Insomnio: Primeros Confederad...

Par Milaeryn

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¿Te atreves a cerrar los ojos? Si duermes, mueres. - Primera parte de la Saga Confederados. - La Tierra. Año... Plus

Nota de la autora
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🔷 Precauciones acerca del insomnio 🔷
Capítulo 1: El planeta cadáver
Capítulo 2: Rumbo al caos
Capítulo 3: El mecanismo de la muerte
Capítulo 4: El último turno
Capítulo 5: Pastilla de vida
Capítulo 6: La verdadera solución
Capítulo 7: Camino a la salvación
Capítulo 8: Una bala de libertad
Capítulo 9: Un rehén y un cadáver
Capítulo 11: El peso del deber
Capítulo 12: Locura de poder
Capítulo 13: Asimilar los riesgos
Capítulo 14: Errores por duplicado
Capítulo 15: Las cosas infinitas
Capítulo 16: Palabras de dioses
Capítulo 17: La historia de los perdedores
Capítulo 18: Heridas eternas
Capítulo 19: Secretos en el Nido
Capítulo 20: Una persona real
Capítulo 21: Una mirada al mañana
Capítulo 22: La cuna del sueño
Capítulo 23: El peligro de la perfección
Capítulo 24: La maldición del paraíso
Capítulo 25: Los hijos de la Tierra
Agradecimientos
Hipersomnia: Segundos Confederados
Saga Confederados
❤ Dibujos de los personajes ❤
¡Ganamos los #Wattys2016!

Capítulo 10: Servicios políticos

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Par Milaeryn

Bali, Indonesia. Veintiocho horas de vigilia.

El agradable calor del sol acarició la piel de Norak de un suave color marfil. Guardaba un tono parecido a la tierra de Bali, teñida de los potentes rayos de luz que emanaban de un trozo de cielo despejado. Un potente olor a salitre humedeció sus fosas nasales, tan secas como sus ojos. Su mirada se encontraba escéptica ante lo que veía a su alrededor. La belleza de la naturaleza.

Había un sonido de fondo casi desconocido, que era muy diferente al ruido de la gente, los trenes, los vehículos y las fábricas echando un nocivo humo que pintaba el ambiente de negro. Lo que escuchaba en aquella playa era el oleaje, el fino sonido del mar arrastrándose por la costa blanca, los pájaros piando... Eso le hizo recordar que la humanidad tendría una deuda más con la naturaleza después de esta pandemia.

Lo primero que hizo Norak fue acercarse al agua. Una ola diminuta acarició la arena y empapó la suela de sus botas negras. Luego, se agachó y pegó la palma de su mano sobre la tierra húmeda. El tacto le pareció agradable, pero aún más cuando el mar frío le cubrió la mano. Pensó que aún había esperanza en este mundo para recuperar lo que había antes.

También llegó Descabezado, y se mantuvo algo alejado del agua, situado justo detrás de su dueño.

Muy bonito, amo. Pero, ¿no cree que podría resfriarse?

—Anda, no estropees el momento —replicó Norak mientras se reía—. Tú también podrías venir aquí conmigo y darte un baño, ¿no quieres?

Norak intentó agarrarle para llevarle consigo, pero Descabezado hizo un gracioso sonido de protesta, y sus ruedas retrocedieron hasta que se atascaron por la arena.

—¡Amo Norak! ¡Esto es algo nuevo para mí y mi base de datos! ¿Desde cuándo usted es tan...? ¿Cómo se dice? ¿Playiro?

—Playero —corrigió—. Tal vez, siempre he dicho que no me gusta la playa, la naturaleza y demás, porque encontrar un poco de ella y verla es casi imposible. Por eso mismo, creo que deberías actualizarte otra vez ahora, y añadir a tu disco duro más información sobre Bali. Tu amo va a adorar todo esto a partir de ahora.

—De acuerdo. Aunque eso no significa que a mí también me tenga que gustar. Mis fuselajes no están diseñados para soportar estas cosas que se mueven... Esas amenazas acuáticas. No sé cómo se llaman. Nunca las he visto, amo Norak.

—¿Amenazas acuáticas? ¿No querrás decir «olas»? —Norak empezó a reír a carcajada limpia.

Exactamente eso, señor. ¡Olas!

