La cuarta zona

By Endore

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"La cuarta zona es un lugar restringido. A la cuarta zona no pueden acceder más que samosely y liquidadores. ... More

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Capítulo 15
Capítulo 16

Aletheia

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By Endore


22:59

El aire es limpio y no suena. El eco de unos tacones crea ondas en la sala. A juzgar por la distancia que abarcan, no debe ser un lugar muy grande. El sonido cesa y solo se escucha el repiqueteo de unas gotas de agua cayendo en un supuesto matraz. Hay algo más al fondo, pero no te importa. Estás expectante sobre lo que va a ocurrir. Entonces, una voz de mujer carraspea.

—Solo ha pasado un mes. Un mes, Willow. Esperaba más de ti.

La voz no dice nada. Se aprecia su respiración entrecortada. Parece estar cerca de la grabadora. La mujer suspira.

—No creas que me gusta hacer esto. Quizás debería llamar a un liquidador para que lo hiciera por mí. De esa manera a lo mejor tú...

—¡No!

La voz susurra algo entre dientes después de gritar. Su respiración se agita. Tarda unos segundos más en volver a hablar.

—Ahora ya recuerdo. Ya entiendo. Pero lo que vas a hacer no servirá de nada.

—¿Ya recuerdas? La voz de la mujer permanece impasible.

—No todo. Me duele. La voz solloza. Me duele recordar. Físicamente, joder. Y esta camisa de fuerza...¿acaso soy algún psicópata peligroso?

—Te rebelaste, Willow. Creo que eso cuenta como definición de peligroso.

—Creo que más bien me escapé. Los peligrosos sois vosotros.

La mujer vuelve a respirar hondo y se escucha el eco de un sonido metálico. Unos pasos más la acercan a la grabadora. Se suceden unos instantes en silencio.

—Aleja eso de mí. La voz sisea.

 —Oh, vamos, cariño. No es como si fuera la primera vez que te inyectas. De todas maneras, sabías que esto formaba parte del contrato.

—Un contrato que jamás firmé. Al menos Fausto tuvo la oportunidad de declarar sus intenciones al diablo.

—¿Acaso aún te dan miedo las agujas, Willow? Solías ser muy tierno antes. Ahora solo eres impertinente. Ugh, esta maldita grabadora. Al principio estaba bien para controlar tu progreso, pero ahora siento que solo te desquicias día y noche con ella. No importa. Ya te hemos requisado todos los cassettes.

 —Esto...La voz titubea. Esto es ilegal.

—¿A qué gobierno se lo vas a decir? ¿A qué policía? La mujer emite una risa sarcástica. Sí es cierto que llevas mucho tiempo ya encerrado. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Tres años? Bueno, las cosas no han cambiado tanto. Creo que no sabes quién tiene el control.

—El control es inútil.

—¿Por qué piensas eso?

—Porque es una mentira. Crees tener el control, pero nunca lo tienes. Los corruptos solo ocultan sus inseguridades fingiendo tener vidas felices e induciendo a que todos los demás sean igual de miserables que ellos. 

—Pareces saber mucho de esto.

—Soy infeliz. Soy miserable. La voz coge aire. Pero soy mío. Y eso te va a arruinar.

La mujer chasquea la lengua. Se aprecia el sonido de unas telas rasgadas y el mismo movimiento metálico anterior aún más cerca de la grabadora. Tras unos segundos, Willow gime.

—Tenía razón. Aún te dan miedo las agujas.

—Así que de vuelta a lo mismo.  

—Efectivamente. No tendría que haber sido así si lo hubieras evitado. Vas a acabar destrozándote, querido.

—Ya siento la droga correr por mis venas. Una vez me pregunté cuándo acababa yo y dónde empezaba ella. La amnesia ya no me importa. Me da igual olvidar. Me da igual destrozarme. Yo soy un ser insignificante. 

La mujer carraspea.

—Ahí está el problema. Piensas que solo te haces daño a ti mismo pero, ¿aún no eres consciente de lo mucho que afectan tus inútiles insurreciones a los demás? Piensas que están a salvo, aún cuando eres consciente de que no lo recuerdas todo.         

