Atormentado Deseo © ¡A LA VE...

By Themma

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Completa versión borrador. Un hombre que, años atrás, creyó entregar su corazón y al hacerlo, lo perdió todo... More

- Atormentado deseo -
Prefacio
1. Carácter agrio.
2. Sensaciones contradictorias.
3. Sólo sé destruir.
4. Incalculablemente aniquilador.
5. Apetito
6. Diabólicas llamas.
7. Juguemos.
8. Vivir.
9. Roces sutiles.
10. Fuego lacerante.
11. Contrapeso.
12. Desquiciante.
13. Caída libre.
14. Rosa carmesí.
15. Inexplicable dualidad.
16. Estar enamorada.
18. Tú.
19. Zumbido aplastante.
20. Al ser uno.
21. Peligrosa huella.
22. No lo puedo evitar.
23. Estoy vacío.
24. Palpitaciones.
25. Su camino.
26. Desquebrajando.
27. No hay garantías.
28. Noche profunda
29. El único demonio.

17. Silencio aplastante.

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By Themma

JO JO - SAVE MY SOUL



Cristóbal llegó a la empresa como solía. Saberla en su apartamento, segura, dormida, le generaba cierta paz, algo que hacía mucho tiempo no experimentaba, incluso se sentía poderoso, sereno.

Poco después de las diez, Jimena entró un poco desconcertada.

-¿Qué sucede? -quiso saber intrigado ante su expresión.

-Señor, hablaron de seguridad, un hombre que dice ser el tío de Kristián, está aquí...

Arrugó la frente sin comprender qué diablos hacía en la empresa.

-Bien, que le den acceso.

Roberto apareció un segundo después.

-Disculpe, señor. Me avisaron que el hombre con el que ayer la señorita Kristián tuvo un conflicto, se encuentra en el conglomerado.

Cristóbal se levantó, asintiendo.

-Así es, ya di órdenes para que entre -expresó relajado.

-No puedo dejarlo solo, no sin saber a qué vino -argumentó serio su escolta.

-Lo entiendo. Te aseguro que viene a reclamar alguna estupidez por lo ocurrido ayer.

Cinco minutos después, el hombre entró acompañado por Blanca. La chica cerró al salir dejándolos solos a los tres.

Ignacio estudió el sitio, desde que llegó quedó perplejo, atónito. No creyó que su sobrina trabajara en un lugar como esos, y que ese hombre al cual deseó partirle la cara la noche anterior, fuese el dueño de ese impresionante edificio. Cuando dio con todo en casa de sus padres, decidió hacerle una visita. Su sobrina no tenía derecho a robarle lo que le pertenecía, ya ahí tenía su mina de oro. Gracias al cielo se le ocurrió remover entre sus cosas y fue así como encontró más de lo que hubiera esperado. Un poco de investigación en la red y encontró la empresa, y... al dueño.

-¿Señor Garza? -soltó el hombre. Iba vestido de forma casual, perfectamente peinado y con gesto imperturbable.

-¿Qué desea? -preguntó educadamente Cristóbal, cruzándose de brazos. La sonrisa cínica del hombre calentó su sangre. Deseaba dejarle la huella de su puño en medio de los ojos. Se contuvo, y lo estudió impávido.

-Mi sobrina no pierde el tiempo -y silbó dejando vagar sus ojos a su alrededor. Se controló mirando de reojo a Roberto, que observaba todo sin moverse-. Supo jugar bien sus cartas... Mire que amarrarlo de esa manera, no debió permitirlo...

-Hágame el favor de decir a lo que vino y largarse, tengo mucho trabajo. -Ignacio lo miró con indolencia, con gesto triunfante.

-No creo que usted desee tener a su hijo viviendo en esa casa -Al escuchar eso no pudo evitar arrugar la frente sintiéndose de pronto descompuesto. ¿De qué carajos hablaba? El hombre sacudió la cabeza riendo. Sacó del bolsillo de su camisa un papel y se lo tendió-. Veo que no sabía nada, pero seguro se lo iba a decir muy pronto... -le guiñó un ojo con cinismo.

Cristóbal se lo arrebató, lo abrió y lo leyó. Al ver lo que ahí decía, palideció sintiendo que el piso se abría bajo sus pies para tragárselo de un solo bocado. Respirar costó trabajo y miles de sentimientos se mezclaron en su interior. ¡No, no, no! Un sudor frío viajó por su columna vertebral, su respiración se disparó.

-¿Quién le dio esto? -rugió acercándose, completamente fuera de sí. El hombre retrocedió negando.

