Insomnio: Primeros Confederad...

By Milaeryn

354K 20.9K 6.1K

¿Te atreves a cerrar los ojos? Si duermes, mueres. - Primera parte de la Saga Confederados. - La Tierra. Año... More

Nota de la autora
Redes sociales
Book-tráiler | Facebook de la Saga Confederados
🔷 Precauciones acerca del insomnio 🔷
Capítulo 1: El planeta cadáver
Capítulo 2: Rumbo al caos
Capítulo 3: El mecanismo de la muerte
Capítulo 4: El último turno
Capítulo 5: Pastilla de vida
Capítulo 6: La verdadera solución
Capítulo 7: Camino a la salvación
Capítulo 8: Una bala de libertad
Capítulo 9: Un rehén y un cadáver
Capítulo 10: Servicios políticos
Capítulo 11: El peso del deber
Capítulo 12: Locura de poder
Capítulo 13: Asimilar los riesgos
Capítulo 14: Errores por duplicado
Capítulo 15: Las cosas infinitas
Capítulo 17: La historia de los perdedores
Capítulo 18: Heridas eternas
Capítulo 19: Secretos en el Nido
Capítulo 20: Una persona real
Capítulo 21: Una mirada al mañana
Capítulo 22: La cuna del sueño
Capítulo 23: El peligro de la perfección
Capítulo 24: La maldición del paraíso
Capítulo 25: Los hijos de la Tierra
Agradecimientos
Hipersomnia: Segundos Confederados
Saga Confederados
❤ Dibujos de los personajes ❤
¡Ganamos los #Wattys2016!

Capítulo 16: Palabras de dioses

4K 360 157
By Milaeryn

Treinta y ocho horas de vigilia mundial.

Diez minutos de vigilia para Dacio y Clisseria.

Unos rayos de luz se colaron por el hueco que dejaban las cortinas, y dieron la agradable bienvenida de un nuevo día al matrimonio Krasnodario. El presidente se percató de que su mujer descansaba sobre su hombro, y acarició su cabeza, con esa cabellera platina y reluciente. Pensó por un momento qué estaba pasando por ella.

«¿En qué piensas, Cliss?»

La primera dama abrió los ojos con lentitud.

«Paz, tranquilidad. El creciente alivio de saber que el sabor de la victoria ya está sobre nuestras bocas», adivinaba Dacio en sus pensamientos.

Clisseria desvió su mirada hacia el holograma de la mesa. Los destellos azules formaban el dibujo de un sobre. El presidente había recibido un mensaje urgente, y ella se tomó la libertad de abrirlo por su marido. Ambos leyeron en pocos segundos lo que Alfa les había enviado hacía unas horas.

—No te preocupes. Ya imaginé que pasaría esto. Creo que ya estarán de camino. Di una orden a mi equipo de seguridad para que, en cuanto recibieran el paradero de una baliza de rescate con identificador Rabdt-6, fueran a buscarles de inmediato y los trajeran hasta la Bona Wutsa. Se identificarán como un equipo de seguridad especial del gobierno. Nadie sabrá quiénes son en realidad. —Dacio acompañó lo que dijo con un gesto que indicaba confianza.

La señora resopló, pero sus ojos brillaron con expectación, al igual que la sonrisa doblada hacia un lado que le creció en el rostro.

—Y todos ignorarán que los que se hospedarán en la casa del presidente del mundo, serán los terroristas que han destrozado su hogar y matado a sus familias —pronunció Clisseria, como si estuviera leyendo el versículo de una escritura sagrada.

—Así será —aprobó Dacio.

El presidente se levantó del sofá, caminó a paso lento hasta las ventanas, corrió las cortinas, y su silueta se bañó en luz. Clisseria solo veía una figura humana rodeada por rayos de sol, pero parecía divino, y en realidad lo era. Tuvo tanto poder entre las palmas de sus manos que consiguió reducir su propio mundo a cenizas. Eso era cosa de dioses, pero entonces solo había humanos que no creían en nada más allá de sí mismos. Eso los convertía en peligrosos, en personas como él, que creían poseer demasiada cantidad de autoridad... pero ignoraban la debilidad de su especie.

—Da a la población algo en lo que creer, y te seguirá en masa —dijo Dacio.

