Capítulo 30

252 27 3
                                    

30. Encuentro con Mónica

Elizabeth

Pasé la noche intentando dormir pero no conciliaba el sueño, ¿Por qué Gabriela estaba buscándome? ¿Qué era lo que planeaba? Quería saber tantas cosas como hasta que punto llegarían mis papás o Ignacio por seguirme molestando.

Por mucho que quería pensar que ya habían llegado a su fin, algo siempre volvía para advertirme que nunca me dejarían en paz. Eran molestos, de hecho, era molesta la situación, vivir nunca fue tan imposible.

Mi celular comenzó a sonar, miré la hora, era demasiado tarde o demasiado temprano, tal vez. No quería hablar con nadie en esos momentos por lo que colgué sin mirar. Volvió a sonar y decidí por apagarlo. Sea quien fuera que esperara.

Y así, poco a poco, me hundí en mis propios problemas dejándome pensar un rato cómo es posible que me haya convertido en lo que soy. Jamás iba a avanzar, Asier estaba en lo cierto, tenía que enterrar de una vez cualquier esperanza de que ellos fueran a cambiar. Sentía que era una estúpida en no poder desechar ese sentimiento de una vez por todas. Ojala se fueran para siempre, o los recuerdos siempre me atormentarían.

Levantándome con cuidado fui a la cocina y preparé un rico desayuno, bueno, no estaba segura que fuera el mejor del mundo pero es lo único que puedo hacer. Pueda que buscara un libro de recetas de cocina y las practicara para acostumbrarme.

Cundo terminé era muy temprano aún, pero quería tomarme el camino para mí, necesitaba estar sola un rato. Me coloqué el uniforme del trabajo y recogí unas cosas en un bolso antes de salir. Escribí una nota avisándole a Asier, dejándola sobre la mesa.

El resto del día se me hizo fácil, aunque todavía había cosas en el trabajo que no manejaba porque era una inexperta de primera; quería aprovechar al máximo esta oportunidad que tenía. Traté de ser amable con los clientes y así se me pasó el día hasta que era el momento de salida.

—Hola, Elizabeth —dijo Román entrando a la sala de personal. Iba un poco desaliñado y cansado, había una diferencia notoria en cómo llegaba y como se iba del trabajo.

—Hola, Román—saludé de vuelta.

— ¿Hoy no ha venido Asier a recogerte? —preguntó mientras procedía a sacar un cepillo de su casillero que tiene en la puerta un espejo, se estaba acomodando.

—Vaya, sabes su nombre —me impresioné.

—Claro, todo el mundo conoce a Asier —me sonrió, le devolví gesto y saqué mi bolso del casillero. A la par que el cerró el suyo, yo hago lo mismo. —Aunque no lo reconocía, ha cambiado bastante.

— ¿Cambiado? ¿De qué hablas? —inquirí. —Desde que lo conozco siempre ha sido el mismo.

—Bueno, no es como si lo conocieras de toda la vida. Antes era... un tanto diferente.

No sé cómo interpretar sus palabras o su expresión, pero sé que no lo está diciendo a mal por el tono de su voz. —Bien.

—Pero le sienta el cambio, me lo saludas —asentí sin asimilar que quiere decir o a que se refiere, si quería saludarlo pudo haberlo hecho el mismo el día anterior.

Enfoqué mi atención en otras cosas, lo menos importante ahora es tratar de saber sobre ese temita.

—Ah, y por cierto. Disculpa si te hablé mal ayer, yo estaba—rascó su nunca—, un poco de mal humor.

—No te preocupes, no pasa nada —contesté.

Realmente no había de que preocuparse, yo era la empleada y él un empleado con un cargo mayor, si cada vez que un jefe reprendía a sus subordinados le pidiera disculpas creo que no lo tomarían en serio. No fue la mejor forma, pero no la veía gran importancia.

Caramelo de CianuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora