Mi mejor amigo Max siempre me compraba un caramelo durante el recreo cuando íbamos al jardín de niños. Me gustaban los caramelos, por eso siempre se los aceptaba, pero el dentista me dijo que no debía comer dulces. Yo me puse triste porque no quería dejar de recibir los caramelos que mi mejor amigo me compraba.
Max se enteró, pero no por eso dejó de comprarme caramelos. Él continuó comprándome los dulces, aunque no me los daba, más bien los guardaba en su mochila con una sonrisa muy bonita en sus labios. El siguiente fin de semana, cuando ya estaba curado, me dio todos los caramelos que no pudo obsequiarme. Yo me sentí muy feliz con todos los caramelos que mis pequeñas manos no podían sostener.
A veces no podía ver a mi amigo los fines de semana. Su mamá no trabajaba esos días, por eso Max se quedaba en casa junto a ella. En esos días yo veía los caramelos que me había comprado durante el recreo. Mientras lo hacía, recordaba lo feliz que se ponía cuando se los aceptaba. Aquellos recuerdos me impulsaron a quitarle la envoltura a un caramelo, pero me detuve de inmediato. También recodé que Max me mostraba una bonita sonrisa cada vez que habría un Caramelo delante de él. No quería perderme ninguna de sus sonrisas.
Los Caramelos eran más deliciosos junto a Max, por eso esperaba los días de colegio para comerlos junto a mi mejor amigo y poder ver su bonita sonrisa.
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