Atormentado Deseo © ¡A LA VE...

By Themma

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Completa versión borrador. Un hombre que, años atrás, creyó entregar su corazón y al hacerlo, lo perdió todo... More

- Atormentado deseo -
Prefacio
1. Carácter agrio.
2. Sensaciones contradictorias.
3. Sólo sé destruir.
4. Incalculablemente aniquilador.
5. Apetito
6. Diabólicas llamas.
7. Juguemos.
8. Vivir.
9. Roces sutiles.
10. Fuego lacerante.
11. Contrapeso.
12. Desquiciante.
13. Caída libre.
14. Rosa carmesí.
15. Inexplicable dualidad.
17. Silencio aplastante.
18. Tú.
19. Zumbido aplastante.
20. Al ser uno.
21. Peligrosa huella.
22. No lo puedo evitar.
23. Estoy vacío.
24. Palpitaciones.
25. Su camino.
26. Desquebrajando.
27. No hay garantías.
28. Noche profunda
29. El único demonio.

16. Estar enamorada.

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By Themma

BRITT NICOLE - THE SUN IS RISING

Condujo sin hablar, Kristián veía a través de la ventana, limpiándose las lágrimas cada tanto. Su pecho lo sentía oprimido, impotente. Deseó ser mucho más de lo que era para así volver a ver sus ojos chispear.

Se detuvo frente a un lugar acogedor, un tanto escondido. Madera por doquier y unas cuantas mesas en su interior. En cuanto el mesero lo vio, sonrió saludándolo con familiaridad. Ese sitio no parecía ser algo a lo que Cristóbal estuviese acostumbrado, no obstante, le gustó, la hizo sentir menos expuesta, en calma. El hombre entrelazó sus dedos con los suyos logrando que se sorprendiera, y anduvo hasta una pequeña mesa para dos que se hallaba pegada a una pared. Deslizó una silla y con un ademán la invitó a sentarse. Un segundo después él ocupó la de enfrente.

-Debes comer -le dijo despacio. Ella asintió agradecida. Comida italiana, lo supo en cuanto cruzó la puerta. El mesero tomó sus órdenes cuando Cristóbal lo llamó.

Jamás había llevado a nadie ahí, ni siquiera a Mayra, lo hubiese desdeñado en el acto. Era un sitio en el que se sentía a gusto, donde la elegancia y soberbia, no tenían acceso, por lo mismo, cuando necesitaba alejarse un poco de todo aquello, ahí iba. No sabía por qué pensó en ese pequeño restaurante en cuanto subió a su auto, pero lo cierto era que hubiese hecho cualquier cosa por verla más serena, decir algo mordaz, sonreír sin más por cosas tan simples que jamás se hubiese percatado.

Comieron en silencio. La joven lucía asombrosamente exhausta, debía querer demasiado a esa mujer que falleció, parecía haber perdido a una madre. Una hora después terminó incluso el postre que le pidió al verla indecisa.

-Gracias... -susurró limpiándose con delicadeza esa tierna boca.

-Debes descansar -apuntó con un dejo de ansiedad. No comprendía en lo absoluto su actitud, pero realmente se lo agradecía. Se sentía fuera del planeta, ajena a todo, con un dolor demasiado hondo en el pecho y con temor a lo que vendría.

-Lo sé -admitió jugando con el servilletero.

-Tomate unos días -se encontró diciendo sin poder evitarlo. Ella alzó la mirada sonriendo agradecida.

-No creo que pueda, prefiero estar ocupada -argumentó bajito. Cristóbal no sabía qué decir, se sentía tan solo un espectador de su pena, con tantas piezas faltantes, con tantos huecos y ni un solo consejo que dar. La frustración lo tenía cautivo.

Una hora y media después iban rumbo a su casa.

-¿Vivían con ella? -deseó saber de pronto. Kristián asintió con la cabeza completamente recargada en el asiento, sin decir nada.

Al acercarse a la fachada de su hogar, la chica arrugó la frente irguiéndose. Una camioneta con todas las puertas abiertas, llena de cosas. De pronto su tío Ignacio apareció. Cristóbal detuvo el auto, perturbado por su reacción.

-¡Diablos! -La escuchó rugir. Acto seguido descendió, notoriamente molesta. La siguió sin poder evitarlo-. ¡Qué haces! -gritó frente aquel hombre que debía rondar los cincuenta. Ignacio la ignoró y siguió su camino. Ella lo detuvo de la manga-. Responde, ¿qué haces? -Se sacudió de su agarre dejando lo que llevaba dentro del garaje.

