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By Bluecities

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00:00 ¿Qué pasa a medianoche? Tres chicos, cuatro chicas. Un grupo, un reto. ¿Log... More

Medianoche
Reparto
INTRODUCCIÓN | Prófugo
CAPÍTULO 01 | La última vez
CAPÍTULO 02 | Iremos a esa fiesta
CAPÍTULO 03 | Totalmente sola
CAPÍTULO 04 | Valientes
CAPÍTULO 05 | Pista de baile
CAPÍTULO 06 | Crímenes perfectos
CAPÍTULO 07 | Broma pesada
CAPÍTULO 08 | Alguien sin experiencia
CAPÍTULO 09 | Así era yo
CAPÍTULO 10 | Actitud de superioridad
CAPÍTULO 11 | El riesgo es lo principal
CAPÍTULO 12 | ¿Cuál es el peligro?
CAPÍTULO 13 | Siete chicos, siete vidas
CAPÍTULO 14 | ¿Quién ganará, quién vivirá?
CAPÍTULO 15 | La pureza en la soledad
CAPÍTULO 16 | Miedo, ansiedad y nervios
CAPÍTULO 17 | Tic, toc
CAPÍTULO 18 | La culpabilidad de matar
CAPÍTULO 19 | No necesito ayuda
CAPÍTULO 20 | Código de medianoche
CAPÍTULO 21 | Cinco, cuatro, tres, dos, uno
CAPÍTULO 22 | Recuerda que morirás
CAPÍTULO 23 | Mientras te arriesgas
CAPÍTULO 24 | Eva
CAPÍTULO 25 | Veneno y remedio
CAPÍTULO 26 | Contrólate a ti mismo
CAPÍTULO 27 | Los héroes también caen
CAPÍTULO 28 | El circulo no puede romperse
CAPÍTULO 29 | Tempus fugit
CAPÍTULO 30 | Ya nada es real
CAPÍTULO 31 | No son miedos, son signos
CAPÍTULO 33 | No más mentiras
CAPÍTULO 34 | La chica que llora sangre
CAPÍTULO 35 | Salvar a alguien
CAPÍTULO 36 | Avanza para no morir
CAPÍTULO 37 | Seguimos siendo libres
CAPÍTULO 38 | Las puertas de Roma
CAPÍTULO 39 | Constante pesadilla
CAPÍTULO 40 | Libre de ser libre
CAPÍTULO 41 | Si te pierdes, te encontraré
CAPÍTULO 42 | Perdiendo el sentido
CAPÍTULO 43 | Ciudad de luces
CAPÍTULO 44 | ¿Quién estaba haciendo lo correcto?
CAPÍTULO 45 | Prueba al poder
CAPÍTULO 46 | Más allá del arcoíris
CAPÍTULO 47 | No dejes que se rindan
CAPÍTULO 48 | Ducha de sangre
CAPÍTULO 49 | Morir o salvar
CAPÍTULO 50 | Rogarás por piedad
EPÍLOGO | Luchen siempre, jugadores

CAPÍTULO 32 | Mis demonios me llaman amigo

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By Bluecities


CHASE

La mayoría de las veces los siete chicos que están encerrados en esa casa no son los únicos que tienen miedo de que llegue la hora. A medianoche pasan muchas cosas, a menudo son cuentos y, de vez en cuando, no lo son.

Richard y yo sabíamos uno de esos cuentos, uno entre millones, y no nos costaba ni un poco estar alejados de ellos. Verlos sufrir... a él no le dolía, no le costaba en lo absoluto, pero a mí sí. Más porque sabía que eran personas normales, que tenían una vida por delante antes de todo esto y que ninguno tenía por qué llegar hasta este punto, hasta este lugar que en realidad no entienden. 00:00 mató a muchas personas y va a seguir haciéndolo porque nadie sabe cómo detener a mi padre. Ni siquiera yo.