—No tardaré mucho en hacerlo. Y, cuando lo haga, nos reuniremos de nuevo.

—Ya me siento impaciente por nuestro nuevo encuentro. Mientras tanto, organizaré las cosas en la Central. Ese liquidador molesto...¿cómo se llamaba? Ah, sí, William. Vuestros nombres son parecidos. Creo que me ocuparé de que no os veáis por un tiempo.

—Él siempre vuelve. Siempre...lo hace.

—Cierra los ojos. Buenas noches, Willow. 

La grabadora se apaga.


19:37

El cassette se enciende. Se escucha el sonido de la transmisión. De lejos, el golpear de la lluvia contra una ventana. De vez en cuando, algún trueno. Tras siete segundos, una voz habla.

Día uno sin ti.

Ya llueve. Por fin llueve. Me gusta la lluvia. Me hace pensar en todos esos bailarines y músicos que hay en el cielo. Danzan y tocan canciones ancestrales en flautas de pan, que hablan de los dioses de la tierra mojada y el agua que crea y destruye. A veces se miran unos a otros, entusiasmados, y agitan sus largas melenas. Se preguntan si aquí abajo los escuchamos. Se percatan de que no, y entonces lloran. Y llueve.

Victoria me trajo unas magdalenas. Parece realmente contentas con ellas hoy. Su ánimo está muy decaído, pero se pone feliz solo con eso. Viene con Ángel, su novio, el cual no me cae bastante bien. No lo conozco mucho. Me mira y entrecierra los ojos como si supiera algo de mí que yo no sé, y entonces sonríe. Odio esa sonrisa. Me recuerda que soy desdichado.

Ha entrado un perro en mi casa. No sé cómo puede tener tanta sangre, pero ha manchado las alfombras...y lo he llamado Pandora. Hay algo que me dice que lo llame Pandora. No sé exactamente qué es, pero se mete en mi cama por las noches y me habla de cosas muy diversas. Sobre los Martes. Sobre Alejandro Magno. Es interesante. Alejandro Magno era una persona muy interesante. Me gustaría conocerle.

He encontrado un ordenador portátil en una habitación desordenada de la que no me había percatado, junto a unas cajas llenas de cachivaches que ya me ocuparé de mirar mañana. Dentro de ella se encontraba este viejo ordenador, de esos portátiles que aún requieren conectarse a la corriente, y tuve que buscar más a fondo para encontrar un cargador. Pensé que estos trastos ya no existían. 

Entré en internet y la pantalla se comprimió abruptamente en un chasquido rojo y negro. Creo que hay una especie de alma que reside en su cerebro central: los ordenadores tienen un catálogo infinito de ideas, y probablemente mucha información sobre cómo invocar a un demonio. Recordé a B. Blais hablando de los demonios como si estuviera hablando del tiempo. Dice que existen, realmente, pero son inseguros. Yo creo que no hay que ponerle nombres a la criatura que oscila debajo de nuestra piel, volando en espirales como si nuestro cuerpo fuera una jaula. Déjala estar. No te gustaría que se enfadase.

 A veces es bueno repetir las frases cliché que llevamos explotando a lo largo de toda la historia: el amor lo puede todo. Es cierto. Seguro que él es más listo que los astronautas y prueba a caminar por el sol de noche. Eso es lo que vi en Resktop Images: "El amor puede cambiar el mundo...incluso puede cambiar tus huellas dactilares. ¿Quién eres?" ¿Acaso importa?

Me metí en un chat de estos a los que solo va gente aburrida como yo después de comer a hablar con desconocidos a los que parece interesarles mucho tu vida. Pero todos hablaban en código binario, así que desistí. Me molestaban mucho. Es este síntoma de molestia que hace que quieras arrancarle la cabeza a la gente y decirle que te dejen en paz. Como cuando tus padres son muy pesados o cuando un amigo no deja de repetirte algo de su día que no te importa una mierda. Luego cerré los ojos y, sorprendentemente, me quedé dormido. Al abrirlos, sonaba el timbre y yo me desperezaba como si llevara siglos desconectado.