—En los milenios anteriores tenían a Dios, Yahvé o Buda. A Jesucristo. Palabras de dioses que se escribieron por hombres. Todos terminaron teniendo fe ciega en ellas, e ignoraban que fueran una mentira. No es necesario que algo sea verdad para que la gente se lo crea, ¿verdad, Dacio? Míranos a nosotros. Tenemos la misma hipocresía de la Iglesia.

—La Iglesia... —exhaló Dacio—. La Iglesia... y los gusanos.

—El ser humano ha seguido demasiadas instituciones putrefactas a lo largo de la historia. Nosotros no nos meteremos en ese saco. Además, así es la política. No hay ningún truco, esta es la única manera de conseguir esa silla y conservarla. —Clisseria señaló el sillón del despacho.

—Concuerdo contigo, pero... creo que es mejor que dejemos de recordar el pasado de nuestra especie. Eso es cosa del Partido Retrospectivo.

Dacio y Clisseria entrelazaron las manos. Sus dedos encajaban entre sí como las piezas de un puzle, al igual que sus mentes se fusionaban como el acero y el fuego. Existían combinaciones en la naturaleza cuyo resultado siempre sería el mismo. Si se mezclaban átomos puros de carbono y unas condiciones extremas de presión y temperatura, el producto, sin margen de error, serían diamantes. Pero había una certeza nueva, que pronto se añadiría a la lista de combinaciones naturales: Si Dacio y Clisseria estaban juntos, el único resultado posible era la grandeza.

El presidente observó a su mujer mientras enarcaba una ceja, y su boca se curvaba en una sonrisa ácida. Sin decir nada, lo que pensó se escribió sobre sus labios durante una pausa de varios segundos. Un silencio que solo para Clisseria decía algo.

«¿Qué sientes, Cliss?»

—Siento como si hubiera vuelto a nacer —susurró su señora.

«¿Qué hemos hecho? ¿Acaso hemos sido egoístas o injustos? ¿Acaso está bien dejar que los demás se mueran mientras nosotros hemos descansado?»

—El poder agota. No se puede dominar el mundo si el cansancio te está dominando a ti primero —respondió ella mientras se encogía de hombros.

«¿Y qué pasará?»

Clisseria hizo una mueca antes de contestar.

—Agradecerán que seamos nosotros quienes gobernemos... —mencionó en un tono certero.

Dacio asintió con una sonrisa de convicción sobre los labios. Aquella afirmación de su mujer le había alentado lo suficiente para volver a enfrentarse al mundo. El presidente abrió de nuevo las puertas de su despacho, y al instante, uno de sus guardaespaldas casi se abalanzó sobre él con un gesto torcido, repleto de preocupación.

—Se-señor —tartamudeó el muchacho—, no queríamos entrar en la habitación para respetar su privacidad. Pero han pasado seis horas desde que cerró esas puertas. —El segurata agarró a Dacio de forma inconsciente por las solapas de su chaqueta, y apartó las manos en un santiamén—. Lo... lo si-siento, ¡lo siento, señor! Pero creímos incluso que usted se había encerrado ahí para morir. Nos temíamos lo peor.

—Poortun, debería tomarse un descanso. —Krasnodario se compadeció de él, y le tranquilizó con unas cuantas palmadas en la espalda—. Clisseria y yo hemos pasado varias horas ahí dentro... divagando. Pensando en el manejo de la situación.

—¿Y cómo estuvieron hablando sin que se escuchara nada en absoluto?

—Poner la oreja detrás de la puerta es el modo más antiguo de rebasar la privacidad —dijo Clisseria con altivez—. Y hacer eso no es su trabajo, Poortun. Además, Dacio no ha mencionado en ningún momento que habláramos. Mi marido y yo no necesitamos hablar para entendernos.

Poortun tragó saliva, nervioso, evitó la mirada de la primera dama. Aquellos ojos grises con unos disimulados toques azules parecían un trozo de piedra en medio de un oscuro océano, y el muchacho sintió que ese breve segundo en el que ella le observó, le había hecho viajar allí dentro, tal vez, a esas aguas bravías de su alma. El agobio era igual a estar enredado entre los bucles de las olas, chocando contra un escarpado acantilado que hacía sangrar su piel y tragar la espuma del mar. Solo que entonces, la sangre solo era la de su lengua, que se la mordió para no hablar, y lo único que se tragó fueron sus propias palabras.