Es el constante problema de buscar siempre una solución, incluso cuando crees saber que no la hay.

Faltaban tan sólo unos minutos, quizás diez o menos, pero todos ya estaban preparados sentados en los sofás. Richard y yo los observábamos en silencio, como casi siempre. Era la primera vez que yo lo hacía, que fingía ayudar a mi padre en su locura. Por supuesto que era consciente de que no iba a ser fácil verlo, presenciar más de cerca lo que él hacía, pero no había ninguna otra forma. Tenía que conocerlo, acercarme a él después del distanciamiento, para así poder hacer algo.

Quería detenerlo, quería hacerle entrar en razón y acabar con todo lo que él hacía. Me sonaba a locura, sigue sonándome a locura, pero estaba cansándome cada vez más. Me hartaba saber que no tenía un padre, que la muerte de mi hermana lo había matado también a él y que a partir de ese sufrimiento él pensaba matar a más personas. Había perdido la jodida cabeza, yo también lo estaba haciendo, pero no sabía qué más hacer.

Sólo quería hacer las cosas bien.

Incluso si eso significaba volverme contra él.

—¿No te molesta que hayan descifrado lo de los signos?—le pregunté, observando a los siete chicos inmóviles que estaban encerrados escuchando el sonido del reloj.

Richard no respondió al instante y, cuando lo hizo, sentí un poco el fastidio en su tono de voz.

—No—dijo con sequedad—. Todavía no responden la verdadera pregunta.

Lo observé de reojo, sus ojos estaban fijos en ellos pero sus manos tecleaban un par de cosas a las máquinas. Nunca entendí de dónde o cómo lo consiguió, hacer que sólo le baste su mente para llevar a cabo algo tan grande como 00:00, pero ahí lo tenía. Todo lo que necesitaba eran las máquinas, tecnología, algunos grandulones por si las moscas y su mente. Era un genio, poseía una gran capacidad intelectual hasta el punto que eso lo volvió loco. Incluso recuerdo lo que siempre me decía citando a Edgar Allan Poe:

La ciencia no nos ha dicho aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia.

Al principio me sonaba a excusa, a algo que él decía para no aceptar que estaba perdiendo la cabeza. Pero con el tiempo entendí a qué se refería o, mejor dicho, cuál era la intención de repetirse esa frase.

Fortaleza.

Era su escudo, su muro, lo que lo mantenía de pie. Confiaba en que estaba cuerdo, se había convencido a sí mismo de ello y por eso permanecía de pie contra todo lo que día a día se dedicaba a hacer.

Mierda.

—¿Cuál es la verdadera pregunta?

No se inmutó, tampoco intentó girarse. Seguía concentrado. Demasiado. Sabía que no iba a decírmelo, o al menos eso pensaba. Su respuesta me tomó por sorpresa.

—Descúbrela—zanjó.

Y así como así la sala se me hizo pequeña. El mundo se me hizo pequeño. Sentí que había demasiadas cosas, preguntas sin respuestas, dudas que nadie iba a poder responder nunca. Me sentía grande pero, a la vez, minúsculo. Supe entonces que era verdad: había cosas, ciertos errores, que uno no puede cometer toda la vida. Yo no podía sentarme a su lado a esperar que él volteara a verme, que me mirase, que respondiera a mi pregunta: "¿te decepcioné? ¿Fui yo o todo esto es por ella?". Quería volver al pasado, a ese día, a los diez años; cuando mi hermana y yo estábamos aburridos, a cuando accedí a equivocarme, a cuando sus gritos llegaron a mis oídos y no supe cómo detenerlos hasta que una bala lo hizo por mí. Pero no quería volver a eso, quería volver al momento exacto en el que le dije que era mala idea para seguir con eso, para impedirle... morir.

—Yo no estoy jugando—intenté excusarme, sacándome de mis pensamientos.

Richard tampoco volteó, pero esta vez sí se detuvo.

