Caramelo de Cianuro

By StephaneGB

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Una chica que se siente utilizada Un chico que suele hacer lo que le venga en gana. Y un amor tan dulce c... More

Sinopsis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capitulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capitulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo Final

Capítulo 29

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By StephaneGB


29. Déjalo ir

Asier

Arruinado por la campana, moví la cabeza en dirección a la puerta esperando que fuera un espejismo, pero este volvió a sonar. Dejé caer mis hombros un poco decepcionado, odié que el momento llegara a su fin.

—Ya vuelvo —erguí mis postura.

Podría apostar que era Greg, de hecho, cada vez que sonaba el timbre pensaba que era Greg. Debía buscar más amigos o dejar de tener inoportunos, eso sí era seguro. Pasé una mano por mi cabello antes de abrí la puerta.

Encontré debajo del umbral, a una chica con cabello oscuro un poco largo y tez blanca, iba vestida con ropa fina. Me observó de la cabeza a los pies y por un momento me hizo sentir intimidado. Reacomodé mi presencia, y traté de hacer mala cara. Daba por sentado que mi rostro no era el más serio de todo, considerando que tenía a Elizabeth cerca.

—Buenas —musitó acomodando un mechón de su pelo que estaba bailando en su cara.

—¿Sí? —no me agradaba la gente que tenía que sacarle las palabras de la boca. Si alguien se hace presente en la casa de alguien, lo más lógico es que hable.

—Ehm... Estoy buscando a Elizabeth —suavicé el rostro, su contestación me había tomado fuera de base.

Disimulé un poco para mirar hacía el comedor donde estaba ella, el pánico se le notaba en el rostro. Hacía señas negando para que no fuera a decir que estaba ahí. Le guiñé un ojo, no era como si iba a revelar que estuviera ahí, aunque ya no tenía mucho sentido. La situación nunca dejaría de ser complicada, no podía acceder a que se quedara aquí.

—Te has equivocado, vive justo al frente —dije señalando al frente, no estaba mintiendo.

—No, no está ahí. —replicó.

—Es una lástima, no tengo ni idea de donde podría estar.

Antes de que pudiera agregar algo más cerré la puerta en su cara, y esperé hasta sentir sus pasos marcharse fuera de la casa.

Elizabeth corrió a la ventana para averiguar y caminé hasta ella para sujetarla, lo más seguro era que esa chica todavía tuviera fijada su vista en la casa y lo único que iba a ser era revelar que yo la estaba encubriendo. Tapé su boca, esperando que pasara un rato; su aliento sobre mi palma me estaba causando cosquillas.

—Shh. Calma —exigí.

Elizabeth asintió, quité mi mano y sin soltarla esperé que los pasos no existieran en el ambiente. Con sumo cuidado me asomé en la ventana, siendo más precavido que ella. Por supuesto.

No había rastro alguno de la chica, así que me permití relajarme un poco. Últimamente parecía James Bond.

—No hay nadie ya. —Elizabeth suspiro, aliviada. —¿Quién era ella y por qué te muestras tan asustada?

Cubrió su rostro con ambas manos, como si tratara de sobreponerse a lo que estaba sucediendo.

—Es... la hermana de Ignacio. —sacudió su cabello hacía atrás. Estaba preocupada se le notaba en la mirada.

De momento no entendía porque se angustiaba cuando ya no lo hacía porque sus padres estuvieran aquí. Tampoco era que tuviera que tenerla pánico a una chica que se veía tan indefensa como ella, pero ya con el tiempo y la experiencia no sabía que esperar. Los problemas me gustaban tanto que convertí mi vida en una persecución. Cuando pensaba que ya no había nada por ver, salía algo más. No estaba muy de acuerdo con dejar a sus padres sin el pendiente porque de esos señores me esperaba cualquier cosa. Sé que Elizabeth decía que no la querían, de hecho podría jurar que es verdad, pero ¿cuál era el motivo por el cual irían a perseguirla hasta el fin de mundo?

—Parece que nunca voy a tener una vida tranquila.

Vi como decaída se sentó en las escaleras hundiendo su cara en el espacio que dejaban sus piernas inclinadas. Su mirada empezó a perderse de esta órbita. Nadie puede leer las mentes de las personas por sus expresiones; pero estaba seguro que nada bueno saldría de aquel rostro.

—Oye no pongas esa cara —caminé hasta ella. Levantó su rostro con los ojos aguados a punto de llorar. —No estás sola, estoy aquí para ayudarte. ¿No recuerdas que soy tu sexy noviecito?

Ladeó una sonrisa.

—Claro, como olvidarlo...

Sentándome al lado de ella esperé un rato para que se calmara, tenía su cara apoyada en mi hombro.

— ¿Por qué te preocupa tanto que haya venido a verte?

—No lo sé, ya no se que esperar. Cuando creo que ya ha pasado todo y que podré tomar mi vida por mi cuenta algo más aparece y me confirmo que jamás podré ser feliz.

Una punzada de decepción me picó por dentro.

—¿Acaso no eres feliz? —dije en un tono un poco más grueso que el que había planeado decir.

