Hambre

By AlexKiaw

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Desde que era muy pequeño, Ángel Var puede ver a los fantasmas que moran en la antigua casa de la Ciudad de M... More

Una dona glaseada
Bo Co Lis
Una fiesta triste y el pirata Robin Hood de los mares
Chocolate
La casa Landa de Sotomonteros
Zopilote
Misha
Él ve la sombra
Un inesperado dolor
Convalecencia
Un mundo gris
Fruta
Siempre en tinieblas
Pan de muerto
Estrellas
Pavo y Rompope
Damiana
Nochebuena
Primera vez
De fantasmas
Por fin solos
Separación
Día de tianguis
Vidente
El loco, los enamorados, la muerte
Jamaica
La verdad.
Perdido
Dormido
La finca
Dolores
Cavar
El primer beso
Una puerta
Aquél día
Esqueleto
Prisión de luz
Limpiando la casa
Gratitud

Como en casa

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By AlexKiaw


Misha desentonaba con aquél ambiente urbano de casas pequeñas y descuidadas, tanto como una mariposa nocturna y luminosa lo haría en la habitación de un carnicero o como una hamburguesa cuarto de libra en una cena de vegetarianos.

Al menos eso fue lo que pensó Ángel cuando el chico de cabello rizado abandonó su auto y cruzó la calle. No era únicamente por su estatura que desentonaba, ni por su tono de piel o de ojos. Es que parecía un joven dios caminando entre mortales.
Tan mortales como él mismo.

Ángel era un producto orgullosamente nacional, si bien Luciano tenía la piel clara gracias a algún alemán ancestral que le heredó los rasgos atractivos y el apellido Var, esa herencia no llegó hasta su generación. La piel blanca de su padre y de su abuela no tuvo oportunidad contra el bronce mexicano dominante de su madre y de Doña Celia.
Los Caleti eran morenos.

Para Ángel eso nunca fue importante, en los tiempos revueltos que le tocaron, la pureza de sangre es tan real como los unicornios rosas. 

Pero al contemplar a Misha que parecía emitir cierto resplandor, una gracia especial que era mucho por el color de su piel y otro tanto por eso que el maestro hipster de Expresión Corporal le llamaba "carisma", no pudo dejar de compararse y sentirse insuficiente. 

El viejo señor Baeva trabajaba sentado en un banco largo como de Iglesia, a un lado de la entrada de su casa. Detrás de él, una fachada azul sucia y con la pintura descascarada y una puerta abierta que dejaba ver el interior oscuro y nada más. A modo de techo, el viejo señor usaba una lona maltratada. Quizás el sobrante de un tiempo electoral pasado.

Giraba incansable en dirección contraria a las manecillas del reloj un cubo de acero inoxidable, el sonido crujiente del hielo y la sal en el punto de fusión, llegaba hasta su auto. Eso lo hizo sonreír. ¡El señor Baeva estaba haciendo nieve de limón en una garrafa de madera! Las tablas que daban forma al cubo eran viejas, desgastadas y suaves. Algo que Ángel no había visto desde que iba a la primaria.

Misha le dio un beso en la frente sobre el cabello escaso. El anciano sonrió hasta con sus ojitos cansados de viejos y un poco más brillantes. Y Misha respondió a esa sonrisa con otra muy suave, tan íntima como una caricia. Toda la ternura llenando a esos dos hombres tan parecidos en la apariencia aunque los separaban sesenta años por lo menos.

Algo en el pecho de Ángel se arrugó; su corazón saltó a destiempo en protesta. Misha podía tener una familia de escasos recursos, pero lo amaban. Se notaba perfectamente. Él correspondía a ese amor y Ángel empezaba a desear, con todas sus fuerzas, formar parte de eso.

El alto y bello muchacho tomó asiento cercano al lado de su padre en ese banco largo donde cabían, al menos cuatro personas. Cercano para quitarle el mando de sus quehaceres. Comenzó a girar y girar el cubo de acero con la seguridad que da la experiencia. ¿Cuantas veces siendo niño habría insistido en ayudar? ¿Su padre lo permitía? ¿Le enseñó la manera correcta de batir el limón, la leche y la azúcar para obtener la tersura de la nieve?

