos. Giovanni escuchó todo desde los brazos de su padre y no se veía nada contento. Estaba llorando en silencio y fue Adele quien lo notó primero.

—Basta ya de charlas. —dijo y se acercó al niño quien se escondió de ella. —Nicolás me dijo que te van a dar de alta hoy. Un hospital no es un buen lugar para ti, Giovanni. ¿Te parece que vayamos a comer algo? ¿Te provoca un helado?

Giovanni se negó y empezó a llorar con fuerza, en los brazos de Frank quien intentó tranquilizarlo.

—Hagamos algo. Vamos a cenar, Elemiah me va a llevar un lugar muy lindo donde se come muy bien. Porque hace tiempo no nos vemos. ¿no Elemiah?

— Adele, tengo que volver al trabajo... Será para la próxima.

— Me lo debes cariño. Hace tiempo no nos vemos. Además, Giovanni tiene que comer algo delicioso. ¿No tienes hambre Giovanni? Vamos y vas a poder comer postre.

No me quedó de otra que ceder. Frank convenció al niño de ir con nosotros. Giovanni luego de un rato de llorar inconsolable, aceptó ir en mis brazos de vuelta a su habitación.

Adele se encargó de decirle lo lindo que la íbamos a pasar en la cena. Que veríamos una película llegando a casa. Que iríamos al parque y luego a pasear en el auto. No sé que más decía, porque dejé de oírla. Ella estaba más entusiasmada con todo el asunto que el mismo Giovanni.

Tuve que entregarles el niño a las enfermeras, para que lo atiendan y le curen las heridas. La pediatra dejó dicho que podría marcharse esa misma tarde. Nicolás y Adele tenían razón. El hospital no era lugar para un niño tan pequeño.  No era seguro tenerlo ahí. Estaría mucho más cómodo conmigo y Adele en mi departamento, hasta que Frank se recuperara lo suficiente como para reunirse con nosotros.

Giovanni me dejó el oso de peluche para que lo cuidara mientras lo atendían. Me quedé sonriendo como bobo. De pronto me hice el firme propósito de proteger a ese niño incluso si me costaba la vida.

***

—¿Ya se despertó mi delicada flor?

No reconocí la voz. Tenía los ojos abiertos, pero el mundo a mi alrededor no me resultaba familiar. El sueño que hasta hacía un momento me albergaba se deshizo en pedazos.

Al incorporarme para ver de dónde provenía la voz, un fuerte mareo casi hace que me acueste de nuevo. Pero el fuerte olor a Alfa me hizo despabilarme al instante. Me tomó un momento darme cuenta del lío en que me había metido y del cual sin duda no saldría entero.

—Eres más débil de lo que pensaba, Miles.—Vico a mi lado, sonrió divertido.

Fue cuando me di cuenta que estaba en su recámara, sobre su cama, al lado de Vico. Sin duda tenía razón cuando reparó en mi debilidad, porque cuando intenté alejarme de él, mi cuerpo no me obedeció.

—Te desmayaste y diste contra el suelo. Espero que el golpe te haya acomodado las ideas en la cabeza.

Intenté entonces levantarme de la cama, pero las piernas no me obedecían. Terminé
en el suelo de nuevo y esta vez a Vico le brotó una carcajada.

—Regresa a la cama. —me ordenó.

Vico estaba revisando documentos. Los tenía esparcidos sobre el colchón, al lado de donde estuve echado por quien sabe cuánto tiempo. Me tomó unos minutos incorporarme y encaramarme en la cama, como él quería.

Mi ropa estaba en su sitio y fue un alivio. El traje que me obligaron a vestir se estaba arrugando, pero a Vico no parecía importarle. Una vez estuve sentado a su lado, se dedicó a ignorarme.

Bebía de una copa y hojeaba unos papeles llenos de números. No pude evitar darles una mirada, parecían fotocopias de recibos y documentos sellados.

No podía equivocarme. Eran documentos de importaciones. Quizá a eso se dedicaba, además de torturar gente por puro gusto.

Pues sí, todo cobraba sentido. El hangar, los contenedores que estaban apilados en lotes cerrados como parte del paisaje, la conversación que tuvo con el infeliz a quién mató a sangre fría.

Mierda. En que lío andaba metido.

