a coat in the winter; camren

By milanolivar

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TODAS LAS HISTORIAS ESTÁN SUJETAS A COPYRIGHT Y HABRÁ DENUNCIA SI SE ADAPTA O PLAGIA. ¿Qué es capaz de hacer... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Último Capítulo
Epílogo
ACITW EN FÍSICO

Capítulo 44

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By milanolivar

Camila's POV

—Así que me mentiste todo este tiempo haciéndome creer que no querías tener más hijos, haciendo algunos comentarios crueles que me retorcían el corazón sólo para... ¿Darme una sorpresa? —Lauren me miraba con los ojos entrecerrados mientras colocaba las cajitas de fruta en la nevera.

Aquella mañana había sido realmente productiva, tanto para ir de compras como para por fin desvelarle aquello a Lauren, que después de llorar media hora entre mis brazos había vuelto a la normalidad. Volvió a hacerse la dura, aunque yo sabía que por dentro no lo era tanto.

—Sí... —Respondí a su comentario, acercándome a ella para apoyar la barbilla en tu espalda. —Cuando me lo dijiste, yo sí que quería. Madre mía, estuve a punto de contártelo un par de veces pero me parecía mejor esperar.

—¿Y cómo lo has hecho? Es decir... —Lauren negaba un poco, cerrando la nevera y dándose la vuelta con las manos en la cintura.

—Hablé con Ally. Ella me dijo que te habían hecho unas pruebas hacía unos años y que tenían un óvulo tuyo, así que... Puede que Ally me llevase a una clínica para tener a nuestro hijo. —Lauren tenía los labios entreabiertos, parpadeando un poco.

—Tienes una mente muy retorcida. —Me dijo asintiendo con los ojos entrecerrados. —O sea que siempre quisiste tener hijos. Increíble.

—Síiiii... —Me abracé a su cintura apoyando la cabeza en su pecho, haciendo un pequeño puchero. —Pero vamos a tener un bebé, Laur, un bebé tuyo. —La abracé con fuerza como si fuese peluche gigante.

—Lo sé, ¡lo sé! —Respondió dándome un beso en la frente, pasando las manos por mi cintura. —Lo mejor de todo esto es que quieras tenerlo, ¿sabes? Y que tengas esa ilusión. —Metió las manos bajo mi pelo dándome varios besos rápidos y cortos en los labios.

—Además, nos vamos a Miami, ¿qué puede haber mejor? —Me encogí de hombros apartándome de ella, rodeando la mesa para sentarme en uno de los taburetes.

—Que metan a Nash en la cárcel, por ejemplo. —Terminó de guardar la compra cerrando el mueble de la cocina.

—Sí, eso lo hace todo aún más redondo.

El móvil de Lauren no paraba de sonar encima de la mesa, y lo cogió, era Dinah por la cara que hizo al coger el móvil.

—Tengo tu respuesta. Nos vamos a Miami, ve preparando las maletas, rubia. —Lauren apartó el móvil de su oreja, y se podía escuchar a Dinah gritar, lo que me hacía bastante gracia. Tras unos segundos, volvió a ponerse el móvil en la oreja. —Oye, ¿tú vienes a Miami, no? Vale, vale... Y Ally también. Entonces... Diles que sí, que la semana que viene estoy ya allí. Ah, por cierto, Camila está embarazada, hasta luego. —Y colgó. Al segundo, su móvil volvió a sonar, provocando mi risa y la de Lauren.

* * *

Lauren's POV

Al final del partido, el vestuario estaba vacío, lleno de aquellos trozos de tiras adhesivas, botellas de agua y lleno de agua. Llevaba el brazalete en la mano, y caminé hasta la última esquina escondida de aquella sala.

—Entrenadora. —Allí se escondía ella, sentada, recogiendo sus cosas a la vez que le echaba un vistazo a las jugadas. Al escuchar mi voz, levantó la cabeza. —Vengo a darle esto. —Dije enseñando el brazalete de capitana. —Le agradezco lo que ha hecho por mí, pero... Supongo que ya sabrá que me voy a Miami. —La entrenadora me miró, pero no dijo nada. Metió su carpeta dentro de la bolsa de deporte y se la colgó al hombro.

—Tú no te vas a Miami. —Abrí los ojos al escucharla, bajando la mano con el brazalete. ¿Me iba a decir ella lo que tenía o no qué hacer? —Tú te vienes conmigo a Miami.

Entonces todo me encajó. Por eso exigían que yo fuese la capitana, por eso estaban insistiendo tanto en mí, porque ella iba a ser la entrenadora.

—Así que haz las maletas y coge el brazalete morado, porque vas a seguir apretando los dientes en Miami.

* * *

Aunque todo parecía ir bien, era demasiado lío para nosotras. Primero, por el trabajo de Camila. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Lo iba a dejar? Estaba claro que aquello la hacía feliz, estar en activo, traer un sueldo a casa era lo que siempre había querido haciendo lo que fuese. Así que, con este conflicto entre manos, se lo comunicamos a Normani. Ella no reaccionó a la primera, porque a todos nos había pillado por sorpresa, y cuando tomó constancia de aquello, se dio cuenta de que todos nos íbamos. Era nueva en Portland, procedente de Nueva Orleans, así que tomó una decisión que a todos nos sorprendió; se venía con nosotros a Miami. Había pedido un traslado en su empresa, y con ella, también se iba su ayudante, que era Camila. Así, de golpe, nos habíamos mudado tres familias casi a un mismo vecindario.