-Es una prueba de embarazo, y bueno, supuse sería su hijo, pero igual podría ser de cualquiera. Así que le propongo que, si es suyo, la mantenga y la aleje de mi casa, y si no lo es, no se meta en lo que no le incumbe -Cristóbal lo tomó de la camisa con fuerza, apretando la quijada. El hombre, lívido, buscó soltarse.

-Lárguese de aquí antes de que le rompa su jodida nariz y todos sus putos dientes... Ahora -no gritaba, pero la amenaza era frontal. Supo, por su mirada fría, cargada de odio, que lo haría. Ese hombre parecía un demonio, tembló asustado.

-¡Suélteme! -Lo bajó logrando que resbalara y cayera sobre su trasero.

-Sácalo de aquí, Roberto, ahora -exigió dándole la espalda, arrugando el papel que tenía en la mano. Un maremoto barrió con todo, de nuevo. Eso no podía estar ocurriendo, no ella, no a él.

-Haga lo que le plazca con Kristián, pero la casa será mía... -Lo escuchó decir. Aún no salía de ahí. No volteó, no podía, se sentía anclado a ese lugar.

Sus latidos podía escucharlos tras sus orejas. La saliva estaba espesa y tuvo que jalar un poco el nudo de la corbata porque se ahogaba. Lo volvió a abrir. Su nombre estaba ahí y un <<Positivo>> en negritas, dejaba claro que era real. Lleno de odio, de rabia, de impotencia, salió de ahí.

El escolta se lo topó en el pasillo. Al ver su expresión supo que estaba lleno de cólera. Cerró los puños mostrándose indiferente, ese era su trabajo.

-¿Aún sigue ahí? -Supo que se refería a la joven. Asintió con formalismo. Pasó a su lado, aún con los latidos empalmándose de tan rápido que iban.

Condujo sin prestar atención en nada. La sangre corría por su cuerpo quemando cada maldita arteria, cada pensamiento, cada atisbo de cordura. Entró buscándola con la mirada. Al no verla, subió de dos en dos los escalones. Su mente estaba cubierta por un manto negro que no le permitía hilar nada. Todo se mezclaba en su mente, ya nada volvía a ser como debía, no podía estarle ocurriendo aquello.

Abrió la puerta sin más. Ella se abrochaba la camisa con movimientos lentos, su rostro estaba cargado de melancolía y su cabello lucía alborotado. Le importó poco.

Kristián respingó al verlo ahí, así. Sus ojos parecían ajenos, plagados de rencor, de frío odio. Pasó saliva sintiendo, pese a la distancia, su gélida ira.

-¡¿Me puedes decir qué diablos es esto?! -Y aventó el papel a la cama. Ella no se movió, pero lo observó de reojo. ¿Qué le sucedía?-. ¡Agárralo, carajo!

-¿Qué te pasa? -quiso saber sin moverse. El hombre caminó y al tenerla a unos centímetros sintió aún más dolor, más rabia, traición. Era un imbécil por haber vuelto a confiar.

-Sé que estás embarazada -Kristián perdió el color de inmediato, sus ojos se abrieron. ¿Cómo lo supo?-. Fuiste hábil, inteligente... Pero de mí no obtendrás nada, ese es el truco más estúpido y viejo de todos. Ni siquiera puedo asegurar que sea mío -La joven, con el llanto atorado en la garganta, escociéndole los ojos, elevó la mano y con fuerza lo abofeteó. Cristóbal, al sentir el impacto la tomó por lo brazos respirando agitado.

-¡Eres un imbécil! -soltó ella, indignada, rebasada por todo lo que ocurría-. ¡Cree lo que te plazca, me importa una mierda! -escupió sin soltar su mirada. Sus rostros se hallaban a unos cuantos centímetros.

-Creías que embarazándote asegurarías tu vida, que me atarías a ti... Te creí más lista. Coqueteas sin cesar, le sonríes a cualquiera, no caeré, Kristián, conmigo te equivocaste, estuviste en mi cama, pero y cuándo no lo estabas, podías estar en la de cualquiera -Ella alargó un poco más el cuello, aprovechando que la tenía sujeta. Rio con ironía. En ese momento sentía que lo odiaba como a nadie.

-Eres soberbio, un hombre seco, no tienes nada que yo pueda desear... porque tu dinero, Cristóbal, es tan superficial como tu alma, tan vacío como tu vida... -La soltó perdiendo color-. No quiero nada de ti, no te necesito. Mañana mismo dejo mi renuncia, y no te preocupes, no sabrás nada de mí, nunca... -Al ver que se iba, la ansiedad lo embargó. La tomó por la muñeca negando con rabia.

