Insomnio: Primeros Confederad...

By Milaeryn

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¿Te atreves a cerrar los ojos? Si duermes, mueres. - Primera parte de la Saga Confederados. - La Tierra. Año... More

Nota de la autora
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🔷 Precauciones acerca del insomnio 🔷
Capítulo 1: El planeta cadáver
Capítulo 2: Rumbo al caos
Capítulo 3: El mecanismo de la muerte
Capítulo 4: El último turno
Capítulo 5: Pastilla de vida
Capítulo 7: Camino a la salvación
Capítulo 8: Una bala de libertad
Capítulo 9: Un rehén y un cadáver
Capítulo 10: Servicios políticos
Capítulo 11: El peso del deber
Capítulo 12: Locura de poder
Capítulo 13: Asimilar los riesgos
Capítulo 14: Errores por duplicado
Capítulo 15: Las cosas infinitas
Capítulo 16: Palabras de dioses
Capítulo 17: La historia de los perdedores
Capítulo 18: Heridas eternas
Capítulo 19: Secretos en el Nido
Capítulo 20: Una persona real
Capítulo 21: Una mirada al mañana
Capítulo 22: La cuna del sueño
Capítulo 23: El peligro de la perfección
Capítulo 24: La maldición del paraíso
Capítulo 25: Los hijos de la Tierra
Agradecimientos
Hipersomnia: Segundos Confederados
Saga Confederados
❤ Dibujos de los personajes ❤
¡Ganamos los #Wattys2016!

Capítulo 6: La verdadera solución

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By Milaeryn

Doce horas de vigilia.

En Geelong, una de las ciudades más prósperas de Victoria, Australia, se encontraba un laboratorio de Dacio Krasnodario, que tenía los mayores protocolos de bioseguridad del mundo. Unos protocolos que Pesadilla quebrantó. Era el único que guardaba las muestras del Surbiro de Baggos, y otros peligrosos microorganismos más.

El laboratorio lucía impoluto, tenía paredes y suelos blancos, y superficies sin una mota de polvo. Estaba bien iluminado gracias a unos potentes focos. Su zona más profunda estaba recubierta de azulejos azul e índigo, además de una tenue penumbra. Las esquinas de cerámica tenían escarcha, y el ambiente frío invitaba a permanecer lejos de su interior.

Sin embargo, la doctora Astridia Orbon se atrevió a quedarse. Llevaba un atuendo apropiado para abrigar su menudo cuerpo, y evitar el posible contagio con microorganismos tan peligrosos como el Surbiro.

El vaho de su aliento creó un círculo perfecto sobre el casco de plástico que llevaba, y sus gruesos guantes de tono naranja ocultaban el titubeo de sus manos.

Abrió un contenedor de metal, y un pesado humo blanco se esparció por el aire y entre sus dedos temblorosos. Luego, expectante, sacó con cuidado una larga vara de metal con una hilera de cápsulas. Ella se quedó quieta por un momento al ver aquellas envolturas redondas, cada una escondía distintos microorganismos, pero a pesar de las diferencias que había entre ellos, todos compartían dos características. La primera era que todos eran igual de mortíferos. La segunda, que cualquiera había sido el origen de alguna epidemia o pandemia que había matado a miles de personas. La única «buena» noticia era que si estaban ahí guardados, significaba que se había encontrado una cura. Su aislamiento bajo el frío y la soledad significaba otra victoria más para la humanidad.

Pero esa victoria contra el Insomnio S.B. aún estaba pendiente.

Astridia miró la última cápsula, que contenía el Surbiro de Baggos, y pensó que aquel pequeñísimo organismo creado por el mismo hombre sería el autor de su propia extinción. Porque, de todos esos causantes de enfermedades, el Surbiro era el único que carecía de una cura. Era invencible, una excepción.

La doctora Orbon quería investigarlo de nuevo. Usaría la primera muestra que crearon, y se propuso encontrar una solución en solitario. El resto del equipo de expertos estaba en la Bona Wutsa, y ella ignoró las órdenes de sus superiores de permanecer allí. Voló en su jet, sola, desde el sur de África hasta Oceanía. En sus pensamientos, había asumido que no iba a comer, beber o descansar ni un segundo hasta encontrar la solución.

