La verdad.

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—¿Qué haces aquí? —Ángel no intentó reprimir la molestia en su tono.

Luciano se levantó de su asiento al escuchar la voz de su hijo. Mostrando su rostro severo, el que reservaba para las boletas con calificaciones no aceptables y comportamientos fuera de lugar.

A su lado Sandra con la mitad del cuerpo escondida detrás de su marido. Una mano en su hombro, para contenerlo y sostenerse de él

Atrás, Misha se puso de pie.
Se le notaba nervioso, pero resuelto. A pesar de que esa reunión le molestaba, Ángel sintió gran alegría al verlo.

—¡Pasa y siéntate! —Imperativo, Luciano señaló el sillón de dos plazas en el que Misha estaba.

"¿Qué demonios le dijo?" se preguntaba, caminando enojado hacia el lugar asignado. "¿Que eran novios?" "¡No se atrevería!" "¿O sí?"

Tomó asiento al lado de Misha. Hubiera sido genial aferrar su mano, sentir el confort de su apoyo. En cambio, se recargó en sus propias rodillas y apoyo el mentón y labios en sus dedos extendidos.

—¿Qué pasa? —preguntó. El ambiente tan solemne lo ponía nervioso. En su casa, su familia no acostumbraba protocolos o ceremonias como ir a la sala a hablar de algo. Si tenían un problema, podían discutirlo a gritos en donde estuvieran —en el caso de Luciano—, o portarse como adultos y tratar de ser comprensivos—, Sandra solía escoger esa opción.

—¿Es cierto que ves fantasmas? —La voz de su padre era una mezcla de incredulidad y decepción.
El rostro amargo de Ángel habló por él. ¡Odiaba hablar de ese tema! Se sentía estúpido. Además, ¿Quién iba a creerlo? Por algo no hablaba de ello. Significaba que era un bicho raro. Más raro de lo que ya pensaban que era.

—¿A qué viene eso ahora? —Ángel ya no era un niño. Y no tenía porqué comportarse. Se volvió contra Misha— ¡No tenías que hablar de esto! ¿Qué les dijiste?

—La verdad, nada más. —Al contrario de Ángel, Misha estaba muy tranquilo.

—Ángel —susurró Sandra. Como suelen hacer algunas madres, se deslizo a su lado para proteger, consolar, apoyar y controlar a su hijo en caso de que fuera necesario cualquiera de esas opciones o todas—. Tenemos que saberlo. Es algo malo lo que te sucede. No puedes dejarnos fuera, somos tus padres.

—¿Por qué nunca nos dijiste? —exclamó Luciano enojado. Él podía querer una respuesta. Pero Ángel no quería lidiar con las consecuencias de decir las cosas como eran. Encogió los hombros.

—Misha dice que tuvieron un encuentro difícil. Que esa fue la razón de que se fuera de casa. —Sandra mantenía ese tono razonable, funcional aunque irritante, era el filtro entre su impulsivo padre y Ángel—. ¿Es verdad?

La agobiante sensación de confinamiento aumentó; se levantó para caminar con largos pasos de felino enjaulado que, muy de vez en cuando, iba bien para sus emociones desbordadas.

—¿Crees que Misha miente? —Estaba en ese punto en el que cualquier cosa lo enojaba más. Una pregunta estúpida, por ejemplo, podía sacarlo de sus casillas.

—No es que...

—¡Él no miente! ¡Ni yo tampoco! De todas maneras, ¿por qué les importa ahora?

—Misha dice que eso le está haciendo daño. —Luciano respondió.

Ángel miró a su padre, que participaba en la escena con evidente incomodidad.
Para Luciano, tales cosas como los fantasmas eran tonterías.
Lo que lo tenía tan incómodo era que Misha estaba ahí, en una actitud que hablaba claramente de una relación entre ellos. Algo que él ya intuía, cuya confirmación, la quisiera o no, estaba frente a sus narices.

HambreWhere stories live. Discover now