Norak reprimió las ganas que tenía de zambullirse en el agua, y arrastrar con él a su amigo metálico bajo esas amenazas acuáticas de tono celeste, como él las llamaba. Pensó que nadar podría espabilarle, pero al final terminó por echarse agua en la cara, y dejó que sus mejillas se enrojecieran por el contacto con el sol.

Pronto, una sombra ocupó una parte de su rostro, y cuando alzó la vista al cielo, comprobó que el Zurloo Iganda estaba aterrizando justo al lado de la Nostradamus. Sintió expectación mientras la nave tocaba el suelo, y después, se abría la trampilla. Salió Vera Trêase Somout acompañada de dos personas más desconocidas para él.

Hanro y Faith fueron los primeros en recibirles.

—Estamos encantados de coincidir aquí con usted. Me enorgullece comunicarle que ahora mismo se encuentra con uno de los mejores equipos del Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo. Soy el general Hanro Vlaj. —El piloto le dio un convincente apretón de manos—. Es un honor conocerla, señora presidenta.

—Me alegra ver tanto entusiasmo, general Vlaj —aprobó Vera, y le corrigió—: Pero ya no soy presidenta.

—Para nosotros la verdadera presidenta siempre será usted —interrumpió Faith con una sonrisa de admiración.

—¿Y usted es...?

—La teniente Faith, copiloto de la Nostradamus.

—Muy bien. Veo que hay gente muy competente en este equipo, y eso que solo he conocido a dos de vosotros. Espero que uniendo a este sindicato conmigo, además de Enzo Villalobos y mi antigua jefa de gabinete, Ima Boscor, seamos aún mejores —dijo Vera mientras presentaba a sus dos acompañantes, y añadía con amenaza—: Pero nuestro principal problema es que debemos desaparecer para continuar con vida, o por lo menos, aparentarlo.

—Eso tiene fácil solución. Esa es la otra razón por la que vinimos a Bali. —respondió Hanro—. Tiene que conocer a un viejo amigo mío.

Vera asintió, y Hanro le insistió en que le acompañara. El resto del equipo se quedó vigilando la zona por si ocurría cualquier movimiento sospechoso.

Ambos caminaron por la playa y se adentraron en el bosque. Encontraron una especie de cueva situada en la ladera de una montaña. Vera se sorprendió al comprobar que, en menos de unos minutos, sus pies habían caminado por arena, tierra húmeda plagada de vegetación pisoteada y después, piedra. No estaba acostumbrada a otra cosa a excepción del asfalto u las pulidas losas que conformaban cada rincón de la Bona Wutsa. Ese edificio que había dejado de ser suyo. Pensar de nuevo en aquella traición nubló sus pensamientos, y la apenó.

Había una puerta de acero al final de la caverna, que se abrió de forma automática cuando se acercaron a ella. Vera comprobó que había cámaras y dispositivos de seguridad adornando las esquinas de los techos o las paredes del interior de aquel lugar, que se había transformado en un moderno centro de operaciones.

El piloto enseñó su identificación a un vigilante de por allí, que le dedicó una mirada hostil nada más verle.

—General Hanro Vlaj, servicios aéreos del Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo —anunció—. Tal y como veo, tenéis el nivel de seguridad puesto al máximo. Nosotros también. Así que me parecería correcto que se concertara una reunión con el jefazo para unir fuerzas y que nuestra desconfianza hacia Dacio sea mutua, ¿no cree?

—Voy a tener que pedirle que se marche... —respondió el hombre—. Dudo que el señor disponga de tiempo para reuniones, y más en esta situación de alerta.

—Pero, ¿quién es ese hombre? —preguntó Vera.

Hanro iba a hablar, pero el segurata le interrumpió:

—Nunca decimos información sobre él, ni siquiera el nombre.

—¡Pues me da igual quién sea! No pienso fiarme de las palabras de un subordinado, no se ofenda. Todos los miembros del Sindicato han estacionado en Bali, y no solo para recargar su nave. Teníamos la intención de reunirnos con ese... misterioso señor. Si mi equipo me dice que él nos puede ayudar, lo mínimo que puedo hacer es confiar en sus palabras. Así que ya puede avisarle —encaró Somout.

—Mi jefe también me ha dicho que no acepta reuniones, lo mínimo que debo hacer es obedecerle. No se ofenda usted tampoco —replicó.

—¿Sabe con quién está hablando? Soy Vera Trêase Somout. Dígale a su jefe que salga a hablar conmigo, o le juro que le encontraré yo misma.

—Deje las órdenes a un lado. Usted ya no es presidenta.

Vera cogió aire con fuerza mientras arrugaba la nariz por el enfado. Eso tuvo el efecto suficiente en ella para hacerle creer que la sangre le hervía por las arterias.

—Cierto... —afirmó ella, e intentó tranquilizarse para hablar con su innata diplomacia—. Pero nunca se debe olvidar el pasado ni quiénes fuimos. Al menos, eso decía el eslogan de mi partido. Estoy bastante de acuerdo con ese lema, y creo que su jefe también lo estará.

El pequeño sonido de los soportes de las cámaras de vigilancia que enfocaban hacia Vera se oyó por toda la sala. Aquello era el claro indicio de que había alguien tras ellas que se encontraba viendo y escuchando toda la escena. Y mientras el agente de seguridad se mantenía en silencio, Hanro no pudo contener ni un segundo más los labios sellados.

—Y yo creo que el jefe está bastante atento a todo lo que pasa aquí... —El piloto señaló a las cámaras.

El segurata, impaciente, recibió una orden por su intercomunicador, e hizo un gesto a Vera y Hanro para que les acompañara. Avanzaron por las entrañas de aquel lugar secreto, formado por unas monótonas paredes transparentes y suelos de cristal. Llegaron a una sala que se diferenciaba de toda la homogeneidad que ofrecía el sitio. Tenía paredes y suelos opacos. La puerta principal se abrió, y entraron en aquel lugar medio iluminado por las incontables pantallas que mostraban los vídeos de las cámaras de vigilancia. Pero no solo del interior de aquella base, sino de cada recóndito lugar del mundo.

Frente a una de las pantallas, se encontraba un muchacho tecleando con insistencia sobre un holograma azul. Giró su silla para dar la bienvenida a los recién llegados.

—Si uno mismo es valioso, siempre hay que hacer esperar para que le valoren como es debido —murmuró mientras se levantaba del asiento rojo.

—¿Qué filósofo decía eso? Déjame adivinar... ¿Epicuro? —musitó Hanro.

—Lo digo yo —respondió con una media sonrisa.

Ambos se dieron un abrazo amistoso y varios golpecitos en la espalda. Vera se fijó en el aspecto de aquel hombre, que llevaba una barba demasiado demacrada para un peinado tan engominado. No se sabía con certeza si era un vagabundo u cualquier millonario podrido de billetes. También portaba un panel holográfico en el antebrazo. Parecía un reloj de pulsera pero de dimensiones más exageradas. Su vestimenta era un tanto contradictoria. Llevaba un formal chaleco de tono morado, un color que Vera adoraba, y un pantalón de vestir muy arrugado, roto por las rodillas.

El excéntrico hombre se acercó a Vera. Ella le dio la mano, pero él aprovechó para darle un beso y hacer una reverencia.

—Perdóneme, señora presidenta —dijo con cortesía—. Para el mundo entero carezco de nombre, es más, ni siquiera existo como tal. Sin embargo, para los más allegados, mi apodo es Epicuro. Me alegra que sea usted una de mis allegadas. ¿Sabe que la voté en las elecciones? Siempre seguirá siendo mi presidenta favorita...

—Ciñámonos a la realidad, ya no lo soy. Pero me parece un detalle halagador por su parte, señor... Epicuro. —A ella le resultó raro pronunciar ese nombre.

—¿No había oído nunca hablar de Epicuro? —preguntó él—. Fue un filósofo griego que me inspira bastante, a decir verdad. Siempre he tenido cierto afecto por la filosofía, a pesar de llevarme la mayoría del tiempo colocando claves numéricas interminables en programas imposibles de descifrar.

—¿Y por qué intenta descifrarlos si es imposible? —Vera le retó.

Epicuro se rio.

