Run Away (With me) ↠ Frerard

By MyFabulousRomance

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"Run away like it was yesterday." Gerard y Mikey Way fueron enviados a vivir con su tía Marie en Monroeville... More

Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII

Capítulo I

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Gerard arrugó el folleto en sus manos y lo lanzó lejos. La bola de papel aterrizó en algún lugar de la desordenada habitación que compartía con su hermano.

— ¡¿Como se atreve a enviarnos allí?! —dejó escapar— Tendremos que llevar uniformes, Mikey. Malditos uniformes.

Pateó con fuerza el pequeño cesto de basura junto a su escritorio.

— Cálmate, Gee —murmuró Mikey con calma. El menor se encontraba recostado en su litera leyendo un cómic, mientras su estresado hermano caminaba de un lado a otro en la pequeña habitación como un animal acorralado— Por lo menos podremos escapar de está perra loca y sus estúpidas misas dominicales.

— ¡Es una maldita escuela religiosa, Mikey! —exclamó mientras alzaba los brazos al aire en señal de desesperación— ¡Todos los días tendremos misas o sermones sobre Dios!

— Lo sé —Mikey asintió con la cabeza— Pero piensa en esto, hermano. Al fin nos iremos de este lugar —una gran sonrisa se extendió por su rostro ante la idea.

Mikey tenía razón. Ambos odiaban vivir allí pero no tenían otra opción. Luego de la muerte de sus padres en un accidente automovilístico ocurrido hace apenas cuatro meses atrás, fueron enviados con su único pariente vivo; su vieja y odiosa tía Marie. Marie era una arisca mujer de mediana edad que vivía sola en una enorme casa en Monroeville, y era muy religiosa. Extremadamente religiosa. Tan religiosa que Marie literalmente le saba un significado completamente nuevo a la palabra.

Al ser menores de edad, el estado decidió que lo más conveniente para ambos sería alejarlos de su ciudad natal, de su escuela, de sus amigos y de todo lo que conocían para enviarlos a vivir con una completa desconocida que se vio obligada a hacerse cargo de sus sobrinos huérfanos. Gerard y Mikey ni siquiera habían sabido que tenían una tía y solo se enteraron una vez ocurrido el accidente. Desearían no haberlo hecho, pues vivir con Marie era un castigo eterno.

Era muy estricta y no permitía decir malas palabras en la casa, así como tampoco escuchar música "del demonio", como ella solía llamar a la música que ambos escuchaban. Le quitaba la diversión a todo. Y eso no era lo peor. Todo el tiempo hablaba de Dios y la Biblia y los obligaba a ir con ella a misa todos los domingos. Gerard quería golpear su cabeza contra la pared al oír a alguien decir la palabra "Dios", y ahora resultaba que iban a ser enviados a una maldita escuela católica. Ninguno de los dos tenía deseos de asistir a una escuela privada, muchos menos a una donde la religión te era impuesta a la fuerza. Sería el infierno mismo. Marie les había dicho que sería algo bueno para ambos, pero Gerard sabía que solo era una excusa de su tía para deshacerse de ellos.

Gerard suspiró. Tomó asiento junto a la ventana y contemplo el cielo nocturno. Las estrellas se veían bien esa noche, brillando en lo alto tal como sí el mañana no importase.

— Tienes un punto —murmuró, cabizbajo— Solo desearía que... desearía que...

Las palabras se le atascaron en la garganta. No había pensado en sus padres en mucho tiempo y le era doloroso hacerlo. Los extrañaba. Claro que no había tenido la mejor relación con ellos, al igual que cualquier adolescente de su edad y habían habido numerosas discusiones por medio. Pero seguían siendo sus padres y siempre lo serían, a pesar de que no estuvieran presentes.

Escuchó algo de movimiento a sus espaldas, seguido por el sonido de alguien acercándose a él. Mikey colocó una mano sobre su hombro.

— Yo también lo deseo, Gerard. Pero no hay nada que podamos hacer al respeto, lo único que podemos hacer ahora es... Seguir. Seguir adelante con nuestras vidas, de la misma forma que mamá y papá lo querrían. Lamentarse no servirá de nada.

