a coat in the winter; camren

By milanolivar

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TODAS LAS HISTORIAS ESTÁN SUJETAS A COPYRIGHT Y HABRÁ DENUNCIA SI SE ADAPTA O PLAGIA. ¿Qué es capaz de hacer... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Último Capítulo
Epílogo
ACITW EN FÍSICO

Capítulo 57

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By milanolivar

Camila's POV

Aquella mañana era una auténtica locura. El zumo estaba derramado encima de la mesa porque Lauren lo había tirado con las prisas, mi ordenador echaba humo y aún no eran las nueve de la mañana. Lucy lloraba al escuchar todo el barullo, Lauren corría de un lado a otro para vestir a Maia que también lloraba en el sofá. Pero para colmo, los pinchazos en mi mano izquierda no paraban. Era un dolor intenso que apenas me permitía cerrar la mano.

—Maia, vamos, llegamos tarde al cole. —Repetía Lauren mientras le ponía el pantalón a Maia que lloraba en el sofá hecha una bolita.

—¡No! ¡No quiero! —Gritaba entre llantos, sin siquiera moverse del sofá. —¡Me duele la tripa! —Escuchaba de fondo mientras mecía a Lucy intentando que volviese a dormir, pero los gritos y llantos de Maia eran tan altos que la hacían llorar más.

—Maia, tienes que ir al cole. —Dije yo andando por el salón, oyendo aquél llanto casi desesperado de la pequeña. Pero no podía inventarse que le dolía la tripa sólo para no ir, sé que ir a clase no era lo más divertido, pero...

—Venga, Mai, vamos. —Lauren intentó ponerla en el suelo pero Maia se negó llorando. —Joder. —La cogió en brazos y cogió su mochila, acercándose a mí para darme un beso rápido. —Ahora vengo. —Cuando salió por la puerta Maia no dejaba de llorar.

Lucy se calmó, y por fin pude recoger la cocina de aquél destrozo que se había formado. Trozos de tortita por la mesa, el zumo derramado, la mermelada sin tapa, cuchillos manchados... Incluso tuve que apartar el ordenador durante un rato porque quería estar algo tranquila.

Al terminar, me senté en el sofá con Lucy a la que coloqué en mi pecho. Abría los ojos de par en par, ahora se podía distinguir que tomaban un color verdoso precioso. Sonreí al escuchar el sonido que hacía con la garganta al verme, y cómo apoyaba las manitas en mi pecho para erguirse delante de mí.

—¿Ya no lloras? ¿Uhm? —Le di varios besitos seguidos en las mejillas provocando esa risa contagiosa de bebé, y sus manitas se posaron sobre mi barbilla apretando los dedos.

—Lo que me ha costado dejarla en el colegio. —Ni siquiera había escuchado a Lauren abrir la puerta, pero resoplaba algo cansada.

—Te dije que estaba muy rara últimamente... —Musité pasando la mano por la cabecita de Lucy, que abrió la boquita al ver a Lauren sentarse a mi lado. Dejé que la tomase en brazos.

—Ser hermano mayor cambia a los niños, no es nada por lo que preocuparse.

Fuimos a comprar, Lauren como siempre iba a rastras con el carrito de Lucy mientras yo llevaba el carro de la compra. Por suerte no se puso a llorar, gracias a Dios.

Volvimos a casa, eran las diez de la mañana y apenas había pasado una hora desde que Lauren dejase a Maia en el colegio.

Sonó el teléfono.

—¿Sí? —Lo cogí con el ceño algo fruncido al no conocer el número.

—¿Es usted la madre de Maia? —Me tensé en ese momento mirando al frente.

—Sí, soy yo.

—Su hija está en el hospital, tiene apendicitis.

*

Los pasillos se me hacían largos, eternos, mientras yo corría mirando las puertas una a una hasta encontrarme a Ally de frente.

—¿¡Dónde está!? —Pregunté alterada con la respiración agitada, y Ally sonrió un poco.

—Están operándola. Pero... Hey, Camila. —Me giré para apoyar la cabeza en el pecho de Lauren, que simplemente me rodeó entre su brazos para consolarme.

