Calle Park, 9889

By clelf27

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Por años Nueva York ha sufrido de asaltos nocturnos y las desapariciones de jovencitas en situaciones vulnera... More

1. ¿Te conozco de antes?
3. Hankyung Cho
4. Rastro
5. Sí
6. Cadena perpetua
7. Detective Lee
8. Kyuhyun Cho
9. Cuervos
10. Sungmin Lee
11. Youngwoon Kim
12. Media noche
13. Ryeowook Kim (Parte 1)
14. Ryeowook Kim (Parte 2)
15. Yebin Lang
16. Jieun Kim
17. Licenciado Collins
18. Calle Park 9889 (FINAL)
Epílogo

2. La barbería de los Kim

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By clelf27

Siwon

Salí de regreso a la calle Park una vez que luego de haber amanecido, aseado mi cuerpo, vestido mi uniforme de oficial y desayunado, recordé que aún tenía una conversación pendiente con ese joven aparentando más de veinte años, que si bien no se dejaba a sí mismo percibir como una persona educada y atenta, no me bajaría ni los ánimos ni los humos de continuar con esto. El caso había tomado rumbos que ni siquiera yo, tan involucrado que he estado, comprendía.

Más grande fue mi sorpresa por la mañana una vez comparada con la que me llevé por la noche. Aunque no corría iba yo a paso muy rápido, con las manos en los bolsillos y mi libretilla aferrada debajo de un brazo. Había un joven inconfundible cuya apariencia no podía ser olvidado luego de verle apenas unos segundos. La misma camisa arrugada, desfajada y vieja del día anterior, y la misma coleta hecha a media sobre su nuca. Ahí estaba él caminando a paso peligroso por la acera de adelante. Llevaba los brazos bien alzados hacia al frente y con sus manos sujetaba un pesado libro de amarillas hojas el cual parecía que leía. Aunque más bien parecía que caminaba entre esas líneas escritas y que en lugar de cruzar las calles cambiaba de hoja.

Esperé de pie justo donde me detuve en cuanto sentí su presencia cerca. No era el único que lo observaba, pues ese manojo de detalles tan poco pulcros no podía hacer más que llamar la atención de cualquiera que al menos tuviera la costumbre de asear su cuerpo un par de veces a la semana, limpiar sus uñas con regularidad y peinar su cabello todas mañanas. Daba incluso vergüenza pensar en el hecho de que sostuve un par de palabras con él. Y más vergüenza me causaba el hecho próximo de seguir sus pasos hasta conseguir intercambiar con él más que un par de estas.

Me quedé allí, parado y absorto, hasta que su paso (sorpresivamente nada descuidado) amenazó con alejarse aún más del mío que estaba estático. Comencé a seguirlo. Me convertí esa mañana en el único valiente que no dejó ver mueca alguna de asco o descontento.

Llegué hasta él, lo llamé por su nombre y lo corregí de inmediato al llamarlo Donghae Lee y no Donghae Park como había hecho en un principio. De igual forma, bien o mal dicho su nombre, me ignoró al igual que en la noche anterior y la vergüenza no dejaba de ser cada vez mayor dentro de mí. Pero continué, porque si no sentía haber conocido la vergüenza durante todos los años de oficial al hablar con delincuentes y asesinos, no era permisible sentir tal incomodidad al acechar a alguien que debería ser honorable.

No podía yo entender, mientras más le observaba, cómo es que podía caminar con el libro frente él tapándole la vista al camino, con la mirada clavada en las hojas y los brazos bien extendidos hacia enfrente, los pies avanzando sin detenerse uno luego del otro y con unos reflejos sorprendentes que no necesitaban ni de su tacto ni de sus ojos.

No cayó ni tropezó siquiera, ni una sola vez. Mis manos no necesitaron sostenerle ni un brazo ni un hombro en ningún momento, y él nunca necesitó quitar el libro de su vista para vigilar el camino. Y por más que me asomaba yo, dentro de esas páginas para él tan interesantes, no vi más que fórmulas extrañas y letras sin sentido.

Luego de un suspiro él se detuvo cercano al parque, y ahí estaba yo a su lado, sin importanme la poca clemencia que el sol tenía sobre ambos e ignorando el calor producido por la tela oscura y firme de mi uniforme de oficial de policía. La placa con mi nombre, con tres picos hacia abajo como debe portarla un oficial de primera clase, me quemaba el pecho por encima de la ropa y reflejaba un poco de luz molesta hacia la vista de otros transeúntes.