-Tu contrato está blindado, y no te irás de la empresa hasta que Carolina regrese, me importa una mierda lo que hagas de tu vida, a quien le endilgues ese niño, pero no te irás. Así que ya lo sabes... Conmigo no se juega, te lo advertí. Mañana a las nueve, no quiero un jodido pretexto, después, después haz lo que te plazca -y salió dejándola ahí.

Sus labios temblaban, su cabeza martilleaba, su pecho lo sentía hundido, incluso dolía. Se pasó una mano por la frente intentando llenar sus pulmones de aire. Tomó su bolso y salió corriendo. Al llegar al elevador, le pico con desespero. Él seguía ahí, lo había visto al pasar. Uno de sus enormes dedos abrió las puertas. No lo miró, entró en cuanto el ascensor se lo permitió. Esto ya era demasiado.

-¡Ciérralo de una maldita vez! -Le gritó al ver que no se movía. Un segundo después el aparato se movió y dejó de verlo. Al llegar al estacionamiento miró a los lados. Roberto apareció de pronto.

-¿Te llevamos? -Ella negó temblando.

-¿Por dónde carajos salgo de aquí? -Le pidió con los ojos empañados. El hombre señaló la salida. La joven corrió sin detenerse mientras él la observaba alejarse con agilidad. No creyó que las cosas ocurrirían así, debía mantenerse ajeno, pero costaba mucho, esa chica no se lo merecía.

Al llegar a la calle, permitió que las lágrimas de nuevo salieran, aun así, siguió corriendo. Varias cuadras recorrió, deseaba alejarse lo más que pudiera de ahí. Logró dar con una avenida minutos más tarde. Al fin apareció un taxi, se subió y le indicó a donde ir. Recargó la cabeza en el respaldo dejando salir todo el dolor que la estaba consumiendo, en horas su vida se había volteado de cabeza y no encontraba como enderezarla otra vez. Jamás debió involucrarse con él, nunca debió ser parte de ese maldito juego.

Llegó a casa sintiendo el peso de su dolor, era una carga tan pesada que dolía incluso avanzar. Abrió la puerta y lo primero que vio fue a Ignacio. Movía unos objetos del recibidor.

-¡No te atrevas a tocar nada! -rugió con amenaza. El hombre giró alzando una ceja con indolencia.

-Tú a mí no me das órdenes -Ella negó llena rabia. Subió las escaleras, encontró en uno de las habitaciones sus pertenencias. Tomó todo lo que pudo y con el corazón latiendo como desquiciado, bajó y las aventó fuera de la casa.

-¡Lárgate! -gritó con el rostro descompuesto.

-¡Qué carajos te pasa! -vociferó el hombre sin dar crédito a lo que ella había hecho.

-Estás en mi casa, y hasta que no me largue de aquí, no tienes derechos -Ignacio, rojo de cólera, la tomó por los brazos.

-Así que te dejó... Por eso estás así, ¿no? -La joven no pudo más, alzó una de sus piernas y le dio justo donde las suyas se unían.

-¡Kristián! -giró justo cuando el hombre caía quejándose por el golpe. Ileana la veía, llorosa.

-¡No tocará nada de ella, no ahora! -rugió con firmeza la joven, pálida, entumida. La mujer al ver su dolor, se acercó. La chica retrocedió negando. Su tío se levantó con el rostro inyectado de furia.

-¡No te atrevas a tocarla! ¡Y saca tus cosas de aquí! Esta casa le pertenece a Kristián, así que dile a tu mujercita que de aquí no sacará nada y ponte a trabaja -declaró con autoridad Ileana. La joven no pudo más y corrió escaleras arriba.

-Ahora sí la defiendes, si tú fuiste quien la abandonó aquí como un trapo viejo... -No pudo ni quiso escuchar más, cerró su habitación, se recargó en la puerta y se dejó caer sollozando sin control. Los espasmos no cesaron por varios minutos, tanto que el abdomen ya le dolía. Necesitaba verlos. Se levantó, tomó una foto donde salían sus abuelos a su lado, la pegó a su pecho y se acurrucó en la cama.

-¿Por qué me dejaron? -susurró sollozando de nuevo-. Lo prometieron... -se sentía tan vacía, tan sola, tan triste.


Su móvil sonó unas horas más tarde. Al reconocer el número contestó. Las cenizas de su abuela estaban listas. Se limpió la cara. Besó la fotografía acariciándola por varios segundos.