—Epicuro decía que había cuatro miedos, señora presidenta. Uno de ellos era el miedo al fracaso en la búsqueda del bien. Yo busco la verdad, que también es el bien para mí, y cada paso que doy para hacerlo vencerá ese miedo, ¿comprende? Además, la palabra «imposible» solo la utilizo de manera externa a mí mismo, de lo contrario, no sería el mayor hacker del planeta. Siempre termino descifrándolo todo.

—Por eso mismo estamos aquí —agregó Hanro.

—Por mí, básicamente. —Epicuro acompañó sus palabras con una sonrisa sarcástica.

Vera se cruzó de brazos.

—Sí que conozco algo de la Antigua Grecia, muchos de sus mitos y leyendas. Yo, siendo algo parecida a usted, compagino mi interés por la historia con el fervor por la política... Con la política se puede lograr hacer historia, y con la historia, sabemos de qué pie cojeaba cada político en el pasado. Por eso, tener presente el camino del hombre tiene tantas ventajas. Y si volvemos al tema de Grecia, creo que a usted le favorecería más el nombre de Narciso, señor Epicuro. Supongo que sabrá el porqué.

Epicuro se quedó callado. De todas formas, no tenía ninguna alternativa mejor para responder la pulla que le había dedicado la anterior representante del planeta. Al final, él recordó que su papel era mucho más importante como hacker que como un engreído más con voz de estirado y mal carácter.

—Perdóneme una vez más —mencionó Epicuro.

Vera aceptó sus disculpas, y le dedicó una mirada noble.

—Ahora, volvamos a lo que de verdad merece nuestra atención. —Somout retomó el tema—. Señor Epicuro, le insisto una vez más en que necesito toda su colaboración. Mis subordinados me informaron sobre el atentado de Pesadilla, me dijeron que pudieron controlar la máquina de limpieza atmosférica de forma informática. Y nuestros softwares tienen millones de cifrados y barreras de seguridad para evitar los hackeos. Es imposible... pero consiguieron tomar el control de esa forma. Así es la realidad.

—¿Recuerda lo que le dije antes sobre que, para mí, lo imposible no existía? Tal vez, yo no sea el mayor hacker del planeta, y puede que haya otro más tan hábil como yo aunque me pese decirlo —reconoció Epicuro.

—Entiendo —aprobó Vera—. ¿Y cree que podría reconfigurar la máquina de limpieza atmosférica? Si consiguiéramos el control de la máquina, podríamos nebulizar una cura a través de ella.

—Necesitaría días para conseguirlo.

—Eso no supondría un problema —murmuró ella—. Tampoco tenemos una cura, así que...

—Lo más importante es que tenemos un equipo dispuesto a luchar por su mundo sin dormir ni por un segundo —mencionó Hanro de una forma que motivó a ambos—. Solo pensadlo. Contamos con la doctora Orbon, que ya ha conseguido patentar la cura una vez, y puede volver a hacerlo otra más si es preciso, aunque el mono con el que experimentara falleciera cuando Pesadilla hizo explotar su propia nave. También tenemos a un hacker que podría hacer que la máquina saliera andando si hace falta... Y eso sin contar con todo el Sindicato dispuesto a hacer el trabajo de campo, porque, seamos claros... La cura no va a llegar solita hasta la máquina para nebulizarla, alguien deberá llevarla hasta allí. Para eso se necesitan buenos pilotos y buenos agentes. Ese será el verdadero reto. Lo demás es todo un juego de niños.

Vera y Epicuro se miraron entre sí, y clavaron sus ojos en el decidido semblante de Hanro Vlaj, que les observaba a la espera de alguna respuesta. Un mínimo «sí» para continuar con ese plan hacia adelante.

—Si quieres seguir con esa propuesta, señora presidenta, solo tiene que asentir. Pero le advierto, descansaremos poco, muy poco. Mucho menos que ahora —insistió Hanro.

Somout asintió.

—Bien, ahora solo me queda elaborar una lista para reclutar al equipo definitivo. Escogeré a los candidatos que vea más aptos, y desde este mismo momento, esta misión va a catalogarse como alto secreto. Todo aquel que se una a ella deberá jurar su más absoluta lealtad al Partido Retrospectivo —añadió Vera.

—Soy un partidario de que la confianza debe demostrarse. Por eso mismo, voy a iniciar desde ya la misión por mi cuenta. Me esperan muchas horas frente a ese ordenador —mencionó Epicuro, jurando su compromiso entre líneas.