Muchos decían Oficial Choi, buenos días esta mañana, yo callado y respondía alzando una mano y agitándola tímidamente, esperando que alguno de esos saludos turbara la lectura de mi perseguido pero esperando aún más que ninguno de aquellos ciudadanos educados y conscientes de la existencia de mi persona y de mi profesión, me volvieran a mí distraído y el joven perseguido aprovechara la ocasión para escapar.

Cuando más pasmado me sentí por el inesperado detener de su caminar y la sonora forma de cerrar ese pesado y oloroso libro de hojas viejas y quebradizas, miró hacia mí un momento, volvió a inclinar un poco la cabeza y preguntó:

–¿Por qué me está siguiendo, Oficial Choi? ¿Es acaso que quiere leerlo también? Porque de ser así, tenga, se lo presto. Pero no lo rompa ni lo lea con mal ánimo. –Dejó el libro sobre mis manos y dio media vuelta. Se adentró en el parque y se acostó sobre una banca de madera.

Era como un vagabundo encontrando un nuevo hogar. Nunca vi algo tan penoso. Incluso sentí duda de ir hacia allá. En pleno siglo XIX y con tal espectáculo.

Al dejar caer esa cubierta pesada sobre mis palmas, hizo caer mi libretilla de notas al asfalto. Me las arreglé para llevar ambas cosas en mis manos y lo seguí de nuevo.

Parecía que dormía, su antebrazo izquierdo descansaba sobre la línea de sus ojos y el otro colgaba haciendo que los dedos de su mano derecha casi rozaran un brote de pasto.

–Oficial Choi. –Dijo sin retirar el antebrazo de su cara.

–Dígame, joven Lee.

No sabía cómo describir la sensación que me provocaba cuando me hablaba, cuando se refería a mí y cuando me miraba. Él siempre parecía estar en otro lugar, y a pesar de eso, aparentaba estar siempre presente.

–¿Va a leer o no? –Me preguntó y me tomó por sorpresa, una vez más.

Con la demora de mi habla provoqué que sus manos arrebataran el libro de las mías y que en su cómoda posición sobre la banca retomara su lectura, justo en la página 326, donde un nuevo capítulo comenzaba. Leía algo sobre las ondas y las cuerdas del universo. Nunca se me hubiera ocurrido leer algo como eso.

Extendió de nuevo sus brazos, pero hacia arriba. El libro abierto casi por la mitad estaba paralelo al piso y su mirada se clavó de nuevo entre ese revoltijo de letras oscuras que a veces ni palabras formaban.

–Sólo necesito un poco de su atención.

No pestañeó siquiera, pero abrumado por la multitud que observaba desde lejos, muy lejos, y lo incómodo que era para mí verlo peor vestido que un preso y con el cabello más descuidado que un perro, fui un poco más allá en todo lo que debía decir y me di a la tarea de enterarlo:

–No fue mucho lo que pude decir ayer por la noche, pero apelando a que al menos su oído izquierdo me escucha, le diré, joven Lee, que han pasado muchas cosas durante su ausencia y aunque estoy consciente de ello, lo estoy también de que vivió en el pasado, durante su infancia y adolescencia, muchos años compartiendo casa con su padre, y que bien podría ser de ayuda para la jefatura donde trabajo si pudiera hacer un poco de memoria y recordar si en algún rincón de la casa donde usted creció, o en algún otro lado que pudiera ser, su padre, nuestro respetado Inspector Park que en paz descanse, hubiera podido ocultar el último diario que utilizó cuando trabajaba en el caso de la banda de asaltantes que aún siguen sueltos, a excepción de uno. –Recalqué.

Cambió de página.

–Le explicaré. –Continué. –Hace seis años, por ahí de 1886, intentaron robar por la madrugada el banco principal de la ciudad. La policía llegó, cuando intentaban forzar la caja fuerte, la que mejor estaba resguardada. Se vieron obligados a escapar de inmediato y mientras lo hacían, uno de ellos recibió un disparo, por lo que sólo los tres restantes lograron escapar. Al herido se lo llevaron preso pero desde entonces se ha negado a hablar. Ni siquiera responde al saludo de su hermano cuando lo va a visitar. Luego, unas semanas después, se dio lugar al asalto de uno de los museos de la ciudad, pero en lugar de cuatro fueron tres los asaltantes. Pero, de nuevo, porque déjeme decirle que si de algo Nueva York está orgullosa es de su comanda de policías, fueron descubiertos en el acto y uno de los oficiales, al cual no tuve el gusto de conocer más que en su funeral, disparó a otro de ellos un par de veces, una en el brazo y otra en el pecho, pero a causa de que la oscuridad no le permitió ver bien... Esto desató otro suceso que...