Estuvo encerrada en la habitación contigua al Nivel de Bioseguridad 4 durante las seis horas siguientes.

Durante aquel difícil tiempo, se quitó el traje de bioseguridad, se remangó los puños de su bata blanca, se recogió el pelo, y le faltó poco para tirar su intercomunicador a la basura. Todo le estorbaba, y no quería tener distracción alguna. Solo quería centrarse en mirar miles de veces por el microscopio, analizar datos en el potente ordenador del laboratorio y sintetizar sustancias para probarlas con unos monos que había allí, sus sujetos de prueba.

Los pobres animales tuvieron la mala suerte de ser partícipes de los experimentos. Solo sobrevivió uno de los seis que había.

El simio estaba tumbado sobre la superficie gris de la jaula, y su mano estaba quieta sobre su panza color canela. Respiraba con dificultad, y ella comprobó que tenía fiebre. La doctora le había medicado para ver cómo era su respuesta inmunitaria completa de forma acelerada. Vio que había superado su lucha contra el Surbiro, y la cura se encargó de destruir a los Baggos.

Miró la etiqueta que traía el simio en la pierna para comprobar qué tipo de sustancia había inducido en su organismo, y se trataba del Anti-Surbaggo. Estaba formada por una nueva cepa de glóbulos blancos confeccionada por la doctora Orbon, que destruía de un modo especializado tanto al Surbiro como a los Baggos.

«Así se induce un ciclo de sueño normal en el afectado, sin que caiga en el Ataque Somnoliento... Además, el Anti-Surbaggo también mata al Surbiro y los Baggos, como una célula natural killer», pensaba la doctora.

Entonces, fue cuando suspiró con alivio, sonrió con todas sus fuerzas, y casi se le cayeron las lágrimas por esos ojos tan secos. Cargó la jaula con el primate dentro, que se llamaba Fleming, toda una ironía para la ocasión. Rotuló el nombre de la cura sobre la etiqueta de su tobillo: Plan Morfeo.

La doctora Orbon había confeccionado el Plan Morfeo. La cura, su creación, y la salvación para todo humano sobre la faz de la Tierra.

Ella se dispuso a irse del laboratorio, y se llevó a Fleming consigo junto a la cura que cambiaría para bien la historia. Pero se dio cuenta de que su intercomunicador estaba sonando después de salir y apagar las luces. Cuando lo encendió, la pantalla se reflejó sobre sus nítidos ojos verdes. Apareció la imagen de una mujer, Petra Kaijo, que se encargaba de cuidar a su hijo de ocho años durante su ausencia.

—Hola, Petra, tengo muchas llamadas perdidas tuyas —habló Astridia—. Disculpa por haberlas ignorado, pero quería concentrarme. ¿Ha pasado algo? ¿Cómo está Tomi?

Petra tenía las cejas inmóviles, la mirada fija pero a la vez perdida, y le temblaba su arrugada boca. La canguro tenía una expresión tensa, al borde de la desesperación, y el sudor había empapado su pelo blanco. Astridia captó que algo no iba bien, y temió que su hijo, Tomkei, fuera la causa de la preocupación de la señora Kaijo.

—Tomkei está bien. —Se limitó a decir la anciana, y se quedó callada después.

La doctora suspiró con alivio, pero algo no le terminaba de encajar.

—Volveré pronto a casa, hoy mismo. Recuerda el número de emergencias que te di. La atención en los hospitales de Johannesburgo es de las mejores del mundo. Así que si hay cualquier problema, no dudes en pedir ayuda —dijo Orbon para tranquilizarla.

Petra le dedicó una sonrisa forzada, y la llamada finalizó.

La microbióloga se dio prisa para volver a casa, y corrió por los pasillos hasta llegar a la compuerta de salida. Una figura de color negro apareció entre las luces rojas de la pared. Era la silueta de un hombre, que se dio la vuelta para encontrarse con ella.

—Que encontraras la cura tan rápido no entraba en mis planes, Astridia Orbon.