Gerard se giró para ver a su hermano. Sabía que solo intentaba hacerlo sentir mejor, pero no funcionaba. Si toda la situación había servido de algo, fue para unirlos aún más. Luego de que sus padres fallecieron, ambos se dieron cuenta de la horrible realidad: estaban completamente solos. Marie no era alguien con quien podían contar emocionalmente, así que solo se tenían el uno al otro. Gerard siempre se había sentido protector hacía su hermanito y ahora ese sentimiento se había incrementado por diez.

Lo atrajó hacía sí y lo envolvió en un fuerte abrazo. Ahora él era todo lo que le quedaba y viceversa. Él lo protegería y jamás dejaría que le ocurriese algo.

— Las cosas van a mejorar, ya lo veras —murmuró Mikey en su cuello, tratando de sonar lo más tranquilizador posible.

Gerard quería creerlo, vaya que quería hacerlo. No sabía como Mikey podía mantener la calma en situaciones en las que Gerard quería arrancarse el cabello y saltar de una ventana. Siempre había sido una virtud de su hermano que envidiaba y desearía tener como propia.

El abrazo duro unos momentos más hasta que fueron interrumpidos por el chasquido repentino de tacones acercándose por el pasillo. Una voz femenina y mandona se escuchó desde el otro lado de la puerta poco después.

— ¡Gerard, Michael, bajen a cenar!

~*~

La cena no era nada del otro mundo: filete con puré de patatas. Sé lo que deben estar pensando, filete y patatas es una buena cena y todo lo demás, pero en realidad el platillo sabía peor de lo que se veía a simple vista. Marie no era exactamente la mejor cocinera del mundo y casi toda su comida sabía a rayos. Ambos lo habían descubierto al poco llegar. De alguna manera todo lo que cocinaba terminaba sabiendo a cartón o simplemente a nada, incluso se las arreglaba para hacer que algo tan delicioso como un pastel sabiese a tiza. Gerard no sabía cómo todavía no habían ido a parar al hospital con una intoxicación alimentaria.

Al bajar vieron que Marie se encontraba esperándolos sentada en la cabecera de la mesa, su lugar habitual, con una sonrisa falsa en su fea y decrepita cara. Las arrugas se hacían notar alrededor de sus ojos caídos y varias canas sobresalían de su cabello una vez castaño. Ese día lucía un espantoso traje de negocios color verde pálido que se suponía pasaba por "elegante." Su cabello se encontraba sujeto en un perfecto rodete y un horrendo pañuelo rosa chillón estaba sujeto alrededor de su huesudo cuello. La desastrosa combinación de colores casi la hacían ver como un payaso, tan solo le faltaba el maquillaje y podía unirse a un circo tranquilamente. Seguramente encajaría rápido, pensó Gerard con diversión.

Tomaron sus asientos y antes de comenzar a comer, Marie bendijó los alimentos. Siempre insistía en hacerlo y era increíblemente agobiante. ¿Porqué no podían comer y ya como cualquier otra persona? Como si no fuera suficiente que la comida supiese a mierda, también tenían que agradecerle a un ser espiritual de dudosa existencia por los alimentos. Era una estupidez. "Dios" no había colaborado para traer esos alimentos a la mesa en absoluto. Después de lo que Gerard creyó pasaron horas, Marie terminó y finalmente pudieron comenzar. No era que tuviera ansias por comer aquello, pero no había comido en todo el día debido al estrés y el hambre todo lo podía.

Los primeros cinco minutos comieron en relativo silencio. Lo único que se dejaba oír era el sonido de los cubiertos golpeando con los platos, hasta que Marie se aclaró la garganta.

— He notado que aún no han usado la ropa que les compré, muchachos —dijo, forzando una pequeña sonrisa que bien pudo haber pasado como una simple mueca.

— Es que no nos gusta —respondió Mikey con simpleza. Ni siquiera levantó la vista de su plato.

— En mi parecer se les vería mucho mejor que esos vejestorios que usan.