Otro de los subordinados del presidente salió corriendo hacia él mientras le mostraba unos documentos sobre un holograma blanco.

—¡Señor! El equipo de seguridad especializado ha llegado hace diez minutos. El capitán no me quiere dar su nombre, pero requiere una audiencia con usted de inmediato —informó.

—Bien —aprobó Dacio—. Que preparen habitaciones para todos ellos en el ala este de la Bona Wutsa, y dígale al Líder que se reúna conmigo en el Nido.

Al esbirro del presidente se le desencajó la cara tras oír eso. El «Nido» era una palabra en clave para referirse a una zona en concreto de la Bona Wutsa, que se encontraba en lo alto de una gigantesca torre construida mediante unos paneles que le conferían invisibilidad. Solo las personas del servicio secreto y los representantes mundiales conocían la existencia de ese sitio, pero solo eran los presidentes quienes sabían lo que había en su interior. Su entrada estaba permitida en exclusiva para ellos, por lo que, el Nido solo lo habían visitado Vera Trêase Somout y Dacio. Había un sinfín de rumores, a cada cual más terrible, acerca de lo que contenía ese sitio. Solo había que pensar un poco para deducir que, si hasta entonces, solo dos personas en el mundo habían conocido lo que había ahí, tenía que tratarse de algo que estaban obligados a ocultar por el bien de la seguridad mundial. Y el presidente había invitado al terrorista más buscado del planeta, además de su secuaz, al rincón más secreto de su preciada e imperfecta Tierra.

El subordinado asimiló aquello con dificultad, y pidió al presidente que recapacitara:

—Señor, piense, por favor... Ese Líder no está autorizado para visitar el Nid...

—¡Basta! —exclamó Dacio, interrumpiéndole—. ¿Qué ocurre? ¿Hoy es el día en que todos los que estáis por debajo de mí cuestionáis cada cosa que hago? Lo que digo son órdenes, esto no es un debate para ver quién toma la decisión más acertada.

—Lo siento, señor presidente. —Se disculpó—. Sé que está cansado.

—No. —Dacio negó mientras arrugaba la nariz—. Ahora estoy rebosante de energía, pero no todo ese descargo puede ser bueno, ¿no? Si no quiere estar despedido, prepare el ascensor para el Nido, y haga que el Líder se reúna conmigo antes de subir.

El presidente no supo con exactitud si su subordinado asentía o temblaba de miedo, aunque interpretó su gesto como un «sí».

Un grupo de guardaespaldas acompañó a Dacio y su mujer hasta el punto de encuentro. Caminaban en silencio, solo podían oír sus propios pasos, y la obediente vocecita del subsecretario mientras se ponía en contacto con el Líder REM.

Tuvieron que cruzar hasta el otro extremo de la Bona Wutsa, y poco a poco, las personas que les acompañaban se quedaban por el camino al carecer de la autorización para, siquiera, acercarse al ascensor que conducía al Nido. Solo fue Clisseria quien caminaba junto a Dacio por un extenso pasillo hasta que se toparon con el elevador, y la conocida silueta negra del terrorista.

—Ha llegado lo que tanto esperabas —dijo Dacio.

—Después de todo lo que he conseguido para ti, creo que... brindarme la oportunidad de ver el Nido una recompensa justa —respondió la voz distorsionada.

Dacio le dedicó una sonrisa e hizo un cortés gesto con la palma de la mano, invitando a su cómplice a pasar al ascensor. Clisseria se colgó del brazo del terrorista, como si le conociera de toda la vida, y entraron en el habitáculo con forma de hexágono mientras las puertas se cerraban.

—¿Tú también... vienes? —murmuró el terrorista a Clisseria.

—Solo os acompañaré durante el trayecto... —Ella le acarició en el hombro con ternura—. Solo quería ver como estabas. Te echábamos de menos.

Krasnodario intercambió una mirada de resignación con Clisseria, preocupándose por él, alguien que en el fondo seguía siendo un vulnerable humano con un cuerpo menudo y una mente joven llena de ideales desordenados y sueños rotos.