Una voz terrorífica, distorsionada y metálica salió de su garganta, oculta bajo un casco adornado por un monóculo. Estaba rodeado de pequeñas luces led de color azul. Sus palabras acariciaron los oídos de Astridia con un macabro entusiasmo. Parecía que una inerte línea formaba los labios de su máscara, pero ella supo que debajo se escondía una sonrisa diabólica.

—No hace falta que me presente, ¿verdad? —preguntó el terrorista.

—Ni yo tampoco, por lo que parece... —respondió Astridia, e hizo el fallido intento de ocultar sus nervios.

«¿Cómo podía saber incluso mi nombre de pila?», pensó ella, y le escuchó reír bajo el casco.

—Mira, Astridia, sé que eres inteligente y razonable —explicó el Líder REM—, he investigado sobre ti. Así que solo espero que no exclames todavía: «¡Eureka!», como es tradición cuando se descubre algo... porque voy a impedirte que lleves esa maldita cura a la Bona Wutsa.

—Eso ocurrirá por encima de mi cadáver.

—Bueno, entonces esperaremos unas horas más para que te quedes sin tu dosis diaria de Insomnias F-4, y mueras dormida. Será un gran espectáculo verte morir aquí.

—Pero tú también lo harás.

—Te equivocas. Por supuesto que no lo haré, ¡si tengo tu cura! —El líder rio de una forma espeluznante—. Lo que no quiero es que el problema se solucione tan rápido... La cura se distribuirá en su momento, cuando ya hayan muerto millones de personas, incluida la presidenta y los demás líderes políticos, claro.

—Si esto continúa, morirá todo el mundo. ¿De qué sirve salvarte tú y solo un puñado de humanos más? No tiene sentido.

—¿Sentido? Astridia, que no te ciegue tu instinto de supervivencia, y solo recuerda... La única forma de que la humanidad evolucione es mediante cataclismos. Para que los humanos estemos a la altura de las especies tan avanzadas que hay ahí fuera, solo deben sobrevivir los mejores, y que de esos mejores, nazcan otros aún mejores. Es la selección natural, ¿no te han enseñado eso en el colegio?

—Sí me lo han enseñado... —Astridia apretó la mandíbula—. Pero en la selección natural no interfiere el propio hombre. Matar a inocentes no es ético, aunque eso suponga una evolución o un beneficio para los supervivientes...

—Te estás contradiciendo —intervino el terrorista, y señaló a Fleming—. Ahí tienes a un superviviente entre seis sujetos más, y eso sin recordar que durante las primeras investigaciones con el Surbiro murieron doce personas inocentes. ¿Ves? ¡Eso es la selección natural, y tú misma has interferido en ella mediante la ciencia! La evolución requiere sacrificios.

Astridia negó con la cabeza mientras retrocedía, y se tropezó con sus propios pies. La jaula que cargaba en la mano se le resbaló, y cayó al suelo junto a su cansado cuerpo. Fleming chilló de miedo, y ella contempló al terrorista desde ahí abajo. Quería escapar pero se quedó inmóvil. Pasaron varios segundos como una eternidad hasta que obtuvo el valor suficiente para salir corriendo. Antes de que pudiera iniciar su huida, aparecieron dos integrantes más de Pesadilla. Sintió cómo atrapaban sus brazos. La posibilidad de escapar se reducía a lo imposible.

—Doctora Orbon —habló Delta—, si escucha la oferta que le propondrá el Líder REM, le prometemos que no sufrirá ningún daño y podrá salir de aquí viva.

—Pero debe obedecernos —completo Theta.

La científica se quedó callada, y escuchó al terrorista.

—Te dejaré ir si me entregas la cura y dejas el proyecto. Te daré las instrucciones necesarias para que desaparezcas. Una identidad falsa, un billete a Brasil, tus respectivas dosis de Insomnias F-4 para que no mueras... Tendrás lo que necesites.

—¡¿Cómo voy a irme sin más!? ¡No puedo condenar a la humanidad! ¡No puedo marcharme sin mi hijo! —exclamó Astride, y dio un fuerte pisotón al suelo—. Sin mí... Jamás conseguirán implantar la cura en humanos. Tienen que dejar que yo siga al mando.

—Señor, deberíamos matarla y nos ahorraremos problemas —interrumpió Theta.