-Es mi casa, Kristián, que mis padres te criaran no te da ningún derecho, esto es de mis hermanas y mío. Así que ya sabes, aquí estaré hasta que todo se defina. -Cristóbal sintió la rabia arremolinarse en sus viseras. ¿Eso era posible? Cayó en cuenta de un poco de su vida, pero lo que en realidad lo enfureció fue escuchar a ese hombre decir aquello a unas horas de que su madre hubiese fallecido.

-¡Sabes bien que este lugar me lo dejaron a mí, y no te atrevas a meter una cosa más! ¡Las sacaré, te lo juro! -Otra mujer apareció, guapa, casi de la misma edad que aquel hombre. Las reacciones de Kristián lo asombraron por un momento, era impulsiva, actuaba sin el menor temor.

-Ignacio, no puedo creer que estés haciendo esto... No ahora, nuestra madre acaba de irse, Kris es dueña de este sitio... ¿Qué pasa contigo? -lloraba con la mano temblorosa en la boca.

-Me importa un carajo, este lugar también me pertenece por derecho, ya tengo abogados, y no te quedarás con él. No siendo la bastarda de Ileana. -Kristián, fuera de sus casillas, se acercó y sin más, estampó su mano en la mejilla de ese hombre. Alarmas de alerta se encendieron en la cabeza de Cristóbal al ver que él regresaría el golpe. La tomó por la cintura decidiendo intervenir. La joven lloraba desesperada, herida.

-No tengo idea de quién sea usted, pero no le aconsejo ponerle una sola mano encima -lo amenazó con un dedo y mirada cruda. Roberto ya estaba a un par de metros, mientras la joven sollozaba llena de coraje.

-Me importa poco, es una malcriada, igual a la loca de tu madre -la señaló lleno de rabia. Buscando acercarse. Cristóbal se lo impidió al tiempo que la otra mujer detenía a su hermano, notando que el que perdería al final sería él.

-No hagas esto, no se lo merece -intentó convérselo Clara, su tía.

-¡Suéltame! -rugió rojo de ira.

-Escuche muy bien, señor. Si esta casa quedó a nombre de Kristián, usted no podrá hacer absolutamente nada y peor aún, ella lo podría denunciar por allanamiento de morada, así que le aconsejo saque lo que ha metido y deje las cosas así -El hombre se acercó aún más, logrando así que su equipo de escolta diera unos pasos adelante. Los notó arrugando la frente, amedrentado si era sincero.

-¿Con quién carajos te estás metiendo? -La cuestionó pensando lo peor-. Son iguales, cínicas, unas zorras -y entró a la casa dejando lo que pretendía meter ahí en la calle. Kristián temblaba como una hoja, abrazándose a sí misma con ansiedad.

-Mi amor, lo siento mucho, hablaré con él, verás que entiende -se acercó la mujer, preocupada por la chica. Ella negó retrocediendo.

-No estuvo a su lado y no me importa la casa, que se la quede, yo solo quiero que ella regrese -musitó llorando de forma desbordada de nuevo, encogiéndose, sosteniéndose de una reja. Cristóbal sintió que su alma se rompía en mil fragmentos, ya comprendía mucho más gracias a ese desagradable incidente.

-Debes descansar, lo sabes -susurró la mujer, acongojada.

De repente la joven lo miró con ruego en esos ojos que parecía hundirse cada minuto más y más. Cristóbal abrió la puerta del auto con gesto serio, firme. Ella avanzó sin decir nada.

-Kris, esta es tu casa -le recordó la mujer, llorando también.

-No sin Aby -y cerró la puerta. Clara observó al hombre. Acongojada, también preocupada por su sobrina, sabía que su mundo se estaba desmoronando.

-Estará bien, no se preocupe.

La mujer asintió con el pecho comprimido. Ese imbécil la iba a escuchar, en cuanto Ileana llegara entre las dos lo meterían en cintura.


*

La oyó sollozar todo el camino, le tendió un pañuelo desechable lamentando mucho lo que acababa de presenciar, lo bajo de ese tipo al hacer aquello, al expresarse así de ella. Debía dormir, eso era más que evidente, parecía que se rompería en cualquier instante, pese a que se empeñaba en ocultarlo.

-¿A dónde vamos? -articuló cuando ya estuvo más tranquila y veía que entraban a una de las zonas más exclusivas y caras de la capital.