Ángel quería saber eso y cualquier otra cosa que Misha tuviera para contar.

Una mujer salió de la casa. Tenía un gran parecido con el señor Baeva pero era, por lo menos, veinte años más joven. Entrada en carnes y en canas brillantes entre los cabellos claros. Grandilocuente, expresiva y sonriente. Hizo un ademán con los brazos abiertos, de gran sorpresa, al notar la presencia del chico sentado. Donde estaba fue abrazado, besado, apapachado, vuelto a besar y estrujado.

Palabras del anciano, no escuchadas detuvieron los afectos de la mujer y las protestas risueñas del muchacho, no para rescatar a su hijo despeinado y sonrojado; la nieve tenía que removerse con una pala de madera o se endurecería demasiado.

Ángel seguía contemplando la escena desde su auto estacionado en la acera contraria
Para no parecer un simple y baboso espectador, sacó su teléfono y marcó a su madre para saludarla. Hilvanó malamente una charla insulsa que no sobrevivió lo suficiente. Un intercambio de peticiones "¿Te llevo algo?" "No sé a qué hora voy a llegar".
Cuando colgó, llamó a una compañera de la escuela y hablaron de las vacaciones y de una posada a la que estaba invitado. Si Misha volteaba, daría por hecho que estaba terminando una conversación antes de conducir.
Que estaba siendo responsable.

Ángel no estaba siendo nada de eso.
Lo que no quería era alejarse del lugar. Quería bajar y saludar a la familia de Misha, quedarse con él toda la tarde. Ser parte de eso que envolvía al chico, de su familia, de su intimidad.
Volver con él a casa en la tarde y dormir en la misma habitación.

¡Tenia tantas ganas de estar con él! Aunque cada uno durmiera en su propia cama.

La noche anterior, cuando ambos se quedaron en silencio. Ángel permaneció largo rato despierto. Estaba muy consciente del cuerpo dormido en la cama gemela. La sensación en sus labios no se desvanecía y el recuerdo le provocaba un vacío y un retorcimiento en las entrañas; algo delicioso y terrible al mismo tiempo.

No hablaron más.

Y tampoco hubo tiempo de hablar en la escuela.
Ángel no se atrevió a decir nada ni a pedir nada para sí mismo.
Misha no se atrevió a sacar a colación el tema del fantasma y todo el camino de la escuela a la casa de los Baeva la hicieron en silencio tenso, roto brevemente por comentarios de un clima que poco les importaba.

Las vacaciones de Navidad comenzaron ese día. No volverían a verse en veinte días. Ángel no sabía cómo pedir a Misha que le llamara, que salieran, que no lo dejara atrás mientras su familia tan extensa lo abrazaba.

Dos niñas salieron corriendo de la misma casa. Gritaron al ver a Misha y lo besaron y abrazaron  antes de salir huyendo hasta la esquina por donde desaparecieron.

Al terminar su última llamada, que fue hecha al centro de atención telefónica de su compañía y conocer las promociones decidió ser y comportarse como un hombre. ¡Tomó todo el valor que ardía en su corazón,¡saldría del auto, cruzaría la calle y...!

Exhaló ruidosamente mientras el valor se le escurría del cuerpo para evaporarse en el aire seco de su pequeño auto.

¿A quién quería engañar? ¡No tenía el temple necesario para hacer eso! Sobre todo porque no estaba seguro de que Misha sintiera nada parecido a lo que a Ángel le devoraba por dentro.

Metió la llave al contacto con el ánimo por los suelos y la perspectiva gris de una larga temporada en soledad asustándole lo suficiente como para matar todas sus sonrisas.
El motor rugió. Al girar el rostro para echar el auto en reversa, la chamarra de Misha le dio tregua y una bendita razón para salvaguardar su dignidad.