—¡¡Callaos!! —gritó REM con una sonoridad que les puso el vello de punta, y añadió—: Parece que aún no te enteras, Astridia. Ya tenemos una cura, incluso antes de que ocurriera el atentado. Tú solo has creado otra con un mecanismo distinto, aunque igual de efectiva que la nuestra. Eso es todo. El problema ya tiene solución, pero aún es demasiado pronto para usarla.

—¿Cómo...? No. Esto no puede ser. ¡Nadie externo a los laboratorios Krasnodario podría patentar una cura! ¡No tienen la tecnología suficiente para hacerlo...!

—Los laboratorios Krasnodario fueron los que patentaron la cura sin ti, aunque aún no está testada en humanos, pero funcionará. Estoy seguro —replicó el líder—, y la empresa Onyria financió toda nuestra operación. Esto estaba pactado.

Ella se quedó sin respirar por un momento, y una mezcla entre agobio e impotencia explotó en sus entrañas. La ansiedad rebosó por sus ojos en forma de dos lágrimas que se quedaron encerradas en sus lacrimales.

—¿Me estás diciendo con eso que el Partido Prospectivo está detrás de todo?

—¿No es obvio? —preguntó Delta—. Solo tienes que acordarte del eslogan del Partido Prospectivo, y ya verás que nuestras ideologías son muy parecidas.

«Innovación y progreso», Astride recordó ese lema. Su saliva se heló en su boca.

—La ideología del Partido Prospectivo es la evolución —repuso él—, y tú te estás negando a que evolucionemos. Ay, Astridia, qué irónica es la vida... Te has pasado tantos años trabajando para Dacio Krasnodario, y sin apoyar la ideología de su partido político... Pobre Dacio, ¡le engañaste! Menos mal que el voto es secreto, y no sabe que durante las elecciones a la presidencia mundial... Tu voto fue para Vera. Bueno, mejor dicho, el voto era secreto, aunque conmigo eso estará a salvo si decides cooperar.

Pesadilla sabía cada uno de sus secretos, y ella se sintió tan expuesta e indefensa que se vio obligada a acceder.

—Está bien... —masculló—. Acepto todas las condiciones.

Estaba mintiendo, y puso todos sus esfuerzos para hacer creíbles sus palabras mediante una voz seria. Los terroristas la soltaron, y de forma pacífica, la condujeron hasta la zona externa de los laboratorios donde se encontraba un hangar con diferentes naves aparcadas. El jet de Astridia estaba situado al lado de una monstruosa nave de fuselaje rojo y remates de tono burdeos. La brillante nave de Pesadilla.

Durante el trayecto, la doctora buscó el intercomunicador que guardaba en el bolsillo de su bata blanca, y encerró el aparato hábilmente en su puño para que nadie lo viera. Había unos servicios en el hangar.

—¿Os importa si voy al servicio un momento? —Astridia buscó una excusa—. Llevo seis horas sin salir del laboratorio...

Delta asintió, e hizo un gesto a Theta con la cabeza mientras iban al servicio. Los dos terroristas entraron en el cuarto de baño, y registraron cada rincón por si había una mínima posibilidad de huida. Después, Astridia tosió a propósito para introducir el diminuto intercomunicador en su boca.

—Tengo que cachearte si quieres que te deje entrar ahí sola —advirtió Theta.

Ella asintió, y realizó un pequeño sonido de aprobación. Theta palpó su cuerpo, registró sus bolsillos, y comprobó que no llevaba nada sospechoso. La doctora entró en el baño, y cerró la puerta tras de sí con el pestillo.

—Te doy dos minutos.

Astride escupió el intercomunicador, y contestó al instante:

—¡Solo será uno!

Colocó el aparato sobre el lavabo, y dudó por varios momentos a quién llamar... Todos sus compañeros del Partido Prospectivo podrían estar metidos en el atentado, así que decidió pedir ayuda a una persona que conocía desde hace mucho tiempo, alguien que trabajaba en el Sindicato del partido contrario.

Sabía que podía confiar en él, pero hacía tantos años que no intercambiaban unas palabras, que pensó que la llamada sería inútil. Al final, el intercomunicador marcó su número, y tras algunas interferencias que se vieron reflejadas en la pantalla, apareció la asombrada cara de Norak Ryder. Él no tenía su número, pero ella sí conservó el suyo. Parecía que era la última persona que esperaba ver.

