Hambre

By AlexKiaw

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Desde que era muy pequeño, Ángel Var puede ver a los fantasmas que moran en la antigua casa de la Ciudad de M... More

Una dona glaseada
Bo Co Lis
Una fiesta triste y el pirata Robin Hood de los mares
Chocolate
La casa Landa de Sotomonteros
Zopilote
Misha
Él ve la sombra
Un inesperado dolor
Convalecencia
Un mundo gris
Fruta
Siempre en tinieblas
Pan de muerto
Estrellas
Como en casa
Pavo y Rompope
Nochebuena
Primera vez
De fantasmas
Por fin solos
Separación
Día de tianguis
Vidente
El loco, los enamorados, la muerte
Jamaica
La verdad.
Perdido
Dormido
La finca
Dolores
Cavar
El primer beso
Una puerta
Aquél día
Esqueleto
Prisión de luz
Limpiando la casa
Gratitud

Damiana

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By AlexKiaw


—¿Qué tienes, papacito? ¡Has estado de lo más apachurrado desde que volviste a casa!

—¿Apachurrado? Tasha, ¿qué es eso? —preguntó el joven, entre risitas involuntarias. Ella estaba de pie frente a la mesa del comedor limpiando romeritos para la cena. Tenía, probablemente, una montaña de diez kilos de ramas verdes a las que arrancaba los brotes que lanzaba uno por uno dentro de una gran cacerola; se suponía que Misha tenía que ayudar a picar cebolla, pelar ajos o camarones. En cambio, estaba tumbado en el sillón, cambiando de canal sin que ningún programa atrapara su atención.

No quería ver la televisión, ni quería apagarla. No tenía ganas de quedarse ni fuerzas para irse; una ansiedad desconocida le tenía de mal talante desde el inicio de las vacaciones, pero ¿apachurrado? Resopló para sus adentros.

¡No estaba apachurrado, aburrido ni triste! ¡Lo que tenía eran unas enormes ganas de salirse de su propia piel!

En la cocina, su madre y su hermana Ana María cotorreaban con Ekaterina, madre de Tasha.
La tía Katy, como todos la llamaban junto con su esposo Kolya y sus tres hijos vivían en Ensenada, Baja California. Y cada diciembre viajaban a la Ciudad de México para visitar a la familia de su hermano adoptivo y pasar las navidades con ellos. 

La tía Katy llegó a la vida de la familia Baeva cuando su padre rondaba quizás los veinte años, tenía la misma ascendencia rusa, por parte de madre y padre, que toda la familia Baeva. Su madre fue una jovencita que ayudaba a la abuela Baeva en los oficios de la casa a cambio de comida y techo durante su embarazo. Desapareció tan pronto como se recuperó del parto, sin dar ninguna información del padre de la niña. La abandonó y jamás volvió. La abuela Lena tenía sesenta y cuatro años, pero sin importar que fuera vieja y se sintiera cansada, adoptó a la niña y le dio todo el amor y cuidado que le fue posible.

Quizás por eso la tía Katy era tan buena persona.

Apenas unos pocos años mayor que la madre de Misha, las mujeres se entendían muy bien. Entre bromas y chismorreos frescos traídos directamente de Ensenada, preparaban papas, mole, pescado y el resto de cosas que iban a cenar esa noche.



***


En la calle, su padre permanecía sentado en la misma banca de siempre. No solía tomarse días libres. "Comer a diario, trabajar también" solía decir, con la convicción de que siempre habría clientes para la sabrosa nieve, aunque hubiera un clima frío.

Tal vez, por ningún otro motivo que para ayudar al pobre viejito de la calle de Santiago y que vendía nieves en invierno para sostener a su familia, era que sus clientes compraban en la víspera de la Noche Buena.

Esa tarde no estaba ni triste ni solo. Le acompañaban Kolya Záitsev, rubio y medio calvo, inmigrante de primera generación desde San Petersburgo y sus hijos, Nikolai de veinticinco y Fedor de veinte años, jóvenes y tan guapos como su pequeño Misha.
Disfrutaban sentados en la misma banca dell primero de todos los vasos que beberían esa tarde, de licor de Damiana.

Era ya una tradición que, parte del equipaje de Kolya, consistiera en una caja y a veces dos, con veinticuatro botellas de licor de Damiana artesanal, que él y su familia producían y vendían en Ensenada a pequeña escala.

El viejo Michaël usaba esas botellas a lo largo del año para elaborar un tipo de nieve muy especial, con el exótico toque de hierbas tan propio de la Damiana, muy apreciado entre sus clientes habituales. Esa mañana ya casi había vendido la mitad del cubo.
Y los otros sabores; café y beso de ángel con abundantes nueces y cerezas, también tuvieron gran demanda.
A ese paso podría terminar temprano y comenzar a festejar dentro de la casa.
Por lo menos, antes de que estuvieran todos borrachos.

