Lete

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12:03

El cassette se enciende. Se escucha el sonido de la transmisión. A juzgar por el tono del golpe producido, alguien acaba de dejar una taza en el escritorio.

Día cuatro sin ti,

hoy le he abierto la puerta a tu estudiante. Quien, por cierto, se llama Halcyon. Fue lo primero que dijo al entrar. Luego se apresuró a la cocina.

—¿Tienes café?

—Sí —contesté.

—¿Dónde?

—En algún lugar —silbé.

Halcyon no parecía molesto, lo cual me resultó molesto.

—Si no me lo dices, lo buscaré yo mismo.

—Creo que eso es allanamiento.

—No. Me has dejado entrar.

—¿Qué es ese nombre, de todas maneras? —chisté—. ¿Halcyon?

—Un nombre. Como otro cualquiera.

—Ya veo.

—Puedes llamarme Hal.

—No te voy a llamar nada.

Sonrió de nuevo, no sé muy bien si por mi contestación o porque había encontrado el café.

La grabadora se apaga.  


13:56

El cassette se enciende. Se escucha el sonido de la transmisión.  La habitación está más silenciosa de lo habitual. La voz habla en susurros.

Acaba de aparecer un monstruo en mi habitación.

Cuando me levanté me estaba mirando, pacientemente. Como quien no quiere la cosa. Desde la esquina no logré atisbar ni una sonrisa de su parte. ¡Ni siquiera dijo hola! Qué mal crían a los monstruos últimamente. Supongo que la cortesía no era lo suyo, pero como las virtudes vencen señales, lo dejé estar y fui a hacerme un zumo.

Al volver, seguía allí. Parecía estar cómodo.

Era agradable a la vista, casi adorable. Sus grandes ojos chispeantes me miraban con dulzura mientras abría las fauces dejando ver un sinfín de dientes puntiagudos. Supuse, entonces, que no sabía hablar. Ni moverse. Aunque estaba seguro de que, si se esforzaba lo suficiente, conseguiría mover la cola.

Creo que pestañeó mientras yo pestañeaba.

La grabadora se apaga. 


16:04

El cassette se enciende. Se escucha el sonido de la transmisión. Todo sigue igual. Excepto por la voz, que muestra un tono más seguro.

Creo que el monstruo tiene hambre. Y digo creo porque realmente no lo ha manifestado en voz alta. A juzgar por su expresión inamovible, está hambriento.

Y yo también. Empiezo a ver las costillas apuntalando mi caja torácica, pero no voy a comer. La comida es un bien sobrevalorado, y económico, y tangible; a no ser que comas ideas, lo cual está muy bien. La mayoría de la gente hoy en día prefiere engullirlas, y eso puede provocar dolor de inteligencia.

Todos esta terminología tan compleja la aprendí cuando iba al instituto.

Recuerdo haber tenido una profesora en el último año que me caía muy mal. Se reía de mí todos los días. No en el sentido directo sino que, cada vez que decía algo incorrecto, me trataba como si fuera el ser más estúpido que había visto en el planeta. En cada lección me hacía sentir más y más pequeño, más indeseable e inútil, así que un día decidí dejar de responder y permanecer cabizbajo en mi asiento. Al final de una de las clases me llamó, preguntándome si mis compañeros se metían conmigo por mi aspecto físico.

La cuarta zonaWhere stories live. Discover now