La científica le saludó abriendo la mano con un rostro pálido y cabizbajo, que Norak supo captar al instante. Había silenciado el intercomunicador para que los terroristas no escucharan nada desde fuera, y tendría que ingeniárselas para hacerle entender a Norak lo que estaba pasando sin hablar. Cogió un poco de papel higiénico, y anotó algo con su bolígrafo.

«Laboratorios Krasnodario de Geelong, en Australia. Tengo la cura. Pesadilla me ha recluido. Necesito ayuda. El Partido Prospectivo está detrás de todo. Traición.»

La voz amenazante de Theta se escuchó desde el otro lado de la puerta, y la aporreó tan fuerte que tembló toda la habitación.

—¡Ya han pasado esos dos minutos!

La imagen de Norak gritando en la pantalla se apagó, y Astridia programó el artefacto para enviarle las coordenadas exactas de su posición. Theta abrió la puerta de una patada. Ella lanzó el pequeño aparato al váter y tiró de la cadena. El intercomunicador se perdió entre el torbellino de agua sucia. Él la agarró del brazo para obligarla a salir.

La nave de los terroristas había calentado sus motores, y el Líder REM esperaba en la trampilla de brazos cruzados. La jaula que encerraba a Fleming estaba en la nave. El primate estaba asustado, se movía de un lado a otro del cuadrado de metal, arañaba los barrotes, mordía el hierro hasta que le sangraban las encías... Tenía los ojos inyectados en un frenético color rojo. Hasta el animal parecía entender la locura de aquella situación.

—Dime lo que necesito saber sobre el Plan Morfeo, y te irás sana y salva. —El terrorista le mostró un sobre que contenía su documentación falsa y el billete de ida a Brasil.

Astridia apretó los puños, y pensó que debía improvisar algo para escapar. Decidió cooperar, aunque fuera otra mentira.

—Bien, dejadme ver a Fleming un momento. Le extraeré varias muestras de sangre, y os explicaré cómo actúa la cura —dijo con tranquilidad—. Solo necesito una jeringuilla y un par de botes. Será rápido.

Delta llevaba un botiquín, y entregó a Astridia lo que precisaba. Ella agarró al mono por el cuello, y lo sostuvo entre sus brazos para inmovilizarlo. De pronto, se dio la vuelta para encarar a los terroristas. Apuntó a Fleming con la jeringuilla en su yugular.

—Si no me dejáis escapar... —Astride llenó la jeringuilla de aire—. Voy a pincharle en el cuello, y morirá por un colapso circulatorio. Os quedaréis sin muestras para esta nueva cura. No podréis matarme porque soy la única persona que conoce su mecanismo. Vais a perder la posibilidad de tener un segundo antídoto. Vuestra cura no está testada en humanos, al igual que la mía. Es experimental, y también puede fallar.

Los terroristas apuntaron a la doctora con sus rifles, y a ella le temblaba tanto el pulso que la aguja arañó la piel del primate. Fleming chillaba con desesperación, y el Líder hizo el intento de negociar una vez más.

—Siempre tengo un plan alternativo. Te aseguro que ahora no te negarás a colaborar con nosotros.

Dio un silbido a modo de aviso, y los otros dos miembros de Pesadilla que faltaban aparecieron en la trampilla de la nave. Eran Alfa y Beta, pero no iban en solitario. Llevaban a una mujer de avanzada edad y a un niño de unos ocho años como rehenes.

—Mata al mono, llora cuanto quieras o intenta escapar. Yo les mataré a los dos delante de ti, porque sé cuánto te importan —amenazó—. Fue sencillo adivinar cuál es tu peor pesadilla, y déjame decirte que las peores pesadillas son las que se hacen realidad.

Los dos rehenes eran laseñora Kaijo y Tomkei, el hijo de Astridia.

El Anti-Surbaggo: Cepa de glóbulos blancos, confeccionada de forma artificial por la doctora Orbon, que se encarga de destruir a los Baggos y el Surbiro para instaurar otra vez el ciclo normal de sueño.

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