— No son vejestorios, Marie —bramó Gerard.

Los jeans raídos y viejas camisetas de bandas que Gerard y Mikey solían vestir al parecer no eran del agrado de Marie, quien se empeñaba en tratar de hacer que sus dos malogrados sobrinos vistiesen a su gusto, aunque sin mucho éxito. Camisas y pantalones de tela color beige definitivamente no eran el estilo de los hermanos Way y jamás lo sería.

— Gerard, ya te he dicho que no me llames así —le reprendió la mujer.

— Lo siento... Marie —puso especial énfasis en su nombre con el mero fin de hacerla enfadar. Y ciertamente lo hizo.

Mikey rió a su lado y Gerard le devolvió la risa aún más fuerte.

El rostro de Marie se contorsionó en varias muecas diferentes; ira, amargura, cólera, hasta que finalmente logró regresar a su estado normal, aunque realmente no había mucha diferencia.

— Mira Gerard, sé que no quieres ir a esa escuela, pero creo que será algo bueno para ti y tu hermano —explicó, tratando de mantener la calma.

Gerard levantó las cejas con curiosidad— ¿No será lo mejor para ti, querida tía? —murmuró con sarcasmo. Sin muchas ganas se llevó un pedazo de carne seca y sin sabor a la boca. Casi se sentía como papel de lija al bajar por su garganta.

— Está escuela es mucho mejor para alguien como tú. Traté de hablar con alguien de por aquí, pero nadie estaba dispuesto a ayudarte con tu... —se aclaró la garganta— Problema.

— No hables así de mi hermano, vieja bruja —Mikey declaró con firmeza. Una mirada desafiante se podía ver detrás de sus lentes— Qué tú seas una maldita fanática atrapada en la Edad Media no quiere decir que haya algo malo con él, ¿de acuerdo?

Marie quedó en estado de shock. Su boca literalmente se abrió en sorpresa formando una O perfecta, tal como si Mikey le hubiera dicho que había asesinado a alguien.

Gerard sentía la necesidad de reírse pero se contuvo.

— ¡Michael! ¡¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera?! —exclamó, totalmente ofendida— Tu madre estaría muy decepcionada de ti si pudiera oírte, muchacho.

Gerard rodó los ojos. Ahí iba de nuevo. Utilizar el asunto de los padres muertos para hacerlos sentir culpables, al igual que hacía casi todos los días desde que llegaron.

— ¡Le dije a mi hermana que casarse con su padre traería consecuencias y vaya que lo hizo! Dos ominosas consecuencias. Pero ¡¿me escuchó?! No, nadie jamás me escucha.

— No tienes derecho de hablar así de nuestro padre —gruñó Gerard, molesto— Él era un buen hombre.

— ¿Buen hombre? Desperdició sus ahorros y llevó a su familia a la ruina financiera. Además, sin mí ustedes dos estarían en un hogar para menores y exigó respeto —espetó.

Ninguno de los dos respondió. No venía el caso seguir discutiendo con una causa pérdida como Marie.

Marie largó un suspiro y se llevó una mano a su graso y canoso cabello— Vamos a resolver tu problema, Gerard —dijo con frialdad— Vamos a encontrar una cura para tu... condición. Empaquen sus cosas está noche, partiremos a primera hora de la mañana.

Fue lo último que dijo antes de tomar su plato y levantarse dramáticamente de la mesa. El sonido de sus tacones golpeando contra el viejo piso de madera de la casa se fue alejando cada vez más hasta que desapareció por completo.

— No puedo creer que esa perra acaba de decir que tienes una enfermedad —se quejó Mikey una vez que se quedaron solos— No hay nada de malo con ser...

— No lo digas —murmuró Gerard. Había perdido lo poco que tenía de apetito con la discusión y no quería saber más del tema— No vale la pena seguirle la corriente. Está loca, Mikey.

Esa noche empacaron en silencio. Gerard se aseguró de empacar sus preciados cigarros. Sin ellos no podría vivir. Luego siguió con sus camisetas y jeans favoritos, así como también otros varios artículos personales. También empacó en su bolso una chaqueta de cuero negro que su madre le había regalado por su cumpleaños hace unos años. Se sentía particularmente unido a aquella pieza de ropa.