El teléfono móvil de Vico vibró y no tardó en responder. Hablaba otro idioma que sonaba tan rasposo como su talante usual.

¿Ahora qué iba a hacer? Me quedaría en su cama como un almohadón más, cuando quería lanzarme al suelo y arrastrarme lejos de ahí.

—Toma un baño.—ordenó y por fin pude entender lo que decía.

Giré a mirarlo y Vico seguía con los ojos del papel que tenía en la mano.
Podía negarme y mandarlo a comer mierda, pero la memoria de aquel sujeto atado a la silla me hizo pensar dos veces.

Intenté incorporarme de nuevo y esta vez con cierta dificultad pude poner en pie.

—Date prisa.—continuó en tono casual ignorándome como era costumbre.

Me iba a tener que arrastrar, para darle gusto a ese bastardo. En mi camino fui evaluando las posibilidades.

Todavía me sentía mal por el golpe que me di, según Vico. No sólo me dolía la cabeza, si no el resto del cuerpo. Las piernas, las sentía flojas y las náuseas me estaban carcomiendo las entrañas.

Una vez solo en el baño, me encontré en lo que parecía un palacio. De por sí la habitación era suntuosa, pero ya era ridículo un baño como ese.

El piso todo de mármol, una tina enorme, jacuzzi le dicen. Los grifos dorados, seguro eran de metal precioso. Ahí adentro había tanto espacio... Creo que he vivido en apartamentos más chicos que este lugar.

Las alfombras era otra historia. Tan suaves que me podía echar una siesta encima de estas. Una fila de frascos alrededor de la tina, seguro eran jabones y que sé yo.

Me desvestí pensando en si había un grifo de agua donde asearme para no tener que meterme al jacuzzi, cuando descubrí que había un cubículo de vidrio transparente. Esa era la ducha.

Nunca antes extrañé mi privacidad. Siendo un omega, ese era otro lujo que yo me daba. Mi cuerpo era mío nada más. Yo decidía sobre este y encontrarme expuesto de este modo me causaba repulsión.

Como todo buen omega, para Angelo el pudor era ajeno. No pude evitar acordarme de él y me sentí peor que antes. Por mi culpa estaba muerto.

Una vez más la tristeza de días pasados me envolvió. Estuve sin comer, ni beber nada, tumbado en la cama que todavía olía a Angelo. En silencio le pedí que me perdonara por ser tan inútil. Sólo quería ayudarlo, hasta le dije que me haría cargo de él y terminé empeorándolo todo.

Siempre era lo mismo. No servía de nada culpar mi mala suerte. Era mi estupidez lo que me metía en estos problemas.

Como cuando salí del lugar al que llamaba hogar. Nana hizo lo posible por salvarme de la vida que él llevaba. Pero fui tan idiota aquella vez. Recuerdo bien lo furioso que estaba con Nana por alejarme de él. Tenía motivos de sobra para hacerlo y me entregó a un beta que no conocía.

Fui un tonto en no escuchar su historia. Es que me resultó tan irreal que no pude creerle. Según ese beta, Nana y él se conocían de años. Eso para mí era imposible porque Nana apenas salía de casa a llevarnos a la escuela y traernos de vuelta.
No sé cómo así se conocieron, pero recuerdo cuando Nana nos llevaba a aquel parque donde había juegos. Me gustaba ir a los columpios y Nana siempre se quedaba sentado en el mismo lugar, mirándonos jugar. Mis hermanas siempre estaban conmigo y nunca nos dimos cuenta de que Nana hablaba con un sujeto que siempre se sentaba en la banca contigua y fingía hablar por teléfono.

Nana estaba desesperado y fue la manera que ideó para salvarnos a mis hermanas y a mí. Abel y Nana nunca cruzaron miradas, jamás los vi hablando entre ellos. Mantuvieron en absoluto secreto la relación que tenían.

Abel me lo contó todo. Me dijo que sentía algo muy fuerte por Nana, desde la primera vez que lo vio. Que le había rogado para que fuera con él, pero Nana no aceptó. Era demasiado arriesgado escapar los tres a la vez. Por eso me entregó a Abel, para que me llevara a un lugar seguro. Pero tuve que ser tan idiota que decidí escapar por mi cuenta.