–Pensé que me diría algo que no supiera ya. –Interrumpió él cambiando de nuevo de una página a otra.

Me quedé pasmado una vez más ante la seriedad de su rostro.

–¿Conocía ya de todo esto? –Cuestioné inaudito. Tal vez el ama de llaves tuvo más éxito que yo poniéndolo al tanto.

–Me fui de aquí poco antes del 87, y para más mal que bien, tengo una memoria excelente. Si le soy sincero, si sólo viene a decir que Cho Hankyung sigue preso y que ese chico, el tal Joomyeok, murió en el asalto al museo porque un policía se equivocó y le disparó directo al pecho en lugar de darle en el otro brazo, entonces debería detenerse ahora mismo, porque de eso aún se hablaba mucho antes de que yo me marchara de aquí.

–¿Entonces usted está al tanto? ¿Qué fue lo último que supo?

–Que el padre de Joomyeok asesinó a ese policía.

–Pues déjeme enterarle, joven Lee, de que el asesino sigue suelto. Y sí, Cho Hankyung sigue preso, y sin hablar, que es casi casi como si siguiera suelto.

–Pues déjeme enterarle a usted, oficial Choi, que nunca había aprendido tanto sobre cuerdas y Galileo hasta que comencé a leer este libro y usted me está resultando un poco molesto.

–Luego de ese asesinato, continuaron los asaltos, joven Lee. –Ignoré y continué. –Me gustaría que entendiera la gravedad y complejidad del caso en el que su padre trabajó sus últimos días. Los robos continuaron con mayor fluidez a pesar de tener a uno preso y a otro fallecido. A veces eran tres, otras dos, y en ocasiones sólo era uno el asaltante. No hay indicio alguno de que se trate de la misma banda de rufianes, pero aquí todos suponen que sí. Incluso su padre así lo creía, según escuché de él mismo. Muchos policías tomaron el caso de la investigación, pero al comenzar a fallecer y una vez sembrado el miedo, fue el Inspector Park el único que tomó el caso con seriedad y, aprovechándose de que tenía más vidas que un gato, continuó. Lo importante de todo esto es que el Inspector Park anotaba todo en uno de sus diarios, pero ese ahora está perdido. Hubo muchos atentados contra él, e incluso su esposa murió en un intento de atraco en su propia casa.

–Dirá su amante, porque esposa sólo tuvo una y fue mi madre. –Me corrigió él. Luego cerró el libro de nuevo y se levantó.

Comenzó a caminar dejándome allí, hincado frente a la banca, como un completo abandonado en mitad del parque.

–¡Joven Lee! –Sentí tanto impulso que hasta grité, pero su impulso fue mayor y calló.

Se fue.

Aún no había dicho ni la mitad. De nuevo no tuve la oportunidad. Relajaba mis hombros al sonido de las copas de los árboles, me olvidé del sol que daba a mi rostro y de la placa que perforaba mi pecho. Regresé el saludo amable de quienes pasaban a mi lado y me reconocían. Mañana sería otro día, y tendría una tercera oportunidad. Y vaya que qué emoción sentía, mi padre solía decir que la tercera siempre era la vencida.

****

Y estuve ahí a la mañana siguiente, puntual luego del desayuno. Frente al 9889 pintado en números grandes en una caja metálica soldada a la reja de color negro, llamé a la puerta hasta escuchar la campanilla que avisaba al ama de llaves que había visita. Era poco educado llegar a un hogar ajeno a hora tan comprometida, pero el deber era el deber.

–¿Qué le dijo ayer al niño Donghae? –Me cuestionó ella con molestia. –¡Volvió toda la casa pies arriba! El joven Lee pasó la tarde mirando hacia cada rincón, parecía que con sus ojos perforaba las paredes, y por la noche, justo después de la cena que ni siquiera terminó, dejó el comedor y abrió un sinfín de compartimientos que ni yo sabía que existían. Al terminar subió a su habitación y se lanzó sobre su cama mientras decía no hay nada. ¿Y adivine quién tuvo que limpiar todo eso en lugar de dormir, oficial Choi?