Me acerqué a la puerta y una sensación de sobrecogimiento me hizo empequeñecer. El vestíbulo estaba vacío y era oscuro. No sé si conoces esa sensación de permanecer a unos metros de la puerta, observando la manera en la que la mirilla reluce como si fuera una lupa por la cual la persona que hay detrás pude observarte, y tú fueras indefenso y patético detrás de tan estúpido trozo de madera. Tragué saliva mientras se sucedían las palpitaciones y miré a través de ella. Lo que vi me sorprendió.

Era un desconocido ataviado en un uniforme azul marino, con barba de dos días y un pelo rubio horriblemente destellante. Sus ojos chispeaban en olas de color agua marina. Sujetó el pomo de la puerta, tratando de abrirla, y un gesto sombrío cruzó su rostro. Yo me aparté, inquieto.

—¡Willow! —exclamó, y juro que no sabía que tenía nombre hasta que lo dijo él. Sonó muy familiar. Mi nombre no, es decir, la manera en la que lo pronunciaba. Dejé de sentir miedo y solo escuché como sonaban las letras de mi nombre. Él las hacía sentir como si fueran viento, agua o nieve. En especial, nieve. Pero no nieve embarrada y sucia, nieve blanca y limpia, justo antes de corromperse.  

 —¿Quién eres? —exclamé, y mi voz sonaba atrancada en medio de mi garganta. De alguna manera había conseguido gritarlo. El desconocido paró de hacer ruido y noté cómo se deslizaba lentamente, hasta quedar sentado con la espalda recostada al otro lado de la puerta. Oí como suspiraba. Yo hice lo mismo. Me senté a la vera de la entrada y, por algún motivo, deseé que aquella puerta desapareciera y nuestras espaldas se rozasen y nuestras manos se encontraran.

—Otra vez —rió él. Pero no estaba feliz, era una risa amargada. Se me hizo un nudo en el estómago. Tenía la sensación de que le había hecho algo malo a aquella persona. Como si hubiera hundido algo en el fondo de su alma. A menudo me preguntaba qué era el alma. Entonces numerosas ramificaciones se formaban en mi mente, comenzando a interpretar pobres recuerdos sobre materia, forma y sustancia, sobre la heliomorfis, y me preguntaba si el alma está separada del recipiente en el que la encierran...

Y, por alguna razón, sentí que la suya estaba conmigo. Yo la sujetaba entre mis manos, pero su alma se escurría y acababa cayéndose por el sumidero. Entonces volvía a mis palmas, fluyendo desde alguna gotera, solo para volver a escaparse de mis dedos una vez más. Esa sensación me creaba ansiedad. 

—Volveré —susurró entonces y, en un suspiro, se levantó y se fue. Me quedé solo. Jamás me había sentido tan solo y miserable. Empecé a llorar. Tuve la ligera sensación de que yo lloraba mucho, y de que era una persona insoportable. Me dolía el brazo en un punto concreto, como si alguien me hubiera pinchado allí. Pero dolía más el alma.    

Una noche más me acostaré y dormiré con mi pequeño demonio. No los entiendes. No puedes hacerlo. Son seres que están ahí desde Ese Momento. Tú sabes cuál es. ¡Vamos! Es mirar hacia otro lado y sentirlo, en una esquina de tu ojo, temblando, agazapándose. Se mueve solo. Tu respiración lo hace estremecerse y a ti te parece que hay algo dentro de tu cuerpo que respira, que la sangre que corre por tus venas está hecha de agua hirviendo. Entonces, lo ves. Tus músculos, palpitando al son de tu corazón. Se contraen y se oprimen, y puedes sentir cómo la desazón te llega al pecho e invaden, invaden cómo nunca antes lo habían hecho, y piensas que te vas a morir. Pero no pasa nada. Te echas en posición fetal y abrazas tu pierna, tu brazo, (¿tu barbilla?) con vida propia. El palpitar no se va. Tu corazón te recuerda que está ahí, y tu mente nunca gana.

La grabadora se apaga.

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