-A mi casa -soltó mirándola de reojo. No hubo ninguna reacción, solo un leve asentamiento de cabeza.

Un enorme edificio, impresionante, apareció frente a ellos. Cristóbal metió el auto al estacionamiento subterráneo. Coches costosísimos fue lo que pudo apreciar. Bajaron en cuanto detuvo el auto. El hombre entrelazó nuevamente sus dedos y se los llevó a los labios, sus ojos estaban ya abotagados, y su rostro pálido.

-Aquí podrás descansar.

Activó el ascensor con su huella digital. Sentía su pulgar acariciar con suavidad su mano. Se sentía exhausta y un nuevo problema se asomaba. Ya era demasiado y sabía que debía dormir, no excederse.

Al abrirse las puertas del elevador, dudó en moverse. Era impresionante. Un lugar que dejaría la boca abierta a cualquiera.

-Vamos, te darás una ducha si lo deseas y luego podrás dormir -trastabillando avanzó, bien aferrada a su mano, mirando con curiosidad todo a su alrededor. Después de pasar un recibidor pulcramente decorado, apareció lo demás, una cocina asombrosa del lado izquierdo, con una barra que la separaba de una sala cargada de grises, adornos que debían valer una fortuna, a un lado un comedor moderno, y enseguida unas escaleras. Justo frente a ellos, ventanales de varios metros de altura que dejaban ver toda la ciudad, el diseño era extraño, paredes de ladrillo rojo, con otros muros de tan solo concreto pulido. Seguro una tendencia en esos círculos millonarios.

Lo siguió pues él no se detuvo, subieron por las escaleras. Arriba no era menos apantallante, pero para ese momento lo único que deseaba era estar bajo el chorro de agua, nada más. Abrió la puerta de una habitación, era grande, impecablemente decorada, negro, gris y blanco, nada que dijera que era la suya, ya que era impersonal por completo, aunque algo acogedora.

-Ahí está el baño. Colócate el albornoz que cuelga de la puerta. Ahora me ocupo de que tengas algo para dormir.

-No es necesario -articuló abatida. El hombre elevó su barbilla con dulzura, sus ojos verdes la hicieron sentir menos miserable.

-Yo me encargaré, tú solo deja que el agua haga su trabajo -la acompañó hasta la puerta sonriéndole con ternura-. Cualquier cosa me llamas -asintió desganada.


Una vez dentro de la ducha, recargó la espalda en los grises mosaicos y se dejó caer envuelta en sollozos, rodeando sus piernas. La pérdida estaba ahogándola. Cerraba los ojos y lo único que lograba ver era a esas dos personas que fueron sus padres y que ya no estaban más a su lado. Se sentía sola, demasiado.

Hipeando, varios minutos después, recordó las palabras de su abuela "la vida jamás deja de dar motivos".

Absorbió el llanto, se puso de pie observando su abdomen. Una de sus manos, temblorosas, lo acunó. No estaba del todo sola, alguien crecía ahí, alguien dependía por completo de sus decisiones, de la forma en la manejara su vida. Cerró los ojos aspirando el vapor de la ducha. Debía ser fuerte, era fuerte y podría con todo lo que viniera. Era suyo, ella de él. Sonrió con tristeza. No tenía idea de lo que dentro de su organismo ocurría en ese momento, pero la certeza de que no permitiría que sufriera, que lo amaría, que lo cuidaría, llegó en ese instante.

-Estaremos bien, chiquitín -musitó sintiendo como algo cálido abrigaba su alma, y ese frío, ese dolor, esa soledad, fue diluyéndose. Deseaba con todo su ser que su abuela no hubiera partido y dolía como el infierno saber que jamás escucharía de nuevo su voz, que nunca más acariciaría su rostro, o se preocuparía por ella. No obstante, el motivo estaba ahí, alimentándose de su ser, formándose lentamente para conocer en unos meses el mundo. Su corazón latió de prisa. Miedo, ansiedad, emoción y millones de sentimientos, se mezclaron perturbándola.

Ya afuera se abrochó esa enorme bata. Cayó en cuenta de que se encontraba en su casa, él había estado a su lado, la defendió incluso. Negó cabizbaja, sabía que eso duraría ya muy poco, en cuanto supiera lo del embarazo, todo acabaría entre los dos. Aún no daba crédito a ello, no entendía cómo era que se dio la concepción pues ambos se cuidaban, sin embargo, era real.