—Todos estamos jugando. ¿Aún no lo entiendes?—me espetó con ese tipo de voz que parecía decirme que era lo último que iba a responder—. 00:00 es como la vida. La vida es un juego, uno que solo termina cuando mueres.

No lo entendí, claro que no. Pero me habría gustado hacerlo. Me habría gustado entender a mi padre incluso si eso significaba perder también mi cabeza.

Era lo único que lo habría hecho valer la pena.

DANIEL

Era la primera vez en la que la medianoche llegaba y yo seguía sintiéndome vivo. Acostumbraba a notarme cada vez más débil conforme las horas avanzaban pero esa vez fue diferente. Era mi día, supuse que se trataba de eso, y estaba más atento a todo que ante. No podía dejar de chequear el reloj, mis propios pensamientos, a Victoria...

De hecho, seguía preguntándome qué tenía que hacer. Era evidente que ayudarla como había intentado hacer sólo le hacía rechazarme con más ímpetu, como si pensase que estoy diciendo que de verdad está enferma. Pero no era eso lo que yo intentaba hacerle saber, solo pensaba ayudarla a darse cuenta de que había alguien que podía preocuparse por ella, sólo tenía que dejarse cuidar.

Observé el reloj justo cuando el último minuto se adelantó y la hora llegó. 00:00.

—La puerta—dijo Zayn entonces—, escuché que la puerta se abrió.

Observé que Heather intercambiaba una mirada con Esther. La primera intentaba preguntarle con señas si podía escuchar algo, y la segunda negaba con la cabeza, pero de todas formas sonreía. Me pregunté qué mierda tiene de bueno estar sordo. Pasé de eso y me adelanté hasta alcanzar a Victoria, quien estaba acercándose a la pared. Las luces se habían apagado y todo estaba a oscuras, por lo que era difícil encontrar la puerta que según Zayn estaba en alguna parte.

Finalmente, no sé con exactitud cómo, fui quién la encontró. Estaba entreabierta y en cuanto la empujé un poco más, un fuerte humo me abrazó y alguien detrás de mí me empujó para que terminara cayendo dentro del lugar. Mi cara se estampó contra el suelo y recuerdo que me quedé sin aire, pero creo que lo peor llegó cuando alcé la mirada y descubrí que ese lugar podía convertirse en muchas cosas. Hacia tan sólo un día había sido un pasillo, pero esa vez era el hospital de mis sueños. Sentí que estaba rodeado de pesadillas, de demonios que me perseguían a todas partes como si fuesen mis amigos.

Ya no estaba solo, eso lo sabía. Por primera vez no era el único ahí. Cuando Zayn me ayudó a ponerme de pie entendí que había arrastrado a todos a esa puta pesadilla de la que ni siquiera yo sabía cómo despertar. Heather y Esther reconocieron el lugar, y las vi intentando tocar algo que parecía rodearlas cuando en realidad no había nada. Nadie les preguntó qué hacían, tampoco esperamos a ver cómo reaccionaban. Victoria comenzó a caminar en dirección a otra puerta, esta vez una negra y se detuvo antes de abrirla. Volteó un poco en mí dirección y me indicó que me acercara.

—Creo que debes hacerlo tú, Daniel—repuso.

Se hizo a un lado. El resto del grupo ya estaba a mis espaldas esperando que abriera la única puerta, la que al parecer era el único camino para avanzar y salir de esa sala que apestaba a humo y, poco a poco, nos consumía. No aguardé más, empujé otra vez esa puerta y esta vez no caí, pero cuando alcé la mirada en dirección a la camilla que se encontraba frente a mí, me paralicé.

Estaba otra vez mi madre, ahora acostada, y un hombre que tenía aspecto de ser el doctor inyectaba algo en su cuello. Escuché un grito, creí que era mío pero era de mi madre, y luego cuando el doctor acercó dos dedos para tomarle el pulso, negó con la cabeza. Me lancé a correr hacia ellos sin querer hacerlo, salté sobre el hijo de puta del doctor y ambos caímos al suelo pero él se desvaneció.