—Es apendicitis, sólo es apendicitis. Yo también la tuve. —Negué deshaciéndome de su abrazo, poniéndome las manos sobre mi rostro, intentando ahogar mis lágrimas en las palmas. Pero no, sólo aumentaba al pensar que había dejado a mi hija sola. —Camila, no es para tanto...

—¡Cállate! —Grité dándome la vuelta totalmente enfurecida, con las lágrimas descendiendo por mis mejillas encendidas. Mi garganta agarrotada por el llanto casi no podía hablar. —He cuidado a mi hija sola durante casi cinco años, sin separarme de ella, y ahora no le hago caso, y por mi culpa se ha ido al colegio muriéndose de dolor. Porque yo no la he creído. —Dije alterada, con un tono de voz más alto, resquebrajándome en dos. Lauren intentó agarrarme del brazo.

—Pero Camila, no llores, no te... —La aparté de un manotazo enfadada.

—TÚ NO SABES LO QUE ES LUCHAR POR TU HIJA, NO SABES LO QUE ES QUERERLA ASÍ. —Solté gritando de sopetón, y entre las lágrimas y la furia ese atisbo de razón me paró. ¿Qué le había dicho? Me tapé la boca con las manos mirando a Lauren. Su mirada estaba baja, apretó los ojos un poco mientras asentía.

—Llevas razón. —Murmuró en voz baja, volviendo a mirarme a los ojos. La tristeza que sus ojos reflejaban hacía que el pecho se me hundiese, notando una bola de metal bajar por mi garganta.

—No, Lauren, no, no... —Intenté cogerla de la mano pero ella no me agarró, simplemente frunció el ceño retirándose.

—Sí, ehm... Creo que iré a cuidar de Lucy esta noche, no quiero darle tanto trabajo a mi madre. Si... Quieres vengo mañana. —Se apartó de mí, justo cuando mi mano no podía retenerla más y se soltó.

—Lauren, por favor, no te vayas... —Susurraba a la vez que ella hablaba, pero se fue, y estaba en su derecho de hacerlo porque yo la había echado.

Caí a plomo en la silla pasándome las manos por la cara sin dejar de llorar. Había mandado a mi hija con el apéndice a punto de estallar a clase, y prácticamente le había dicho a mi mujer que no quería a Maia como una madre de verdad.

—¿Es usted la madre de Maia? —La voz del doctor me sacó de mis pensamientos. Asentí enjugándome los ojos con los dedos. —Acaba de salir, está bien. Puede pasar a verla.

Me encaminé hacia su habitación a través de aquél pasillo pintado de colores vivos, con dibujos en las paredes que hacían más amena la estancia de aquellos niños.

Cuando entré en la habitación, Maia estaba en la cama con las sábanas hasta la cintura y hacía pucheros; hasta que me vio.

—¿Mami? —Aquella voz se retorcía en mi interior. ¿Cómo pude estar sin hacerle caso? ¿Cómo?

El pequeño camisón que llevaba puesto estaba arrugado por su cuello, con el pelo despeinado encima de la almohada.

—Estoy aquí. —Fue lo único que pude decir antes de sentarme en el sillón que había a su lado, cogiendo su mano para darle un besito que la hizo sonreír.

—Me dolía mucho la tripa. —Se quejó arrugando la nariz. Entonces me volví a venir abajo, y negué con las lágrimas cayendo sobre la cama. —Pero mami, no llores...

—Perdóname, ¿quieres? —Mi voz salía temblorosa, y entre las lágrimas que emborronaban mi visión vi a la pequeña asentir.

—¿Por qué, mami? Tú no te has portado mal conmigo... —Pasó sus bracitos por mi cuello para abrazarme y me derrumbé, apoyándome con una mano al otro lado de su cuerpo. Sí, sí que lo había hecho. Y en aquél último mes había sido una madre horrible.

Tardé unos minutos en recuperarme, hasta que por fin pude levantarme y sentarme a su lado, dándole un par de besos en las mejillas. Ella estaba bien, y era todo lo que importaba. Acaricié su rostro, lentamente, dándole un beso en la frente con los ojos cerrados jurándome que no volvería a dejarla sola.