—Puedes quitarte ese casco, ahora no hace falta que lo lleves puesto —sugirió Dacio—. Nadie nos está viendo.

El Líder REM sostuvo la parte inferior de su casco, y se pensó dos veces el hecho de quitárselo. Aunque si bien era cierto, Dacio y Clisseria eran las únicas personas del mundo que conocían su verdadera cara. Un rostro que escondía una máscara que, en el fondo, le hacía ver un mundo distinto bajo los filtros rojizos que ocupaban la zona de sus ojos y el monóculo que brillaba. Pero esa vez, no sintió miedo al quitárselo, sino algo parecido al alivio. Pudo discernir la realidad sin ese casco al que su mirada estaba acostumbrada, y vio que los paneles de cristal del ascensor pasaron de enseñar el hormigón de las paredes de la Bona Wutsa, hasta mostrar el túnel invisible que conducía al Nido. Observó el cielo, y el estómago se le subió en el pecho por un instante mientras comprobaba la altura a la que habían llegado, al ver que eran tan insignificantes como un punto en el universo. Pero entonces miró a la mayor maravilla que había conocido en este planeta.

A sus padres.

Si de verdad existía un lugar en ese Cielo del que hablaban las antiguas escrituras que la gente creía en el pasado, él ya lo había encontrado. Estaba dentro de ese pequeño espacio. Todo su mundo se reducía a dos hemisferios llamados Dacio y Clisseria.

—No sabes lo orgulloso que estoy de ti —mencionó Dacio mientras colocaba una mano en su hombro—. Reiseden... Todo esto algún día será tuyo.

Clisseria le acarició las manos, y le besó en la frente.

—Me... he sentido tan... solo... —confesó Reiseden con un nudo en la garganta.

—Ahora ya no lo estás, hijo mío —susurró Clisseria—. Míranos a nosotros, mira a tu alrededor, te hemos dejado este mundo como legado. Cada kilómetro que conforma su tierra, cada capa de la atmósfera que estamos cruzando, cada persona, cada ley. Todo ello formará los peldaños de la escalera que te hará ascender hasta convertir la Tierra en una de las mayores potencias galácticas.

—Gracias, madre —dijo Reiseden—. Si mi padre se siente orgulloso de mí, más orgullo siento yo al llevar Krasnodario como apellido.

—Llevas también nuestra sangre, no lo olvides —corrigió Dacio—. Aunque tu madre no te albergara en su vientre, tú sigues siendo nuestro hijo y nuestra creación más perfecta.

Clisseria arrugó la cara al recordar ese dato, no fue ella quien le dio la vida. Eso lo consiguió la ciencia y el ingenio de su marido. La primera dama era estéril de nacimiento. La única forma de concebir un hijo para ella fue mediante la investigación que realizó Dacio justo veinte años atrás. Un estudio realizado desde las sombras. No estaba para nada bien visto experimentar con réplicas artificiales del útero de su esposa, y concebir en cada copia del órgano a humanos que compartían los genes de este matrimonio.

Krasnodario trabajó junto a un comité de expertos en genoma humano, a los que pagó lo bastante bien como para que archivaran el expediente de esa investigación, y también se fingiera que el hijo concebido había sido de forma natural ante la prensa. Aquellos científicos ayudaron a la pareja a decidir qué niño poseería las características más adecuadas según sus combinaciones genéticas. El experimento hizo desarrollar cuatro fetos en sus respectivos órganos artificiales para crecer al igual que en el vientre de Clisseria. Solo dos de ellos prosperaron, los otros dos fallecieron por malformaciones durante la manipulación y fueron descartados. Fue entonces, cuando escogieron a Reiseden como su hijo. Practicaron la eugenesia al otro niño por no poseer las características adecuadas que ellos buscaban. Eran las características necesarias para ser el futuro conquistador del universo.

Así fue cómo veinte años atrás, ellos encontraron la alegría de sus vidas mediante el conocimiento y los recursos que la ciencia les había brindado. Se sintieron como dioses al haber sido los creadores de esa bendición con una estatura tan pequeña, deditos finos, el cabello castaño y frágil, con esa forma de mirar idéntica a la de su padre, y un iris azul y gris similar al de su madre.

—Siempre me he sentido como una creación perfecta, padre —concluyó Reiseden.