Mierda, por un momento hermoso casi olvido donde estoy. Vico acaba de entrar al baño, envuelto en un albornoz que tal parece olvidó ceñirse.
Me ignora como siempre y ya está dentro del cubículo de la ducha conmigo. Su cuerpo roza con el mío y la sensación que conlleva es inevitable.

Las malditas pastillas que me dio no sirven de nada. Mi cuerpo reacciona ante su condición de alfa y ahora tengo un motivo por el cual odiarme más. Vico lo notó enseguida, por supuesto.

—Te dije que esos supresores no...

Ni terminé la oración. Una presión sobre mi espalda me estrelló contra la pared húmeda. El cuerpo del alfa me apretaba como una prensadora. Podía sentirlo frotarse contra mí y la sensación no era del todo desagradable, carajo.

Vico musitó una risita y continuó jabonándose. Sus caderas me apretaban A ritmo pausado. Mi cuerpo reaccionó por instinto. Mi erección dolía, casi tanto como mi vapuleado orgullo.

No podía creerlo, mi mente estaba ausente y mi cuerpo en control. Me estaba comportando como un omega sumiso dejándose follar en la ducha por su alfa de turno. Con lo último de voluntad, pude rescatar los añicos de mi dignidad e intenté zafarme de la situación. Pero Vico tenía otros planes.

—¿A dónde crees que vas Miles? —susurró mordiendo el lóbulo de mi oreja y me estrelló contra la pared húmeda.

Lo escuché reírse de mí, mientras su boca se frotaba sobre mi nuca, dibujando un sendero hacia mi garganta. Mi excitación era escandalosa y mi olor a omega se mezclaba con el vapor de la ducha. Vico me tomó de la cintura y pude sentir como su miembro se erguía a mis espaldas.

Tuve que cubrir mis labios para prevenirme gritar como un animal. La mano de Vico descendió hacia mi sexo y lo rozó apenas. De nuevo le provocó mucha risa mi reacción, porque esta vez me contraje en busca de más contacto.

No me había sentido así desde Elemiah. No, tan sólo recordarlo me ponía en peor situación. Su imagen llegó a mi mente, el calor de su cuerpo, el olor de su piel, el modo como me tocaba. Tenía que alejarlo de mis pensamientos, porque era Vico quien estaba conmigo en la ducha y no quería disfrutar ni un poco lo que estaba sucediendo.

Una de las manos Vico liberó mis labios y me escuché gemir sin control. La otra en cambio, se ensañó con mi sexo. Lo rodeó completamente con sus dedos y comenzó a masajearlo. Su boca repasaba mi garganta y podía sentir sus dientes apretarme ligero.
Me iba a deshacer, caer al suelo en estado líquido y perderme entre la espuma del jabón que nos cubría a ambos.

—No tenemos tiempo para esto ahora. —me dijo Vico regalándome un mordisco y me abandonó a mi suerte.

Estuve a punto de protestar, pero a tiempo pude detenerme. Estaba dolorosamente erecto y mi cuerpo clamaba por atención. Agaché la cabeza porque me sentía incapaz de mirarlo a los ojos, sintiéndome lleno de lujuria.

Pero Vico no me iba a dejar escapar sin humillarme de veras. Me tomó de la barbilla y me forzó a levantar los ojos. Su sonrisa me enfermaba, se estaba burlando de mí, jugando conmigo como si fuera un títere.

—Tenemos asuntos que atender. —continuó y no necesitaba decírmelo. Sabía que Vico algo tramaba y estaba seguro que no era nada bueno.

Xxx

El ambiente a media luz, era un restaurante muy elegante. Nos dieron un lugar apartado cercano a la puerta de la cocina. Un nutrido grupo de comensales disfrutaban de la cena, ajenos a lo que sucedía tras las puertas plegables.

Vico entró hacía un rato, seguido de dos de sus gorilas. Me quedé en mi asiento, bajo la mirada atenta de Dan quien se mostraba tranquilo el hijo de puta. Sobre la mesa cuatro puestos estaban preparados. Claro que ni Dan, ni yo tocamos nada. Un par de copas esperaban con nosotros, pero seguían vacías.

Sólo a Vico le apetecía asesinar a alguien antes de la cena. Seguro al muy bastardo eso le abría el apetito.

