Alma Guerrera EN REVISIÓN Y E...

By meevale

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Michelle Harrison es una adolescente con una vida solitaria, sin colores ni sabores. La típica asocial del i... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20

Introducción

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By meevale



Año 1713 - 300 años atrás

La noche es oscura y tibia, el astro brilla en lo alto, volviendo perceptible el ambiente que me rodea.

Vigilo mi alrededor mientras me mantengo escondida tras un enorme trozo de roca, mi respiración se agita cada vez más y los nervios afloran.

En el campo de batalla solo hay dos opciones, o vives o mueres, y aunque la segunda opción sea la más deseada, es la más difícil de lograr.

Aprieto mí arco con mis manos, saco de mi carcaj una flecha; es el momento de atacar.

Me inclino encima de la roca, mirando hacía mis enemigos.

La guerra está en sus momentos culminantes, mis hermanos pelean salvajemente contra nuestros adversarios. Las diferencias entre las especies son notables; ellos, feroces licántropos, degüellan sin piedad los cuellos de mis compañeros, pero mientras la batalla se desarrolla, menos me subestiman.

Apunto mi flecha, concentrándome en salvar a mis compañeros.

Ganar la guerra no solo significaría salvar mi vida, va mucho más allá que eso, significa salvar más vidas que la mía propia, proteger a mi pueblo y brindarles el bien no material más preciado... la paz.

Con una velocidad impecable y una puntería excelente, la flecha sale disparada en silencio, tomo otra flecha y repito el disparo en una dirección diferente.

Los aullidos y gemidos de dolor se hacen presentes en la atmósfera, como lo esperado, las flechas habían penetrado los cráneos de dos de los hombres lobos.

Con rapidez disparo contra algunas cabezas más hasta que se acaban mis flechas.

Siento ya en mi cuerpo la necesidad de matar, de vengar toda la sangre que estaba derramada en el campo, es mi sangre...

Me despojo del carcaj y saco una daga de la vaina de mi cintura, y sin perder más el tiempo corro con rapidez y sigilo hacia mis enemigos, mi presencia es casi invisible, camuflada por los árboles y la noche. Levanto mi brazo, el cuál sostiene la daga y a espaldas de unos de mis enemigos, sin vacilar; lo clavo en su cuerpo el cual tras un aullido de dolor se desploma.

Había sido rápida para que no pudieran percibir mi aroma y evitar mi ataque.

Saco la daga de su cuerpo inerte, de la cual se escurre la sangre, los aullidos a mí alrededor aumentan anticipando un nuevo ataque.

Los demás licántropos me rodean, son cinco, gruñendo lentamente se acercan a mí, amenazantes, con los colmillos sobresaliendo de sus hocicos chorreantes de sangre; sus miradas descontroladas, hierven en furia.

Miro a mi alrededor para verificar quién más queda de mi reino, puedo ver como los sobrevivientes desaparecen entre los árboles, pero uno no se había marchado; lo miro y escucho en mi mente un leve susurro:

"Estoy a sus órdenes su majestad."

Asiento en su dirección y me vuelvo a concentrar en los lobos que me rodean.

Sin que antes pueda pensarlo, los perros se abalanzan hacia mí. Mis sentidos se hacen más agudos, sostengo firmemente mi daga

— ¿¡Necesitan una buena acicalada malditos perros!? — les grito.

Me muevo al compás de sus cuerpos. Con daga en mano desgarro sus cuerpos, retiro otra daga de mi cintura y empiezo a danzar con ellas.

Esquivo sus ataques para luego herirlos, mis movimientos son rápidos y suaves, como una danza mortal.

Mi hermano mantuvo la distancia, pero más que una desventaja fue lo que termina matando a los licántropos, apareció en medio de los cuerpos muertos sosteniendo navajas afiladas para enterrarlos en las cabezas de los lobos.

Respiro con dificultad, miro al frente y solo sobra uno, que con dificultad se pone sobre sus cuatro patas, me acerco decidida, le pego un puñetazo en el hocico haciéndolo caer de espalda, me abalanzo sobre él y en el pecho le inserto toda la longitud de la daga. Gimotea de dolor, para luego fallecer.

