JUGANDO A JUEGOS DE MAYORES

By mariaburiel

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Alejandra es una niña bien, estudiante de periodismo guapa que le gusta mucho salir por la noche. Pronto desc... More

JUGANDO A JUEGOS DE MAYORES
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8 resubiendo
CAPITULO 9
Capitulo 10
CAPITULO 11
CAPITULO 13
CAPITULO 14
CAPITULO 15
CAPITULO 16
CAPITULO 17
CAPITULO 18
CAPITULO 19
CAPITULO 20
CAPITULO 21
CAPITULO 22
CAPITULO 23
SEGUNDA PARTE: CAPITULO 24
CAPITULO 25
CAPITULO 26
CAPITULO 27
CAPITULO 28
CAPITULO 29
CAPITULO 30
CAPITULO 31
CAPITULO 32
CAPITULO 33
CAPITULO 34
CAPITULO 35
CAPITULO 36
CAPITULO 37
CAPITULO 38
CAPITULO 39
CAPITULO 40: EL FINAL
EPILOGO

CAPITULO 12

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By mariaburiel

Eduardo como estaba previsto me llamó el domingo. No hizo alusión al tema del sábado, ni de mi mal humor o depresión, como se quiera llamar, cosa que agradecí profundamente. La verdad es que no me gustaba que pensase, a los dos días de conocerme, que era una inestable con depresiones, pero tampoco me moleste en aclararle nada sobre el asunto.

Quedamos el domingo y me invito a cenar a su casa. Quedamos en que me pasaría a buscar a las nueve y media aproximadamente, ya que le expliqué donde estaba mi casa, pero no era demasiado fácil llegar hasta ella. La verdad es que estar junto a Eduardo era una sensación extraña. Ciertamente no era enamoramiento, no sabría describir la impresión, era como una mezcla de alivio, de seguridad, era como sentirme segura, también, de mi misma. En el fondo yo no sabía si quería estar con alguien, ya que yo siempre me había considerado bastante independiente. Otra cosa que me hacía dudar era mi resistencia hacia las relaciones serias. No era exactamente odio a los hombres, pero la vida me había enseñado que eran poco fiables, que no merecían la pena porque al final siempre se acaba sufriendo. También comprendí que el amor de verdad no existe, es algo irreal, imaginario, inventado por la sociedad, como se pudo inventar la televisión. El amor para mí era una sensación ficticia, aunque he de reconocer que esa sensación es algo fuera de lo normal, pero es tan efímera que cuando se pierde, como todavía no te ha dado tiempo a disfrutarlo plenamente, la sensación es tan amarga que a la larga no sé si merece la pena gozarla para que luego se vaya, desaparezca, dejando un gran vacío en ti.

            A las nueve y media estaba exactamente en la puerta de mi casa. Espero que no se me notase la cara que se me puso cuando le vi en aquel coche. Apareció en un BMW, azul marino oscuro, con tapicería de cuero, y todo tipo de detalles en él. Era una maravilla ir en ese coche. Fuimos a su casa, vivía en el barrio Salamanca, cerca de Velázquez. Entramos en portal de casa antigua, pero impecablemente nueva. Cuando abrió la puerta de su casa yo me quedé alucinada por completo. Era un dúplex, y era enorme. El salón tenía tres niveles y una preciosa vista de Madrid antiguo. La decoración era moderna, pero con mucha clase. Tenía una gran pantalla de televisión, que fue lo primero que me llamo la atención. Había también en el salón un bar, cosa que particularmente me encantaba como parte de decoración de cualquier casa. Me dijo que me sirviese lo que quisiera que iba a terminar de preparar la cena. Me quedé en aquel enorme salón, admirando minuciosamente todo, me fui y me serví un whisky mermado con coca cola y me senté en una banqueta. Me sentía perdida en aquel inmenso y lujoso lugar, me sentía fuera de sitio, quien me iba a decir que con el paso del tiempo aquella seria casi como mi casa, y que hasta tendría la llave.

            He de reconocer que estaba un poco nerviosa, ya que al fin y al cabo, había conocido a Eduardo hacia tan solo dos días. Era un perfecto desconocido para mí. Son en ese tipo de situaciones en las que piensas que estás loca y que como se te ocurre aceptar una primera invitación en casa de un hombre que apenas conoces, que podría ser perfectamente un sádico. Me empecé a reír bajito, como para mí misma, y como en muchas otras ocasiones, empecé a decirme a mí misma "Alejandra, estás loca". También estaba nerviosa en cierto modo, porque no sabía bien si quería acostarme con él, y como sabía perfectamente que un tío no te lleva a su casa tan solo para invitarte a cenar y mirarte la cara y decirte lo mona que eres, pues tenía mis miedos. No es que no quisiera, pero la verdad es que prefería esperar un poco, a que mi vida se regularizase un poco.

            Cenamos en una mesa perfectamente preparada y una cena exquisita. Eduardo me observaba atentamente cuando le hablaba, interesado por cada cosa que decía, por cada gesto de mi cara y de mis manos.

            - Te tengo que reconocer Alejandra que me tienes absolutamente encandilado.

            - Muchas gracias, pero te tengo que advertir que por regla general no creo ni una sola palabra de los hombres. Os considero demasiado mentirosos por naturaleza.

            - Con el paso del tiempo te demostraré que es verdad. Aprenderás a creerme.

            - Los que al principio sois tan dados a alabar, malo, malo...- le dije riéndome

            - Yo nunca lo suelo ser y la verdad es que te tengo que dar la razón. Nunca he creído en la gente que adula tan fácilmente. Te suelen mentir. Pero es que me tengo asombrado a mí mismo. Eres muy joven y sin embargo es una autentico placer estar contigo.