El restaurante seguía llenándose de gente y desde donde me encontraba, podía ver quién entraba y salía. Me entraba cierta nostalgia de aquellos tiempos cuando era libre. Podía salir cuando quisiera a deambular por ahí, siempre vistiendo prendas robadas para disimular mi condición.

Al parecer siempre fui un tonto. En el restaurante había omegas presentes, pero su olor era tan sutil, casi imperceptible. La muchacha que recibía a los comensales era una omega. Su apariencia la delataba. Menuda y atractiva, me recordó mucho a Alessa. El camarero que acababa de pasar frente a nosotros, también era omega. Pero tampoco tenía un fuerte olor.

En cambio yo, casi no podía sentarme derecho, sin retorcerme de ansias. El olor de Vico me enloquecía. Lo tenía pegado a la piel, ocupando el puesto de Elemiah.
¿Por qué carajo tengo que pensar en ese bastardo? ¡Estoy peor de lo que pensaba! Cada vez que ese maldito alfa llega a mi mente, siento que la sangre se me alborota dentro de las venas.

Necesito tomar aire, el recuerdo de Elemiah me asfixia. Pero si me levanto, el hijo de puta de Dan me corta las piernas. Es bien capaz de hacerlo, de eso no me queda ninguna duda.

La gente sigue llegando, la noche avanza y a mí el deseo no se me pasa. Son esas malditas pastillas que no sirven para nada. Supresores de celo, mis nalgas. Me va peor con ellas. Antes de tomarlas no me sentía así de excitado.

Para empeorarlo todo, ahí viene Vico sonriendo como un demonio. No me cabe duda que estuvo gozando de lo lindo allá adentro.

—Señor Vico.—intervino Dan poniéndose de pie con un pañuelo en la mano. Muy acomedido el bastardo, le limpió el rostro.

Debajo del ojo izquierdo Vico tenía una mancha de sangre.

—Estoy muy hambriento.—añadió Vico con otra sonrisa e hizo un gesto para llamar a los camareros.

En seguida llegaron dos en tropel. Llenaron las copas, acomodaron los platos y cuando estuvieron por retirar el puesto extra, Vico los detuvo.

—Se está tardando. Ese miserable no conoce la puntualidad.

Me quedó claro que alguien más estaba por llegar, pero no tenía idea de quién sería. Daba igual, en esa mesa yo estaba de adorno.

Dan se levantó entonces y aparentemente fue a ver si ya llegaba. Lo vi caminar hacia la puerta y me quedé solo con Vico.

Tenía tantas ganas de atacarlo con mis preguntas. Quería saber a quién esperaba, porque no me traía buena espina. Vico bebía de su copa y de pronto me puso algo de atención.

—Miles.—me dijo con esa maldita sonrisa que no podía odiar con más ganas. —Puedo sentir cuanto deseas que te folle ahora mismo.

Me tomó de la barbilla y pude sentir su aliento sobre mis labios. Vico tenía razón y lo sabía. Su mano libre buscó mi entrepierna bajo la mesa y lo confirmó.
Los camareros iban y venían. Los guardaespaldas de Vico se mantenían en sus posiciones a poca distancia de nosotros. Dan estaba por volver seguramente y yo acababa de escurrirme bajo la mesa.

No necesitó ordenarme que lo hiciera. Mi cuerpo estaba en control de mis acciones y mi voluntad relegada en los confines de mi mente donde no estorbara.
El mantel tocaba el suelo, donde me encontraba arrodillado entre la pierna de Vico. Sentía mi rostro caliente, casi tanto como el resto de mi cuerpo. Oculto a los ojos del resto de los presentes, podía terminar lo que habíamos empezado en el baño hacía unas horas.

Cerré los ojos, eso puedo recordar. Luego de ello me dejé arrastrar por el deseo que me avasallaba. Mis manos buscaron el sexo del alfa, cuyo aroma de pronto me enloquecía y lo encontré esperando mis caricias. No lo pensé dos veces porque mi mente era un abismo en color blanco. Tomé entre mis labios la carne caliente, porque lo deseaba con todas mis fuerzas.

Me perdí completamente a las sensaciones que experimentaba en ese instante, junto con la noción del tiempo y el espacio. Pude escuchar movimiento sobre la mesa, voces también. Alguien acababa de llegar y ahora ocupaba la silla frente a Vico.