-Soy fuerte, les juro que lo seré. Tengo un motivo y sabré hacer las cosas bien -se mudó de ropa envuelta en un trance, salió de la habitación con la imagen en su mano. Descendió lentamente. Escuchó voces femeninas en la cocina. Apareció en el marco de la puerta observando apenas a las tres personas que ahí se hallaban. No tenía idea de qué hablaban, miró a Clara, su tía, nada más.

-Las cenizas están listas, debemos ir a recogerlas -La mujer asintió levantándose de inmediato. Los otros dos la siguieron midiendo las reacciones de Kristián, pero ésta los ignoró y anduvo rumbo a la salida.

Los cuatro subieron al auto de la joven sin decir una sola palabra. El silencio era aplastante, pero lo prefería. No tenía deseos de escuchar a nadie, menos a ese hombre egoísta que sometió a su tío. No solía ser así, no cuando vivió con su primera esposa. Era dulce, atento, incluso la visitaba a menudo con sus primos. Pero un buen día la mujer lo abandonó por otro hombre, y luego él consiguió una chica mucho más joven, nada fue igual desde ese momento. Su Aby sufría mucho al saberlo así, tan lejano, tan infeliz, pero no había mucho que hacer pues no se dejaba ayudar.

Cuando los restos de sus abuelos quedaron juntos, Kristián se permitió nuevamente derramar algunas lágrimas, colocó un pequeño arreglo que compró en la entrada y se despidió sintiendo que una parte de su alma se quedaba ahí. Ya su vida sería otra y debía enfrentarla.

Ileana la observaba sintiéndose muy impotente, pero respetando su distancia, esa que siempre había mantenido. Kristián jamás la cuestionó, tampoco le reclamó. Simplemente cuando regresó seis años después de haberla dejado de aquella cruel forma, lista para enfrentar lo que viniera, ella la miró como si cualquier otra persona que conociera estuviera en frente. Era un torbellino, le dijeron sus padres, que se hallaban en aquella mesa del comedor, esperando a que la niña regresara de casa de su amiga. Llegó hecha un lío, sucia, los pantalones rotos, el cabello enmarañado, y riendo sin cesar.

-Hola -musitó bajito. Mirando a sus abuelos, dudosa. Su indiferencia la golpeó de tal forma que se encontró saludándola de igual manera, evaluándola con atención.

-¿Sabes quién soy? -La niña asintió con seguridad.

-Ileana -respondió torciendo su boca. La mujer miró a sus padres unos minutos, después nuevamente a ella.

-¿Cómo estás? -No daba crédito a su actitud. Sonrió asintiendo, luego se acercó a su abuelo.

-¿Puedo quedarme a dormir en casa de Paloma? Su mamá preparará un pastel... Di que sí -El hombre, notoriamente desconcertado, no supo qué responder.

-Quería que habláramos un rato -Intervino Ileana, apretando la servilleta de papel que tenía entre sus manos. La niña la miró un segundo, sin darle mucha importancia.

-Abue, por favor... sabes que el de chocolate me encanta, di que sí -le rogó removiéndose como solía, era evidente que tenía un exceso de energía.

-¿No prefieres quedarte y conversar un rato con nosotros? -Su carita de hastió apareció.

-Hablan de puras cosas aburridas... Por favor -suplicó abanicando sus ojos para conseguir lo que deseaba y juntando sus manitas. El hombre le dio un beso en la frente asintiendo al ver que su hija bajaba la mirada. Kristián se despidió con la mano brincando de la felicidad y salió de ahí.

Después de eso, cada vez que la veía, se portaba igual. Siempre le respondía a lo que le preguntaba, no huía de ella, pero era como si fuese su tía. Sus padres estaban de acuerdo en que buscara su perdón, en que, si lo lograba, la llevara a vivir con ella a su casa, con su marido y el bebé que acababa de tener. Pero pasó el tiempo y Kristián no cedía, hasta que un día se enteró que duró escondida en un parque tras un bote de basura casi un día entero, creyendo que la obligarían a irse con Ileana. No lo soportó y comprendió que no tenía derecho a romperle más el alma a esa niña a la que no supo amar.

Fue hasta su casa, y habló con ella.

-¿Sabes que nos asustaste mucho, Kristián? -Ella asintió rodeando con fuerza la cintura de su abuela-. ¿Por qué lo hiciste, entonces?

-Quieres que me vaya contigo, y yo no quiero, esta es mi casa... -musitó bajito, sin titubear, sin dudar. El nudo en la garganta retornó.

-Así es, esta es tu casa, y no haremos nada que no quieras... -declaró con suavidad.

