Arabella

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10:37

El cassette se enciende. Se escucha el sonido de la transmisión. De lejos, el golpear de la lluvia contra una ventana. De vez en cuando, algún trueno. Tras seis segundos, una voz habla.

Día uno sin ti.

He de decir que lo llevo bastante bien. Mi hermano me ha mandado hoy dos cartas, pero una se ha hecho añicos al abrirla y la otra estaba en blanco. Aunque entiendo lo que quiere decir. Él tampoco va a volver a casa.

Hay cosas que no tienen contexto, y esas son las más difíciles de explicar. Por ejemplo, el hecho de que a veces te eche tanto de menos que me duela el pecho solo de pensarlo y, en otras ocasiones, que me seas totalmente indiferente...supongo que será la consecuencia de tener un corazón tan estúpidamente humano. Por eso siempre te he dicho que las personas somos un fallo genético en este planeta.

Hoy Pandora no se ha pasado por aquí. Supongo que estará ofendido, porque justo ayer me di cuenta de que no era exactamente una chica, y decidí dejarle el apodo de todas formas. Yo creo que le gusta, pero no quiere reconocerlo. ¿A quién no le gusta un nombre tan bonito? Si pudiera cambiarle el apodo ahora le llamaría Dante, pero lo he llamado Pandora ya tantas veces que me sería imposible ver al pequeño de otra manera. Si está ofendido me da igual. Nunca se sabe lo que pasa por la mente de un perro.

Hoy no he encendido la televisión porque he desarrollado una especie de fobia hacia ella. Además, ni siquiera tengo una. He optado por escuchar las noticias por la radio, y son cada día más desesperantes. Espero que por allí vaya todo mejor, aunque me llamaría imbécil a mí mismo si me lo creyese. Espero que, al menos, estés a salvo.

Se escucha el rechinar de una puerta y un ladrido. La voz parece contenta.

¡Pandora acaba de aparecer! Tiene una mancha de sangre en el lomo. Es el tercer día que la trae ya. Al menos agradezco que venga tan pronto, porque lavar la sangre seca es tarea ardua. No sé qué cosas estarán pasando por el exterior, pero tampoco quiero averiguarlas. Tengo reservas de comida aquí para, por lo menos, un mes.

Luego me tocará investigar.

He de parar de escribir ya. Seguiré más tarde, si es que sigo vivo.

La grabadora se apaga.

18:42

El cassette se enciende. Se escucha el sonido de la transmisión. Ha parado de llover. Se oye el ladrido de un perro de fondo, y algunas voces que parecen provenir del exterior de la estancia. Más tarde, una puerta se cierra. La voz se apresura a hablar.

Acaba de venir Victoria, y ha traído muchas magdalenas. Luego fuimos al salón (o a lo que a ella le gusta llamar salón) y me contó cómo le había ido la semana. A mí no me interesaba, y ella lo sabía; pero lo hizo de todas maneras. No tuve más remedio que escucharla.

Victoria terminó su trabajo a las tres de la mañana. Justo en el momento en el que apagó su ordenador, el viejo reloj de cuco de su abuela empezó a crear eco en la pequeña casa con su atronadora melodía. Victoria me contó que había pensado en tirarlo un par de veces, pero suponía ser "patrimonio familiar" y reliquia hereditaria, además, temía que, en el caso de deshacerse de él en algún instante, volviera a estar a la mañana siguiente en el mismo y exacto lugar, como todas las demás cosas de su abuela que había intentado tirar. Así pues, lo dejó estar. Llevaba meses acumulando reclamaciones de sus vecinos para cesar el ruido a tan altas horas de la madrugada, pero como la iban a desahuciar en quince días, no se dejó llevar por la preocupación. Decidió hacerse un té verde y beberlo durante los quince minutos que duraba el repiqueteo del reloj, así me lo dijo, además de poner las 24 horas y ver las noticias que antes había podido leer tras la pantalla de su ordenador.

La mención a la televisión me creó ansiedad, pero Victoria trató de reconfortarme explicándome que era exactamente lo mismo que escuchaba en las noticias, solo que con imágenes. No me gustan las imágenes. Tienen el poder de relatar más que mil palabras, y un arma tan poderosa jamás debería cederse al frágil y débil corazón humano. Yo no confío en las imágenes.