Fedor entró a la casa sosteniendo en una mano una botella y en la otra su vaso a la mitad. Apenas tres años mayor que Misha, era su primo favorito. Y Tasha era su consentida.

No conocía a nadie más de la familia de Ensenada. Aquéllos no visitaban la Capital y Misha nunca hizo el largo viaje al norte.

Al verlo en el sillón con el ceño fruncido, miró a su hermana con las preguntas danzando en los ojos. Tasha encogió los hombros, molesta. No eran las divertidas vacaciones que los hermanos esperaban.

Misha estuvo de un humor excelente, el día que ella llegó ansiosa por el inicio de sus vacaciones. Lo primero que hicieron fue pasear en el Centro Histórico.

Era todo sonrisas, pero repartidas entre ella y su "mejor amigo". 

Fueron a caminar por la plancha del Zócalo, compraron pan en una pastelería muy famosa y miraron los escaparates. Cuando oscureció, los edificios coloniales se iluminaron. La decoración de Navidad del Palacio de Gobierno era algo que simplemente adoraba de sus vacaciones navideñas. En Ensenada nada era así, ni tan grande, ni tan majestuoso.

Ya era tarde cuando se hartaron de ver y de pasear. El chico, "mejor amigo", quiso llevarlos a casa, pero Misha no lo permitió. "¡No! ¿Cómo crees que nos vas a llevar hasta allá? ¡Está muy lejos y ya fuiste una vez hoy! ¡No, por favor, no te molestes! Nos vamos en el metro".

De todos modos la estación más cercana estaba a unos pasos. Por Tasha estaba bien. Le gustaba ir en metro. Era emocionante.

Además, el niñato le había caído muy mal desde el principio. Tenía una cercanía con su primo que le desagradaba. La dejaba fuera, le quitaba su atención. ¡Y había algo más! Oscuro y ruin envolviéndolo, como un halo de maldad. Algo nefasto que le provocaba una ligera pero incómoda nausea.

Si enfocaba la mirada en el chico, nada era memorable. ¡Era un zoquete cualquiera! Ni siquiera estaba guapo; era más bajo que su guapo primo, de pelo oscuro que necesitaba un corte, delgado, un poco delicado.

Amanerado realmente no. ¡Eso era lo único que faltaba!

Tampoco era como sus hermanos, tercos, cabezas huecas y varoniles. 

A lo mejor por ser capitalino era tan delicadito. Porque Misha lo era también. Una suavidad que le gustaba en su primo y que detestaba en ese chico.

Resultó que el zoquete ese también quería ser actor, como Misha y mucho de la conversación giró en torno a los maestros, las clases y las materias de los dos. A Tasha le fascinaba el tema, aunque la presencia del chico lo arruinó todo.

Sin embargo, cuando entraron al metro y ella quiso saber todo sobre Misha, su primo cerró la boca y se fue hundiendo lentamente en una especie de mal humor, que alcanzó su punto máximo la mañana de Nochebuena.

—Primo —dijo Fedor—, estás de un "Grinch" insoportable. ¿Qué es lo que te pasa?

El suspiro del muchacho no auguraba nada bueno. Fedor apretó los labios. Iban a volver a Ensenada el tres de enero. Ya había transcurrido la mitad de sus vacaciones, ¡y no se estaba divirtiendo lo suficiente! Todo, por la melancolía de Misha.

Vació el vaso de licor en su garganta y lo llenó otra vez. De pie frente a su primo, ofreció el contenido. Misha lo rechazó con un gesto, sin mirar a su primo. Pero a Fedor no le importó.

—No te estoy preguntando si quieres. Toma un trago. ¡Te urge!


***


Cuatro vasos después, se reían de todo lo que Fedor, apenas un poco menos mareado, decía.

Y Tasha secundaba las carcajadas, con tres vasos de licor dulce en su organismo. la bebida que siempre le pegaba con fuerza, logró su cometido; anestesiar los malos humores de Misha.

Los romeritos quedaron en el olvido, sobre la mesa.

Cuando María, la madre de Misha, salió de la cocina para comprobar el avance y encontró a los tres jóvenes achispados, la botella vacía en el suelo y más de la mitad de los brotes de romeritos unidos aún a sus tallos, pegó el grito en el cielo.

Los muchachos salieron corriendo de la casa para escapar de la lluvia de contundentes golpes con una cuchara de madera, se estrellaron contra el dintel de la puerta en el afán de salir los tres al mismo tiempo y haciendo caso omiso a los gritos de la tía Katy, que les gritaba muchachos desobligados, huyeron hacia la calle.

Tampoco Michaël o Kolya, que bebían en la entrada, lograron llamar la atención de sus hijos.

Se perdieron por las calles, abrazados y cantando villancicos.



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