"No, no era para pedirle que fueran novios, sino para darle su chamarra".

La tomó muy contento, apagó el motor, salió del auto y mientras se ajustaba la chaqueta, una chica brotó como un hada de las profundidades oscuras de esa puerta.

¡Era muy hermosa! Su cabello rizado como el de Misha ondulaba alrededor de los hombros, alta y fina como el tallo de un tulipán, de piel clara. Tanto, que bien podía haber sido su hermana, excepto por el hecho de que se veía muy joven. La sonrisa que le brindó a Misha fue para Ángel tan desagradable como tragar un vaso de vinagre en ayunas.

¡Estaba completamente celoso, sin saber que eso eran celos y no hormigas marabunta debajo de su piel, comiéndoselo vivo! Se acercó con paso firme a tiempo para presenciar, a espadas de la muchacha, como Misha dejaba de girar el cubo de acero, se ponía de pie y la abrazaba con una sonrisa que nunca había visto en su rostro.

La cargó; sus brazos fuertes rodeando la pequeña cintura y giró con ella una vez sobre sí mismo. La chica abrió las piernas para rodear a su vez el torso del muchacho que, riendo con gran felicidad, besó su cuello y caminó con trabajos al interior de la casa, precedido por la mujer de carnes abundantes.
Ella acariciaba el masculino cabello, sonriendo tanto que seguramente los dientes se le iban a salir. La falda de la chica no dejaba nada a la imaginación. Una breve prenda de color magenta era lo único que separaba la carne femenina de Misha.

Ángel alcanzó a escuchar la voz femenina "¡Cielo, te extrañe tanto!" y Misha respondió "¡Qué alegría verte!" "Pensé que no te vería hasta quién sabe..." y las voces se perdieron en la oscuridad.

¡Misha no lo había visto!
A lo mejor lo olvidó.
A lo mejor ese beso en el jardín, nada significó para él.
A lo mejor ni siquiera le gustaban los chicos.
Como cristales rotos, sus ilusiones cayeron al piso, tintineando al romperse en partes más pequeñas.
Misha tenía novia.


***

—Hey, muchacho. Eres el hijo del Ingeniero Var ¿Qué haces aquí?

El viejo que hacía nieve se extrañó de la prolongada inmovilidad del chico. Lo observó unos cuantos minutos antes de reconocerlo.

—¡Eh...! Yo traje su... la dejó olvidada —balbuceó. Extendió la mano en dirección del viejo para entregar la prenda cuando la misma chica de los lascivos muslos de pulpo deseosos de lujuria, salió rebotando de la casa. Ángel pudo verla bien. No tendría más de diecisiete o dieciocho años. Y era una chica muy hermosa.

—¡Misha me va a llevar al centro! ¿No dejé aquí mi bolsa? ¡Ya nos vamos y...! —Reparó en la presencia de Ángel y guardó silencio y compostura.

Quizá se percibe mucho de la otra persona en instantes. Tal vez ella reaccionó al desagrado que Ángel sentía bullir e inundarlo todo, como ríos desbordados de veneno verde, en vez de su normal torrente sanguíneo.
O tal vez fue que ella reconoció cierta cercanía subrepticia. Fue el rechazo de dos depredadores hambrientos por la misma presa.

No sonrió.

Alzó la ceja altiva, apoyó su mano fina en la cadera y adoptó una expresión de superioridad que Ángel no hubiera podido igualar.
Él no se sentía superior a nada. En ese instante, ni siquiera al piso donde estaba parado. Respiró profundo, tratando de abandonar la rabia que no sabía porqué sentía.

—Papá, ¿no viste si traía mí...? ¡Mi chaqueta! —. Al salir de su casa y reparar en la presencia de Ángel que arrugaba la prenda en la mano, el deseado objeto de sus ensoñaciones le sonrió. Su mano se alzó para entregarla a su dueño sin decir palabra y tratando se esconder lo incómodo que se sentía bajo la desfavorable evaluación de la muchacha que lo miraba de arriba a abajo. La ropa, tenis, las gafas oscuras que llevaba Ángel gritaban "tengo dinero". ¡Otra razón para odiarlo! Ella llevaba un vestido de flores y unos zapatos de piso. Un atuendo sencillo. 