No entendía qué ocurría, no entendía qué estaba haciendo ahí.

—¡Daniel!

Cuando escuché mi propio nombre tuve que ponerme de pie, y vi cómo el resto del grupo me esperaba a unos metros, al final de la sala. Observé otra vez la camilla y cuando vi que ahí no había nadie, creo que perdí el control. No era posible. Yo juraba haberla visto.

De todas formas me acerqué a ellos y avanzamos por un pasillo a oscuras, uno grande y destrozado. Las paredes estaban negras, sobre el suelo se veían varias cosas que no tenía idea de qué eran, aunque no había ningún rastro de vida. Era difícil respirar entre tanto humo pero a nadie parecía importarle. Todo ahí daba la impresión de estar muerto, tanto que creo que hasta yo comenzaba a estarlo.

Heather y Victoria eran las que guiaban al grupo, la pelirroja caminaba con cierta confianza como si supiese en dónde estaba poniendo su pie incluso antes de apoyarlo. Victoria lo observaba todo con atención como si quisiese encontrar algo, atenta a lo que pudiera suceder. En algún momento, Heather frenó en seco y nadie más lo hizo. Cuando la alcancé ella tomó mi brazo y me detuvo, luego señaló una pared, la que estaba a su lado, en la que podía leerse algo.

—Voy a dormir cuando muera—leí en voz alta.

Heather asintió. Recordé que era eso lo que le había dicho hacía varias horas.

No iba a explicarle que yo había soñado con todo lo que veíamos, que podía entender que se leyera eso en una pared que lo más probable era que mi mente haya creado. Le indiqué que avanzara y eso hicimos. Alcanzamos otra vez al grupo aunque, esta vez, ella ya no iba primera con Victoria. En algún momento nos detuvimos.

El pasillo que recorríamos se había terminado y daba lugar a otra puerta, lo que significaba otra sala. Esta era más grande pero Victoria no esperó a que yo lo hiciera, simplemente la empujó y luego nos dejó a todos que entráramos primero.

Me pregunté por qué estábamos ahí. Cuál era el objetivo. Y creo que cuando vi lo que había en la sala por fin pude entenderlo. El pasillo anterior se me hizo muy lejano, como si estuviese del otro lado del mundo, en un lugar a salvo. La sala que tenía frente a mí estaba llena de nada más y nada menos que personas muertas. Cadáveres. Todos tirados en el suelo, consumiéndose en un nuevo fuego que no había visto antes. Las llamas inundaban esa sala, creo que otra vez me faltó el aire porque no reaccioné ni siquiera cuando gritaron otra vez mi nombre.

—¡Daniel, reacciona!

Victoria jaló de mí y volvimos a salir por la misma puerta, esta vez corriendo. Heather y Esther eran las más rápidas. Cuando escuché a la pelirroja gritando pensé que ya todo estaba perdiendo el sentido.

—¡Tenemos que encontrar la salida!

Esta vez tomamos un camino que no habíamos tomado antes y bajamos un par de escaleras que me parecieron interminables. Cada paso que daba era inseguro e incierto. Todo estaba oscuro, ni siquiera veía en dónde estaba pisando, sólo sabía que la imagen que tenía en mi mente, la de tanta muerte, ya estaba torturándome. E iba a hacerlo durante un par de pesadillas más.

—¡Más rápido!—chilló Heather con desesperación.

Detenerme no era una opción pero mientras más lo pensaba, menos esperanza encontraba. Tantas veces me había encontrado a mí mismo atrapado en esos pasillos interminables, consumiéndome entre las llamas, ahogándome con el humo; que ya tenía más que asumido que era imposible escapar. Moriría intentándolo. No tenía opciones en las que pudiera salvarme.