-¿Entonces por qué dijiste que me llevarías? -La confrontó con sus ojitos lleno de dudas. La mujer resopló tragándose las ganas de llorar.

-¿No te gustaría vivir con el bebé, con César?... Podrías tener tu habitación, allá hay alberca, tendrías nuevos amigos...

-Ya tengo amigos, también mi cuarto. Ese es tu bebé, yo quiero vivir aquí, con ellos. Me porto bien, y ayudo, no los molesto, tampoco soy grosera, saco las mejores calificaciones -Le dolió mucho comprender lo que ella creía debía ser para permanecer ahí.

-Eres una excelente niña, Muñequita -intervino su abuela, con voz segura.

-Así es, Kristián, pero ¿y no te gustaría ir a dormir de vez en cuando allá? -Kristián se irguió confrontándola.

-Ileana, yo aquí soy feliz, muy feliz. No quiero estar en otro lugar -declaró con sencillez, pero sin titubear.

-Lo entiendo... -expresó afligida, fingiendo serenidad.

-¿Entonces no me llevarás contigo? -preguntó esperanzada.

-No -negó acercando su mano hasta aquella delgada pierna-. Las cosas se harán como tú digas -La niña sonrió evidentemente llena de alivio. Besó a su abuela, y luego corrió a los brazos de su abuelo e hizo lo mismo.

-Debo ir a dormir, salúdame al bebé y a tu esposo -y subió las escaleras corriendo, como solía. No la arriesgaría, ya no. Así que a partir de ese momento se mantuvo presente, pero sin invadir su espacio. Después, cuando cumplió quince, aquella noticia que le partió el corazón y dolió como pocas cosas en la vida. Con mayor razón dejó de lado su necesidad y se mantuvo al pendiente de las de ella. Tres años después tuvieron que mudarse a La Paz, en Baja California, al norte del país, por cuestiones de trabajo de Cesar. Una tarde llegó a su casa y le pidió la acompañara a un sitio. Comieron hablando de tonterías, cuando llegó el momento se limpió los labios con la servilleta de tela y la miró penetrantemente. Se había convertido en una joven muy bella, sus facciones proporcionadas, exactas, pero lo que llamaba siempre la atención de cualquiera, era esa seguridad, su forma de ser, la fuerza y brillo en sus ojos marrones. Era inteligente, brillante, le habían dichos sus padres, positiva y con interior lleno de bondad.

-Me iré a La Paz a vivir -La joven la observó, serena.

-El trabajo de César, ¿cierto? -asintió débilmente.

-Eso es bueno, les irá bien -declaró tranquila, incluso sonriendo.

-¿De verdad te da igual? -La cuestionó intrigada, dolida también pese a no tener derecho. Kristián torció la boca sin comprender.

-No te entiendo -y era sincera. Cerró los ojos negando.

-Kris... ¿Podrás algún día perdonarme lo que hice? -La chica pestañeó sin dejar de verla. Guardó silencio varios minutos que le parecieron un siglo. No obstante, se lo merecía, nada nunca lograría hacerla sentir bien consigo, lo que hizo fue imperdonable. Terapias, llanto, noches enteras sin dormir, una culpa tan grande que no la dejaba vivir. Veía a sus otros dos hijos y no lograba comprender cómo fue capaz de dejarla sin más, sin mirar atrás. Pese a que la tuvo a los diecisiete, nada la justificaba.

-Ileana, no tengo nada que perdonar... -musitó bajito-. Tú no podías conmigo, no cabía en tu vida... Te preocupaste por mí, me dejaste en un lugar donde sabías me querrían, me cuidarían. He sido feliz, y no tengo nada que reprocharte -Las lágrimas salieron a manera de torrente. Se tapó los labios sollozando al ver cómo decía todo, cómo lo acomodó.

-Fui cobarde, fui inmadura, fui una estúpida... Jamás debí irme así -murmuró sin soltar sus ojos.

-Ya pasó, yo estoy bien, tú también... Cuando la vida te quita, también te da... Cuida tu familia, sé feliz, yo no te guardo rencor -manifestó sin perturbarse.

-Pero jamás me verás cómo tu madre -Kristián tensó la quijada, desviando la vista para perderse un poco en aquel lugar.

-Mi madre es mi Aby, y mi padre, mi abuelo. Lo lamento, pero... eso es así -confesó. Ileana asintió con el pecho comprimido, comprendiendo que ese era su castigo y lo sería toda la vida.

-¿Y yo? -deseo saber, llorando de nuevo. La joven sonrió ladeando la cabeza.