—Deberías dormir un poquito, ¿vale? —Murmuré acariciando su mejilla lentamente, y Maia casi de forma instintiva puso su mano sobre la mía apretándola.

—No te vayas, mami. —Cogí su manita entre la mía, viendo cómo cerraba los ojos lentamente.

—No me voy a ir. —Escuchar eso salir de mis labios la dejó más tranquila, y cerró los ojos. Debía de estar agotada, aquél dolor probablemente la habría agotado.

Me levanté de la cama y me senté en el sillón, esperando a que la pequeña estuviese totalmente dormida.

Llamé a Lauren escuchando el pitido del móvil, rogándole a dios por que no me colgase. Un pitido, dos, tres. Al cuarto, descolgó.

—¿Sí?

—Perdóname... Estaba alterada, había dejado a mi hija sola con apendicitis y... —Me pasé la mano por la frente algo agobiada.

—Lo entiendo. —Dijo sin más.

—No, no lo entiendes, Lauren... No quería decir eso, de verdad, sé que la quieres y sé que la operación no era para tanto...

—Lo entiendo. —Repitió de nuevo, parecía algo cansada al decirlo, no sabía si por mí o porque estaba cansada de repetírmelo. —¿Está bien?

—Sí, está bien. Se ha quedado dormida. —Miré a Maia en la cama, con el bracito al lado de su cabeza, removiéndose un poco en la cama. Lauren no dijo nada, el silencio a través del teléfono era bastante incómodo. —Lo siento mucho... Es que no quería decir eso...

—Sé que no querías decir eso. Lo que querías decir es que no tendré ese instinto protector con Maia como el que tú tienes. Has luchado mucho por ella y ahora, cuando has tenido a Lucy te has desentendido un poco y eso te ha dolido. Te sientes una mala madre pero no lo eres. Diste a luz a una niña y en cuanto pudiste te incorporaste a trabajar en casa, haces la compra, limpias y cuidas de Lucy y Maia a la vez. ¿Y qué hago yo? A veces estoy tres días fuera de casa, otras semanas sólo uno, cuando llego todo está limpio y ordenado. Los días que estoy tengo entrenamiento por las mañanas y para entonces tú ya lo has hecho todo. ¿Y sabes cómo me sienta ver que tú te esfuerzas tanto después de todo? No puedo enfadarme contigo por lo que dijiste, no puedo reprocharte nada porque eres increíble y no, yo nunca tendré esa conexión que tienes con Maia ni siquiera con Lucy porque el sufrimiento te unió a ella.

—No eres inútil. Cielo, no lo eres. No quiero que pienses así, ¿es que un padre es menos padre sólo porque no ha tenido a sus hijos? ¿O porque no sabe cambiar pañales? No, a la gente le parece adorable eso de que un padre que no sabe cambiar pañales lo intente, y tú por el hecho de ser mujer no tienes que saber. Esto no va en el género, va en la persona. Y... —Hice una pausa apretando las manos que comenzaban a dolerme. —Estoy segura de que estás cuidando bien de Lucy. Eres una gran madre.

—Supongo... —Suspiró y yo me dejé caer en el sillón apretando los ojos. —Mañana iré a verla, ¿vale?

—Vale.

—Buenas noches. —Dijo ella.

—Buenas noches. —Dije yo al colgar.

Me miré la mano, que parecía resquebrajarse por dentro. No podía controlar nada de lo que estaba pasando, y es que al igual que había sido apendicitis podría haber sido cualquier otra cosa que yo no hice caso porque no la creí.

—Mami... —Se despertó abriendo los ojos, estirando la mano hacia mí abriendo y cerrando su manita.

—Voy contigo, cariño.

Apagué las luces de la habitación. Me quité los zapatos. Me tumbé a su lado. La arropé entre mis brazos con cuidado, había olvidado las veces que la tuve así entre mis brazos para que no pasase frío por las noches, o las veces que dormía hasta tarde a mi lado. Quería eso. Quería volver a eso.

—¿Le das un besito a mamá? —Pregunté en un susurro leve, y Maia asintió adormilada dándome un beso en la mejilla, apretujándose contra mí. —Te quiero mucho.

—Y yo, mami... —Dijo a punto de quedarse dormida.

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