No sé cómo pero apresuramos el paso hasta que alcanzamos otro pasillo. Este era más corto y llegamos al final del mismo pronto, de repente el siguiente pasillo se iluminó cuando lo tomamos y, al final de este, había una puerta. La reconocí antes de querer hacerlo. Estaba abierta de par en par y brillaba como si fuese el sol. Heather fue la primera en dar un paso pero, cuando lo hizo, la luz se apagó y se volvió oscuridad. Alguien entró, alguien que ya habíamos visto, y cerró la puerta dejándonos otra vez a oscuras.

Eva sonreía de una manera enfermiza que me dio miedo porque sentí que ya había visto esa sonrisa antes. Esta vez no traía ningún cuchillo, ninguna arma a la vista, pero seguía cubierta de sangre de pies a cabeza. Su vestido blanco ahora estaba roto, rasgado por los hombros y el pecho, y ella lloraba sin parar. Pero no eran lágrimas normales, no. Eva lloraba sangre.

La imagen de los cadáveres fue sustituida, le llegó a los talones a la nueva que daba Eva ahí. Estaba destrozada, se veía como un muerto andante. Tenía las piernas al descubierto, me fijé en ellas porque su piel era tan blanca que poco podía tener de real, estaba quemada y destruida. Podíamos ver a través de ella los huesos que intentaban sostenerla sin mucho éxito, algunos incluso saliéndose de su lugar. Y su sonrisa, la forma en la que sus ojos se clavaron en Victoria, acompañado de la manera en la que luego canturreó:

—¿Quién ganará, quién vivirá?

Si la muerte tuviese forma humana, sería la de Eva.

No se lanzó a por nosotros pero tenía la salida a sus espaldas. Eso solo podía significar que estaba esperándonos, lo hacía y con la seguridad de que iríamos a por ella. Por un momento sentí que me equivocaba, que le había errado al pensar en plural. Sus ojos sólo estaban fijos en Victoria como si sólo estuviese allí por ella y por nadie más. Noté un nudo en mi garganta, uno que quiso hacerme llorar cuando noté que la chica de pelo negro dio un paso, avanzó más que Heather, y enfrentó a Eva.

Sin embargo se detuvo antes de hacer nada para girarse y hablar en nuestra dirección. Me observó a mí. Solo a mí.

—Corran—susurró. Volteó hacia Eva—. En definitiva tú no vas a vivir, zorra.

Cuando Victoria avanzó, no lo hizo sola. Todos corrimos con ella y fue ese el momento en el que Eva sacó el arma que sabíamos que debía tener guardada: un hacha. Lo alzó sobre su cabeza y, al bajarlo, buscaba a una única persona. Victoria. Su objetivo era ella y nadie más, pero esta fue más rápida porque lo esquivó y saltó sobre Eva antes de que pudiera volver a alzarlo. La empujó con tanta fuerza que esta soltó el hacha y chocó su espalda con la puerta, abriéndola otra vez.

Lo que Victoria no tuvo en cuenta es que yo venía justo detrás de ella.

Al caer el hacha, lo hizo justo en mi hombro. Me hizo sentir como si me estuvieran partiendo en dos. El dolor fue instantáneo, electrizante.

Eva lo sabía. Lo tenía en cuenta.

Al final Victoria no era su único objetivo.

Yo también lo era.

La puerta estaba abierta, todos lograron escapar. Por el contrario a mí el hacha me detuvo, me dejó sentado justo a un solo paso de la salida. Siempre terminaba ahí, era donde me despertaba sin remedio. La luz los cegó a todos, eso lo tengo claro. Pero Eva desapareció, lo hizo como mi madre, lo hizo como lo hacen las personas al morir. Y juro que pude oír sus corazones ahí, en la nada, como si fuesen el reloj de la casa. Los escuchaba a la perfección.

Incluso cuando se detuvieron.




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