-Tú, tú eres Ileana, no sé qué decirte, te quiero como... como a Clara... -admitió torciendo la boca. La mujer bajó la mirada hasta sus manos, vencida, aniquilada, se lo merecía y nada podría hacer al respecto.

Después de ese día, nada cambió en su actitud respecto a ella. Siempre era cortés, educada, pero jamás cariñosa, no como a veces lo hacía con su hermana, y mucho menos con sus padres. Se mantuvo al tanto de todo lo que le ocurría por medio de su madre, en incluso insistió en solventar sus gastos desde que reapareció, pero su padre se reusó, de alguna manera ellos formaron una familia donde nadie más tenía cabida, no ella por lo menos.

Ahora, tantos años después, esa herida seguía expuesta y tan abierta como siempre. Perdía a su madre, pero verla a ella sufrir de esa forma, le dolía aún más. ¿Cuánto más tendría que vivir su hija?

Al regresar a la casa, Kristián subió y unos minutos después salió vestida en ropa deportiva, los tres sabían bien a donde iría. Escucharon la puerta cerrarse, su auto alejarse.

-Debo salir... regreso más tarde -anunció Ileana unos segundos después sintiendo que se ahogaba-. Y no quiero un espectáculo más, Ignacio -le exigió con tristeza. El hombre negó bajando la mirada. Las escrituras las guardó su madre en algún sitio, pero ella tenía una copia, y le dijo que si no se iba, si no la dejaba en paz, entonces levantaría una denuncia pues esa casa desde hacía un tiempo era de su hija y nadie le quitaría nada más, nunca, no mientras viviera. Por otro lado, los tres se enfrascaron en una fuerte discusión cuando supieron que había ido a la empresa de Kristián a hablar de su embarazo, noticia que sobre todo a Ileana la tenía de cabeza, con el corazón oprimido, comprendieron que la habían dejado sola con toda la carga, que con pretextos cada uno se recargó en ella dejándole toda la responsabilidad de sus padres, y luego de su madre, y que, por si fuera poco, su hija, Kris, pronto sería mamá.

Esa joven fuerte solventó sola todo lo que a ellos les correspondía, lo que por obligación debieron prever, pero tan absortos en sus problemas, en sus vidas, simplemente la dejaron hacerse cargo y hacer frente a todo lo que ahí ocurría. Y pese a que ella mandaba dinero cada mes, jamás pensó que sus hermanos no lo hicieran, que Kristián se las estuviera arreglando sola. No era justo invadir su espacio así de repente, acosarla, y, además, hacerla sentir peor después de lo que ya de por si estaba viviendo. Eso sin contar que ella debía cuidarse, mantener su vida lo más relajada posible, ahora en su estado, más.

Cristóbal echaba lumbre, pero tuvo un par de reuniones que no pudo posponer. La evocaba cada maldito segundo, sentía la ansiedad colonizando todo su ser.

A media tarde logró un momento de tranquilidad. Mandó llamar a Roberto.

El hombre entró unos minutos después. De pie junto a la ventana, perdió su atención. Las nubes se movían de forma dulce, y el sol se filtraba a través de ellas de una manera etérea, cálida, era asombroso como la luz se proyectaba hacia abajo dejando estelas de luminosidad.

-Aquí estoy, señor -no giró, comprendiendo de pronto lo que hacía. ¿Desde cuándo ese tipo de cosas llamaban su atención? Con las manos tras su cadera asintió.

-¿Por qué no me advertiste sobre ella? -soltó sin reclamo, con tono pausado, casi conciliador.

-Porque no hay nada que esa joven se le pueda reprobar... Su vida está limpia, demasiado -admitió. Cristóbal giró ratificando lo que ya sabía. No debió decirle aquello, no debió tratarla así. Se dejó cegar, ese odio a todos y a todo lo invadió y dijo esas bajezas. Dejó salir un profundo suspiro negando. Era una basura. No lograba asimilar que fuera a ser padre, que, de todas esas ocasiones en que estuvieron juntos, de aquellas impresionantes maneras, ese fuera un resultado posible. Pero en una de las reuniones, uno de los empresarios tuvo que retirarse puesto que algo le había caído mal. De inmediato ató cabos, ese día, él la tomó ahí, justo en la empresa, sin protegerse, al día siguiente ella enfermó fuertemente del estómago. Las pastillas debieron bajar su efectividad si tuvo vómitos. Las probabilidades eran casi nulas, pues llevaba un tiempo su cuerpo acostumbrado a ellas, pero estaba seguro que fue ese el momento en que Kristián quedó embarazada. Sabía bien que no se acostaba con otro, era tan transparente, tan ella, genuina, sincera, pese a que no conocía su vida, esas eran cualidades que evidentes para cualquiera. Era lamentable que un ser así se topara con alguien como él. Pero no la dañaría, no más.