La comparación era dolorosa, fácil y definitiva.

—¡Ángel! ¿La dejé en tu auto? ¡No te hubieras molestado! Aquí en casa tengo otra pero... — Misha volvió a sonreír, casi arrancando un suspiro a Ángel que afortunadamente logró reprimir desviando un instante la mirada— . Gracias, de verdad. Esta es mi favorita.

—¡Lo sé! —Respondió. Ángel fue quien se la regaló de cumpleaños—. Pensé que preferirías tenerla en Navidad.

Misha asintió, sonrió agradecido. Se la puso de inmediato. El silencio a continuación era raro

—¡Oye! ¡Vamos a ir al Zócalo! Mira, ella es mi... es... ella es... —Miró a la muchacha para intentarlo de otra manera—. Él es mi... Es Ángel, es mi...
Conforme dudaba en las presentaciones, sus mejillas se teñían de rubor. Cuando se dio cuenta, rió de nuevo. Ambas situaciones requerían más de una palabra para explicarse. Respiró profundo, medio divertido y medio avergonzado. Al recomponerse, volvió a empezar.

—Ángel, ella es Tasha. Es mi prima —. Inspiró profundo—. Tass, él es Ángel Var. Él es mi mejor amigo.

Los labios de la muchacha se contrajeron en un desagrado discreto.

—¡No somos primos, Misha! ¿Por qué mientes? —Respondió tan altanera como quien se sabe hermosa y usa su belleza para lograr lo que quiere. Había en su tono un doble sentido que hizo a Misha sonrojar aún más. ¡se veía tan tierno y vulnerable!

Ángel lo hubiera encontrado adorable de no ser porque la situación no inspiraba ningún tipo de exaltada adoración. ¡Lo acababan de mandar derechito a la friendzone! ¡Esa dimensión oscura y fría, el sitio yermo y solitario del que jamás se vuelve!
Asintió, elevó el rostro un centímetro como un escaso gesto de saludo o reconocimiento, muy a regañadientes.

—¿No quieres venir con nosotros? —preguntó Misha con timidez. Tasha apretó los labios con hartazgo.

Los ojos claros se estrecharon y brillaron como una caldera insaciable alimentada con carbones hechos de los corazones de sus rivales.

Ángel no sabía qué fue lo que la chica odio en él, desde el primer momento. Pero no eran simples apreciaciones o inseguridad. Ella lo detestaba cuatro minutos después de conocerlo.

¡Y no podía decir con sinceridad que no correspondía completamente a esos sentimientos!

Por educación Ángel casi declina la invitación. Celia era muy firme al respecto de no imponer indebidamente la presencia a otros cuando se sabe que no hay simpatía mutua y Ángel lo aprendió bien. Tal vez porque también era un hombre naturalmente discreto.

Sin embargo, ¿por qué motivo, razón o circunstancia él tenía que hacerse a un lado? Sonrió con maldad. O con lo que en sus labios se sentía como mucha maldad. ¡Y odio! ¡Y celos! ¡Oscuros celos infernales!

Para Misha, el gesto que fugazmente cruzó el bonito rostro de Ángel era nuevo, una especie de auto convencimiento o de reafirmación. Como un reto aceptado. ¡Y era lindo!
Cada día pasado con Ángel desde su convalecencia aprendió de él cosas que le resultaron  divertidas, atractivas y a veces entrañables.

Nervioso como estaba por el breve tropiezo en las presentaciones, ese pequeño mohín lo hizo sentir más en casa y más seguro que toda su familia reunida. Si bien lo invitó a salir con ellos por cortesía, en ese momento supo que sí lo quería tener con él, mientras llevaba a su prima a pasear.


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