Al salir vio un pijama ligero, compuesto por blusa y pantaloncillo de algodón color celeste, y una muda de ropa interior. Sus mejillas se encendieron. ¿Eso de donde habría salido? Lo observó sin poder siquiera tocarlo, aferrándose a lo que llevaba puesto, como si no pretendiera soltarlo jamás.

-Lo acaban de traer, espero que sea tu talla -giró temblorosa. Ya se había duchado y llevaba un pantaloncillo de dormir y una playera cualquiera-. ¿Qué pasa?, pareces asustada -se acercó un tanto agobiado, tardó mucho adentro del baño, más de una vez estuvo tentado a entrar para verificar que estuviese bien, sus ojos continuaban enrojecidos y las ojeras cada minuto más marcadas. Esa bata le quedaba enorme, tanto que cubría por completo sus pies y las mangas se arremolinaban en sus brazos. Su cabello húmedo caía a los lados, pero su expresión seguía siendo la misma. Se sintió profundamente conmovido, tanto que dolió.

Kristián negó despacio.

-No hacía falta, gracias -señaló con hilo de voz las prendas. Él negó restándole importancia, al tiempo que se las tendía.

-Las consiguieron en un almacén que estaba abierto. Anda, debes descansar -La joven entró al sanitario, se las colocó notando que le quedaba algo grande, y salió un segundo después. Cristóbal ahí continuaba, mirando el exterior, como solía hacer. Su interior dio un vuelco.

-No sé si podré dormir -musitó de pie, a un lado de la cama. Afligida, comprendiendo lo que había hecho al subirse a su auto en su casa. Cristóbal se acercó, y le tendió la mano con gesto sereno. Se veía ridículamente mujer, pese a que lo que llevaba puesto no era de su talla.

Lo miró fijamente, titubeando, al final colocó ahí su palma. Rodearon el colchón y la tumbó a su lado con suma ternura.

-Solo cierra los párpados -le pidió muy cerca de la oreja. Sus enormes brazos la envolvían. El nudo en la garganta retornó. La seguridad de su tacto lo extrañaría por siempre, la forma que tenía de hacerla sentir tranquila, de crear esa corriente vertiginosa circulando a diario en su cuerpo, y saber que pronto se detendría.

Entrelazó sus dedos en los suyos, que mantenían sujeto su vientre. Sentía su aliento cálido sobre su cabeza, su pecho fuerte cubriéndola por completo. Las lágrimas salieron nuevamente. Estaba absolutamente enamorada de él, lo quería, no pasaba momento en el día que no lo evocara, en la noche que no lo deseara. Era imperativo escuchar su voz, sentir su mirada fuerte clavada en ella. Verlo intentar esconderse y al final ceder, mostrarse lentamente con temor en aquellos momentos de tanta intimidad. Lo quería, lo quería y ahora no tenía idea de qué haría con eso que sentía, eso que él no aceptaría.

En medio de sollozos, y sentirla incluso temblar, media hora después, supo que ya estaba dormida. En serio estaba muy afectada. Esa impotencia que corría por sus venas era algo nuevo, extraño. Las palabras de aquel hombre llegaron de pronto mientras esa inigualable mujer descansaba a su lado, al fin. Kristián fue criada por sus abuelos, eso explicaba del todo su tristeza, para ella su madre acababa de fallecer. Sabía cómo dolía eso, lo que generaba dentro de la piel, y deseó que su dolor no fuera tan hondo.

Aspiró ese aroma tan suyo, pese a la ducha, continuaba ahí, afrutado, delicado, natural. La ayudaría, ese hombre no le quitaría lo que era suyo, él mismo lo verificaría. Dejó salir un suspiro y cerró los ojos, se sentía exhausto, y aunque su plan no era pasar la noche a su lado, teniéndola ahí, tan cerca, no pudo alejarse, no cuando la veía tan mal, no cuando sentía esa increíble necesidad de cuidarla, de ser ese apoyo silencioso que sentía deseaba.

Abrió los ojos, todo se encontraba aún en penumbras. De inmediato la buscó con la mirada. No estaba. Se incorporó con los codos, aguzando la mirada para ver si ahí se hallaba. Kristián estaba de pie, mirando el exterior, las cortinas aún estaban abiertas y la ciudad se veía desde ahí, grande, imponente, impresionante. La observó afligido, las dos de la mañana. Debía dormir.