–Entonces... ¿el joven Lee ha comenzado a buscar? –Una alegría me invadió, al parecer ese joven escuchaba mejor de lo que parecía. –Señora Han, por favor, debe dejarme entrar para hablar con él una vez más. Ahora estoy seguro de que él nos puede ayudar, ¿dijo que él sabía de la existencia de escondites que usted no conocía? ¡Ahí lo tiene! Él debe saber más de lo que parece. Espere que se lo diga el jefe Shin.

Yo no paraba de anotar en mi libreta lo que el hijo del Inspector conocía.

–Siento decirle, oficial Choi, que el niño Donghae ahorita no se encuentra. –Ya no me miraba a la cara, y su rostro hacía un puchero de molestia que bien se acompañaba con la inquietud de sus manos sobre las fibras de su delantal.

–¿Dónde está si no es aquí? –Pregunté preocupado de que de nuevo hubiera salido a la calle y estuviera yo ya muy tarde para alcanzarlo. Miraba alrededor apesadumbrado hasta que de la casa de al lado salió el niño Donghae, como esa mujer le llamaba seguramente debido a los recuerdos que tenía de él en su niñez, y a otra mujer mayor que lo abrazaba y lo jalaba de un brazo haca el jardín vecino.

–Ahí lo tiene, Oficial Choi. –Apenas alzó la mano para indicarme la casa vecina. –Hoy desayunó en casa de los señores Lee, ya que la señora se ha enterado de que ha vuelto y lo invitó a compartir con ellos sobre la mesa.

Esa mujer le llevaba casi a rastras.

–El niño Donghae era muy amigo del joven Hyukjae, la familia del detective Lee aún lo aprecia en demasía a pesar de que el joven Hyukjae ya no vive allí. –Me confesó la mujer que susurraba con emoción mientras ambos mirábamos como la señora Lee, la madre del detective Lee Hyukjae, lo obligaba a caminar hacia la calle.

No me extrañó cuando lo pensé un momento, que ellos dos hubieran sido amigos, pues escuché alguna vez que las casas de esta colonia han tenido siempre los mismos dueños y, al ser ellos dos vecinos, una amistad debió darse de manera natural. ¡Y a dónde lo lleva a uno la vida! El joven Lee Hyukjae convertido en un detective de la ciudad encargado de los casos fronterizos en la zona sur, y el joven Donghae con esa apariencia de vagabundo y su carrera de científico de esos que no hacen más que leer sus libros e intentar descifrar el universo.

–¡Señora Lee, por favor! –Gritó el joven Donghae. Yo corrí hacia allá.

–¡Oficial Choi, pero qué bueno que anda usted por acá! –Me dijo la mujer. –Miré, este niño... miré sus cabellos, mire sus ropas... ayúdeme a llevarlo a la barbería del señor Kim, necesita un corte de cabello y una afeitada, pero con asunto de urgente. ¡Mírelo!

–Yo mismo lo llevaré, señora Lee. –Le tomé un brazo al joven Donghae y este me miró enojado, pero yo no podía estar más que alegrado de saber no sólo que estaría a solas con su compañía trayecto a la barbería, sino porque ahora sabía que lo había dejado con la duda y la curiosidad encima desde ayer.

–No es necesario. –Alegó. Pero ninguno de nosotros lo escuchó.

La señora Lee no hizo más que agradecer, y la jovencita Lee, la hermana del detective Hyukjae, saludaba detrás de los hombros de su madre con tanta pena y vergüenza en sus mejillas, que lucían tal como duraznos rosas recién cortados. Me despedí de ambas y me excusé por el poco tacto del joven Donghae al despedirse, mandé un saludo atento al detective Lee ya que me sentí obligado, y de paso otro a su padre porque siempre se puede ser un poco más educado.

–No es necesario. –Repitió el joven Lee mientras caminábamos. Esta vez no le solté el brazo, aunque lo sostenía tan discreto que al andar parecía simplemente que avanzábamos al mismo paso.

Se mantuvo callado el resto de nuestro caminar, y yo sólo sonreía al recordar que él había buscado durante la noche el diario de su padre, olvidándome por el momento de la tristeza que debía provocarme que, según lo relatado por la señora Han, él no lo hubiese encontrado en ninguna parte.