            - Eres un exagerado. Soy consciente de nuestra diferencia de edad, pero para mí no supone nada especial.

            - Me alegra que pienses así. ¿Que te parece mi casa?.

            - Me encanta, creo que tienes buen gusto para decorar. ¿Lo has hecho tú?

            - Bueno, tengo un amigo que es decorador, y entre él y yo lo hicimos. No quería dejarle a él toda la tarea. No quería tener una de esas casa muy a la moda pero completamente impersonal. Quería que se dejase ver mi toque.

            - Se nota que falta una mano femenina, aunque solo en algunos aspectos. Me gusta.

            - Luego te enseño el resto de la casa. Bueno quiero que me cuentes todo sobre ti.

            - ¿Cómo que quieres saber?.

            - No lo sé todo!, como tu color favorito, tu comida favorita, que odias, que adoras, que te da morbo, tu película favorita, tu hombre ideal …

            - Vale, vale para que no te voy a poder contestar a todo. Empecemos de nuevo. Dime-dije riéndome

            - Tu color favorito.

            - Rojo

            - Tu comida favorita.

            - Patatas fritas.

            - Que odias.

            - Lo que se salga de mí y de mi línea.

            - Que adoras.

            - ¿A los hombres?. No sé, muchas cosas.

            - Que te da morbo- dijo Eduardo mientras se encendía un cigarro.

            - Ver como un hombre se enciende un cigarro- contesté mientras Eduardo sonrió.

            - Tu película favorita.

            - Desayuno con diamantes.

            -- Tu hombre ideal.

            - No existe.

            - No existe tu hombre ideal? – eres muy joven para pensar eso, ya cambiaras de opinión. Vamos que te voy a enseñar el resto de la casa.

            Si el salón y el hall eran de impresión lo demás era de película. Había tres baños, a cada cual mas grande, dos de ellos con bañera de hidromasaje, y de tamaño increíble. Había cuatro habitaciones. La suya en concreto, tenía dos niveles, uno donde se alzaba la cama. Tenía esta un vestidor independiente. Todo estaba perfectamente pulcro y cuidado. El resto de las habitaciones eran espaciosas y muy bien decoradas, pero se notaba la falta de uso. La cocina parecía la de un restaurante, estaba provista de todo tipo de alimentos, y era más clásica que el resto de la casa. Me quede fascinada por aquella casa, que a pesar de ser enorme daba un aspecto cálido.

Fuimos a la cocina a por el postre que consistía en un mousse de chocolate. Mientras lo sacaba del frigorífico, me apoyé en la mesa. Eduardo se acerco a mí, cogió una cuchara y medio de probar el mousse. Estaba delicioso. Empezamos a besarnos, y yo sabía que aquello era un preludio, y que probablemente el postre era yo y acabaríamos tomando el mousse tres horas más tarde, si es que lo tomábamos. Empecé a sentirme un poco incómoda con aquello. Una cosa es que te acuestes con alguien, cuando te pilla de marcha, con varias copas en el cuerpo, que te desinhiben, y otra es así en frío, con alguien que acabas de conocer. Parece una bobada, porque al fin y al cabo, quizás los dos parece que están en la misma situación, pero no es así. Cuando te acuestas con uno, que acabas de conocer esa noche, o que le conocías de dos días, no te lo piensas, porque si tuvieras la oportunidad de pensarlo probablemente no lo harías. Y ahora yo tenía la oportunidad de pensar, y creía en ese momento, que debía esperar.

            - ¿Que te pasa Alejandra?. Te encuentro súper tensa.

            - Nada, nada- no me atrevía a decirle que no me apetecía acostarme con él.

            - Pareces nerviosa.

            - No sé, mira Eduardo, yo quiero que las cosas vayan a su ritmo, ni más lento, ni menos.

            - En ningún momento quiero que te sientas presionada por mí. No te creas que te he traído aquí para llevarte a la cama. Ni hablar y menos el primer día. A las que tan solo me quiero llevar a la cama, normalmente ni llegan a conocer mi casa.

            - No te quiero decir que solo me quieras llevar a la cama. No confundas- contesté un poco apurada.

            - Yo soy consciente de que cuando te invite a cenar aquí ibas a pensar algo por el estilo, es lo normal. Pero lo que te quiero hacer ver es que no es así, sino todo lo contrario. Que si te traigo aquí es porque eres especial. ¿Vale?.

            - ¿Te has enfadado?. Casi te he puesto como un pervertido, pero no es eso lo que yo quería decir.

            - Lo sé, no te preocupes. Quiero que seas tú misma, y me parece estupendo que si algo no te parece bien me lo digas. Aunque no lo creas, hay muchas chicas que se meten en la boca del lobo sin querer y luego por no decir nada, hacen cosas que no quieren.

            - Estoy muy acostumbrada a que los hombres tengan ese objetivo conmigo.

            - ¿Todavía no te has dado cuenta de que yo no soy normal?. No soy como cualquier hombre. Simplemente soy perfecto.

            Nos empezamos a reír.

            - Además de modesto. Yo siento decirte que no soy perfecta, aunque rozo la perfección.

            Al final acabamos comiendo el mousse, que por cierto estaba de impresión, sentados en la cocina, partidos de la risa y diciendo mogollón de tonterías como dos críos. Cuando fue la una de la mañana me llevo a casa. La verdad es que me lo había pasado genial. Hacía  mucho tiempo que no estaba tan despreocupada, y pasaba unas cuantas horas sin pensar en nadie más que yo. Le agradecí a Eduardo aquello en silencio, solo para mis adentros, porque no sabía el bien que me había hecho.

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