Me pongo de pie, paso el dorso de mi mano por mi frente para limpiar el sudor y restos de sangre, limpio mis dagas por el pelaje del recién fallecido y las guardo en mi cintura.

Busco a mi compañero, lo llamo con mi mente, pero de repente no puedo localizarlo, ha cerrado la suya.

Busco entre los árboles, y no doy con su paradero, hasta que siento un rápido movimiento y al darme vuelta encuentro a mi compañero frente a mí con una daga en mano, preparado para atacarme.

— ¿Qué ocurre? — musito.

No respondió.

Su rostro no tiene ninguna expresión, sus ojos parecen dos hoyos negros sin fondo, es como un muerto viviente.

En ese momento me doy cuenta de lo que ocurre, esos ojos, esa expresión, no son normales.

Intento conectarme con el mentalmente, pero me es imposible, era un cuerpo sin vida siendo manipulado.

Aparto mi mirada aturdida, miro a mi alrededor en busca del culpable de la situación.

— ¡Sal de dónde estás cobarde!

Unos árboles se mueven, descubriendo al ser que manipulaba a mi compañero, su olor me parece familiar pero no puedo identificarlo, noto que está usando algún tipo de camuflaje.

Se acerca a nosotros lentamente, con un andar despreocupado.

— Al fin te he encontrado reinita. — dice aquel hombre.

Lo miro confundida, ¿Qué quiere de mí?

Se sitúa frente a mí y mira al ser a quien estaba manipulando; éste cae al suelo, sin rastro de vida alguno.

El desconocido ríe y puedo ver unos colmillos asomarse a sus labios, entonces me mira; analizándome, en un momento de desconcierto hago lo mismo y tengo más de una sensación extraña.

— ¿Qué quieres de mí? — consigo preguntarle, el pánico reina en mí interior, por alguna razón su presencia me desconcierta de tal manera.

No me responde, en cambio sigue mirándome con tanta intensidad que me estremece sin sentido.

Ladea la cabeza y pasa su lengua por sus labios y colmillos.

Se mueve con una velocidad que no puedo anticipar, se posa a centímetros de mi cuerpo, no puedo moverme, ni defenderme, estoy bloqueada y no entiendo por qué.

Me atrapa en sus brazos e intento zafarme pero es mucho más fuerte que yo.

Sigue mirándome sin hacer otra cosa, solo mirándome de esa manera que me parecía desagradable y me avergonzaba.

Entonces sin más, sin poder evitarlo... me besa.

Me quedo congelada, con los ojos abiertos al máximo y el corazón bombeando descontrolado. El sigue sujetándome con tanta fuerza que hasta siento el crujir de mis huesos. Muerde mi labio inferior con sus afilados colmillos, haciendo que brotara la sangre de ésta, y la bebe.

Siento que se mueve, pero no puedo ver que intenta hacer, sigue con sus labios estampados en los míos. Al final pude percibir lo que hace, pero es demasiado tarde.

Saca mi daga de su funda, para luego, con un movimiento rápido... enterrarlo en mi pecho, y luego sacarlo de vuelta.

Justo en mí corazón.

Gruño del dolor y al fin me siento libre de sus brazos.

Caigo de rodillas al suelo, el dolor es insoportable, la sangre brota de mi herida y se acumula a mi alrededor, como un río de color rosa.

Mi visión se hace nublosa, miro hacía el desconocido, que aún me mira, y que extrañamente no parece complacido.

Entre mi dolor, puedo notar en sus ojos la culpa, mira sus manos con horror, deja caer el cuchillo para volver a mirarme con una expresión de arrepentimiento.

Me dejo caer completamente sobre el verde pastizal, intento respirar, pero se me hace imposible. Sollozo mientras mis párpados se hacen cada vez más pesados.

Cierro los ojos...
No veo nada más, no siento más dolor.

Todo es negro...
Mi cuerpo ha muerto.

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