Al llegar a la barbería él se rehusó a pasar, pero el señor Kim salió a atendernos y se asombró al saber que ese jovencito, más mayor de lo que aparentaba, era hijo del Inspector Park. Mencionó algo de un corte gratis no sólo para él sino también para mí, pero preferí cambiar el corte de cabello, que no necesitaba yo sino él, por una afeitada de barba.

Esperé que el joven Kibum terminara de afeitar al joven Ryeowook (quien estaba ya bastante harto de mí y mis interrogatorios) y luego me atendió a mí mientras el señor Heechul cortaba los cabellos largos del joven Donghae. Intentaba entablar conversación con él pero al no ser secundado se rindió y platicó conmigo. Entre cosa y cosa que nosotros decíamos, se escuchaban las risitas joviales de su pequeña hermana, la señorita Joohyun, de quien ya se conocía el desenfrenado interés que sentía por el joven Ryeowook, de quien a su vez se conocía también el poco interés que este le correspondía.

Ella volvió feliz, pues parecía se conformaba con tan sólo saberlo respirando cerca.

–Joohyun, niña, ven acá y ofrece algo de beber a los señores.

–Sí, hermano. –Accedió con amabilidad, ella era muy distinta a mi hermana Jiwon, y a pesar de ser dos años mayor, me la recordaba.

Le dije que un poco de jugo natural estaría bien para reafirmar mis fuerzas por la mañana, y el joven obligado a cambiar su cabellera, sin decir nada, le dio a entender que tal vez el jugo natural estaría bien también para él.

–O tal vez quiera un poco de agua natural, agua fresca. –Preguntó la joven de dieciocho mirando por encima de su hombro.

No respondió.

–Bueno, entonces le traeré el jugo. ¿De naranja está bien? –Preguntó.

–De naranja estaría muy bien. –Asentí yo.

El joven Kibum me provocaba sueño con el movimiento de su navaja. Él era silencioso y sólo se dedicaba a su trabajo, afeitaba por un lado y luego por el otro. Tendría apenas unos veinte o tal vez unos veintiuno. Fue hasta ese momento que me di cuenta que sabía mucho del señor Kim, mucho de la señorita Joohyun, pero muy poco de él.

–Joven, ¿este corte le parece que está quedando bien?

–No. –Le respondió.

–¿No? ¿Pero cómo...? –Le asustó. –¿Qué estoy haciendo mal?

–Cortarlo. Debería tomar cada uno de mis cabellos y regresarlos a su lugar. –Reclamó él joven Donghae con ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre el respaldo de la silla.

–Pero... Joven Park...

–Lee. –Corrigió. –No hay ningún joven Park aquí.

El señor Heechul volteó la mirada hacía a mí y pude ver allí un mar de confusión con tanto oleaje que casi se desbordaba. Asentí haciéndole saber que sólo debía darle por su lado.

–Siento no poder volver el tiempo, siento no poder devolver sus cabellos cortados y cayendo sobre el suelo a su sitio anterior, joven Lee.

–¿Sabe que algunos dicen que es posible volver en el tiempo? –Preguntó el joven. –¿Se imagina que fuera posible? Debería intentarlo alguna vez.

Los que escuchamos tal evidencia de locura nos miramos en silencio y concordamos que sólo debíamos asentir como si tal idea fuera tan posible como maravillosa. Incluso el joven Kibum mostró signos de nerviosismo, se detuvo un momento y me miró a los ojos como preguntando si el joven Donghae no era peligroso.

–Joohyun, ven y recoge los cabellos que están en el suelo. –Gritó.

La joven entró con una charola. Quería dar un sorbo al jugo que preparó pero el joven Kibum no dejaba de rozar mi barbilla y cuello con la navaja.

–Listo, joven Lee. ¿Qué le parece?

–Mal.

Alcé la mirada y el cambio era evidente. Sus ropas seguían siendo un problema, pero una cosa a la vez. Tratando de superar la incomodidad de tal comentario por parte del afectado, el señor Heechul Kim preguntó:

–¿Y cómo va la investigación, oficial Choi? ¿Nuevas noticias?

Y le miré aún más asombrado.

–No creo que deba platicar de ese tema con usted, señor Kim. Sin embargo, le agradezco este trabajo que su empleado ha hecho con mi barbilla y el maravilloso y delicado corte de cabello en el joven Lee, lo necesitaba. –Susurré. –Y ahora, debemos partir. –Anuncié.

El joven Donghae dejó su asiento, bebió todo el jugo de un sólo trago y salió sin despedirse, arrastrando el largo de sus horrendos pantalones y haciendo ruido con sus botines mal boleados.