—De acuerdo. Que le vaya bien, compañero. —Vera se despidió mientras Epicuro se marchaba a su despacho, y agregó—: ¿Vlaj? ¿Qué hay de usted?

—Espero formar parte de ese equipo, señora presidenta.

Vera esbozó una media sonrisa.

—No sabe cuánto se lo agradezco —dijo ella—, y pienso que ya debería darme los expedientes de todos aquellos sindicalistas que están a bordo de la Nostradamus.

Hanro le envió un archivo mediante su intercomunicador. Eran los datos donde figuraba la información de cada integrante del Sindicato de Paz y Salud Retrospectivo. Ambos pasaron algo más de una hora reunidos. Debatieron sobre el equipo que realizaría la misión. Los dos debían asegurarse, no solo de que fueran personas leales al secreto, sino que tuvieran la capacidad de resistir más presión y cansancio del que estaban sometidos. Para este tipo de misiones era necesario un entrenamiento previo, y el de esa misión en concreto sería más duro que cualquiera. Debería hacerse a contrarreloj.

En la lista que elaboraron figuraban los nombres y los roles de los futuros integrantes de la Operación Omega.

- Doctora Astridia Orbon, jefa de microbiología y medicina preventiva.

- Director Enzo Villalobos, asociado al servicio de biotecnología e ingeniero aeronáutico en Fuselajes Villalobos.

- Agente Kurtis Slade, agente de policía y responsable de la seguridad.

- General Hanro Vlaj, piloto de la Nostradamus.

- Teniente Faith, copiloto de la Nostradamus.

- Epicuro, ingeniero informático.

- Qeri Navas, enfermera especializada en Cuidados de Hypoxología y politrauma.

Todos los elegidos recibieron un mensaje en sus intercomunicadores. Excepto uno de ellos, cuyo buzón virtual residía dentro del chirriante cuerpo de un robot.

Descabezado realizó un molesto pitido. Norak estaba tumbado en la cama de su camarote, y se giró para apagarlo.

—¡Señor, he recibido correspondencia urgente!

Advertencia. Correo encriptado. Lectura confidencial. Cualquier revelación de su contenido será penada con una condena por deslealtad política.

Asunto: Candidatos para la Operación Omega.

Si recibe esta correspondencia, significa que usted ha sido elegido como candidato para participar en una misión de alto secreto, que combatirá delitos como el ciberterrorismo, bioterrorismo y atentados globales. Por decreto legal, el ciudadano terrícola tiene prohibido negarse a la participación, de lo contrario, la Constitución Global del año 3501 establece que: «Cualquier ciudadano terrícola que se niegue a su derecho de servir a la Tierra, por órdenes directas del representante mundial pertinente, será penado con la cárcel por negación a sus deberes de ayuda en situación de alerta máxima planetaria».

Servicios requeridos:

- Cuidado sanitario al personal que realizará la misión con usted en la Zona Hypo de la Antártida.

- Colaboración para patentar el Plan Morfeo, cura para el Insomnio S.B.

Para oír con más detalle todo el plan de la Operación Omega, se reclama su asistencia en el nuevo centro secreto de operaciones del Partido Retrospectivo de Bali, Indonesia, justo hoy a las 06:00 horas. Pulse aquí para descargar las coordenadas en su dispositivo.

Un cordial saludo.

Recibido a las 01:32 horas.

Remitente: Presidenta Vera Trêase Somout, primera representante terrestre y secretaria general del Partido Retrospectivo.

Destinatario: Norak Ryder, enfermero especializado en Cuidados de Hypoxología y urgencias epidémicas del SPSR.

—Amo Norak, ¿ya lo ha leído? —Descabezado se acercó al estupefacto Norak, y le dio un golpecito en el hombro con su ligero brazo de metal—. Señor, ¿no me oye? ¿Ha leído el mensaje?

—Descabezado, repite todo el mensaje en voz alta.

—¿Por qué, amo?

—Porque necesito oírlo de nuevo para creérmelo. Tú no necesitas dormir, colega... Y creo que ahora mismo estoy viviendo uno de mis mejores sueños.

—Está bien. Lo repetiré...

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