Capítulo 15

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Parte 2

Narración: El viaje

Los tubos fluorescentes colocados en el techo a modo de lamparillas iluminaban el interior del edificio, sumiéndolo en un brillo tétrico y metalizado. A pesar de que el ambiente estuviera climatizado, el frío de febrero se colaba por los conductos de ventilación y hacía estremecerse a Ángel. Se quitó la máscara de gas, disfrutando del aire limpio de iones malignos y cargado de depurado oxígeno que se podía respirar en cualquier instalación poblada de liquidadores.

El portugués enfundó sus manos en unos guantes grises mientras caminaba por el pasillo del ala oeste, aparentemente tranquilo a pesar de no conocer tanto como querría las instalaciones del Centro de Química y Desarrollo, y de estar guiándose tan solo con las indicaciones que Arabella le transmitía a través de un pinganillo colocado detrás de su oído izquierdo. Su ignorancia respecto al Centro surgía porque, al contrario que William, él nunca había trabajado en un laboratorio de química farmacéutica. Sus funciones estaban relacionadas con la psicoanalítica y las evoluciones psíquicas de los pacientes, todo ello en conjunto con la administración de drogas continua: el neumune para la radiación, el almitato de paliperidona como antipsicótico inyectable que William había conseguido comprimir en una cápsula soluble junto a una leve dosis de potentes ansiolíticos y, por supuesto, los antidepresivos. A pesar de no ser tan indispensable como algunos de sus compañeros, cuyas innovaciones y experimentos en el campo radiactivo hacían progresar el proyecto año tras año, nunca estaba de más tener a alguien que psicoanalizara el desarrollo de los samosely y les lavara aún más el cerebro.

Años atrás, cuando Ángel estudiaba psiquiatría en la Sede de los Galenos (poco más tarde de tener que abandonar la Universidad de Lisboa), planeaba dedicar sus días a sentarse en algún cómodo sillón o trabajar en algún hospital psiquiátrico recetando pastillas, no drogando a conejillos de indias en una de las zonas más contaminadas del planeta. Tampoco es que tuviera mucha elección. A pesar de no estar tan expuestos a la muerte como los samosely, Ángel juraría que la mitad de los liquidadores allí sufrían las mismas condiciones que los recluidos pacientes. El contacto con la radiación, aunque infinitamente menor, les desgastaba; además de que no se encontraban allí por voluntad propia, sino ajena. Esto sin tener en cuenta a personajes como Laertes, quienes parecían disfrutar del dantesco hospicio y las tétricas funciones encomendadas. Nada que no se pudiera esperar del único hijo natural de la Jefa, por supuesto.

-Vas bien -le informó la suave voz de Arabella-. Aunque juraría que han cambiado los planos.

-Actualizan el edificio cada medio año -susurró Ángel a su compañera-. Con el propósito, supongo, de que ni ellos mismos recuerden donde se encuentran las instalaciones secretas.

El chico pudo sentir el asentimiento de la pelirroja al otro lado de la línea. Tomó otra bocanada de aire, sintiendo cómo renovaba sus pulmones.

-A cien metros hay un guardia -dijo la chica con su remarcado acento eslavo-. Será mejor que te ocultes.

Un ruido de pisadas en el pasillo contiguo se lo confirmó. Apenas unos segundos después, cayó en la cuenta de que había un oportuno hueco entre las habitaciones de su derecha que probablemente la chica hubiera predecido. Internándose en la oscuridad mientras observaba con impaciencia cómo el soldado vaalbo se acercaba, agradeció a Arabella internamente el haberle alertado a tiempo.

-Probablemente lleve pistola...probablemente sea más alto que tú...

-Deja de recordarme que soy bajito -gruñó Ángel, alertando de su presencia al guardia, quien se giró para mirarle con un gesto de incredulidad. El chico sonrió.

La cuarta zonaWhere stories live. Discover now