-Prepara el auto. Saldremos en diez minutos -llegó a su casa sintiéndose tan nervioso como un quinceañero. Tocó rogando porque al abrirle y verlo, no le aventara un zapato, o lo dejara simplemente afuera, como se merecía.

La mujer que el día anterior por la noche sollozaba defendiéndola, apareció en el umbral. Al verlo, anduvo el camino hasta la reja.

-Buenas tardes -lo saludó con elocuencia. Abrió y le tendió la mano con cortesía.

-Buenas tardes, señora, busco a Kristián... ¿Podría decirle que está aquí Cristóbal? -La mujer lo observó de manera especial.

-Ella no está, espero que ya no tarde... Pero pase... me gustaría hablar con usted si tiene tiempo... -Cristóbal dudó por un segundo. Ella lucía agotada, y tenía signos de haber estado llorando. Era un momento muy difícil para ellos, recordarlo desgarró más su pecho. Era un absoluto imbécil. Giró hacia su escolta para que supiera, entraría-. Mi hermano no está, así que no se preocupe -le dijo a Roberto comprendiendo su función. El hombre asintió con cortesía.

Ingresó a aquel sitio observándolo todo. Los muebles eran anticuados, todo estaba plagado de adornos y fotos, muchas en realidad. Se detuvo en el recibidor al ver una imagen de ella, el viento despeinaba su cabello, parecía estar en al campo, sonreía de esa forma tan suya. Esa marea cálida sometió nuevamente su corazón tanto que su piel se erizó.

-Pase, por aquí -y lo llevó hasta el antecomedor. Él la siguió sin perder atención de cada cosa. Esa era una casa que guardaba historia, eso se sentía, tal como la suya en su momento, pero a diferencia de aquella, ahí se respiraba una atmósfera cálida, agradable pese a lo que acababa de ocurrir. Fotografías pringadas por doquier, en la mayoría ella tan radiante y aniquiladoramente segura, como siempre. Eso era lo que más lo atraía, su interior limpio, alegre-. ¿Desea un café? -Le ofreció la mujer al mostrarle una silla. Negó sentándose después de ella. Clara sonrió intrigada por esos modales impecables, aunque ya sabía nadaba en dinero.

-¿Tardará mucho? -quiso saber, nervioso, notando una caja de chocolates justo a un lado de la barra que dividía la cocina. Su corazón se estrujó aún más si eso fuera posible, hasta que no la viera no se sentiría tranquilo.

-Salió hace un rato, no sé... -admitió estudiándolo-. Kristián no está pasando por un momento sencillo, debe saberlo -comenzó despacio. Cristóbal asintió, atento, intrigado-. Ella es una joven particular, y supongo que eso ya lo notó puesto que... ya sabe... serán padres -no se movió, deseaba comprender qué quería decirle esa mujer-. Esta casa le pertenece, lo que ayer escuchó de mi hermano, lo que hizo hoy... Dios, nos llena de vergüenza.

-No se preocupe -intervino, serio.

-Debo hacerlo, mi sobrina no merece que la traten así. No sé si está enterado, supongo que sí, no es un secreto que cuando tenía seis años, mi hermana, Ileana, la dejó aquí sin más -pasó saliva sintiendo como sus vellos se erizaban, como sus mejillas se tornaban sensibles al aire inexistente. La mujer dejó salir un suspiro como recordando-. Fue tan duro, tan doloroso. Kris sufrió tanto, y... su madre, su madre no regresó. Mi hermana era muy inmadura, se embarazó muy joven, así que ansiaba vivir y... así fue como cometió ese acto egoísta -Sintió fuego, coraje, incredulidad. No podía imaginarla en tal situación-. Pero Kris se aferró a lo positivo, a lo que tenía y... asombrosamente al poco tiempo, ya era la niña dulce, e inquieta de siempre. Fuerte, optimista. Mis padres, eran sus padres y lo asumió como tal desde el momento en que comprendió aquí viviría. Durante seis años poco supimos de mi hermana, salvo ceder los derechos legales de la niña, y una que otra llamada esporádica, nada. Cuando al fin regresó, Kris tenía doce y ella... la había desterrado de su corazón. No la odia, supongo tampoco le guarda rencor, no es así, ese tipo de sentimientos simplemente no caben en su pecho -recordó sus palabras por la noche, el nudo en el centro del pecho aumentaba, crecía con cada cosa que esa mujer soltaba. No la merecía, no a un ser así, comprendió más afligido que al llegar.