Nuestra casa, la había elegido de forma que no fuese muy diferente a la anterior. Cristaleras y espacios abiertos, para que entrase la claridad, la luz, el sol, que corriese el aire y refrescase aquél calor y aquella humedad. La habitación de Maia era igual que la de Portland, pero más luminosa, pintada de azul claro para refrescar un poco la estancia, suelo de madera negra y muebles blancos. Además, el sofá era marrón chocolate, con una mesa transparente de vidrio en medio, y un gran televisor en la pared.

A decir verdad, todo había cambiado, y a la vez, nada.

* * *

En el patio del nuevo colegio de Maia, los niños corrían con el balón en los pies jugando al fútbol, tomaban su desayuno, y reían, saltaban a la comba los más mayores, y la pequeña los miraba a todos con los ojos bien abiertos.

En aquél colegio, también llevaba uniforme, solo que aquí en vez de leotardos para soportar el frío, llevaba simplemente calcetines, y no llevaba jersey, porque con el polo blanco de manga corta era suficiente.

Maia se acercó hasta el grupo de niños que tenían el balón, casi todos chicos, y mientras el juego se realizaba en la otra portería, cruzó el campo con una sonrisa, acercándose hasta el niño más mayor.

—Hola. —Dijo ella, y el niño la miró. —¿Puedo jugar con vosotros? —El niño negó, y en el rostro de Maia se formó un pequeño puchero, que al crío no le afectó. —¿Por qué no? —Al ver que el niño hablaba con Maia, los demás se acercaron a él, uno de ellos con el balón en las manos.

—Porque tú no puedes jugar, eres una niña. —Contestó el niño dándole un suave empujón a la pequeña para que se apartarse, y esta frunció aún más el puchero a punto de llorar.

—Mi mamá es una niña y juega al fútbol . —Replicó la pequeña, cruzándose de brazos con las lágrimas acechando con salir de sus ojos.

—Eso es mentira, tu madre no juega al fútbol. —Exclamó el niño del balón en las manos, soltándolo en el suelo para acercarse a la pequeña.

Estaba aterrada, desprotegida sin sus madres, y queriendo decirles que sí, queriendo gritarles que su madre jugaba al fútbol, pero para una niña tan pequeña no era posible expresar la verdad.

—¡Sí que juega! ¡Mi madre juega en Miami! ¡Mi mamá es Lauren! —Gritaba la pequeña, comenzando a llorar.

—¡Tú madre no es Lauren! ¡Eres una mentirosa! —Uno de los niños la empujó por la espalda de forma bastante bruta. La pequeña cayó al suelo de rodillas, y todos se empezaron a reír de ella. Maia, al escuchar aquellas crueles risas, no pudo evitar llorar aún más, porque le dolían las rodillas en las que se había hecho dos heridas, y sus manos, que habían quedado raspadas por el suelo. Era demasiado para una niña de cinco años, que además acababa de ser humillada.

Nick se acercó a ella, agachándose a su lado, y le cogió de las manos para levantarla del suelo. La pequeña estaba temblando mientras lloraba con el corazón encogido, y Nick, al ver el estado de su amiga, se abalanzó contra el niño que la había empujado y tirado al suelo.

—¡Déjala! —Los dos cayeron al suelo, y se tiraban del polo blanco del uniforme, rodaban por el suelo, Nick apretó sus ojos, porque era la única manera de defenderse, pero el otro niño dio un golpe certero en su pómulo.

Lo normal hubiese sido que Nick llorase también, pero simplemente se levantó, le cogió la mano a Maia y caminó con ella hasta el interior del colegio.

—¿Quieres que llamemos a tu mamá? —Le preguntó él y Maia asintió con un pequeño puchero, frotándose los ojos con los puños cerrados.

—Sí... —Asintió ella, pero casi no podía dejar de llorar.

* * *

Cuando entré en el despacho del director, Maia estaba sentada en una silla, con la mirada gacha, los ojos totalmente enrojecidos y aun llorando, sorbiendo por la nariz, con el labio inferior atrapado por el superior.

—Mai... —Entré sin decir nada más, poniéndome de cuclillas delante de ella. —¿Qué ha pasado, cariño?

—Unos niños malos me han pegado... —Al decirlo, volvió a llorar, y la cogí en brazos dándole un beso en la cabeza, meciéndola un poco.

—Señora Jauregui, siento mucho lo ocurrido. —Me giré hacia el director, frunciendo un poco el ceño. Si no iba a hacer nada contra eso, cambiaría a mi hija de colegio, aquello estaba claro. —Tenemos unas normas anti violencia y anti bullying en este colegio, siento mucho que haya ocurrido esto. Esos niños serán expulsados unos días.