—Asier... Nadie puede ser feliz en medio de una constante por persecución.

Fijé mi vista en mis zapatos tratando de no tomarme lo que acaba de decir a pecho. Porque no puedo esperar ser todo lo que necesita una persona para ser feliz, porque no quiero que ella piense lo mismo que yo. Después de todo lo que ha pasado, debería ser feliz sin importar que. Y tiene razón.

—Buscaremos un lugar a donde ir —propuse. —Ya veras, nos alejaremos de todo esto y empezaremos una vida nueva. —la animé. — ¿Qué te parece irnos a Egipto? ¿Crees que tus padres te consigan allá?

No tenemos tanto dinero para irnos a Egipto, lo sé, pero eso la hizo sonreír. Y es como un pequeño viaje a donde nadie la encuentre.

—¡Me parece perfecto! —contestó—. ¿Cuánto durara un viaje desde Esegebe a Egipto?

—No lo sé, podremos averiguarlo. —le seguí la corriente.

Se dejó caer hacía atrás, apoyando incómodamente su espalda en los escalones.

—Estás loco, Asier. —miró mi expresión, no tenía un espejo para observar mi rostro pero estaba sonriendo.

Desplazó mis manos por su abdomen haciéndole cosquillas y ella rió, y quejándose que la soltara. Estaba disfrutando escuchar su risa, parecía un lapso de tiempo demasiado estrecho el momento en que caminaba por los pasillos del instituto siendo una remilgada, me alegraba que hubiera abierto los ojos, a pesar de que sabia todo lo que esta pasando por ello.

Pero no valía la pena seguir permitiendo que la trataran como lo hacían los desgraciados de sus padres.

—¿Te cansaste? —inquirió.

—¡No! ¿Por qué? ¿Quieres más?

—¡No! —dijo carcajeándose de las secuelas de la sesión de cosquillas.

No puedo dejar que esto continué así.

—Elizabeth...

—¿Qué?

—Tienes que irte a otro lugar —reparé. —No vas a tener una vida si cada semana alguien toca la puerta y te preocupas por lo que pueda hacer. Ya sé que me dijiste que no deberíamos preocuparnos por lo que dicen tus padres, pero no sé en qué estilo es este juego y me preocupa que traten de hacer algo contigo.

—Asier...

—No, por favor. ¿Sí? También hazlo por nosotros, va a ser difícil tener una relación si me arriesgo a que cada encuentro con ellos te hagan dudar.

—Ya me disculpe por eso —declaró. —No tienes porque pensar que volveré a caer.

Cerré mis ojos, no podía creerle que no iba a caer otra vez, porque todavía era muy pronto para que pudiera hacerlo. Sus papás eran muchos más listos y la conocen bien, aunque ella quería ser otra persona y desvincularse de ellos, había algo que hacía que todavía tuvieran poder sobre ella. Decírselo iba a provocar que estallara, no quería lastimarla pero tengo que.

—Elizabeth... Admítelo, es muy diferente decirlo aquí que cuando los tienes justo al frente. Es difícil que dejes de creer en lo que te dicen de la noche a la mañana, hay algo en tu conciencia que aun cree que ellos puedan ser otras personas. Hasta que no te deseches de esa idea, no vas a poder avanzar.

Busqué su mano, pero ella rechazó mi toque sin dejar de observarme. Estaba seguro de lo que acababa de decir, tarde o temprano debía decirlo, pero eso no hizo que me quitara el peso de lo que sentí al ver su dulce rostro partirse del dolor.

Esperé un rato a que terminara de procesar todo y saltará a defenderse. La juzgué mal, porque tomó su rostro entre sus manos y empezó sollozar.

—¿Cómo sabes que pienso todo eso? —preguntó en medio de lo que aparenta ser, la despedida de una parte de ella. —¿Por qué?

—Porque...—Porque tengo tantas cosas que decirte y no quiero decirlas, porque quizás solo por hoy quiero ser el chico que sirva de apoyo esta noche. Si te cuento todo vas a verme de otra manera, vas a sentirte mal. Sólo por hoy, déjame ser el que te consuele, te prometo que habrá muchos días para contarte todo de mí. De todas maneras no tengo intenciones de hacer lo contrario. —... Te entiendo más de lo que piensas.

—Mañana buscaré a donde irme.

—No voy a dejarte ir sola, quizás también me haga falta un cambio —dije, ilusionado con la idea.

—De ninguna manera voy a hacerte irte de tu casa por mis problemas.

—La que no entiende es precisamente tú, ahora son nuestros problemas.

Pasó sus ojos por cada centímetro de mí, y se lanzó a abrazarme.

—Gracias, Asier. Pero esta es tu casa, es tu lugar. Quizás pueda conseguir una habitación en una residencia de la universidad.

—Ya veremos —contesté.

Ya era suficiente, mañana sería otro día para hablar sobre eso. Elizabeth estaba loca si pensaba que la razón porque la que quería irme con ella era para ayudarla, cuando yo estaba buscando la manera de no apartarla de mi.

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