Salí de inmediato pues guardaba la esperanza de conversar un poco otra vez, o al menos conseguir que de nuevo me escuchara. ¡Qué alivio que no tuviera un libro entre las manos esa mañana! Lo tenía todo para mí como cuando los colibríes descubren un rosal recién floreado.

–¿Por qué no podría un ciudadano como el barbero que le ha hecho tal aberración a mi cabello, preguntar algo sobre la investigación? –Cuestionó con los ojos apuntando hacia al cielo mientras caminaba. –Pensé que tal asunto era similar a un caso abierto, o como se diga, pues toda la ciudad parece saber al respecto.

–Nadie que sea o haya sido sospechoso debería involucrarse demasiado. –Respondí. –Al menos no quien posea la suficiente inteligencia para no continuar despertando sospechas.

–¿Y qué podría tener el barbero Kim de sospechoso?

–Que el Inspector Park estuvo en su barbería un día antes de morir, joven Lee. Y según lo que dijo la señora Han, fue esa misma noche en la que su padre confesó sentirse fuera de sus sentidos.

–¿Y eso ya lo hace sospechoso? –Se detuvo y me miró con ojos bien abiertos. Me detuve yo también y le respondí:

–Claro. El señor Kim bien pudo hacer que su padre olfateara demasiado alguno de sus tónicos. Tiene cientos de ellos por todas partes.

–¡Ja! Y yo que comenzaba a pensar que usted era un oficial con seriedad. –Burló, metió sus manos en los bolsillos (que esperaba no estuvieran agujerados) y continuó. Apresuré el paso y al alcanzarlo yo seguía mudo. Pero reaccioné.

–¿Qué? ¿Cómo puede usted decirme eso? Claro que soy un oficial serio, mire mi placa. Soy un oficial de primera clase.

–Más bien es un oficial bastante tonto. Más me hubiera sorprendido si me hubiera dicho que esa señorita dejó caer unas gotas de líquido extraño en la bebida de mi padre ese día anterior al de su muerte, que fue eso lo que alborotó sus sentidos y que a la mañana siguiente, al usar el automóvil que apreciaba más que a mí, que soy su único hijo, perdió el control y al chocar el combustible se derramo tanto que este explotó junto con él.

–¿Qué?

–Espero que no vaya a decirme que no ha pensado en esa posibilidad, porque entonces qué clase de oficial sería usted.

–Claro que lo había considerado, si fue lo primero que cruzó por mi mente.

No lo había considerado ni una sola vez.

–Debería unirse al caso. –Casi supliqué.

–No, no debería. –Rechazó.

–Por favor.

–No está bien visto que un hombre suplique.

–Tampoco que vaya con esas ropas. –Mencioné. Él se detuvo de nuevo y me miró.

–Qué gusto saber que no soy la clase de hombre que haga aquellas cosas sólo bien vistas para los demás.

–Aun así, debería unirse a la investigación. Así el caso de los bandidos y las chicas desaparecidas podría reabrirse, y podríamos esclarecer la muerte tan repentina de su padre.

–¿Reabrirse?

–Se cerró luego de la muerte de su padre. Y de hecho, por si le interesa saber, soy el único oficial investigando sobre la muerte del Inspector Park.

–Pero si hay incluso una calle con su apellido, la misma donde está la casa a la que he vuelto, ¿cómo lo han podido cerrar así, a una semana de su muerte?

–¿Se une o no, joven Lee?

–Me siento tan ofendido que no sabría qué responder. Pero como usted no me cae bien, diré que no, no me uno, Oficial Choi. Es usted bastante molesto, solo está detrás de los demás hablando y haciendo preguntas.

–Trabajaremos cómo usted quiera trabajar. Ahora mismo podemos hablar con mi jefe, el señor Shin, y él...

–¿Jefe? ¿Está queriendo decir que si me uno a este jueguito de casos sin resolver, tendré un jefe?

–Pues claro. –Asentí.

–Entonces usted tiene de mí un rotundo no.

–Pero, joven Lee... –Intenté detener.

Él siguió caminando con la vista alzada al cielo, y yo caminé detrás de él en silencio, siguiéndolo. De nuevo, no tropezó ni una vez, ignoró todas esas miradas sobre él y tal vez ignoró también los cantos de las aves a las que yo creía él observaba volar entre las nubes.

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