—Muchas gracias. Si no le importa, voy a llevármela a casa. —El director asintió, y yo salí del despacho con Maia apoyada en mi pecho, algo triste. —¿Te han hecho daño?

—Sí... Tengo pupa en las rodillas... —Admitió la pequeña, que hacía pucheros con el labio inferior temblando.

—Vamos a por tus cosas y te llevo a casa, ¿vale?

Subí las escaleras con Maia en brazos, observando las clases y casi perdida, hasta que la pequeña me señaló la que era. La puerta era roja con los bordes azules, y arriba ponía 'clase de El Principito'. Cada clase tenía el nombre de un cuento.

—¿Puedo ayudarle? —Preguntó la profesora, que al verme y reaccionar, abrió un poco los ojos con sorpresa.

—Sí... Venía a recoger a Maia. Están ahí sus cosas. —La profesora se apartó rápido asintiendo, y yo entré en la clase.

Todos los niños se quedaron mirándome al verme allí, con Maia en brazos, y yo buscaba su silla con la mirada, hasta que la encontré. En la segunda fila, la pequeña tenía su mochila colgada en el respaldo. Era pequeña, con las tiras finas de color amarillo y rosa. La eligió ella misma al principio de aquél curso.

—Mira, Lauren es su mamá de verdad. —Escuché cómo murmuraban los niños, y tras coger la mochila, me di la vuelta para salir de la clase.

—¿Hay algún problema con Maia, Lauren? —Preguntó la profesora, y yo asentí mirándola, algo cabreada.

—Sí, unos niños la han empujado y se han metido con ella en el recreo. Espero que el colegio tome represalias contra eso, porque ya ha pasado por lo mismo en otro centro y a este no le gustaría que yo diese mala imagen de él, ¿verdad? —La profesora negó lentamente, y yo asentí algo más convencida. —Que tenga un buen día.

Senté a Maia en el coche poniéndole el cinturón, aunque ella parecía no dar indicios de estar mejor, porque seguía absolutamente triste. Era muy extraño verla así, porque normalmente, incluso cuando le regañábamos, Maia era la alegría constante.

—Cuéntame, ¿qué ha pasado exactamente? —Maia jugó con sus manitas, haciendo de nuevo un pequeño puchero.

—Yo quería jugar al fútbol y unos niños me dijeron que las niñas no podían jugar al fútbol. Entonces le dije que mi mamá jugaba al fútbol, que era Lauren y me dijeron que era una mentirosa y me pegaron. —Entonces lo entendí todo. No era sólo que le hubiesen pegado, es que su orgullo estaba herido. Maia estaba pasando por lo mismo exactamente que sufrí yo durante todo el colegio. También entendí el comentario de aquél niño 'Lauren es su madre de verdad'. Claro que lo era.

—No te van a hacer más daño, confía en mí. —Besé su frente cerrando los ojos, más con rabia e impotencia que otra cosa, porque además del daño que le habían hecho a mi hija, podía ver el machismo en esos niños que ni siquiera tenían uso de razón aún. —Vamos a comprar unos helados, ¿vale? De lo que tú quieras, luego iremos a casa y te curaré las rodillas.

Mientras conducía, miraba por el retrovisor y veía a Maia con la cabeza gacha, aún triste. Paramos en una heladería, y en mis brazos señalé la variedad de sabores que había. Ella señaló el de fresa, siempre lo elegía.

De nuevo en el coche, me decidí a poner la radio, estaban poniendo una canción de Taylor Swift, y comenzó a mover la cabeza tarareando la canción con sonidos de su garganta. Le gustaba mucho, de hecho, se quedaba mirando la tele embobada en los canales de música cada vez que salía algún vídeo de Taylor. Con el de Shake it off era como desmontar la casa.

—Mami, ¿quién es James Dean?

—Era un actor muy guapo. —Respondí girando el volante, mientras la pequeña, ya algo más animada, se comía su helado a pequeñas cucharadas.

Ya en casa, la senté en el sofá y le miré las rodillas, que tenía algo raspadas, y se había hecho algo de sangre.

—Te voy a echar un poquito de agua para limpiarla, ¿vale? —Maia frunció el ceño haciendo un puchero, recogiendo un poco las piernas en el sofá.

En realidad, la engañé, era un poco de agua oxigenada, que al contrario que el alcohol, no escocía, bueno... Sólo un poco, pero igual que el agua en una herida abierta.

—Mami me duele, ¡mami! —Terminé de limpiar las heridas retirando el algodón, viéndola llorar, pero yo sabía que no era para tanto.

—Mira, mira qué tengo. Son tiritas de Tom y Jerry, ¿quieres una? ¿Sí? —Maia asintió y le coloqué una tirita en cada rodilla. —Ya verás cómo mañana esos niños no te vuelven a tocar, porque te llevaré yo al cole y sabrán que soy tu mamá.

Entonces, me tumbé con ella en el sofá, pusimos aquellos dibujos que tanto le gustaban, y se quedó dormida en mi pecho, contagiándome a mí el sueño para quedarme dormida con la pequeña en mi pecho.

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