— ¿En serio, Mikey? ¿Vas a llevar tu marihuana? ¿Quién diablos va a comprarte esa mierda en una maldita escuela religiosa?

Mikey había abierto el pequeño compartimiento secreto en su armario donde guardaba su hierba.

— Voy a encontrar a alguien —aseguró el menor.

—Sólo espero que la policía no te encuentre y arreste —murmuró con una risa.

— Eres un aguafiestas.

Gerard negó con la cabeza, doblando cuidadosamente su camiseta de The Smashing Pumpkins. También guardó una vieja fotografía tomada tiempo atrás. En la foto, un Gerard de ocho años sonreía a la cámara con orgullo luego de haber pescado su primer pez durante una salida familiar. Su padre se encontraba a su izquierda sonriéndole con afecto y a su derecha su madre sostenía a Mikey en brazos, quién lloraba porque él no había logrado atrapar nada. Gerard sonrió con nostalgia. Recordó que después de tomada la foto le había dado su pez a Mikey para que no estuviera triste. En aquel momento la vida era buena, no existía ninguna preocupación y todo el mundo era feliz. Si tan sólo pudiese volver en el tiempo... pero aquello era imposible, a menos que El Doctor viniese en su ayuda y arreglase las cosas, cosa que tampoco era muy posible.

Una vez que empacó se vistió con algo de ropa más cómoda y subió a su litera. Mikey se había acostado hace rato pero aún estaba despierto debido a que jugaba con su adorado Game Boy entretenidamente.

— Mikey —Gerard llamó en voz baja algo de tiempo más tarde. La ventaba estaba abierta y las telarañas que colgaban en el techo de la habitación ondeaban con la brisa noctuna.

— ¿Sí?

— Debemos huir.

Había estado pensándolo por mucho tiempo y había llegado a la conclusión de que no podían quedarse de brazos cruzados, no está vez. No habían ni chistado cuando el estado los alejó de todo lo que conocían y los envió allí. Pero está vez sería diferente.

Mikey asomó su cabeza por debajo de su litera— ¡¿Qué?! —exclamó a la vez que trataba de no sonar demasiado fuerte por sí a caso Marie se encontraba en los alrededores. Gerard sabía que ahora tenía su total atención y sonrió.

— He pensado en esto desde hace tiempo. Una vez que lleguemos a esa escuela nos escabulliremos durante la noche. Nos iremos lejos y nunca volveremos. Tú y yo, Mikey. Nadie más.

— Pero... Gerard... —balbuceó el menor— ¿Has pensado siquiera como viviremos?

— Tengo algo de dinero ahorrado. No es mucho, pero servirá para pagar un lugar donde quedarnos. Al menos hasta que logré conseguir un trabajo.

— Gerard, yo... No sé...

— Sé que tienes miedo, sé que tienes tu dudas. Yo también las tengo. Pero está es nuestra oportunidad de tener una vida mejor, hermano. ¿Quieres quedarte en un maldito internado hasta cumplir los 18? Enserio necesito que me apoyes en esto, no puedo hacerlo sin ti —Gerard no se dio cuenta de que su voz sonaba casi suplicante.

Detrás de la fachada valiente y despreocupada de Mikey, se encontraba un pequeño niño asustado lanzado demasiado pronto al tormentoso mundo de los adultos.

— De acuerdo —murmuró luego de un largo momento— Lo haré. Iré contigo.

Una enorme sonrisa de alivio se extendió en el rostro de Gerard— Gracias, hermano. Esto es lo mejor para nosotros.

Después de un rato, Mikey cayó rendido por el sueño. A Gerard no le era tan fácil conciliar el sueño. Seguramente se quedaría despierto hasta bien entrada la noche hasta que su cerebro finalmente se diera por vencido y se dignase a descansar un poco. Tal como dijo Mikey, solo le quedaba esperar que las cosas mejorasen.

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