Victoria no lo tomó en cuenta, mientras me contaba con detenimiento cómo había procedido a partir de ese instante; casi complacida por querer asustarme. La vieja televisión se encendió con un chasquido, produciendo policromadas líneas por todo su monitor. Victoria acercó su rostro a la pantalla, poniendo el oído de forma que rozase la periferia; mientras su pelo se empezaba a erizar ante la electricidad que surgía del aparato. El traqueteo de la maquinaria chirriaba y se movía como si llevara años sin utilizarse, pero pronto produjo un último estallido tras el cual la pantalla se encendió.

Las voces surgieron de la televisión y Victoria sonrió, complacida. Al menos me imagino que hizo eso, porque siempre sonríe de esa manera cuando algo le sale bien. Debió tomar la taza de té entre las manos y arrimarla a su pecho, buscando el calor que solo algo material produce cuando no hay nadie a tu lado; y sentarse en el sofá buscando la placidez familiar que dice no encontrar en mi casa, como si fuera mi culpa, ¿sabes?

En ese punto Victoria hizo una pausa, y miró al vacío como si de repente hubiera aparecido un dragón del suelo, lo cual sería perfectamente normal en aquellas circunstancias. No dijo nada más, excepto que había visto las noticias. Supuse cuán contenta se debió sentir, observando cómo todos los males que se relataban en la televisión los había creado ella y nadie lo sabía; casi como un Dios invisible manifestándose ante su dantesca creación. Entonces cogió su bolso, dejó algo de comida enlatada para Pandora en el suelo y salió dando un portazo.

¡Qué rara es Victoria!

Se escucha una risa. La voz parece dejar el cassette y marcharse de la habitación. Tras unos minutos, la grabadora se apaga.

21:59

El cassette se enciende. La lluvia vuelve a repicar en las ventanas. La voz titubea.

Acaban de llamar a la puerta. No sé quién es, pero estoy asustado. Victoria tiene llaves, no tendría por qué llamar a la puerta. Ángel suele venir con Victoria, sería muy raro que viniera él solo. Tampoco quiero que sea Ángel, por supuesto.

No me cae bien Ángel.

Anda por ahí como si fuera feliz y todo. Es como comer un bocadillo, pasear en tu bicicleta nueva o presumir de tus Nike delante de un niño pobre.

Realmente insoportable.

Yo era el niño pobre. Aunque estaba hambriento de felicidad.

El timbre suena de nuevo. La grabadora se apaga.

23:34

El cassette se enciende.

No había motivo por el cual asustarse: me acaba de visitar una de mis nuevas vecinas. Dice que llegó aquí hace poco, y que es tan extrovertida que debe conocer a todos sus compañeros de piso. Al principio me pareció un poco prepotente, aunque luego pude averiguar que es una chica de lo más encantadora, con ideas límpidas y frescas, principios grabados como tatuajes en el paso del tiempo. No hay sensación más placentera que eliminar un mal prejuicio que formaste sobre una persona en el primer encuentro. En mi opinión, es el único momento en el que el humano ve roto su orgullo de forma satisfactoria.

Pero eso no era lo que más me llamó la atención sobre Arabella. Se llama Arabella, sí, como la de Jude el oscuro, y es igual de guapa y de astuta. Quizás es su belleza la que eclipsa tan bien todos mis sentidos, que se ven desmesuradamente sorprendidos por un ser tan grácil y apasionante. No hay nada de inocente en sus gestos o su mirada, sin embargo, su voz tiene el candor de una adolescente ensimismada con contemplar a la vida en su máxima virtud, y eso la llena de encanto. Me distrae de mis pequeñas incongruencias y me ha ayudado a hacer la lista de la compra:

-Dos cubos de leche

-Tres palos de fregona

-Comida (para Pandora), en lata

-Microchips de mazapán

-Un árbol de Navidad nuevo

-Espejismos (a ser posible, orgánicos)

Y luego, al final, solo al final; cita a Ted Chiang -"El infierno es la ausencia de Dios".

Creo que es noviembre. Hasta mañana.

La grabadora se apaga.

La cuarta zonaWhere stories live. Discover now