Se levantó y se colocó a su lado. La joven lo miró de reojo, pero no se movió. Se sentía nerviosa, con muchas cosas en la cabeza como para poder descansar por completo y sus mejillas seguían húmedas, el líquido emanaba de sus ojos sin poder evitarlo, y aunque no era llanto, como tal, no lograba evitar esa reacción de su cuerpo ante el dolor.

-Este lugar tiene una vista asombrosa -musitó con sus brazos cruzados sobre su pecho, absorta en el exterior. Su semblante si bien lucía aún triste, parecía más relajado pese a aquellas lágrimas adornando su rostro. Apretó los puños al notar cómo, pese a su dolor, admiraba lo que tenía frente a sí. El hombre respiró profundo siguiendo sus ojos. Siempre había tenido esa vista y jamás se había fijado en los detalles, en nada en realidad, era tan común como todo lo que lo rodeaba-. Mira... allá -y señaló con su dedo, sonriendo levemente-. Esas luces parecen como una canción, titilan con un patrón -Observó lo que decía, sintiendo cada segundo más pesado su pecho. ¿Cómo era posible que eso arrancara de sus labios ese adorable gesto? -. Es hermoso, debes disfrutar mucho despertar cada mañana... La luna hoy está muy blanca -y elevó sus almendrados ojos hasta ella.

No dejaba de parlotear, de perderse en los detalles. Un hormigueo atípico se instaló en la palma de sus manos.

-Kristián, debes dormir -al fin habló. Conteniéndose. La deseaba, la deseaba como un demente, y se estaba controlando demasiado. Su forma de ver el mundo, de vivirlo, de disfrutarlo y admirarlo, lo hacía ser más consciente de lo que ya no era, de ese hueco enorme en su existencia, de la tumba fría y árida donde se enterró y, por extraño que pareciera, ya no le apetecía seguir ahí, hundido, enterrado.

Ella asintió bajando la vista por un segundo y se giró para verlo de frente.

-Lamento causarte estas molestias, no pensé hace unas horas, solo quería alejarme... -se disculpó. Su delicioso labio temblaba un poco. Acercó su mano hasta él, y con su pulgar lo acarició.

-Tranquila, no ha implicado nada... -y posó sus ojos verdes sobre los suyos-, no permitiré que ese hombre logre lo que se propone -le informó con firmeza. Ella se alejó, se sentó en la orilla del colchón.

-No importa, eso no importa. Es solo que... ella lo extrañaba tanto -Cristóbal se acomodó a su lado, interesado en escucharla, en saber de su boca un poco más de su vida. Parecía que después de todo no lo tenía todo tan sencillo como imaginó, pero no se explicaba cómo era que vivía tan alegra si eso era así.

-Las personas no son como esperamos la mayor parte del tiempo, Kristián -La joven detectó lo agrío de sus palabras. Lo observó arrugando la frente.

-Las personas son personas, Cristóbal, se equivocan, a veces se arrepienten y aprenden, otras veces no -Él rio con cinismos.

-El mundo está plagado de intereses, de mezquindad, de dobles intenciones, conveniencia -y desvió la vista, de nuevo hasta la ventana.

-Y de cosas asombrosas, de personas maravillosas. No todo es oscuridad, tampoco luminosidad y eso lo hace inigualable, es equilibrio -con el gesto tenso, la miró. Mantenía sus codos recargados sobre sus rodillas.

-¿Cómo puedes decir eso después de lo que tu tío te acaba de decir? -Ella entrelazó sus propios dedos sonriendo con tristeza.

-No es malo, solo inmaduro, y... no sé, sus motivos debe tener para ser así -admitió bajito.

-Su madre acaba de morir, no se puede justificar su actuar -refutó serio. La joven ladeó la cabeza, torciendo la boca. Casi sonríe al ver ese gesto adorable.

-Cristóbal, guardarle rencor no me ayudará, ni a él, ni a nadie -El hombre negó en desacuerdo-. No me malinterpretes, no soy una mujer que permite que la pisoteen, sé defenderme y lo haré las veces que sea necesario -Evocó la bofetada y sonrió sin poder evitarlo-, pero no me gusta gastar mi tiempo en personas que no valen la pena, eso es concederles demasiado, darles poder sobre mí, y no pienso hacerlo -De nuevo su gesto se tornó lejano, ausente. ¿Qué tenía esa chica que cada palabra que emitía lo hacía cimbrar y lograba que tambaleara por completo sus ideas?-. ¿Sabes?... La vida, cuando te quita, también te da, solo que a veces nos cuesta trabajo verlo.