No detuve mis acciones, al contrario, arrecié las caricias con mis manos sobre sus testículos, mientras mi lengua recorría la extensión entera de su falo.
Las voces continuaron su conversación como si nada y yo seguía en lo mío, disfrutando cada segundo y cada centímetro. Pero no era suficiente. Quería más. Necesitaba que ese alfa me follara en suelo debajo de la mesa, encima junto con los platos de comida, contra las paredes...

Una de mis manos liberó mi pobre erección desatendida y al entrar en contacto con esta, solté un gemido.

No sé si los de arriba me oyeron y no les importó, porque seguí con lo mío. Masajeando el sexo dentro de mi boca y mi propio falo al mismo ritmo. Quizá debí prestar atención a lo que sucedía allá en la superficie, sobre la mesa. Una de las manos de Vico bajó a buscarme y me encontró devorándolo. Acarició mi cabeza con la punta de sus dedos, para luego cerrar el puño sobre su cabello.

El tirón que me dio no dolió en lo absoluto. De un modo u otro, mi cuerpo sólo podía sentir placer.

Pude sentir como Vico tensaba los músculos cuando acaricié una de sus piernas. La apreté con cierta fuerza, hundiendo mis dedos con saña, mientras dejaba que acabara dentro de mi boca.

Fue cuando me abandoné completamente. Dejé que su mano hiciera presión sobre mi cabeza, hundiendo mi rostro sobre su falo. No me resistí, si no que disfruté cada segundo de sentir mi boca repleta. Mis manos entonces buscaron llenarme de placer. Redoblé mis esfuerzos por hacer lo propio y no tardaría demasiado.

Con los ojos cerrados, el rostro húmedo, mi pecho vibrando como loco y mis piernas temblando, me dediqué a frotarme a mí mismo. Vico me soltó en algún momento y yo sólo supe quedarme en ese estado. Lamiéndolo, disfrutándolo.

El calor aumentaba y sentía que me iba a derretir sobre el suelo.

—Miles, sal de una vez.

De inmediato lo hice, más pronto de lo que quería. Me sentía terriblemente torpe. Apenas me podía poner de pie, quizá todo el tiempo ahí arrodillado me acalambró las piernas.

—Estas hecho un desastre. —Sentenció Vico.—ve a arreglarte.

En ese momento, nada más me haría mejor que ir al baño a calmarme un poco. No sé si le respondí o no, pero ya estaba camino a los servicios.

No di más que unos pasos y me di cuenta de dos cosas. La primera era que no sabía a dónde ir. La segunda que el suelo se había convertido en gelatina. Me estaba costando trabajo sostenerme cuando todo el piso se movía cuando avanzaba.

Uno de los camareros llegó al rescate y me indicó hacia dónde ir. Los servicios quedaban a cierta distancia y no estaba seguro de poder llegar a ellos con bien.
El calor no se me iba y terminaría atravesando el comedor completamente desnudo. El traje que traía puesto debía estar húmeda de sudor. No sólo eso, la excitación lejos de disiparse, crecía y crecía amontonándose en mi entrepierna.
Con dificultad pude sortear las sillas, mesas y comensales, en camino hacia mi destino.

Para remate no sólo el suelo se volvió blando, sino que ahora el mundo empezó a girar a prisa. Tanta que yo no podía seguirle el ritmo. Debí cerrar los ojos un momento, porque de pronto me topé con algo. No, era alguien.

Mi boca quiso decir algo, pero las palabras se me atoraron en la garganta, mientras que el aroma ajeno me dio de lleno en la cara. No podía ser posible, era ese olor a madera y menta que me perseguía en mis más oscuros delirios. No podía equivocarme, mi cuerpo lo reconoció antes que mi mente lo hiciera.

Esos ojos de fiera, esa expresión de sorpresa que ya le conocía. No podía ser cierto.

—Miles.—me llamó y definitivamente debía estar soñando.

—Elemiah, ¿qué haces aquí?


Espero que el capítulo haya sido de su agrado y me sigan acompañando en el resto de la historia. Les comparto mi página de escritora en Facebook, por si desean conocer mis demás novelas.https://www.facebook.com/groups/289370324730527/

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