Sus padres observaron la silueta de su hijo con admiración, esa figura que quedaba por encima de las nubes, de la porquería concentrada en la atmósfera en forma de un desagradable humo con un sucio color gris, incluso los rayos del Sol parecían brillar menos cuando estaba él, colocado en ese lugar secreto del cielo.

Esa imagen se mantuvo en sus ojos como si estuvieran contemplando su propia obra de arte. Así, llegaron al Nido.

Las puertas del ascensor se abrieron. Solo ellos podían ver lo que contenía ese lugar, que exteriormente no existía para el resto de los humanos. Clisseria se despidió de su hijo con un abrazo, mientras le cantaba al oído:

—¿Quién es la madre de este niño? Madre que le llevó a la cuna del sueño. Madre que le cuidó aun siendo un extraño. Una mujer que no podía llevarle nueve meses dentro de su vientre, y sin alumbrarlo, «hijo», quiso llamarle. Porque no es menos madre la que no dio a luz. Si esta mujer, a este niño tanto amó... Era ella, madre, y él, su pequeña creación.

Reiseden cerró los ojos. Visualizó el rostro de su madre, el carrillón lleno de pequeñas naves que giraba y giraba en torno a la cuerda que colgaba del techo de su habitación. Vio todos los dibujos de estrellas fluorescentes que había sobre la mosquitera de su antigua cama, incluso sintió el tacto de los dos peluches que dormían a cada lado de su cuerpo como si fueran su papá y su mamá. Eran los guardianes que le mantenían a salvo de los monstruos, o los mentores que le hicieron convertirse en uno.

Su madre siempre le cantaba esa canción cuando él tenía miedo por las noches. Era su forma de enseñarle cuánto le quería, de mostrarle cómo vencer al miedo. Él se hizo mayor y le entrenaron para convertirse en lo que su genoma decía que estaba destinado a ser. Aquella canción cayó en el olvido, pero su recuerdo seguía siendo reconfortante.

—¿Sabes, madre? El significado de las palabras puede cambiar con el tiempo, al igual que... el efecto que hace en mí tu canción —mencionó Reiseden con un tono melancólico—. De niño, esa nana me ayudaba a dormir, me tranquilizaba. Ahora se ha convertido en una melodía de muerte.

—Puedes usar esta canción como quieras —opinó Clisseria—. Puedes recordarla si deseas encontrar la paz por un momento, o convertirla en un arma, Reiseden. Puedes silbarla, cantarla, provocar el sueño con ella hasta que los oídos inocentes dejen de oírla para comenzar su descanso... eterno.

Reiseden acunó la mano de su madre entre las suyas.

—Cuánta razón, madre.

El muchacho retrocedió unos pasos, vio a su madre desde el interior del Nido, que le dijo algo con el corazón en la mano, mientras las puertas de acero se cerraban de manera automática, separándoles.

—Ahora eres mi gran creación.

Aquel niño que dormía en un rincón entre sábanas con estrellas pintadas y sueños tejidos sobre el brillo de los astros de su habitación, había crecido. Entonces no dormía. Miraba a un mundo repleto de una manta de cadáveres que él mismo tejió sobre la tierra, pero su sueño seguía en las estrellas.

Había demostrado con creces que era un hombre, que no era una «pequeña creación». Para dejar de serlo, debía crecer aún más hasta ganarse ese título que acababa de decirle su madre. Él tenía que ser la gran creación, el pionero de la nueva humanidad que pronto dejaría de ser vista por la Comisión Galáctica como una mota de polvo flotando en el cosmos.

Pero antes de convertirse en la gran creación, tenía que ser la gran destrucción. Ya tenía el mundo a sus pies, ahora quería al universo entre sus manos.

Continue Reading

You'll Also Like

117K 3.6K 27
la historia va a ser divertida y habrá lemon🍋😉 ⚠️perdón por mis faltas de ortografía ⚠️
135K 3.5K 38
One shots de futbolistas. PEDIDOS CERRADOS.
196K 21.1K 63
[SIN EDITAR] Hola, Mae. Mi mejor amigo está enamorado de ti, pero no quiere decírtelo. Le estoy haciendo un favor al enviarte esta nota, así que...
16K 323 6
Obra original del autor Shakespeare, traducida al español, sin modificaciones.