-No es siempre así, te lo aseguro, a veces te arrebata todo sin dejarte nada para sujetarte, te hace caer tan hondo que luchar por salir de ahí, no tiene sentido. Las cosas no son tan sencillas como las crees. No cuando se es lo que se es -y se levantó de pronto, necesitaba alejarse. Si seguía ahí la besaría, la desnudaría, la haría suya... Y no era el momento, tampoco era lo ideal con todo su pecho expuesto, abierto por cada una de sus palabras.

-Devastación, destrucción -habló al verlo abrir la puerta. No deseaba quedarse sola en aquel sitio desconocido, no con el dolor aún ahí, latente, pero no pudo evitar decir aquello. Cristóbal se giró, su rostro imperturbable la escrutó con rabia.

-Ya te diste cuenta... Así que créeme, no soy de los que valgo la pena -y salió. Se sintió sumida en aquel lugar, demasiado sola, abatida.

Varios minutos permaneció en la misma posición. Ya su cuerpo lo sentía entumido, pero no llegaba el sueño. Miles de cosas se arremolinaban en su cabeza. Quería ir a buscarlo, hacerlo hablar, intentar que cambiase de opinión. No podía enterrarse de esa forma, juzgarse así, fuera lo que fuera, no era malo, lo veía en su actuar, en su diario proceder, en su mirada. Se acurrucó lentamente sobre las cobijas. Era tan doloroso estar enamorada, nombrarlo justo cuando había perdido a alguien que adoraría por siempre, y comprender que pronto la vida la sorprendería brindándole un motivo por el cual sabía que lucharía hasta el último de sus días. Las lágrimas salieron de nuevo, hasta que, sin más, logró quedar dormida.


Dio vueltas por su habitación lleno de rabia, de impotencia. Recuerdos que deseaba borrar regresaron para acribillarlo, pues pese a todo, descubrió que no podía ya concebir un mundo sin su dulce sonrisa, sin su mente, sin su piel. ¿En qué momento sucedió? Negó lleno de coraje. ¿Eso qué más daba? Lo importante era lo que de ahora en adelante debía hacer con eso que lo estaba consumiendo y que no merecía.

Una hora después abrió su habitación con sigilo. Esperaba que no estuviese despierta. Las luces del exterior se filtraban, Kristián dormía, hecha ovillo, sobre el colchón. La ternura que le producía creció aún más. Era tan dulce, tan ardiente, tan impresionantemente inteligente. Cerró los ojos frotándose el rostro. No, no la destruiría, no a ella, no con eso demonios que lo tenían sometido, que lo dominaban. Él no tenía derecho a olvidar lo que hizo, a intentar ver la vida de otra manera, no cuando era un ser lleno de oscuridad, de odio, de aberración para sí. La soledad era más segura, no arriesgaba nada, pese a que no se disfrutaba, tampoco a nadie lastimaba. Fue responsable de muchas cosas durante ese tiempo. Fue ciego, estúpido, y no merecía otra oportunidad. Si no hubiese sido por Gregorio, él jamás se hubiera percatado, jamás se lo hubiera cuestionado. Habría seguido inmerso en esa vida que ahora, en retrospectiva, parecía tan monótona, tan aburrida, tan plana, pero que creía era lo que debía ser. Le dio todo el poder de destrucción a esa mujer, sin más, y lo usó, lo usó tan bien que Andrea estuvo a punto de perder la razón e incluso perdió algo más valioso.

Corrió las cortinas sin hacer ni un ruido. Ella debía descansar.

Salió no sin antes verla por última vez. Sintiendo sus manos escocer por tocarla, por acariciar su rostro. Cerró y se dirigió a su habitación. La madrugada llegó y con ella, ningún pensamiento alentador. Su infierno lo tenía consumido, y la tortura del pasado, hundido.

La ayudaría, claro que lo haría, pero lo que estaba surgiendo entre ambos debía tener punto y final en cuanto la viera restablecida, lista para asumirlo, se lo informaría. No seguir era lo mejor, para ambos.


*** Oh Dios mío :O ¿Y ahora? ¡Me dejaron, como suelen, con el asombro a flor de piel, fueron muuuchos comentarios, gracias también por sus votos y bienvenido a quien se acaba de unir a la lectura! Lindo día :D

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