-Tiene su carácter, lo vio ayer, supongo la conoce también. Pero es buena, muy noble. Ayuda y eso la hace feliz. Así que, por favor, olvide el enfrentamiento de la noche anterior, nada es más equivocado que eso... Puedo meter las manos al fuego por ella. Después de un... joven con el que pasó una experiencia algo amarga, hace varios años, sé que no ha estado con nadie más, pese a ser una chica asediada, pero tiene tantas ocupaciones, amigos, El Centro, que no se da el tiempo para ello... -Cristóbal arrugó la frente. Todo eso era demasiada información.

-¿El Centro? -preguntó pestañeando. Clara lo miró arqueando una ceja. Cómo es que desconocía ese lugar si era parte fundamental de la vida de Kristián, por otro lado, si tendrían un hijo, estaba segura, no sería por desliz, ellos se conocían bien, la noche anterior, al ver cómo la protegió, lo notó sin problemas.

-¿No sabe sobre eso? -Negó respirando cada vez más lento. La mujer sonrió negando-. Kristián ayudó a fundar un lugar de apoyo a chicos con situaciones difíciles y por las noches, bueno, va ahí y les enseña danza -¿Danza? Cada vez comprendía menos, y se ahogaba más. Transpiraba a pesar de que el sitio era fresco y el nudo de la corbata lo sentía demasiado apretado-. Me parece tan extraño que no se lo dijera... -tuvo que decir al ver la reacción del hombre, estaba pálido.

-Supongo me lo diría cuando encontrara el momento -Mentira, ella no se mostraría, ahora lo entendía. Se guardó muy bien, ocultaba cosas, sí, pero no de la índole que creyó, sino situaciones que la hacían ver antes sus ojos como una mujer incomparable, impresionante, imponente. Andrea regresó a su mente. Las miles de conversaciones con Matías cuando ella desapareció en San Diego aquel año. Ella y Kristián compartían algo, y no había logrado definir bien el "qué" pero en ese momento lo veía claro... Eran mujeres fuertes, y que, pese a todo, sabían sonreír. Se frotó la frente sintiéndose más miserable aún, demasiado perdido, abatido desde las entrañas.

-Supongo... A lo mejor no debí contarle todo lo que le dije, pero...

-Buenas noches -apareció una mujer en el marco de la puerta. Su semblante era triste, enseguida la imagen de Kristián apareció. Lo miraba con intriga, de una forma muy peculiar.

-Hola, Ileana, él es el señor Garza -El hombre se levantó dejándola perpleja, era guapo, grande y, sobre todo, intimidante. Cristóbal, al comprender quién era, no supo cómo actuar. La mujer le tendió la mano dudosa.

-Soy Ileana Navarro -comprendió de inmediato que Kristián compartía el apellido de su madre. La observó y respondió con cortesía el gesto.

-Cristóbal Garza... -La mujer asintió soltándolo, notando su escrutinio, él era el padre de su nieto.

-Vino a buscar a Kris -comentó Clara, desde su lugar. Ileana asintió pestañeando, agobiada.

-¿No ha regresado? -Su hermana negó-. Es mucho tiempo -Leyó la preocupación en su voz. Cosa que lo alertó aún más.

-Lo sé... -La madre biológica de Kristián se alejó frotándose la frente.

-Iré a buscarla -declaró con firmeza Cristóbal, agradeciéndole a Clara su atención con un gesto elocuente- Buenas noches y un placer -La tía de la chica se levantó asintiendo. Le agradaba su resolución, lo que proyectaba, pese a que parecía ser un hombre con mucha tristeza a cuestas.

Lo acompañó hasta la salida, en silencio.

-Un gusto, señor -se despidió observando como sus escoltas se acercaban. Ese hombre irradiaba poder y no tenía idea de si eso sería bueno para su sobrina o no.

-Igualmente, gracias por todo -sonrió sin alegría y se alejó para adentrarse en ese impresionante auto que desentonaba por completo ahí, en esa colonia de clase media.

Con el volante bien aferrado y la quijada tensa, condujo hasta la dirección que su escolta le mandó por GPS, por supuesto que él sabría donde carajos quedaba ese lugar donde ella estaba.

***Muchas cosas aquí, demasiadas... Su madre, su historia, cómo se entera del bebé, Cristóbal ya sabe la realidad de Kristián, y ella... destrozada, pero fuerte. ¡Gracias por ser pacientes, por seguir aquí, por sus hermosos comentarios y por votar! Los quiero <3

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